Es difícil resumir un año cinematográfico
en unos pocos títulos, pero conviene hacer el ejercicio ya que, de ese modo,
uno toma verdadero partido, se ve obligado, digámoslo así, a cortarse dedos que
le duelen (aunque, por desgracia, no abunden esos títulos que se convierten en
imprescindibles desde el primer momento, esos que ya nos van a acompañar
siempre), confirma si las primeras impresiones sentidas se sostienen un tiempo
después, y en el caso de lo que le parece olvidable comprueba que hay cosas que
dejan su huella nefasta y casi indeleble y que, precisamente por ello, merecen
ser destacadas para ser sometidas, al menos, al escarnio de un sufrido
espectador, éste que suscribe. Es, por supuesto, una visión parcial,
particular, sesgada, propia, pero al menos se intenta argumentar, se mantiene,
se explica, no como la de tantos absurdos que se mueven cual veleta y sólo
pretenden hacer amigos (llamando así a los que, como mucho, siguen en Twitter o
saludan en algún preestreno o rueda de prensa), esos que sólo entienden la
crítica como manera de medrar en no se sabe qué terreno, esos de los que no
puedes fiarte jamás, esos que dicen una cosa al terminar la proyección pero
luego escriben/hacen pública otra radicalmente distinta, esos que dictaminan
como si no existiese la hemeroteca (o el historial de las redes sociales); uno
prefiere ser leal consigo mismo y, sobre todo, con aquellos que tienen la
deferencia de otorgarle su fidelidad (incluso para opinar lo contrario, pero
manteniendo la adecuada y deseada dialéctica, las ganas por seguir amando el
cine).
PELÍCULAS
ESPAÑOLAS E HISPANOAMERICANAS DESTACABLES:
-CARMINA Y AMÉN:
Paco León se consagra como cineasta con una
cinta que abunda y amplifica los méritos y hallazgos de su ópera prima, con un
guión sutil que va variando el tono imperceptiblemente pero sin remisión,
jugando sus bazas con enorme honestidad, encajando las piezas con maestría. Carmina
Barrios es una fuerza de la naturaleza que demuestra tener más cualidades
interpretativas de las que algunos pronosticaron o minusvaloraron, María León
tiene un decir difícilmente imitable, Yolanda Ramos deja clara su categoría
cómica logrando una secuencia antológica desde el mismo momento de su concepción
y el elenco de secundarios (haciendo hincapié en el femenino porque es el
universo que explora/muestra/quiere el director) confirma que Paco León tiene
muy buen ojo y mejor mano para extraer lo mejor de cada uno de ellos (ellas,
especialmente ellas).
-LA ISLA MÍNIMA:
Aunque enfrentada a True Detective (por culpa de ellos mismos, por algunas cosas que se
dijeron desde la producción, porque el propio director empezó a
disculparse/distanciarse antes del estreno, por esa estúpida –pero creíble-
anécdota que retrata a un Raúl Arévalo llegando un día al rodaje con fotografías
de la todavía inédita serie de la HBO y clamando “¡Nos han copiado!” –muy creíble,
repito, por el tono fatuo y sobrado del actor-), aunque los parecidos acaban en
el minuto dos (y en una tradición en la que ambas se inscriben y que ninguna
niega –aunque los complejos pudieron en el caso español y, al final, hubo
muchos que vieron la película condicionados por la justificación no pedida de “nosotros
ya estábamos rodando y, además, la idea es muy anterior”-), La isla mínima es una película sólida
que se sostiene por sí misma y que sorprende por su buen gusto formal, por el
cuidado con que está rodada (aunque, ya que ellos sacaron el tema, no se puede
obviar que, aunque la serie en su conjunto no resulte tan esplendorosa como la
mayoría ha aplaudido, la dirección de Cary Fukunaga en True Detective es una de las más apabullantes, portentosas y
emocionantes vistas en los últimos cinco años y, sin paliativos, la más
prodigiosa contemplada en 2014 en cualquier pantalla y/o formato), por el salto
cualitativo que supone en la filmografía de Alberto Rodríguez, autor de filmes
caóticos recubiertos con la pátina de “visión de autor”, remedos muy por debajo
de la media de cintas de acción hollywoodienses. Una historia bien contada, con
una atmósfera opresiva y a ratos irrespirable, con el tono y el ritmo preciso,
que sólo hace aguas en el apartado interpretativo, base fundamental porque,
como todos los grandes policiacos, como el género negro que sigue arrasando en
ventas, importan tanto o más sus circunstancias, sus implicaciones, sus
secretos, su pasado, el contexto social y geográfico en que se mueven que la
propia investigación en sí: Raúl Arévalo vuelve a hacer gala de esa intensidad
forzada que le caracteriza, lastrando y desequilibrando el tono contenido de un
Javier Gutiérrez muy en la línea (él mismo lo ha declarado sin dolerle prendas)
de un José Luis López Vázquez o del Alfredo Landa de El crack (1981); Antonio de la Torre (por fortuna no sale
demasiado) vuelve a emplear los truquitos que le han otorgado prestigio y
categoría de gran actor pero es barrido de pantalla por la fuerza de una
apabullante Nerea Barros, quien merecería más tiempo (el propio personaje lo
demanda), a la que le bastan dos miradas y su mera presencia para grabarse a
fuego en la retina del espectador.
