Casi todos los años (a pesar de profundas
discrepancias -repaso lo escrito el año pasado y veo que, con ligeros matices,
podría escribir casi la misma introducción quejándome del aburrimiento, el
sobresfuerzo de algún cineasta por ser considerado autor, las decepciones
sufridas y demás-), uno rescata de entre el listado de títulos que concurren al
premio gordo de la noche uno o dos que llevarse a la colección, al recuerdo
emocionado, incluso puede que aparezca esa película que se transforme en
favorita, en una que se mantenga para siempre uno o varios escalones por encima
del resto que vayan llegando a la experiencia como espectador. Sin embargo, en
la presente edición, no ha pasado así (con una honrosa excepción), la mayoría
de las seleccionadas por la Academia dejan un regusto más bien amargo, al menos
agridulce, porque (con una clamorosa excepción) sólo agradan en parte, en
ciertos momentos, no resultan acabadas, terminan por naufragar en algún o en
varios sentidos, dejan a quien esto escribe en la peor tierra de nadie que
puede habitar alguien sentado frente a la pantalla: la de la indiferencia, la
del aplauso tibio (si es que llega), la del conformismo contrariado, la del “sí,
pero no”.
-COMANCHERÍA:
Lo que parece inevitable es echarse un bluff
a la cara, una cinta imbuida de un prestigio para el que uno no encuentra base
ni razones, puesto que se sustenta en el hecho de que su guionista, Taylor
Sheridan, fue el autor de Sicario (2015),
otra que tal aunque al menos conseguía mantener el interés por mucho que su
director (Dennis Villeneuve, en seguida hablaremos de él) quisiese rodar a cada
momento el mejor plano de la historia. Dejada en el esqueleto (tampoco es que
tenga mucha carne), Comanchería es
convencional, repetitiva, histriónica y falsamente transgresora, con una pareja
protagonista (Chris Pine y Ben Foster, especialmente el segundo) que confunde
interpretación con caracterización.
-FENCES:
August Wilson hubiese debido recortar su
obra original o consentir que otro lo hiciese para que Fences hubiese remontado sus zonas pantanosas, esas en las que ya
tenemos la información suficiente sobre los personajes y sus condicionantes,
sobre sus sentimientos, esas en que ya hemos entendido el simbolismo (y la
realidad) que expresa el título (en castellano, “vallas”), y diríase que se
habla por hablar, dando vueltas a lo mismo, siendo redundante o anecdótico. Es
un acierto mantener la casa (si se puede llamar hogar es algo que debe decidir
cada espectador, es el eje de la acción) como escenario prácticamente único, al
fin y al cabo otro personaje que aporta una atmósfera opresiva, es una prisión
aceptada o de la que huir. A pesar de todo, con esos actores en pantalla un
metraje demasiado extenso se soporta sin consultar el reloj (pero
recolocándonos en la butaca en alguna ocasión).
-FIGURAS
OCULTAS:
Combativa, de denuncia, película que viene a
hacer justicia con esas a las que su título señala pero que sabe primar el
entretenimiento, la diversión, la emoción, por encima del discurso que la
alienta, actuando con honestidad, confiando en el carisma y talento de sus
protagonistas, en su capacidad para resultar irresistiblemente empáticas,
manejando con soltura un esquema clásico al que dotar de dinamismo e interés,
estupenda en forma y fondo, magnífica por cómo evita didactismo y maniqueísmo, necesaria
para rellenar tantos capítulos de la Historia que aún están a medio escribir o
mal redactados (cuando no faltando a la verdad).
-HASTA
EL ÚLTIMO HOMBRE:
Mel Gibson regresa con todas sus obsesiones como
creyente y vicios como director, consiguiendo que las primeras no empañen la
historia, poniéndolas al servicio de la misma, sorprendiendo en su tratamiento
limpio y despojado de moralina, cayendo en las segundas sin recato ni freno, recreándose
en exceso (y con escaso virtuosismo) en lo que se supone quiere denunciar y, en
realidad, termina por glorificar (al margen de que no necesitamos ver más
cuerpos desmembrados para saber cuáles son las consecuencias de una guerra), no
por ser gráfico y brutal consigue sacudir como lo hicieron Walsh, Spielberg,
Mallick, Cavani, series como Hermanos de
sangre (2001) o The Pacific (2010),
hay en televisión múltiples ejemplos de violencia a ratos gratuita pero mejor
utilizada y dosificada (incluso en una serie en apariencia intrascendente y
meramente romántica como Outlander).
