miércoles, 21 de noviembre de 2012

"TODO ES SILENCIO": EN BOCA CERRADA...






AÑO DE PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: José Luis Cuerda GUIÓN: Manuel Rivas (basado en su novela homónima) MÚSICA: Sergio Moure FOTOGRAFÍA: Hans Burmann MONTAJE: Nacho Ruiz Capillas REPARTO: Quim Gutiérrez, Miguel Ángel Silvestre, Celia Freijeiro, Juan Diego


   Manuel Rivas lleva algo más de veinte años siendo uno de los cronistas oficiales de Galicia, tanto de la presente como de la pasada (más o menos reciente, depende de la historia), utilizando para ello diferentes vías de expresión (el cuento, el reportaje, la novela, el artículo) y demostrando en todas su maestría a la hora de definir, de captar comportamientos, de plasmar personalidades, de integrar a los personajes (reales o ficticios) con el ambiente en que se mueven, utilizando para ello las palabras precisas, manejando a la perfección las elipsis, suministrando la información justa (incluso economizándola), dando trazos precisos con apenas dos pinceladas (de hecho, con la excepción de Los libros arden mal, casi todas sus narraciones podrían ser catalogadas como cuentos largos, aunque se hayan editado como novelas); sin embargo, a la hora de afrontar la escritura de un guión, parece que el habitual y acertado uso de la insinuación, de la evocación, de la sugerencia, de la sutileza, no ha fluido como en tantas ocasiones y la traslación a la pantalla de su propio texto Todo es silencio ha resultado una de las películas más torpes, erráticas, risibles y vacuas vistas en este 2012 que está a punto de echar el cierre. Estas sensaciones vienen, por supuesto, agrandadas por la manera en que está rodada: como al descuido, sin aparentes ganas, como si se hubiese dado por buena la primera toma de cada secuencia, con un montaje que no parece seguir ninguna línea argumental, obviando las causalidades, insertando escenas que no aportan nada (a no ser confusión en el espectador) ni llevan a ninguna parte; tras su errónea adaptación del espléndido libro Los girasoles ciegos (2008) de Alberto Méndez (lamento que fuese lo último que escribió el inmenso Rafael Azcona, pero cuando un genio no acierta hay que decirlo), José Luis Cuerda viene a confirmar la escasa inspiración que de un tiempo a esta parte le acompaña, detalle que sorprende especialmente cuando supo captar como pocos el realismo mágico que, con gran naturalidad, constituye la cotidianidad gallega, en la que continúa siendo la cumbre de su filmografía: El bosque animado (1987) (en esa ocasión, como en tantas, sí que pudo dejar clara su maestría Rafael Azcona, felizmente inspirado por las palabras de Wenceslao Fernández Flórez).

   Presentando una de las novelas con sus personajes Nivardo Castro y Carlos Conde, en concreto la titulada Narcos, allá por 2001, el escritor gallego Carlos G. Reigosa reconocía que la publicaba porque era una deuda contraída al haber dejado tan espinoso asunto fuera del anterior título de la serie (La guerra del tabaco), pero que había dudado mucho cómo abordarlo, qué contar y qué no, qué denunciar y qué callar, porque al fin y al cabo tanto él como su familia seguían viviendo en Galicia y pretendían seguir haciéndolo. Eso da una idea de lo complicado que es alzar la voz para enfrentarse a lo que, en muchas ocasiones, es una tradición, una ocupación habitual y lógica que se ha transmitido de padres a hijos, fuente de ingresos para las poblaciones en las que se lleva a cabo, regidas por algún cacique de medio pelo (marioneta a su vez de los verdaderamente poderosos y peligrosos) que regala algunas monedas y rige los destinos de las gentes humildes que, además de jugarse el pellejo en su lugar, han de rendirle pleitesía y consentirle todos los abusos. No se sabe si esta prevención (por no darle otro nombre) puede haber pesado en el ánimo de Manuel Rivas (algo sorprendente en autor comprometido y valiente donde los haya) a la hora de abordar su historia sobre el narcotráfico y por eso ha trufado el libreto de lugares comunes, malvados grotescos y escaso realismo, confiándolo todo a la buena disposición del público, el mismo que aplaudió La lengua de las mariposas (1999), anterior ocasión en que José Luis Cuerda convirtió en imágenes (de nuevo con el concurso de Azcona) las palabras del escritor coruñés –película fallida por momentos, ya que unía tres cuentos del libro ¿Qué me quieres, amor?, pero con un Fernando Fernán Gómez en absoluto estado de gracia-).

   Lo que en principio resulta un prólogo demasiado largo (la infancia de los tres protagonistas) termina por convertirse en lo mejor de Todo es silencio, sobre todo por la enorme naturalidad que desprenden los tres actores jóvenes, algo que no puede afirmarse de los que encarnan los roles principales, teniendo tristemente que hacer hincapié en un Juan Diego bufonesco, que parece no tomarse en serio lo que está haciendo y diciendo, autoparodiando algunas de sus grandes creaciones (vienen a la memoria El rey pasmado (1991) o Fugitivas (2000), todo por no remontarnos a una de sus cimas interpretativas: Los santos inocentes (1984)). Aunque podemos vislumbrar el intento de dotar al personaje de Fins de ambigüedad, complejidad, sentimientos enfrentados, Quim Gutiérrez no acierta a transmitir ese tormento interior y es incapaz de cambiar el gesto de estupor (o de enfado, no se sabe muy bien) que acompaña con un tono monocorde y lento que, se supone, debe aportar intensidad aunque en realidad sirve para demostrar su poca entidad actoral; a su lado, una gélida Celia Freijeiro que es la que peor soporta la comparación con el tramo que transcurre a finales de los años 60 del siglo XX y un desafortunado Miguel Ángel Silvestre que, a pesar de ser el menos afectado del reparto, no logra aunar las bruscas idas y venidas afectivas que experimenta su personaje. Por lo demás, subtramas apuntadas que no son desarrolladas, acumulación gratuita y excesiva de escenas pretendidamente dramáticas que en muchas ocasiones no se sabe de dónde vienen; sin duda, un momento muy aciago (confiemos en que no se repita) del estupendo escritor Manuel Rivas.       

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