-RELATOS SALVAJES:
Con la inevitable irregularidad de una
película de episodios (en la que, sobre todo, falla el orden de los mismos,
provocando más arritmias de las que serían perceptibles de estar colocados de
otra manera), estos Relatos salvajes de
Damián Szifrón suponen un huracán de aire fresco, una sátira despiadada y
descarnada pero lapidariamente verosímil de la sociedad de cualquier país que
se considere civilizado, un esperpento deformante que, al modo de Valle-Inclán,
expone sin pudor nuestra miseria moral y lo mucho que esa gente obediente hasta
en la cama que cantaba Jarcha aguanta, se reprime, no cae en la provocación
(porque se sufren muchas a diario por parte de instituciones, organismos
oficiales, políticos, potentados, vecinos, los que se llaman amigos, parientes,
amantes). Sólo por su prólogo o por la cocinera a la que da vida una inmensa
Rita Cortese merecería la pena recordarla pero, además, nos ofrece el mejor
Ricardo Darín jamás soñado quien, encarnando a Bombita (por derecho propio, un hito, un personaje para la Historia),
olvida sus tics o eso que algunos han dado en llamar “sentimentalidad” para
despertar, progresivamente, incomprensión, fastidio, simpatía, empatía, aplauso
enfervorecido.
-UNA MERIENDA EN GINEBRA:
Rodada para TV3 y emitida en 2013, este año tuve ocasión de ver esta
estupenda película de Ventura Pons con una prodigiosa Vicky Peña recreando a la
maravillosa escritora Mercè Rodoreda y no me resisto a incluirla en este
resumen para, como ya se hizo en su momento, animar a cualquiera que tenga
acceso a ella a dejarse envolver por las palabras, por la personalidad de una
autora a la que hay regresar las veces que sea necesario, al modo sencillo en
que el cineasta explica su figura, su literatura, su vida, huyendo de cualquier
pedantería o hermetismo, transmitiendo el amor por la letra impresa, la
necesidad de abrir un libro sin didactismos ni reduccionismos.
PELÍCULAS
ESPAÑOLAS E HISPANOAMERICANAS OLVIDABLES:
-OPEN WINDOWS:
Nacho Vigalondo tiene que dejar su huella en
cada fotograma que filma, pone el aparataje por encima de la historia, y en
esta ocasión riza el rizo porque construye la película a través de una pantalla
de ordenador en la que se van abriendo diferentes ventas, dificultando la mera
lectura visual al espectador que no domine ese lenguaje, hastiando el ojo en el
minuto cuatro, fascinado por lo que le parece ingenioso, sin preocuparse de la
tensión, el misterio, la angustia que se supone quiere narrar y usar como base
primordial de la cinta. No cabe duda que a Elijah Wood debió gustarle el guión
(aunque considerar tal a lo que vemos traducido a imágenes), pero tal vez sería
aún peor preguntarle por qué, ya que igual se pone a explicarlo.
-LA HERMANDAD:
Nunca he ocultado mi predilección por El orfanato (2007), nunca he dudado de lo que me parecieron
excelencias en su primer visionado, las que se han refrendado y reforzado con
otro posterior, el modo en que supo beber de diversas fuentes y darles un aire
personal, la escalofriante interpretación de Belén Rueda como columna vertebral
de un filme perturbador y envolvente, y aún me reafirmo más cuando compruebo
cómo, negándole el pan y la sal, se la copia, plagia, utiliza como base, se
toma como modelo para entregar una película torpe, sin brío, facilona y
previsible y, para colmo, con una Lydia Bosch a la que no necesitábamos
recuperar.
-MAGICAL GIRL:
Una Concha de Oro que, a buen seguro,
dormirá el sueño de los justos dentro de poco (todo dependerá de lo que suceda
con las nominaciones a los Goya –y con la entrega de premios), una de esas
cintas que reclama ser considerada “cine de autor” desde el primer plano para
situarse en una categoría inaccesible y, así, tener diseñada su defensa (basada
en considerar inferior, no preparado, carpetovetónico y algunas lindezas más al
que osa señalar al emperador desnudo). Un supuesto descenso a los infiernos que
resulta frío, desangelado, alambicado y que no posee ni un ápice de fuerza,
descontrol, furia, provocación ni osadía, una sinfonía monótona que sólo un
entregado José Sacristán consigue dotar de veracidad e intención.