-LA LA
LAND:
Al principio, todo era entusiasmo; después,
han venido los varapalos. Tanto lo uno como lo otro resulta excesivo para quien
esto escribe, en gran parte porque los cantos más estridentes y ditirámbicos
vienen de gente que nunca ha demostrado una especial querencia por el musical
(desconociendo, y lo demuestran con sus comentarios, muchos de los títulos que
Damien Chazelle homenajea y reconoce como referentes) y porque las críticas más
lapidarias e incluso insultantes proceden de gente que no se ha molestado en
ver la película (entre otras sinrazones, porque desprecian el género -que tampoco
conocen, por lo tanto, más allá de dos o tres obviedades, si acaso-) o que la
sentenciaron antes de su visionado (lo que también vale para muchos de sus
adoradores, sentenciando y adjetivando por los avances o comentarios de otros).
Con una puesta en escena brillante y envolvente, con una partitura que a un
servidor le resbala sin dejar huella (la que sí deja, bien indeleble, la
prodigiosa interpretación de Emma Stone), Damien Chazelle maneja su cámara con
soltura siguiendo el camino marcado por Minnelli, Donen, Demy, descuidando un
tanto el libreto, estirando el mínimo argumento sin demasiado acierto (eso por
no hablar otra vez del error de casting que supone el hiératico Ryan Gosling),
consiguiendo momentos de alto voltaje en lo visual y, sobre todo, por el
despliegue de matices y sentimientos de su actriz principal.
-LION:
Máximo ejemplo de cómo un filme que comienza
atrapando, emocionando, interesando, conmoviendo, puede ir poco a poco
despeñándose por el precipicio de lo manido, lo esquemático, lo insulso, desaprovechando
personajes e intérpretes sin justificación ni repuestos. Es una lástima cómo
todo lo que consigue Sunny Pawar con desbordante naturalidad y gracia innata se
pierde en cuanto desaparece de pantalla, el tempo bien medido se vuelve moroso
y hasta plúmbeo, mientras Nicole Kidman es arrinconada sin paliativos (ella
hace todo lo posible por aportar humanidad y verdad, pero apenas le dan
ocasión).
-LA
LLEGADA:
Dennis Villeneuve sigue firmando títulos que
despiertan admiración en aquellos que gustan dárselas de elitistas, calificando
las películas como “para un público adulto” -a veces hay a quien se le escapa
sin rubor un “entendido” como muestra mayor de menosprecio-, huyendo de lo
convencional como sinónimo de taquillero, glosando lo minoritario como si todo
lo demás no fuese válido. Y el caso es que, en esta ocasión, a pesar de una
lentitud impostada y de un gusto por la penumbra muy molesto para un miope,
como a uno siempre le han gustado los asuntos lingüísticos, se ve La llegada con atención, con limitada
fascinación, en parte gracias al concienzudo y entregado trabajo de Amy Adams
(por fortuna, en contra de lo que se pronosticaba, fuera de la final como
actriz: hubiese sido una lástima premiarla por algo tan por debajo de su
grandeza).
-MANCHESTER
FRENTE AL MAR:
Abusa en exceso de su tono calmado y por
momentos tardo, incluso detenido, pero la atmósfera gélida que transmite ayuda
a hacer creíbles (y, paradójicamente, a que los sintamos cercanos) a personajes
inexpresivos, hundidos en sí mismos, anegados de un dolor que no dejan
traslucir y les ahoga sin remedio. Un par de tijeretazos hubiesen venido muy
bien a su guión (o al montaje final) o haber sustituido algunas secuencias por
otras que sólo quedan esbozadas, intuidas, narradas en off, perdidas en elipsis
que lastran el conjunto, pero sólo por cómo a veces sacude implacablemente y
sin anestesia merece el lugar que ocupa.
-MOONLIGHT:
Toca con acierto y sincera osadía (evitando
manierismos y subrayados) asuntos muy espinosos y logra combinarlos con soltura
y verosimilitud, regalando algunas de las secuencias más dolorosas,
emocionantes, románticas y bellas (depende del momento) que hayamos visto en
mucho tiempo, es una lástima que parezca a medio hacer, que deje en la cuneta
personajes que piden a gritos desarrollo y que pase por encima de situaciones que
deberían estar mejor resueltas. Aun así, sólo por el momento en que Trevante
Rhodes (¡Ojo a este nombre! ¡Atención a este actor!) habla por teléfono con el
amigo que le traicionó, con aquel hombre por el que se sintió atraído, con aquel cuerpo cuyo contacto no ha olvidado, por cómo se pone el auricular en el pecho, cómo escucha,
cómo reacciona su cuerpo, aunque sólo sea por ese momento, Moonlight se queda para siempre en la memoria.