TÍTULO ORIGINAL: The Butler DIRECCIÓN: Lee Daniels GUIÓN: Danny Strong
(basado en el artículo A Butler Well
Served by This Election de Wil Haygood) MÚSICA: Rodrigo Leáo FOTOGRAFÍA:
Andrew Dunn MONTAJE: Brian A. Kates, Joe Klotz REPARTO: Forest Whitaker, Oprah
Winfrey, David Oyelowo, Lenny Kravitz, Terrence Howard, Alan Rickman, John
Cusack, Jane Fonda
A pesar de las multiples decepciones que uno ha sufrido en su larga
trayectoria como espectador, no puede evitar sentir un cosquilleo muy especial,
un aceleramiento en el pulso, cuando se anuncia una película con un reparto de
campanillas, con unos cuantos nombres que invitan a soñar (incluso cuando
algunos de los convocados no sean de los favoritos); es cierto que, en la
mayoría de las ocasiones, casi ninguno de ellos tiene un personaje digno de ser
llamado así, que son apariciones muy breves, que hay que estar ojo avizor para
que no se escape nadie, que el guión casi nunca responde a las expectativas,
que la excusa que propicia esa reunión es mínima, pero debe ser una
reminiscencia de aquellos años en que consumía cine compulsivamente (en
realidad, el ritmo no ha menguado, todo lo contrario) y topaba con títulos como
El coloso en llamas (1974) o Asesinato en el Orient Express (1974),
que, de alguna manera, eran un curso acelerado para conocer los astros de
Hollywood (y de otras nacionalidades). Por ese motivo, resultaba imposible
resistirse al anuncio de que en el mismo filme coincidían Forest Whitaker,
Oprah Winfrey, John Cusack, Jane Fonda, Terrence Howard, James Marsden, Vanessa
Redgrave, Robin Wiliams, Alan Rickman, Liev Schreiber y algunos más; el interés
aumentaba cuando se iban conociendo algunos aspectos de la historia real que
inspiraba el guión, pero el ensueño empezaba a trocar en pesadilla al conocer
que el encargado de llevarla a la pantalla, el director elegido era Lee
Daniels.
Realizador de prestigio obtenido a costa de transformar excelentes
novelas en un alarde de encuadres imposibles, ralentizaciones innecesarias,
abigarramiento exagerado, rimbombancia estética que dejaba a las claras una
clamorosa falta de estilo e instinto cinematográfico, perpetrador de dos de las
cintas más desagradables de mirar de los últimos años –Precious (2009) y El chico
del periódico (2012)-, Lee Daniels resultaba una de las peores elecciones
para dirigir una película que, necesariamente, tenía que poseer un aliento
clásico, no salirse de lo establecido, caminar por unas pautas reñidas con
cualquier tentación de estrambótica modernidad, de ese complejo que tanto
abunda entre la nueva hornada de cineastas (aunque algunos no demuestran
merecer ese nombre, precisamente por ese afán en retorcer lo lógico); y, sin
embargo, sin llegar a lo logrado por Steve McQueen en Doce años de esclavitud (2013) –tiempo habrá para abundar en uno de
los títulos más estimulantes y estremecedores del año-, Daniels ha sabido
aparcar toda su fatuidad, su empeño por estar presente en cada plano, su
sobrecarga de intenciones, para ponerse al servicio de lo narrado, para confiar
en el material entregado y en los actores elegidos y ofrecer un producto bien
acabado, interesante en sus planteamientos, un tanto errático en su desarrollo,
pero que consigue mantener el interés durante su extenso metraje.
Hubiesen hecho falta la inspiración y el talento de Peter Morgan en The Audience, su último éxito teatral,
para dar a cada personaje histórico la misma importancia, la misma posibilidad
de lucimiento, el acierto para elegir el momento, la fotografía, lo que se
narra de cada uno, para dar aliento al guión y que no quedase reducido a unas
cuantas secuencias enhebradas con más o menos pericia, reduciendo muchos
personajes a la mínima expresión, confiando en el conocimiento de los
espectadores para rellenar todos los huecos. Y es que gustaría ver más en
pantalla a los enormes Alan Rickman y Jane Fonda que reviven a los Reagan con
inteligencia y mordacidad, sin ningún tono paródico y con altas dosis de
vitriolo (y al mismo tiempo con verosimilitud y tacto) o que la fantástica
encarnación de Nixon a cargo de John Cusack tuviese un mejor lucimiento o que
James Marsden pudiese demostrar su oficio y carisma dando algo más de entidad a
Kennedy; aun así, es un placer contemplar a estos y otros grandes actores
dejando claro que la escasa extensión del papel no impide que destilen algunas
gotas de su inmenso arte. Pero la columna vertebral de la película es,
necesariamente, la casi constante presencia del enorme Forest Whitaker, quien
de nuevo hace patente su categoría, su enormidad interpretativa, su facilidad
para hacer creíble cualquier emoción, su economía de recursos, su ductilidad
para vivir las diferentes edades de su rol; del mismo modo, junto a él, la
espléndida Oprah Winfrey (añorada y admirada como actriz desde que El color púrpura (1985) le permitiese
graduarse con todos los honores), a pesar de que su personaje está sólo
utilizado como soporte, de que no extraen todas las esencias que atesora,
aprovecha cualquier oportunidad para grabarse indeleblemente en la mente del
espectador, alternando tonos, jugando con la voz, haciendo comprensible una
personalidad muy compleja y con múltiples facetas.
El necesario activismo que recorre el filme carga demasiado las tintas
en el hijo de la pareja (interpretado por un meritorio David Oyelowo) y deja de
lado lo que sería un aporte interesante: cómo vivía esos acontecimientos el rol
de Whitaker desde la Casa Blanca y cómo afectaron a los diferentes gobiernos.
No obstante, puesto que han sabido convertir su Historia en algo muy conocido e
interesante (ejemplo que debería tomarse en otras filmografías), es fácil para
el espectador situarse en el momento concreto y extraer conclusiones. Su tono
amable la hace cercana y, aunque al mismo tiempo provoca que pierda fuste,
perspectiva y crítica, constituye un curioso acercamiento a hechos no por
sabidos totalmente analizados (y es una felicidad que Lee Daniels se limite a
narrar, a filmar, a exponer, sin andarse por las ramas o tomar la deriva que
sus títulos anteriores hacían temer e incluso querer evitar).
La veremos pues....
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