-OCHO APELLIDOS VASCOS:
Un éxito de taquilla insospechado (en
realidad, un fenómeno, eso es lo que nadie podía prever ni en el mejor de los
sueños de sus artífices), una comedia que se limita a estirar unos cuantos
tópicos y chistes manidos hasta la saciedad, imitando mal películas honestas y
facilonas que tantos vejan y califican peyorativamente como “españoladas”, una
cinta sustentada en un Dani Rovira que hace de Dani Rovira (fuerza y exagera el
acento andaluz como máxima expresión de su comicidad, resultando el mismo en
monólogos, series e incluso anuncios de televisión), una mera diversión que
podría resultar simpática si no fuese tan plana, tan sosa, tan inane.
-LA VIDA INESPERADA:
Un buen ejemplo de lo que es una película
átona, que termina igual que empieza, que chirría en el minuto tres en su
supuesta verdad, que es falsa porque se basa en estereotipos, en esquemas, que
tiene todos los defectos en que cae Elvira Lindo cuando escribe para adultos y
pierde la gracia y la acidez que caracterizan su gran creación de Manolito
Gafotas, absolutamente impersonal, sin emoción ni gracia, lastrada además por
un doblaje que ha uniformizado voces y tonos (más terrorífico que el utilizado
en la década de los 70 cuando Nadiuska parecía a punto de recitar a Lope de
Vega y todas las muchachas que lucían palmito hablaban igual), cuando los
personajes, necesariamente, deben hablar idiomas diferentes. Raúl Arévalo, como
ya se dijo antes, enerva más en su energía reprimida que cuando se desata y
Javier Cámara poco puede hacer con un rol en el que se esfuerza lo justo
(¡Gracias, Gloria Muñoz, por existir!).
PELÍCULAS
EXTRANJERAS DESTACABLES:
-PHILOMENA:
Stephen Frears hace una denuncia atroz, no
se reprime, pero desde la elegancia y exquisitez, desde la invisibilidad,
confiando en el magnífico libreto de Steve Coogan (también espléndido como actor,
sosteniendo y apuntalando la creación de su compañera) y Jeff Pope, prodigio de
sensibilidad y equilibrio, ejemplo de concisión, un alegato en primera persona
que respeta la personalidad de su protagonista, a la que da vida una Judi Dench
que vuelve a dejar pequeño cualquier adjetivo elogioso. Otra muestra de por qué
la cinematografía británica (no importa el tamaño de la pantalla) sigue en lo
más alto de la consideración del público y de la crítica que no tiene en cuenta
nacionalidades para escribir antes de ver (ni después, que algunos pregonan lo
contrario de que luego queda delatado en sus parrafadas).
-NEBRASKA:
Un auténtico regalo de Alexander Payne, una
cinta oxigenante, una ficción que parece un documental (o viceversa, nunca se
sabe) que fluye, que acuna la retina, una absoluta belleza, un regocijo, un
guión de Bob Nelson que parece no existir porque (aquí sí) es la vida la que
pasa antes nuestros ojos, un Bruce Dern que nos conmueve, un Will Forte que
quita el hipo (la generosidad hecha actor en uno de esos roles desagradecidos
en los que nadie se fija a la hora de dar premios), una June Squibb inolvidable
que no importa si no vuelve a rodar nunca más (aunque sí lo ha hecho) porque su
nombre quedará en la Historia del Cine pasen los siglos que pasen.
-HER:
Spike Jonze se olvidó de sí mismo, se puso
al servicio de la historia, y con una dirección artística abracadabrante como
máximo acierto, consiguió una película emocionante, a ratos dolorosa, en otros
insoportablemente veraz, pero sin desbarrar, sin perder la mesura, trabajando
lo subterráneo, sugiriendo y dando a entender. Joaquin Phoenix se despoja de su
tendencia a la sobreactuación, de su querencia a dejarse llevar por lo
esforzado, a dejar ver el truco, para estremecer con un mero movimiento de la comisura
de los labios, para interpretar lacónicamente pero transmitir emociones hasta
con el blanco de los ojos.
-DOS DÍAS, UNA NOCHE:
Los hermanos Dardenne logran la fusión perfecta entre su estilo
pseudodocumental, cámara en hombro, fagocitando a los actores, agobiándolos,
haciendo notar su presencia, y la intencionalidad crítica y política de lo que
quieren contar. Una cinta asfixiante, que hurga en las entrañas, que mete los
dedos en la herida y escarba, que aborda el problema laboral desde todos los
ángulos posibles y consiente que las diferentes posturas expongan sus razones,
que rehúye los maniqueísmos, que habla a los espectadores sin paños calientes,
una película que se vive y se sufre porque Marion Cotillard está en pantalla y
su mirada, sus hombros, sus piernas, su respiración arrastran la condena de la
humillación, la cruel ceremonia de sentir que pide limosna, la atalaya desde la
que la miran los que podrían regalar su misericordia (y de este modo quieren
que se reciba), la situación de penuria que comparte con sus iguales.
