Gracias a que Pablo y yo hemos
querido homenajear a Marilyn Monroe el día de su muerte (puede leerse el
artículo en http://www.digital-magazine.org/fuego-y-escarcha-resplandenciente/),
caigo en la cuenta de que no he dedicado espacio en este blog a uno de mis
ídolos casi fundacionales, la primera estrella a la que me rendí casi antes de
saber quién era gracias a un ciclo en el entonces llamado UHF, la segunda
cadena, casi toda su filmografía anunciada a bombo y platillo, un menú que se
iniciaba con Eva al desnudo (1950) y
terminaba con Vidas rebeldes (1961),
una mezcla fascinante para el incipiente cinéfilo, acceso directo a la cultura
(¡Ay, cómo hemos cambiado!) sólo con encender el televisor; y puesto que Pablo
me ha hecho rescatar de un cajón un trabajo que escribí en la Facultad (para
una asignatura, Teoría de la Información, que no me digan ustedes sobre qué
versaba, pero tuve la fortuna de caer en las lecciones que impartía Javier
Davara –el que llegó a ser Decano, no confundir con su hijo, bastante peor
docente que el padre-, quien se preocupaba muy poco de un programa abstruso y
optaba por estimular nuestras inquietudes, motivarnos para que investigásemos,
leyésemos, nos preguntásemos, despejarnos el horizonte, ponernos en
movimiento), trabajo al que titulé La
vigencia de tres mitos: Monroe, Bogart y Brando y para el que utilicé una
profusa bibliografía, trabajo que consideré corto (había otras materias que
estudiar y a las que atender, el propio Davara nos dijo que no excediese las
40-50 páginas, notas y referencias documentales incluidas -37 tan sólo utilicé
yo-), pero que el profesor, uno de esos que puedo llamar maestro con todas las
letras, me indicó que ya lo ampliaría y haría más extenso, “tienes mucho tiempo”,
ya que lo he releído y puesto al día en mi ánimo, nada mejor que sacarlo a la
luz. No he seguido al pie de la letra el consejo/pronóstico de mi profesor,
pero el desempeño de mi oficio, sobre todo desde el bendito momento en que
coincidí con Pablo y éste me hizo recuperar mi vena literaria, ha propiciado
que, de una manera u otra, de muchas, haya seguido escribiendo capítulos sobre
una de mis pasiones, el cine, bien negro sobre blanco, bien a través de las
ondas o del medio en que descubrí a Marilyn y otras miles de razones por las
que amar el cine, latiendo a su ritmo, rompiendo la pantalla para habitar en un
mundo de celuloide; y vuelvo a mí mismo, sin corregir, sin adulterar, tal y
como era, sentía, pensaba, admiraba en mayo de 1992 (me asombra lo claras que tenía
algunas cosas, me da un poco de vergüenza mi estilo ramplón a ratos, no tan
elaborado ni matizado como el de ahora, menos personal y trabajado, pero con
destellos del que ahora soy –eso sí, ni en el mejor de los sueños podía
imaginar que encontraría el cómplice perfecto, el apoyo necesario, el compañero
perfecto para desarrollarme como autor, como investigador, como lector, como
persona-), reproduciendo parte del capítulo que dediqué a Marilyn (titulado
como el presente texto) en ese somero estudio (que me valió una Matrícula de
Honor, todo hay que decirlo, ¿Por qué pecar de falsa modestia?) sobre el modo
en que los mitos perviven y se van transmitiendo de generación en generación.
“Tenía una luminosidad especial,
una mezcla de melancolía, resplandor y anhelo, que la apartaba de los demás, y
que sin embargo hacía que todos desearan ser parte de ella” (Lee Strasberg)
Es muy posible que nadie sea capaz de explicar las causas de que esta
señorita, nacida Norma Jeane, se haya convertido en el mito por excelencia del
siglo XX. Es fácil encontrar camisetas, carpetas, habitaciones de jóvenes
decoradas con su efigie; es punto de referencia cuando se habla de una década
también mítica (los sesenta); sus películas se reponen en televisión y alcanzan
audiencias muy altas. ¿Cuál fue su secreto?, ¿por qué los que no la conocimos
nos sentimos tan cautivados por ella?, ¿por qué los que fueron sus contemporáneos
no la olvidan?, ¿por qué aparecen cada poco tiempo imitadoras de su inimitable
estilo?
