TÍTULO ORIGINAL: Snowpiercer DIRECCIÓN: John-ho Bong GUIÓN: John-ho
Bong, Kelly Masterson (basado en el comic Le
Transperceneige de Jacques Lob, Benjamin Legrand, Jean-Marc Rochette)
MÚSICA: Marco Beltrami FOTOGRAFÍA: Kyung-pyo Hong MONTAJE: Steve M. Choe,
Changju Kim REPARTO: Chris Evans, Jamie Bell, Tilda Swinton, Ed Harris, John
Hurt, Octavia Spencer, Luke Pasqualino
De nuevo, la distopía como
permanente espada de Damocles sobre el destino de la humanidad, en realidad un
futuro cada vez más cercano, incluso demasiado parecido al presente, llevando a
sus últimas consecuencias (esas que resultan tan cercanas, esas que en parte ya
conocemos, esas que añaden un componente terrorífico a lo que se cuenta) el
fruto que arrojan investigaciones, inspecciones, hechos que pueden encontrarse
en cualquier medio de comunicación, alarmas que en ocasiones están dirigidas,
responden a intereses comerciales y/o políticos, pretenden engañar, confundir,
amedrentar, provocar reacciones que redunden en beneficio de quien las propaga,
profecías que, despojadas de su grandilocuencia y tremendismo, reducidas a su
expresión más elemental y básica, pueden tener visos de cumplirse, precisamente
resultan terroríficas y se transforman en verdaderos temores cuando recuerdan,
evocan, son demasiado parecidas a lo que ya conocemos, cuando parten de algo
que ha sucedido o sucede, cuando son advertencias de derivas equivocadas que no
se corrigen (porque si comparamos unas con otras, incidiendo en aspectos
distintos, apareciendo en épocas y/o sociedades muy diferentes, tomando como
base circunstancias concretas y coyunturales, las predicciones negativas, los
miedos, los apocalipsis tienen muchas características comunes estén descritas
por Orwell, Huxley, McCarthy, King o cualquier autor que, sea en la rama
artística que sea, se pone a fabular sobre el futuro que llama a la puerta con
la misma contundencia que los primeros compases de la Quinta de Beethoven). El
cambio climático, ese que está sucediendo ahora y siempre, ese que ha servido
para explicar la desaparición de los dinosaurios, la formación de los
continentes o cualquier perturbación sorprendente, mal comprendida o
erróneamente atribuida, ese que ha inspirado (y sigue haciéndolo) historias de
espionaje, teorías conspiranoicas, suspicacias con cimientos sólidos, terrores
nocturnos, realidades incuestionables, está en la base, en la matriz, en el
origen de este Rompenieves con que el
cineasta de culto entre los amantes del género híbrido que aúna, mezcla,
combina catástrofes, ciencia ficción, monstruos, violencia, acción, da un paso
de gigante en su carrera ya que dirige su primera cinta en inglés con un
reparto de campanillas.
