TÍTULO ORIGINAL: Now You See Me DIRECCIÓN: Louis Leterrier GUIÓN: Ed
Salomon, Boaz Yakin, Edward Ricout MÚSICA: Brian Tyler FOTOGRAFÍA: Mitchell
Amundsen, Larry Fong MONTAJE: Robert Leighton, Vincent Tabaillon REPARTO: Jesse
Eisenberg, Mark Ruffalo, Woody Harrelson, Mélanie Laurent, Isla Fisher, Dave
Franco, Morgan Freemna, Michael Caine
La magia nos atrae porque sucede ante nuestros ojos y no somos capaces
de percibir el truco, sabemos que hay trampa pero no nos importa porque se
trata precisamente de que no se note y de creer en la posibilidad de que lo ha
sucedido lo ha hecho de verdad, sin ayudas externas; por eso uno reniega de
esos programas que se empeñan en destripar algunos de los juegos más
abracadabrantes, es preferible enfrentarse a ellos como si nunca se hubieran
visto y, a ser posible, intentar adivinar por uno mismo cómo ha sido factible
lo que en tantas ocasiones nos deja con la boca abierta. De alguna manera,
podemos extrapolar este comentario al cine, al mundo del espectáculo en
general: obviando a todos esos que, como público o como responsables del mismo,
sólo buscan trascendencia, esos que se acomplejan si sólo hay entretenimiento,
lo que buscamos en una película, en cualquier expresión artística es, por
encima de todo, evadirnos, que durante unos minutos la realidad sea otra y que
nos la hagan creíble sin tomarnos por tontos, sin engaños, sin trucos manidos.
Todos aceptamos ciertas convenciones del género que se trate, ponemos en
cuarentena la verosimilitud, mientras que el resultado sea emocionante, nos
enganche, nos absorba, nos impida hacernos preguntas, nos mantenga pendientes
de lo que sucede, en definitiva, pasemos uno de esos ratos (que por desgracia
escasean) en los que perdemos la noción del tiempo y recuperamos el entusiasmo
infantil, sentimos cómo vibramos en la butaca y no podemos despegar la mirada
de la pantalla (en el caso que ahora nos ocupa).
Tras haber sufrido el engolamiento, el empeño por demostrar que se es
más listo que los espectadores, el abigarramiento típico de Christopher Nolan
en El truco final (2006), filme que
requería unos conocimientos más allá de lo meramente cinematográfico para poder
seguirla con facilidad (y que se vio batida esa misma temporada por la
agradable sorpresa titulada El
ilusionista, filme sólo preocupado por contar una historia, sin
pretensiones fatuas ni grandilocuentes, aunque más centrado en la peripecia
sentimental que en lo que ocurría sobre el escenario –no obstante, muy bien
jugado para crear ambiente y entrar en situación, proporcionando a su vez datos
fundamentales sobre la psicología de los personajes-), es un deleite asistir a
una proyección de Ahora me ves… y
comprobar cómo toda la platea aúlla al mismo tiempo (literal, eso sucede), cómo
hay un bullebulle permanente que se va acrecentando según pasan los minutos,
cómo el filme consigue casi desde el primer minuto que nos sintamos parte de lo
que sucede, que establezcamos redes de complicidad con los protagonistas, que
seamos parte del truco, que podamos anticipar sucesos porque la información se
suministra honestamente y sin trampas, porque la diversión está garantizada y
no se confía todo a una apoteosis final que, más allá de la primera sorpresa,
decepciona por embustera y porque, en todo caso, sólo va a funcionar esa vez,
es un golpe de efecto cuyos resultados se esfuman en el aire como una burbuja
que no contiene nada. Por fortuna, la película que ahora nos ocupa está mucho
más cerca (sin llegar a sus excelencias, pero tampoco las necesita) de El golpe (1973) -filme con un ritmo que
no decae, con un tono a medias paródico a medias esperpéntico que destila un
atractivo irresistible, una gran humorada que va más allá de la pirueta final-,
que de El sexto sentido (1999) –al margen
de necesitar explicarse para resultar creíble o cuando menos convincente, una
vez conocida su resolución pierde toda la gracia que pudiera poseer en un
primer visionado-, enlazando giros, idas y venidas, consiguiendo la complicidad
del espectador y su permanente asombro.