Si los mitos tienen algo de sagrado y, por lo tanto, de misterio, de
oscuridad, aquí estamos ante uno de los más grandes: casi todo en Marilyn
Monroe son suposiciones, desde el nombre de su padre hasta las causas de su
muerte. Pero de lo que no cabe duda es que, precisamente esa falta de certeza,
ha contribuido muchísimo a que esta actriz sea hoy lo que es. Intentemos conocerla
un poco más.
“Hoy, Marilyn es un mito. Más que
una estrella es ídolo, símbolo y objeto de consumo. Su culto, porque existe un
culto en derredor suyo, crece cada día. Su moda se mantiene, su secreto no hace
más que crecer. Misteriosa, bella, inaccesible, sensual, sugerente, ingenua,
púdica, provocativa, infantil, perdida en la noche, como su madre, como su
abuela. Objeto de culto a pesar suyo, diosa sin pedestal ni ofrendas, que se ofrece
en calendarios y tarjetas postales a sus adoradores. Su vida fue un largo
camino hacia la noche donde, como en los largos pasadizos lóbregos de la mansión
Usher, aún se agazapan los secretos y las sorpresas en cada recoveco, allí
donde nunca llegó la luz, en el imperio de las tinieblas” (Terence
Pettigrew)
La infancia de la futura estrella fue un periodo que nunca olvidaría:
diez familias adoptivas, dos años en el orfanato de Los Ángeles, un nuevo hogar
y cuatro años con la persona que eligieron las autoridades del condado para que
se hiciera cargo de ella. Su madre pasó largas temporadas ingresada en un
manicomio; nadie sabe quién fue su padre.
A partir de aquí, podemos estar seguros de conocer a la estrella pero,
¿quién era la persona que vivía en el interior del cuerpo más famoso del mundo?
Marilyn siempre mezcló fantasías con hechos reales a la hora de hablar de su
vida privada y no siempre podemos tener la certeza de cuáles de sus
declaraciones son verdad y cuáles no lo son. En 1954, ella misma reconocía sus
dicotomías entre la persona y la estrella, aparecidas nada más instalarse en
Hollywood: “Este es el fin de mi historia de Norma Jeane… Me trasladé a una
habitación de Hollywood para vivir por mi cuenta. Quería descubrir quién era
yo. Nada más haber escrito “este el fin de Norma Jeane” me puse colorada como
si me hubieran pescado en una mentira, porque esta niña triste, amargada, que
creció demasiado deprisa, no está casi nunca fuera de mi corazón. Rodeada de
éxito por todas partes, todavía puedo ver sus ojos asustados mirando a través
de los míos. Sigue diciendo: “No viví nunca, nunca me han querido”, y muchas
veces me siento confusa y pienso que soy yo la que está diciendo”.
Tal vez esa fragilidad sea uno de los elementos principales que han
convertido a Marilyn en lo que es: sus admiradores la quieren, la adoran, la
idolatran, pero, además, parecen querer protegerla, abrazarla, salvarla de
cualquier peligro; sus miedos y angustias aparecen en pantalla, tan sólo
agazapados tras su esplendorosa sonrisa.
