TÍTULO ORIGINAL: Hearat Shulayim
DIRECCIÓN: Joseph Cedar GUIÓN: Joseph Cedar MÚSICA: Amit Poznansky FOTOGRAFÍA:
Yaron Scharf MONTAJE: Einat Glaser Zarhin REPARTO: Shlomo Bar Aba, Lior
Ashkenazi, Aliza Rosen, Alma Zack, Mica Lewensohn, Nevo Kimchi
Como tantas veces se dice y los hechos (y el arte) demuestran (se quiera
lo que se quiera, guste o no, se vea o prefiera ignorarse), hay unos
sentimientos universales que nos igualan, unos instintos que nos vienen de
fábrica, unos anhelos, pulsiones, motivaciones similares aunque con el tiempo y
la edad cada uno se deje seducir, explore, siga el camino que más conveniente
crea o que sus circunstancias concretas le permitan (u obliguen); por supuesto,
no puede perderse de vista que el lugar de nacimiento, la educación, la
sociedad, la religión, la familia, todo influye, cambia, matiza, condiciona
cómo es el desarrollo de cada quien, pero, volviendo al principio, hay un a
modo de esquema reconocible que, de repente, se nos impone cuando nos
enfrentamos (en el sentido de prestar atención) a personas que consideramos muy
alejadas, en las antípodas de lo que somos, y que aunque lo estén no dejan de
reproducir comportamientos reconocibles como propios. No es nada que no haya
dejado claro el teatro griego –por irnos lo más atrás que se nos ocurre- o la Historia
o cualquiera de los textos a los que consideramos clásicos, pero es algo
fácilmente constatable en una película como Pie
de página, ya que a pesar de estar muy inscrita en una tradición y de
reflejar una manera muy específica de entender el mundo (tamizada por el
estudio y respeto a lo que dice el Talmud, condicionada por las enseñanzas y
obligaciones que de sus páginas se coligen), adquiere su verdadera
trascendencia en cómo aborda el asunto de las relaciones paterno-filiales,
encuadradas además en el ambiente universitario, intelectual, en quién tiene la
potestad para decir lo que se dice, se hace, se piensa, se premia, a quién,
cómo y cuándo se rinde culto y es en este terreno dónde consigue establecer una
corriente de simpatía con el espectador.
Cuando se estrenó Un tipo serio (2009),
hubo una parte de la crítica que acusó a los Coen de utilizar un código
demasiado restringido, de recurrir a chistes e ironías que no todo el mundo
podía comprender, y lo más curioso es que, aunque así era, la historia era muy
accesible, puesto que a través de las películas hemos ido adquiriendo un
conocimiento (sin duda rudimentario, pero valioso y consistente) sobre la
cultura judía, sobre sus especificidades, su cotidianeidad, sus normas, sus
tradiciones; al igual que sucedía en aquella cinta, Pie de página demuestra una enorme facilidad para reírse de uno
mismo sin necesidad de caer en lo irreverente (para algunos es la única posibilidad
a la hora de abordar ciertos asuntos, lo que demuestra su escasa inteligencia,
su ausencia de talento), en lo grotesco, sabiendo aplicar el mejor esperpento a
lo que, en realidad, es más común de lo que pensamos o de lo que querríamos: la
inestabilidad de las relaciones entre un padre y un hijo, la inevitable
rivalidad, las comparaciones propias y ajenas entre ambos cuando los dos se
dedican a lo mismo. Joseph Cedar deja clara su habilidad para trenzar una
historia y hacerla avanzar con velocidad, al margen de despertar el interés del
público, con una primera parte en la que las imágenes, el montaje, la
estructura, sirven para narrar, no son (como en tantas ocasiones) un mero
alarde para el lucimiento personal, introduciéndonos en ese ambiente repleto de
libros, de palabras, de estudios, de referencias bibliográficas, de notas a pie
de página, en la rutina de un hombre incapaz de romperla, de un anacoreta, un
misántropo, un asocial, aislamiento que en parte ha provocado él con su
carácter hosco y altivo, en parte han propiciado los demás, negándole el
reconocimiento que merece (tal vez no tanto como él piensa, pero sin duda con
más méritos que el de esos mismos que le menosprecian y condenan al ostracismo,
entre otras cosas para que evitar que el talento de aquel deje a la vista la
mediocridad de éstos). En este espinoso asunto de los premios oficiales, las
distinciones académicas, los parabienes de la comunidad universitaria, es en el
que más se puede extrapolar, ya que cualquiera que se haya visto involucrado en
el mismo reconocerá la impunidad con que actúan los que se creen con el derecho
divino (nunca mejor dicho que hablando de esta película) para juzgar, que se
creen eternos, aunque, por desgracia, suelen permanecer demasiado tiempo –ya lo
sería un solo día- en un puesto preeminente para el que no están preparados, ya
que sólo se mueven por interés, envidias, lealtades efímeras, mezquindades,
soberbia con la que quieren esconder su medianía –la cual acaba saliendo a la
luz con más contundencia, si cabe- (cualquiera diría que estamos hablando de
cierto poeta del tres al cuarto, huero y sin sustancia, con más ventosas que
las patas de las arañas, cada día más arriba en el escalafón mientras el medio
de comunicación en el que exhibe sus malas artes se hunde sin remisión).
Shlomo Bar-Aba consigue desde su hieratismo, desde una economía de
recursos que por momentos diríase en números rojos (en el sentido de
inexpresividad), una amplia gama de sentimientos, reflejando las oquedades del
alma de su personaje sin trucos baratos u obviedades, creando comicidad desde
la seriedad, demostrando unas facultades admirables y una contención cargada de
significados (toda una lección para aquellos que piensan que hacer reír es
batir el récord de muecas por segundo); Lior Ashkenazi le secunda a la
perfección, lidiando con un personaje que nos resulta antipático casi desde el
principio (al igual que su antagonista, por otro lado: ese es otro de los
aciertos del filme), apelando al espectador, que también es hijo, para que se
pregunte en su butaca qué haría él en una situación análoga. Pie de página logra hacernos reír con
temas que, en realidad, no son nada jocosos y es una de sus mayores virtudes;
si bien es cierto que pierde un poco de vuelo en el tramo central, sabe
recuperarlo para dejarnos con una sonrisa y varios interrogantes (de esos a los
que uno sigue dando vueltas un tiempo después de la proyección).
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