Y al margen de la grata sorpresa que supone descubrir el buen pulso que
puede mantener tras la cámara un señor como Louis Leterrier (artífice de
algunos de los títulos más olvidables de los últimos años –y eso que hay dura
competencia-, tales como Danny the Dog (2005),
el espantoso remake de Furia de titanes (2010)
o la enésima demostración de lo mal que adaptan los cómics del increíble Hulk
en Hollywood), su capacidad para aglutinar la acción de diferentes escenarios
sin escamotear nada, sin recurrir a un montaje precipitado, centrándose en los
personajes y dotando de ese modo a la historia de un componente emocional que
crea corrientes de simpatía con el espectador, sin duda el mayor acierto de Ahora me ves… es haber sabido combinar
un grupo de actores que se combinan perfectamente, que se apoyan, que
transmiten lo que están disfrutando. Tal vez el mejor truco (dicho con toda la
ironía y al tiempo con la mayor ovación posible) sea haber despojado a Jesse
Eisenberg de su soniquete habitual, de su pátina de jovencito despistado,
abobado, superado por los acontecimientos, de su gesto sempiterno (el mismo de
su alabada interpretación en La red social
(2010), por mucho que se pareciese al del verdadero Zuckerberg) para
permitirle dar un paso de gigante como actor: se echa el filme a la espalda con
solvencia y prestancia, desplegando carisma y verosimilitud; además, se integra
a la perfección con Isla Fisher (que tiene muchas más posibilidades de
demostrar su valía que en El Gran Gatsby (2013),
donde apenas podía hacer nada con el rol que transformó en mítico la
recientemente desparecida Karen Black), un Woody Harrelson que sabe utilizar su
histrionismo en beneficio de su personaje, no pasándose como en tantas
ocasiones, exagerando sólo cuando es conveniente y un Dave Franco que parece
haber heredado algo más que la sonrisa de su hermano, el estupendo James
Franco. Michael Caine y Morgan Freeman dan una lección (incluso a sí mismos) de
cómo intervenir en un filme de este tipo y llevarse a buen seguro un cheque
sustancioso sin tener que rebajar la calidad de su trabajo, antes bien,
explotando sus magníficas condiciones actorales para dotar de entidad y poso
cada una de sus intervenciones. Mención aparte merece la pareja que forman los
cada vez más maravillosos Mark Ruffalo y Mélanie Laurent, quienes juntos o por
separado sacan oro del material que tienen a su servicio, sabiendo pasar de un
tono a otro totalmente opuesto en cuestión de segundos y regalando dos
creaciones impagables e inolvidables.
Es, como decimos, una de esas cintas que uno revisará y volverá a
disfrutar, pero conviene verla antes de que alguien cuente demasiado sobre ella;
lo bueno de los trucos honestos, inteligentes y logrados es experimentarlos por
nosotros mismos.
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ResponderEliminarTú no demuestras mucho respeto por aquello de lo que hablas, porque despachar una obra de arte diciendo que es "mala" o lo otro que afirmas no es ni un análisis ni una crítica ni nada que se le parezca, sólo una vomitona. Y, por otro lado, menuda falta de respeto escribir en otro idioma sin preguntar al interlocutor si lo conoce.
ResponderEliminarY, si, te he borrado y lo volveré a hacer siempre que escribas exabruptos; me encanta dialogar con personas que tienen una opinión diferente a la mía, pero no con los que reducen su vocabulario a equiparar algo con el alimento preferido de las moscas.
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