“El doctor Greenson fue el único
de los psiquiatras de Marilyn cuyas opiniones se hayan conservado en parte. En la
correspondencia que mantuvo con un colega (…) expresaba su preocupación por la “tendencia a reacciones paranoicas” de
Marilyn. Al principio, pensó que más bien que esquizofrénicas, sus tendencias
paranoicas era “más masoquistas, y una manifestación de los rechazos de la niña
huérfana… La tendencia a graves reacciones depresivas y las defensas
instintivas contra eso me parecen lo más importante. Al final, después de la
muerte de Marilyn, Greenson la describía como una mujer “con unas estructuras
psíquicas extremadamente débiles…, debilidad del yo y ciertas manifestaciones
psicopáticas, incluidas las de la esquizofrenia”” (Anthony Summers)
Es triste descubrir todo esto de alguien a quien tienes sobre un
pedestal, pero no podemos olvidar lo que vimos en el primer capítulo: según
Mircea Eliade, los mitos no son seres humanos. Obviamente, se refiere a los
mitos clásicos (de Ifigenia a Ícaro); él mismo, también lo hemos visto, cuenta
que el hombre actual ha sufrido un importante proceso de desacralización y,
aunque continúe necesitando y por lo tanto creando mitos, ya no son algo
sagrado (no desde el punto de vista religioso cuando menos).
Al fin y al cabo, el objetivo principal de este trabajo es acercarnos
más a la verdad escondida tras la fachada mítica de tres personajes concretos:
primero, para conocerlos mejor; segundo, para no perder la perspectiva (son
personas); y tercero, para adorarlos aún más. En concreto, Marilyn es la que
mejor sirve para este último propósito: todo le falló y la vida hizo de ella
una marioneta que raras veces encontró cuerdas fuertes a las que atarse; la
hicieron inconstante, difícil, frágil, tonta (nunca supo emplear la
inteligencia que, a juicio de muchos de los que la conocieron, tenía) y por
todo ello la perdimos. Al menos, su recuerdo nos queda, nadie puede acabar con
Marilyn Monroe y, puesto que todo formó el mito, recordemos algunos de sus
momentos de esplendor.
(…) Tras abrir el reparto de Niágara,
demuestra sus capacidades canoras en Los
caballeros las prefieren rubias –en contra de lo que algunos magnates de la
Fox creían- y hace una estupenda creación al interpretar Diamonds are a girl´s best friend. Después llega una de sus
comedias más celebradas, donde encarna a una rubia tonta y miope, ingenua y no
consciente de su atractivo sexual, el papel que bordará y al que se asocia su
imagen, el rol que repetirá en varias ocasiones: Cómo casarse con un millonario. (…)
En 1955 se traslada a Nueva York para rodar La tentación vive arriba a las órdenes de Billy Wilder, “hito
culminante en su deificación”. La famosa imagen en que la ventilación del metro
levanta las faldas de la actriz es, posiblemente, el momento en que, sin
posible remisión, Marilyn era Marilyn para siempre jamás.
En 1956 tiene lugar, sin duda, la mejor interpretación de la actriz: Bus Stop. Fue su actuación más madura,
pudo demostrar que la comedia no tenía secretos para ella y que podía enfrentarse
al drama sin ningún miedo. (…)
Sus relaciones peligrosas con los hermanos Kennedy cimentaron aún más el
mito y su extraña y aún misteriosa muerte hizo todo lo demás. Pero aquí no nos
interesa eso (sí el hecho de que la mataron, de que nos la arrebataron), sino
que su imagen y su recuerdo siguen frescos en la mente de casi todo el mundo. (…)
Nadie podrá negar que marcó un hito y que, como decíamos al principio, aunque
no tenga una explicación convincente para ello, Marilyn Monroe fue inigualable
y logró estar más viva que nunca a los treinta años de su muerte.
“Estaba dotada de una arrolladora
fotogenia, de un físico único y fascinante. No hay nada más patético y barato
que una imitadora de Marilyn. Nadie puede copiar su estilo y nadie, salvo Kim
Novak, que jamás la imitó, pudo ocupar dignamente su lugar. Ninguna rubia
vestida de rojo y encaramada en unos altísimos tacones podrá jamás sustituir a
Marilyn en un hipotético remake de “Niágara”. Ni tampoco habrá nadie que cante
como ella “Los diamantes son los mejores amigos de una chica” (Silvia
Llopis)
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