-AL ENCUENTRO DE MR. BANKS:
Un deleite para cualquiera que ame Mary Poppins (la película de Disney, esa
por la que estuvo peleando veinte años, de eso es de lo que se habla aquí), el
regreso de la estimulante Emma Thompson a la liga de las grandes que nunca
debió abandonar (aunque los que votan en los Oscar no se dieron por enterados),
un Tom Hanks como pocas veces hemos visto (tal vez por eso tampoco fue
candidato), una de esas cintas que han de ser calificadas como “de siempre”, “de
toda la vida”, dicho con la boca muy ancha y con gran admiración.
PELÍCULAS
EXTRANJERAS OLVIDABLES:
-CUANDO TODO ESTÁ PERDIDO:
¿Éste era el gran regreso de Robert Redford
a la interpretación? Y no es que el hombre no se esfuerce pero, pobre mío, no
merece la pena: una cinta muy fea (en el peor sentido: en el de filmada de
cualquier manera, justificándolo todo en aras de la verosimilitud), aburrida,
da igual que no se conozca El viejo y el
mar para bostezar sin recato (pero si se conoce, aún peor).
-9 MESES… DE CONDENA:
Un canto a la mueca, a la estridencia, a lo
grotesco, lo peor de la comedia francesa reunido en una sola película, una
absoluta sandez que convierte a los filmes de Louis de Funes en juguetes
cómicos brillantes, un estupor al pensar que obtuvo el Cesar al mejor guión
original y que la crispante Sandrine Kiberlain (en un registro al más puro
estilo Kristen Wiig) arrebató el premio a Fanny Ardant, Bérénice Bejo,
Emmanuelle Seigner y Catherine Deneuve.
-EN UN LUGAR SIN LEY:
Puede que haga tiempo que Terrence Malick ha
perdido el norte, pero eso no da carta blanca a nadie para plagiar su
fantástica ópera prima –Malas tierras (1973)-
y para colmo hacerlo sin ni un atisbo de su exquisitez, su riqueza visual, su
manera de integrar los paisajes como un personaje más. Tampoco es fácil seguir
el ritmo de Arthur Penn en su Bonnie and
Clyde (1967), pero menos aún si piensas que Casey Affleck y Rooney Mara
pueden cubrir las ausencias de Warren Beatty y Faye Dunaway.
-DOS MADRES PERFECTAS:
Cómo destrozar un relato de la nunca suficientemente alabada Doris
Lessing y quedarse tan panchos, cómo filmar una cinta pseudoerótica y resultar
burda (¡Ay, esa Anne Fontaine!), provocar vergüenza ajena, incomodar porque ni
el erotismo barato de algunas producciones para consumo rápido son tan
patéticas, cómo desperdiciar el talento de dos actrices maravillosas como Naomi
Watts y Robin Wright (quien ha tenido uno de sus años más catastróficos –aunque
no levanta cabeza y sigue sin encontrar vehículos adecuados- al protagonizar
ese otro engendro titulado El congreso,
esa película que empieza de buena manera hasta que Ari Folman se aburre y
empieza a experimentar y a repetirse-).
-BIG EYES:
Tim Burton elige un drama para tratarlo casi
como una comedia, dirige con desgana, sin implicarse, deja a la pobre Amy Adams
(que hace todo lo que puede por insuflar verdad, que a pesar de lo que le rodea
consigue algunos momentos a la altura de su grandeza interpretativa) al
servicio de un desmedido Christoph Waltz, quien transforma al villano en una
caricatura, diríase que está en una de Tarantino, gracias al cual ha ganado dos
Oscar por hacer prácticamente lo mismo, con la salvedad de que en Malditos bastardos (2009) graduaba,
sorprendía, creaba un personaje con tonos, luces y sombras, y en Django desencadenado (2012) repetía lo
mismo sin saber pisar el freno, aunque lo de Big Eyes es, directamente, para reservarle el Razzie al peor actor
no sólo de este año sino de muchas ediciones: su sonrisita no tiene nada (y
debería) de meliflua, de encantador de serpientes, de seductor, de embaucador,
porque es una mueca forzada que dice a las claras “hola, soy muy malo, pero
mucho, mucho, pero nadie se da cuenta” (y de la parte del juicio, mejor no
hablar). Una historia real apasionante y con muchos tintes sombríos y perversos
queda reducida a una parodia sin sentido ni recato.
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