Lejos de su tono paródico, de su tendencia al abigarramiento por sí
mismo, a la distorsión de la imagen, a lo disparatado sin freno ni medida, el
surcoreano, fascinado por el cómic original desde hace unos cuantos años, juega
la baza de una dirección artística muy precisa y claustrofóbica, cambiante y
creadora de diferentes atmósferas, soporte y auspiciadora de los distintos
tonos que van imprimiendo su sello en la narración, para ofrecer una historia
que atrapa, implica, interesa, tanto por el preciso dibujo de los personajes
como por la sencillez con que se desarrolla, dejando fuera lo farragoso,
incomprensible y lenguaje técnico de títulos similares: sólo hay que saber que
la humanidad está reducida a la mínima expresión, que sólo a bordo del tren es
posible la supervivencia aunque si perteneces a los pasajeros de cola ésta
pende de un hilo, de los caprichos y necesidades de los que detentan el poder,
poseen armas y dictan las normas, los que ocupan y disfrutan los privilegios de
los primeros vagones (la jerarquización de la sociedad, el abuso de la misma,
esa que reproducen unos niños en teoría inocentes y a salvo de la corrupción de
la socialización impuesta desde instancias superiores, esa que parece estar
grabada indeleblemente en la conciencia –o inconsciencia- del ser humano tal y
como fabuló/demostró William Golding en su imprescindible El señor de las moscas, que, aunque no es totalmente una distopía,
emparenta con este tipo de narraciones). Con el concurso de unos intérpretes
que dotan de verismo a sus roles, en ocasiones esquemáticos pero con los
elementos imprescindibles bien perfilados para imprimirles un carácter, el
director imprime en el interior del tren la misma velocidad a lo que sucede en
esa bomba a punto de estallar, en esa imprescindible revolución para liberarse
del yugo de una bota que ha aplastado demasiado tiempo, en ese anhelo por
respirar sin debérselo a nadie, en esa necesidad de saber cuál es la situación
real y si existe la mínima posibilidad de abandonar algún día la cárcel/refugio
en que viajan, castigo y salvación, huyendo del caos con destino a ninguna
parte: Chris Evans consigue despojarse de su aureola de superhéroe para
encontrar un tono adecuado entre lo frágil y lo poderoso sin tener que recurrir
a efectos, trucos o añadidos; Jamie Bell sigue demostrando su permanente
progresión, su capacidad para emocionar desde lo mínimo, su manera de ofrecer
el alma de su personaje con una mirada, haciendo cada vez más imperioso que le
ofrezcan un cometido de enjundia que le deje explotar todo su potencial, su
carisma, sus múltiples capacidades y talentos; poco puede añadirse sobre John
Hurt y Ed Harris, más allá de su idoneidad para cualquier rol, su honestidad
interpretativa, su entrega sea cual sea el género o el tipo de filme en que
intervienen, el aporte de magisterio y excelencia que proporcionan, la
humanidad que incorporan; Tilda Swinton recibe el personaje más estrambótico y
lo recarga excesivamente ante sus notorias carencias como actriz cómica,
funcionando en el contraste con el resto del reparto pero deviniendo en una
caricatura más allá de lo necesario; Octavia Spencer regala algunos momentos de
grandeza, de luminosidad, de cómo una actriz de raza se impone por encima de
las limitaciones del esquematismo y el dibujo apresurado, de las convenciones
del género, del poco detenimiento del guión en lo concreto al primar lo coral,
las acciones, la tensión que se acumula: verla olfatear el humo de un
cigarrillo, buscar la luz natural cuando ésta inunda uno de los vagones, pelear
como sólo una madre lo hace cuando se trata de salvar a sus retoños, entregarse
sin dudarlo a la causa común, proporciona una de las mayores sorpresas de la
película, confirma su categoría y cierra todas aquellas bocas que denostaron su
oscarizada y portentosa interpretación en Criadas
y señoras (2011) y vaticinaban el peor de los destinos para la que
consideraban actriz de poco recorrido.
Con un tramo final en que el ritmo decae porque así se precisa (aunque
no se pierde la emoción y se mantiene la lógica del relato), Rompenieves logra mantener el buen tono
y la atención del espectador, alternando algunas secuencias notoriamente
brillantes tanto en planteamiento como en resultados con otras de mera
transición (en las que Bong se detiene lo justo), conformando un espectáculo
que, por encima de acrobacias y fuegos artificiales, gana a los puntos por
saber crear una empatía y graduar la tensión, imprimiendo vigor incluso en los
momentos de mayor calma, anticipo de la explosión posterior, esa que el público
percibe cómo va llegando por la acumulación de circunstancias, esa inevitable
que, al mismo tiempo, servirá para enriquecer la trama y supondrá carburante
para el tramo siguiente, esa que llega cuando conviene y que no se queda en lo
aparatoso, sino que contribuye a una mejor explicación de los porqués, a la búsqueda de una salida, a sentar las bases para un nuevo futuro.