TÍTULO ORIGINAL: Fantastic
Beasts and Where to Find Them DIRECCIÓN: David Yates GUIÓN: J. K. Rowling
MÚSICA: James Newton Howard FOTOGRAFÍA: Philippe Rousselot MONTAJE: Mark Day
REPARTO: Eddie Redmayne, Katherine Waterston, Dan Fogler, Alison Sudol, Colin
Farrell, Carmen Ejogo, Samantha Morton, Ezra Miller, Ron Perlman, Jon Voight
Resulta inevitable hacer comparaciones
cuando nos enfrentamos a una película que toma como punto de partida una obra
literaria que conocemos, pero no deja de ser un debate un tanto huero puesto
que hablamos de dos disciplinas artísticas con códigos muy diferentes (por más
que no dejen de influenciarse mutuamente) y porque, al fin y al cabo, de una
novela (dejemos fuera en este caso el teatro, puesto que todo depende de qué
montaje concreto -o en plural- hemos visto o dejado de ver) hay tantas
posibilidades fílmicas como lectores, por muy preciso y prolijo que sea el
autor, por más que deje constancia del más mínimo detalle, en otras ocasiones
porque es necesariamente ambiguo para que la historia funcione, cada uno ha
imaginado unos personajes, los ha hecho moverse de cierta manera, ha pensado
(más o menos conscientemente) en el encuadre que más le satisfacía en cada
momento, ha ido cambiando la ubicación de la cámara a su conveniencia, ha
evocado imágenes que las palabras le inspiraban, ha aportado sus emociones
(sean del signo que sean) y las ha vinculado a lo narrado. Por otro lado, la
voz popular afirma con rotundidad (generalizando como suele) que nunca una
película iguala (no digamos supera) a la obra que la inspira -no deben haber
leído Psicosis de Robert Bloch o Los puentes de Madison County de Robert
James Waller, por poner un par de ejemplos-, obviando de un plumazo parte de la
historia del séptimo arte, puesto que ahí están Lo que el viento se llevó (1939), El Padrino (1972), El nombre
de la rosa (1986), Doctor Zhivago (1965),
Al este del edén (1955), Los santos inocentes (1984), Muerte en Venecia (1971), La colmena (1982), Las horas (2002), filmes que, teniendo en muchos casos una entidad
y autonomía propia (eliminando partes difícilmente traducibles a imágenes,
recortando por necesidades meramente temporales -o de presupuesto-, vertiendo a
imágenes sólo una parte de la obra original, reinventando la historia),
respetan la esencia de lo adaptado, el tono, se permiten mil y una licencias (también
hay adaptaciones enormemente fieles que incluso reproducen diálogos escritos
previamente) pero sin tergiversar ni alterar sensiblemente lo que el espectador
que primero ha sido lector conoce. El caso de la saga que tiene a Harry Potter
como protagonista fue especialmente lastimoso ya desde el primer título porque
no se tuvo en cuenta que en el momento de la adaptación de Harry Potter y la piedra filosofal existían tres volúmenes más y la
autora había anunciado que la serie constaría de un total de siete, historias
que se iban complicando y oscureciendo (y aún lo harían más) porque se dirigía
especialmente a lectores que tuviesen la edad de su personaje, once años cuando
todo comienza, lectores que celebraban cumpleaños e iban creciendo y madurando según
se sucedían los cursos en Hogwarts, historias que, aunque al principio eran más
o menos autoconclusivas (no así en los últimos tomos que se cerraban
abruptamente y con muchos puntos suspensivos que hacían la espera hasta la
siguiente publicación larga y angustiosa para los millones de seguidores en
todo el mundo), dejaban cabos sueltos y enigmas por resolver, cuentas
pendientes, preguntas en el aire, nadie puede negar que J. K. Rowling tenía muy
bien diseñado el conjunto y el modo en que las piezas debían ir encajando por
mucho que, obviamente, fuese añadiendo elementos, prescindiendo de otros, alterando
el plan original según lo desarrollaba, ampliando y ramificando el férreo
esquema seguido y que se hace patente una vez leída toda la serie, concepto que
no pareció tenerse claro a la hora de llevarla a la gran pantalla (tal vez
poniéndose la venda antes de la herida, temiéndose lo peor en lo que a recaudación
se refiere), tratando el primer filme como si no tuviese continuación (o, en
todo caso, no más allá de poder filmar más aventuras con los mismos
personajes), dejando de lado subtramas o personajes que iban a tener relevancia
posteriormente, infantilizando más de la cuenta, quedándose en la superficie,
llegando a extremos lastimosos según se avanzaba en la saga y los libros eran
más extensos, estaban mucho más elaborados, se complicaban argumental y estilísticamente,
transformando en espectáculo hueco y grandilocuente lo que negro sobre blanco
estaba repleto de emociones, matices, personalidades arrebatadoras, plenitud
creativa.
