TÍTULO ORIGINAL: Reality AÑO DE
PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Matteo Garrone GUIÓN: Ugo Chiti, Maurizio Braucci,
Matteo Garrone, Massimo Gaudioso MÚSICA: Alexandre Desplat FOTOGRAFÍA: Marco
Onorato MONTAJE: Marco Spoletini REPARTO: Aniello Arena, Loredana Simioli,
Nando Paone, Nello Iorio, Nunzia Schiano, Rosaria D´Urso
En cuanto un hecho nos sorprende o deja sin capacidad de respuesta y/o reacción
(o al menos la ralentiza) solemos recurrir al viejo adagio “la realidad supera
a la ficción”, siempre que haya tenido lugar en lo que llamamos “la vida real”
(sea la nuestra o la de alguien que nos da testimonio de ello); son los mismos
sucesos que, leídos en una novela, contemplados en una película, siendo parte
integrante de algo que recibimos como “ficción”, resultan difíciles de creer
por más que estén narrados e integrados con toda la naturalidad del mundo. Queriendo
buscar una pretendida verdad, se supone que sin filtros ni guiones, empezaron a
proliferar en las televisiones de todo el mundo diferentes formatos basados en
la premisa de ser un mero reflejo de la vida; sin embargo, los cerebros que
imaginaron una pequeña pantalla como auténtica ventana para contemplar el mundo
olvidaron que el género documental lleva muchos años inventado, que el público
demanda historias con las que poder evadirse (incluso aunque sean dramáticas o inspiradas
en hechos reales) y que si no se adereza, provoca o tergiversa la cotidianidad
por sí misma (la propia y la de los demás) resulta cansina, repetitiva y
carente de garra para convertirse en un espectáculo atractivo; es por eso,
entre otras causas, que los conocidos como realities degeneraron, casi desde el
comienzo, en una fábrica de personajes que buscan una fama fácil a base de la
reproducción y exacerbación de estereotipos, confundiendo la naturalidad con la
ordinariez, encumbrando a descerebrados que aceptan e incluso alientan
cualquier humillación y menosprecio público con tal de que su nombre sea
popular, convirtiéndose en modelos de conducta que repetirán y enriquecerán (en
realidad, aún convertirán en más arrastrados y vacuos) los concursantes de las
siguientes ediciones con comportamientos previsibles, calcos exactos de los
anteriores, es decir, que al final de este viaje nos encontramos con las
alforjas vacías (en realidad, llenas justo de lo contrario de lo que se
anhelaba: poca realidad o, al menos, nada que a ello suene).
Aunque ninguna televisión, por muchas ínfulas que se dé o todo el
prestigio que merecidamente tenga acumulado, está libre de esta plaga, sin duda
en Italia (aunque no tendríamos por qué salir de nuestras fronteras para
abordar el asunto, pero ahora toca hablar de una película que viene desde allí)
se ha abusado y abusa hasta la extenuación de este tipo de programas que
siempre terminan representados por “Gran Hermano”, tal vez el reality más
longevo y con más sucursales. No es extraño que, a la hora de buscar una
columna vertebral para el filme, Matteo Garrone y el resto de guionistas
optasen por él, como máximo ejemplo de esa fama inane y sin contenido que
otorga el haber entrado en la casa escenario del concurso. Aunque, en contra de
lo que pudiera parecer o esperarse, Reality
utiliza el mundo televisivo tan sólo como excusa para narrar la historia de
un hombre que, un buen día, se obsesiona con la idea de ser seleccionado para
participar en dicho programa y olvida pronto sus primeras secuencias de comedia
pura y dura con aires a lo Dino Risi, Mario Monicelli, Vittorio De Sica,
Alessandro Blasetti y tantos otros que ennoblecieron un cine popular que supo
camuflar las grisuras y carencias bajo honestas carcajadas para perderse en una
historia con doble fondo, preocupándose más por el subtexto, por la parábola
que pueda extraerse, por trascender que por entretener; pudiera pensarse que,
tras el éxito internacional logrado con Gomorra
(2008), el director haya tenido reparos en quedar inscrito en una tradición
del cine italiano que ha logrado títulos imperecederos pero demasiado populares
y sencillos para alguien de más altas miras.
Es una lástima que según avanza el metraje se haga más acusado el escaso
(por no decir nulo) aprovechamiento de la pléyade de personajes secundarios que
daría color y verdad a lo que se está contando, esos grupos familiares, de
amigos o vecinos que tan admirablemente supieron utilizar los directores antes
citados y algunos de sus contemporáneos o continuadores, cómo se desperdician
los momentos que podrían dar pie a la parodia, a la farsa, a lo chispeante,
buscando el lado más oscuro que, tal y como aparece integrado, resulta forzado
e incómodo por desubicado, por rebuscado. Aunque Garrone sabe contar y hacer
avanzar una historia, al igual que le sucediese en su anterior filme (donde era
más notorio por la diversidad de tramas que debía aunar), no consigue abandonar
cierto tono errabundo como dejando el ritmo de la cinta al albur de lo que
venga a continuación, con varias secuencias absolutamente prescindibles ya que
aportan muy poco, dramáticamente hablando. Por fortuna, el peso interpretativo
de Reality recae sobre Aniello Arena,
descubrimiento del director, recluso en la cárcel de Volterra cumpliendo una
condena de cadena perpetua, un prodigio de naturalidad, de fotogenia, de
carisma, una vitalidad arrolladora, una presencia contundente y rotunda capaz
de encogerse y aparecer como el más vulnerable, el más temeroso; sabe manejar a
la perfección los tonos, conquista al espectador, hace sentir empatía aunque no
se compartan sus acciones, es un auténtico huracán que aporta veracidad a
raudales y encuentra réplica perfecta en Loredana Simioli, quien demuestra un amplio abanico de registros.
Se echa de menos algo más de gracia, de caricatura bien dosificada, de
ironía cotidiana, jugando con el hecho de que todos los espectadores conocen “Gran
Hermano” (y que nadie se ponga ahora por encima porque, si no saben de qué
están hablando, ¿cómo es posible que elogien el filme con tanta profusión de
adjetivos?) o ya que pretendemos ponernos a sacar los colores (que lo hace
poco), a escarbar en la herida (que ni la roza), a despertar conciencias (que
apenas son estimuladas), sigamos el ejemplo de Network (1976), directa, sin concesiones, sin paños calientes,
apasionante como película, lapidaria y demoledora como reflejo de la realidad
(no es que siga vigente, es que aún lo está más que en la época de su estreno).