TÍTULO ORIGINAL: Grandma
DIRECCIÓN: Paul Weitz GUIÓN: Paul Weitz MÚSICA: Joel P. West FOTOGRAFÍA: Tobias
Datum MONTAJE: Jon Corn REPARTO: Lily Tomlin, Julia Garner, Marcia Gay Harden,
Judy Greer, Laverne Cox, Elizabeth Peña
Hay personajes que sólo pueden imaginarse
encarnados por un determinado intérprete, da igual que sea uno de esos a los
que se recurre cada cierto (a veces demasiado poco) tiempo (osadía comprensible
e incluso necesaria en el ámbito teatral, puesto que el público va cambiando y
merece ver sobre las tablas determinados textos, sólo de oídas o a través de la
hemeroteca puede conocer interpretaciones gloriosas que marcaron a una
generación), da igual que lo escribiesen pensando en otra persona, a pesar de
que se nos ocurran nombres que incorporarían aspectos, matices, tonos,
reinterpretaciones (en el sentido más profundo, en el de los comportamientos y
la manera de presentar el personaje), por mucho que tengamos la certeza (por
demostraciones anteriores de talento) de que tal o cual no harían un
estrepitoso ridículo ni imitarían burdamente y darían una o varias vueltas de
tuerca enriqueciendo el material recibido, aunque nos parezca atractiva la
propuesta de ver a alguno de nuestros actores favoritos en un rol al que no
pudieron dar vida porque no tenían la edad necesaria (o no habían ni nacido)
cuando se rodó la primera versión (la que tantas veces debería ser la única) o
lo que se transforma en primera parte cuando alguien osa en dar continuidad a
lo que había terminado en el momento preciso. Del mismo modo, ocurre en
ocasiones que un filme se justifica por su protagonista, es un vehículo de
lucimiento que, por desgracia, la mayoría de las veces suele quedarse tan sólo
en el intento, en la intención, que embarranca en el ego del que, además, puede
que actúe como productor y/o guionista y/o director, buscando los laureles que
cree merecer; pero no siempre la jugada se salda con un fracaso (al menos se
logra la anhelada estatuilla e incluso un éxito de taquilla, por mucho que, más
allá de quedar vinculada al hombrecillo dorado, el título no merezca un lugar
de honor en la filmografía del intérprete –Al Pacino, Robert Duvall, Art
Cartney, Jack Lemmon, el primer Oscar de Elizabeth Taylor-), gracias a este
tipo de empeños han nacido películas inolvidables y, sobre todo, se ha posibilitado
que intérpretes poco considerados o que no gozaban del favor popular (o que
habían quedado arrinconados y/o en el olvido) encuentren o reencuentren su
inmortalidad.
El que esto escribe no ha podido encontrar
el dato que lo confirme, puede que Paul Weitz empezase a pergeñar esta historia
mientras dirigía Proceso de admisión (2013),
tal vez ya le rondaba por la cabeza, a lo mejor fue la propia actriz la que le
inspiró la idea, incluso hubiese podido suceder que fuese una
petición/sugerencia particular de ella, sea como sea, Grandma cogió vuelo desde el momento en que estuvo decidido que
Lily Tomlin la interpretase porque se nota que es un traje hecho a su medida y
que no sólo le sienta como un guante sino que las últimas puntadas, el acabado,
vienen de su propia mano, de su valentía, de su militancia, de su honestidad,
de su ironía, de su personalidad, de su rostro, esas frases no provocarían las
mismas reacciones de ser pronunciadas por otras, Tomlin se funde con su
personaje como si estuviéramos ante un documental en el que se siguiese a
alguien anónimo, desplegando su inmenso carisma con la aparente facilidad a que
nos tiene acostumbrados, pasándoselo de miedo, disfrutando y haciendo
disfrutar, con la naturalidad que le es característica y que consigue que el
espectador no la olvide, imponiéndose por derecho cuando acomete un secundario,
eclipsando lo que la rodea por mucha grandeza que tenga (véase, para no irnos
muy lejos, la un tanto decepcionante Grace
and Frankie –cuya segunda temporada estará lista en junio de 2016-, la
serie que la ha reunido con su vieja cómplice Jane Fonda: los guiones son
ciertamente flojos, ambas están entregadas y deliciosas, pero en la tierra de
nadie en que embarranca la mayoría de los episodios, más allá de un glorioso Martin
Sheen, Tomlin sale victoriosa porque su carácter desborda con creces el
escuálido personaje que asume-). Actriz que en sus inicios consiguió casi al