J. K. Rowling no participó en ninguno de los
guiones de la saga, aunque supervisó la elaboración de los mismos e incluso
desveló algunos secretos que aún no se conocían en los libros publicados a
Steve Kloves (que firmó los cuatro primeros libretos) o algunos de los actores
para ayudarles en sus interpretaciones; sorprende sobremanera que consintiese
que apenas quedase el esqueleto de su creación, que diese por buenas tantas
reducciones, eliminaciones, decisiones erróneas que han contribuido a que haya
espectadores que no se contagian de la efervescencia y adicción de tantísimos
lectores y hayan renunciado a leer el original (también se conocen casos de
lectores previos que disfrutan las películas, las cosas como son, circunstancia
que quien suscribe no termina de comprender). Ya sólo por eso fue una grata
noticia saber que la propia autora iba a debutar como guionista escribiendo una
historia perteneciente al universo Potter, ni precuela ni secuela, centrada en
la figura de Newt Scamander, autor de Animales
fantásticos y dónde encontrarlos, uno de los libros de texto utilizados en
Hogwarts para la formación de magos, título asimismo de la película que
empezaba a fraguarse en ese momento (que, según se anunció poco antes de su
estreno, es la primera de una serie de cinco). Y aunque detrás de la cámara
esté de nuevo David Yates (culpable de los cuatro filmes que cerraron la saga
Potter con estridencia, parafernalia, espasmos de cámara, épica hueca), el
resultado es muy estimulante porque Rowling se muestra fiel a sí misma y exhibe
su inagotable imaginación mientras dibuja con brío una serie de personajes que
conquistan al espectador, dando los trazos precisos para hacerlos
identificables y particulares, sin renunciar a los tonos sombríos cuando conviene,
ahondando en miedos y dolores reconocibles, consiguiendo una perfecta mixtura
entre lo mágico y lo mundano, imprimiendo emoción y aventura con facilidad pero
sin descuidar el contenido, haciendo que incluso lo más aparentemente
anecdótico cobre sentido y tenga un porqué, por más que Yates siga recurriendo
a la pirotecnia y cifrándolo todo a unos muy bien utilizados y a ratos sorprendentes
efectos especiales, mostrándose incapaz de aportar un ápice de frescura a lo
que, gracias a un guión que sabe dosificar y pisar el acelerador cuando
conviene, discurre ante nuestros ojos con velocidad, asombro permanente y
diversión implícita y explícita.
Eddie Redmayne es todo un acierto puesto que
le toca lidiar con un héroe al más puro estilo Rowling, un héroe a su pesar o
sin plena conciencia de ello (como lo es Harry Potter aunque Scamander sí
conoce y sabe utilizar sus poderes), pero despliega su impagable carisma para
que el personaje nos importe, nos interese, nos preocupe, esos ojos llenos de
vida y capaces de expresar emociones con apenas un guiño taladran al
espectador, consiguen su implicación, se lo ganan desde el primer momento,
aportan personalidad a un rol cuya mayor característica (y virtud) es la de no
tenerla o, cuando menos, muy desdibujada, ser el epicentro en torno al que gira
todo, propiciar el lucimiento y desarrollo de la espléndida plétora de
secundarios con que Rowling siempre nos obsequia y cautiva. Katherine Waterston
cumple el mismo cometido como protagonista femenina y también consigue superar
esta limitación para dar la réplica perfecta a Redmayne, mientras que Dan
Floger y Alison Sudol, juntos o por separado, sacan todo el partido a dos
personajes jugosos y divertidos, evitando la parodia y el ridículo, llegando
hasta el límite de lo caricaturesco pero sin sobrepasarlo; Ezra Miller sólo
puede dejar atisbos de su talento puesto que encarna un personaje que a buen
seguro eclosionará y mostrará todo su potencial en futuras entregas (ya es
mucho con que nos haga olvidar su paso por la aburrida adaptación de Madame Bovary que firmó Sophie Barthes
con la siempre inadecuada Mia Wasikowska), gusta ver a Samantha Morton, Ron
Perlman y Jon Voight (no tanto a Colin Farrell) y es casi imposible dejar de
relamerse con alguna de las sorpresas que el filme va dando y que nos hacen
albergar muchas esperanzas en esta saga, siempre que J. K. Rowling se encargue
de la escritura de los guiones (o, al menos, se implique verdaderamente, como
ha hecho en la obra de teatro Harry
Potter y el legado maldito con un libreto esplendoroso y plagado de sus
aliento, oficio y maestría).
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