TÍTULO ORIGINAL: Argo AÑO DE
PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Ben Affleck GUIÓN: Chris Terrio (basado en el
artículo Escape from Tehran de
Joshuah Bearman MÚSICA: Alexandre Desplat FOTOGRAFÍA: Rodrigo Prieto MONTAJE:
William Goldenberg REPARTO: Ben Affleck, Bryan Cranston, Alan Arkin, John
Goodman
El ya clásico pulso disparado, la sensación de encogimiento del estómago
y la emoción del descubrimiento inherentes al momento en que se inicia
cualquier proyección se acrecientan en esta ocasión porque el logotipo que
presenta Argo supone un auténtico
viaje en el tiempo (lo de Looper que
comentamos el otro día no es nada comparado con esto), sentir muy vivo y
presente (más que de habitual) el recuerdo de tantas jornadas en las que uno
aprendió a amar el cine y sus gentes, tardes y noches en las que el vídeo
posibilitó el conocimiento de las películas de las que pocos años antes
hablaban los adultos, algunas recuperadas en reposiciones y/o en cines de
barrio, títulos que, más allá del entretenimiento, encendían debates, juzgaban
a los poderes establecidos, sacaban los colores, daban noticia de hechos poco
conocidos o silenciados, ponían el foco en personas olvidadas por los medios de
comunicación, constituían todo un revulsivo para el mundo color de rosa con el
que, en muchos ocasiones, Hollywood pretende narcotizar y que esconde más
implicaciones políticas de las que pudieran pensarse con un primer vistazo.
Para el nacido en 1970, el cine de esa década supone uno de sus referentes
básicos, del mismo modo que, no sólo por fijarse en lo sucedido en Teherán a
partir del 4 de noviembre de 1979, lo es de esta cinta que confirma el olfato y
la inteligencia del que, con toda justica, ya puede ser considerado director
Ben Affleck.
También podríamos afirmar que ese logotipo (el de la Warner de esos
años) supone una verdadera declaración de intenciones puesto que Argo está rodada y narrada al modo de
señores de la talla de Sidney Lumet, Sydney Pollack, Martin Ritt o Alan J.
Pakula, lo que la entronca directamente con filmes como Todos los hombres del presidente (1976), Norma Rae (1979), Tarde de
perros (1975) o Tal como éramos (1973).
Pero lejos de enfatizar ese parentesco o de caer en un ejercicio de mimetismo,
Affleck sabe tomar un camino propio recogiendo todas las esencias para que si
uno entorna un poco los ojos piense que está viendo un documento de la época,
contando con suma facilidad, sin que se note el esfuerzo de reconstrucción
(algo que también pudo disfrutarse en la muy notable El topo (2011) y en lo que David Fincher se estrelló sonoramente
con Zodiac (2007), al colocarse –seña
habitual, con contadas excepciones- por encima de la historia y convertirla en
un paquidermo sin agilidad); desde que debutase con la sobrevalorada Adiós pequeña, adiós (2007) –es
complicado reproducir las corrientes subterráneas de los personajes de Dennis Lehane
(que se lo pregunten al maestro Scorsese patinando sin remedio con Shutter Island (2010) e incluso a Clint
Eastwood a pesar de las muchas bondades de Mystic
River (2003)) y más cuando encomiendas el rol protagonista a tu hermano
Casey, actor irritante donde los haya-, Ben Affleck mostró sus cartas y no le
importaron los paralelismos que se establecieron con el antes citado Eastwood
porque, más allá de adaptar al mismo autor, más allá de ser tan denostado como
actor como lo era él cuando debutó detrás de las cámaras con Escalofrío en la noche (1971), lo que
les unía era algo más profundo que se confirmó con The Town (2010), segunda incursión de Affleck como director (en la
que pueden rastrearse, por cierto, ecos del Scorsese de Malas calles (1973), todo por no movernos de década), y que queda
muy patente con Argo: no ser un
cineasta cómodo (incluso narrando heroicidades patrióticas) y, sobre todo,
resultar inclasificable, desconcertar a los que quieren tenerlo todo diseñado y
trazan carreras desde los despachos.
La ausencia de pretensiones, la manera de dar las pinceladas justas
sobre las causas que llevaron a la conocida como “crisis de los rehenes en
Irán” y centrarse en una peripecia vital concreta permite que la película se
siga con sumo interés, casi sin respiración, destacando cómo se gradúa la
tensión, cómo se abandona cualquier tentación de truculencia o subrayado, algo
especialmente constatable en la secuencia en el Gran Bazar o en lo que sucede
en el aeropuerto durante el tramo final. Algunos la acusarán de tibieza o poca
implicación, cuando en realidad expone los datos necesarios para que miremos a
ambos lados: quiénes apoyaron, encumbraron y protegieron al Sha, cómo actuaban
los fieles a Jomeini incendiados por sus discursos. Y, como señalábamos antes,
aunque glorifica (con toda justicia) a personas (no a países, no a gobiernos)
que se jugaron su vida por salvar las de otras, acierta en hacerlo desde lo
cotidiano, desde lo humano, desde las dudas, desde los miedos, desde la
desesperación; aparece ahí uno de los pocos elementos que impiden que Argo alcance la excelencia, no por la
inoperancia del Ben Affleck actor (mil veces demostrada, pero no cuando se
dirige a sí mismo, consciente de sus limitaciones), sino por la forma roma en
que se cuentan los aspectos familiares de su personaje, que contrasta con los
trazos certeros que sirven para conocer a los funcionarios cobijados en la
embajada canadiense.
Aunque necesaria para comprender cómo se gestó el rescate, la parte que
transcurre en Hollywood queda casi como un estrambote, como un añadido que, por
un lado, hace una crítica trasnochada y muy trillada de lo que allí se cuece (ahí
sí pudiera pensarse que el guionista se coartó para evitar determinadas iras) y,
por otro, no permite que la efectividad habitual de Alan Arkin y el buen hacer
de John Goodman tengan el desarrollo que hubiese sido deseable (aunque verlos
interrumpir un rodaje y, sobre todo, cómo el segundo se abalanza sobre un
teléfono es todo un regocijo). Pero, aunque unas pinceladas concretas parezcan
haber sido dadas con una brocha muy gorda, el conjunto tiene un trazo de
alguien que sabe agarrar firmemente el pincel y ejecutar obras que, como todas
aquellas que le precedieron (las citadas y muchas más), siendo el reflejo de
una época, no perderán vigencia ni energía y a las que, incluso, el paso del
tiempo mejorará como, por poner un solo ejemplo, ha pasado con Network (1976).
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