lunes, 5 de noviembre de 2012

"ARGO": BUEN CALDO


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: Argo AÑO DE PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Ben Affleck GUIÓN: Chris Terrio (basado en el artículo Escape from Tehran de Joshuah Bearman MÚSICA: Alexandre Desplat FOTOGRAFÍA: Rodrigo Prieto MONTAJE: William Goldenberg REPARTO: Ben Affleck, Bryan Cranston, Alan Arkin, John Goodman

   El ya clásico pulso disparado, la sensación de encogimiento del estómago y la emoción del descubrimiento inherentes al momento en que se inicia cualquier proyección se acrecientan en esta ocasión porque el logotipo que presenta Argo supone un auténtico viaje en el tiempo (lo de Looper que comentamos el otro día no es nada comparado con esto), sentir muy vivo y presente (más que de habitual) el recuerdo de tantas jornadas en las que uno aprendió a amar el cine y sus gentes, tardes y noches en las que el vídeo posibilitó el conocimiento de las películas de las que pocos años antes hablaban los adultos, algunas recuperadas en reposiciones y/o en cines de barrio, títulos que, más allá del entretenimiento, encendían debates, juzgaban a los poderes establecidos, sacaban los colores, daban noticia de hechos poco conocidos o silenciados, ponían el foco en personas olvidadas por los medios de comunicación, constituían todo un revulsivo para el mundo color de rosa con el que, en muchos ocasiones, Hollywood pretende narcotizar y que esconde más implicaciones políticas de las que pudieran pensarse con un primer vistazo. Para el nacido en 1970, el cine de esa década supone uno de sus referentes básicos, del mismo modo que, no sólo por fijarse en lo sucedido en Teherán a partir del 4 de noviembre de 1979, lo es de esta cinta que confirma el olfato y la inteligencia del que, con toda justica, ya puede ser considerado director Ben Affleck.

   También podríamos afirmar que ese logotipo (el de la Warner de esos años) supone una verdadera declaración de intenciones puesto que Argo está rodada y narrada al modo de señores de la talla de Sidney Lumet, Sydney Pollack, Martin Ritt o Alan J. Pakula, lo que la entronca directamente con filmes como Todos los hombres del presidente (1976), Norma Rae (1979), Tarde de perros (1975) o Tal como éramos (1973). Pero lejos de enfatizar ese parentesco o de caer en un ejercicio de mimetismo, Affleck sabe tomar un camino propio recogiendo todas las esencias para que si uno entorna un poco los ojos piense que está viendo un documento de la época, contando con suma facilidad, sin que se note el esfuerzo de reconstrucción (algo que también pudo disfrutarse en la muy notable El topo (2011) y en lo que David Fincher se estrelló sonoramente con Zodiac (2007), al colocarse –seña habitual, con contadas excepciones- por encima de la historia y convertirla en un paquidermo sin agilidad); desde que debutase con la sobrevalorada Adiós pequeña, adiós (2007) –es complicado reproducir las corrientes subterráneas de los personajes de Dennis Lehane (que se lo pregunten al maestro Scorsese patinando sin remedio con Shutter Island (2010) e incluso a Clint Eastwood a pesar de las muchas bondades de Mystic River (2003)) y más cuando encomiendas el rol protagonista a tu hermano Casey, actor irritante donde los haya-, Ben Affleck mostró sus cartas y no le importaron los paralelismos que se establecieron con el antes citado Eastwood porque, más allá de adaptar al mismo autor, más allá de ser tan denostado como actor como lo era él cuando debutó detrás de las cámaras con Escalofrío en la noche (1971), lo que les unía era algo más profundo que se confirmó con The Town (2010), segunda incursión de Affleck como director (en la que pueden rastrearse, por cierto, ecos del Scorsese de Malas calles (1973), todo por no movernos de década), y que queda muy patente con Argo: no ser un cineasta cómodo (incluso narrando heroicidades patrióticas) y, sobre todo, resultar inclasificable, desconcertar a los que quieren tenerlo todo diseñado y trazan carreras desde los despachos.

   La ausencia de pretensiones, la manera de dar las pinceladas justas sobre las causas que llevaron a la conocida como “crisis de los rehenes en Irán” y centrarse en una peripecia vital concreta permite que la película se siga con sumo interés, casi sin respiración, destacando cómo se gradúa la tensión, cómo se abandona cualquier tentación de truculencia o subrayado, algo especialmente constatable en la secuencia en el Gran Bazar o en lo que sucede en el aeropuerto durante el tramo final. Algunos la acusarán de tibieza o poca implicación, cuando en realidad expone los datos necesarios para que miremos a ambos lados: quiénes apoyaron, encumbraron y protegieron al Sha, cómo actuaban los fieles a Jomeini incendiados por sus discursos. Y, como señalábamos antes, aunque glorifica (con toda justicia) a personas (no a países, no a gobiernos) que se jugaron su vida por salvar las de otras, acierta en hacerlo desde lo cotidiano, desde lo humano, desde las dudas, desde los miedos, desde la desesperación; aparece ahí uno de los pocos elementos que impiden que Argo alcance la excelencia, no por la inoperancia del Ben Affleck actor (mil veces demostrada, pero no cuando se dirige a sí mismo, consciente de sus limitaciones), sino por la forma roma en que se cuentan los aspectos familiares de su personaje, que contrasta con los trazos certeros que sirven para conocer a los funcionarios cobijados en la embajada canadiense.

   Aunque necesaria para comprender cómo se gestó el rescate, la parte que transcurre en Hollywood queda casi como un estrambote, como un añadido que, por un lado, hace una crítica trasnochada y muy trillada de lo que allí se cuece (ahí sí pudiera pensarse que el guionista se coartó para evitar determinadas iras) y, por otro, no permite que la efectividad habitual de Alan Arkin y el buen hacer de John Goodman tengan el desarrollo que hubiese sido deseable (aunque verlos interrumpir un rodaje y, sobre todo, cómo el segundo se abalanza sobre un teléfono es todo un regocijo). Pero, aunque unas pinceladas concretas parezcan haber sido dadas con una brocha muy gorda, el conjunto tiene un trazo de alguien que sabe agarrar firmemente el pincel y ejecutar obras que, como todas aquellas que le precedieron (las citadas y muchas más), siendo el reflejo de una época, no perderán vigencia ni energía y a las que, incluso, el paso del tiempo mejorará como, por poner un solo ejemplo, ha pasado con Network (1976).
 

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