mismo tiempo el prestigio de debutar en la gran pantalla de la mano de Robert
Altman en Nashville (su única
candidatura al Oscar –por el momento-) con el éxito y popularidad que le
reportaron Cómo eliminar a su jefe (1980)
–junto a Jane Fonda y Dolly Parton- o Ensalada
de gemelas –duplicada junto a Bette Midler-, Lily Tomlin ha llevado una
carrera muy particular en la que ha parecido guiarse por el instinto, su
implicación en la lucha por los derechos de los homosexuales u otros colectivos
marginados, sus amistades y su falta de prejuicios o complejos, alternando
proyectos personales, cintas de bajo presupuesto, comedias de fácil consumo y
mucha televisión (en la que ha escrito páginas gloriosas: Murphy Brown (1988-1998) –apareció en las dos últimas temporadas-, El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006)
–se incorporó al final de la tercera temporada con un secundario recurrente- o Daños y perjuicios (2007-2012) –su participación
en la tercera temporada incluye algunos de los momentos más escalofriantes
vividos en los últimos años, y mira que los hay, delante de la pequeña
pantalla, dicho así porque es lo aceptado aunque hay llamadas salas de cine con
menos superficie para la proyección que la puedas encontrar en muchos salones
magníficamente equipados-).
Grandma,
aunque presentada bajo la etiqueta de película pequeña y sin excesivas
pretensiones (una lástima que, acertando en el destierro de lo enfático, eliminando tentaciones grandilocuentes, Weitz
no resulte tan inspirado como en Antz (1998)
o Un niño grande (2002)), coloca de
nuevo a Tomlin en el foco que nunca debió haber perdido (aunque, las cosas como
son, ella parece poco interesada en conservarlo –pero que, al menos, el público
mayoritario se lo conceda-), adueñándose de cada fotograma, derrochando
carisma, buen rollo, una sorna inteligentemente administrada, dejando asomar
sin aspavientos ni trampas, sin necesidad de trucos un tanto sucios que
estrujan el corazón sin ambages ni comedimientos, los dolores, las derrotas
morales, las renuncias, lo que se ha perdido, los lastres que aún arrastra, erigiéndose en símbolo, en icono, en referente, pero sin caer en el discurso victimista, en lo rimbombante, ganando la causa por la veracidad que transpira, por la sencillez con que se expone, por lo que ya está sabido y no hace falta recalcar. La suya
es una de esas interpretaciones que eleva el tono, que da más contenido del que
el guión aporta, que se erige en auténtica columna vertebral porque confiere
entidad, imprime nervio, dota de aliento a lo que, desgraciadamente, no pasa de
ser una mera excusa para pasear a la actriz e irla enfrentando a diferentes
situaciones, usándola como hilo conductor para intentar esbozar un argumento
que, en realidad, no tiene desarrollo. Y aunque la película se ve con agrado e
interés, todo se lo inyecta una Tomlin poderosa, quien aguanta el envite gracias
a su dignidad y veteranía, echándose a los hombros el inane libreto que debe
defender, desplegando todos sus talentos para que las carencias se perciban lo
menos posible, consiguiendo que pasemos un buen rato, que soltemos sonoras carcajadas en algunos momentos, pero haciendo que nos
lamentemos porque el esfuerzo no se vea recompensado como merecería,
especialmente en lo que al guión se refiere, ya que en realidad lo cifra todo a
su irresistible protagonista y, de paso, en el camino desperdicia a una Marcia
Gay Harden que podría haber resultado tan legendaria como Tomlin si tuviese
algo más a lo que agarrarse (y para colmo termina convertida en un estereotipo un tanto ridículo y forzado), perdiendo el guionista (es en ese apartado en el
que Weitz falla, como director sabe mantenerse en su sitio, sin estorbar y al
servicio de la estrella, sin darse importancia ni pretender destacar a costa de
los demás) la oportunidad de regalar dos o tres secuencias de esas que, por sí
solas, servirían para resumir y justificar una trayectoria e, incluso, un Oscar
(premio que parece muy lejano, por no decir inalcanzable atendiendo a otras
actrices que suenan para el mismo, pero para el que Lily Tomlin hace más
méritos y demuestra más idoneidad que muchas que han sido galardonadas a lo
largo de la historia, no consintiendo que un material tan flojo cohíba o
refrene su electrizante carisma).
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