TÍTULO ORIGINAL: Skyfall AÑO DE
PRODUCCIÓN: 2012 DIRECCIÓN: Sam Mendes GUIÓN: Neal Purvis, Robert Wade, John
Logan (basado en los caracteres creados por Ian Fleming) MÚSICA: Thomas Newman
FOTOGRAFÍA: Roger Deakins MONTAJE: Stuart Baird REPARTO: Daniel Craig, Judi
Dench, Javier Bardem, Ralph Fiennes, Ben Whishaw, Albert Finney, Naomie Harris
Resulta complicado analizar una cinta que pertenece a una saga y, para
colmo, a una que desde 1962 ha ofrecido 23 películas consideradas “oficiales”,
una parodia (el primer Casino Royale (1967))
y un a modo de pulso a la productora que siempre ha velado por la imagen
fílmica del agente secreto más famoso de la historia, recuperando al actor que
le dio aliento para enfrentarle a su sustituto más perdurable –récord que aún
ostenta- (Nunca digas nunca jamás (1983)
con la que Sean Connery intentaba reverdecer laureles frente a Octopussy (1983) con Roger Moore en la
piel de 007). Pero, comenzando por algo positivo, Skyfall aprende de los errores cometidos por la abstrusa Quantum of Solace (2008), demasiado alambicada
y tributaria de lo sucedido en Casino
Royale (2006), para constituir un eslabón más en lo que viene siendo
habitual en ésta y en cualquier serie que se precie: es un título totalmente
independiente, con guiños para el iniciado, con referencias al pasado bien
explicadas e insertadas, una historia que puede seguir cualquiera, conozca o no
(si eso es posible) a James Bond. Continúa, eso sí, la deriva dada al personaje
desde que Daniel Craig se hizo cargo del mismo, aunque con Paul Haggis fuera
del grupo de guionistas se nota que no les ha preocupado tanto lo oscuro, lo
profundo, lo denso, lo críptico y que, continuando con la humanización y
hondura de sentimientos e implicaciones de los roles principales, tan sólo han
querido orquestar un buen espectáculo.
Y para ello le han dado la batuta a un caballero que sabe dirigir con
elegancia, con contundencia, dosificando, enseñándolo todo (¿Cómo podemos temer
por la integridad del héroe, si en la inmensa mayoría de las persecuciones o
peleas que se ruedan en la actualidad sólo vemos como flashes y bruscos
movimientos de cámara?), filmando con nitidez y con las pausas adecuadas; de
hecho, este Bond es mucho menos rocambolesco y lleno de fuegos de artificio que
todos sus precedentes, aunque contiene un par de secuencias que disparan la
adrenalina. Sam Mendes asume que su película tiene que agradar a los fans que
llevan 50 años demostrando su fidelidad a James Bond y no se sale de las
convenciones de tan particular subgénero, aunque incorpora su modo de graduar
la tensión, de no estallar hasta que no ha acumulado la suficiente, facultad
que, por otro lado, resta en ocasiones un frenesí que resultaría estimulante;
incluso alguien como un servidor, que nunca ha sido fan de la saga, echa de
menos algo más de garra y diversión (esa moda, por desgracia con demasiada
permanencia, de tratar a los personajes de evasión como si hubiesen salido de
la pluma de Shakespeare aunque, por fortuna, Mendes ni siquiera roza las cotas
de pretenciosidad de Christopher Nolan y su Batman -¡Ah, perdón, que es el
Caballero Oscuro!-).
Daniel Craig deja clara por tercera vez su idoneidad para el rol que le
entregaron tras la customización sufrida una vez Pierce Brosnan dejó de
encarnarlo: sabe reflejar dolor, miedo, dudas, transmite cierta vulnerabilidad
sin resultar ñoño o forzado, encara admirablemente las secuencias de acción y
no resulta vulgar en los momentos íntimos; resulta fácil seguir afirmando que
Sean Connery ha sido el mejor actor en asumir la identidad de Bond, puesto que
fue el primero y dejó sentadas ciertas bases (que están más en el diseño de producción,
en las novelitas de Ian Fleming y los guiones desarrollados a partir de las
mismas), pero ese prestigio le viene conferido sobre todo por la categoría
desarrollada y adquirida con los años y demostrada en cintas como Robin y Marian (1976), El nombre de la rosa (1986) o Los intocables de Eliot Ness (1987) y
tampoco ha tenido que esforzarse mucho para batir a los demás aunque con el
tiempo Roger Moore supo recubrirse de un tono paródico que hoy en día resulta
de lo más divertido, mientras que George Lazenby fue efímero porque él mismo lo
decidió, Timothy Dalton interpretaba con altivez, como si estuviera por encima,
y se quedó en un tipo aburrido y Pierce Brosnan no tiene vis cómica por mucho
que algunos (y él) se empeñen. Por lo tanto, Daniel Craig imprime un sello
propio que, sin llegar a convertirme en seguidor incondicional, provoca que me
interese lo que sucede en pantalla y que sea, a nivel interpretativo, el James
Bond que más me gusta.
Aunque el aporte que verdaderamente pasará a la historia y dejará huella
será la participación de Judi Dench, la inmensa actriz británica, como M: llegó
a la serie con una breve aparición en GoldenEye
(1995) pero se merendó al debutante en las lides bondianas Pierce Brosnan y
se hizo un hueco por derecho propio cuando sólo era un rostro popular y
admirado en el Reino Unido (apenas unas cuantas apariciones en algunas
películas, volcada en el teatro y con tiempo para recalar en series de
televisión que no habían llegado –y siguen sin hacerlo- a España); poco a poco sus
trifulcas con 007 fueron ganando minutos en pantalla, coincidiendo las nuevas
entregas de la saga con el estreno de Su
Majestad Mrs. Brown (1997) y Shakespeare
in love (1998), interpretaciones multipremiadas que le granjearon el
aplauso generalizado y merecido. Con la llegada de Daniel Craig, su rol ganó
enteros, aumentó en complejidad, en matices y, gracias a su inagotable calidad,
se convirtió en pieza fundamental y necesaria. En Skyfall eso es aún más constatable, puesto que una de las piezas
fundamentales de estas películas no encaja jamás: el villano. Pretendiendo remedar
su prodigiosa interpretación galardonada con el Oscar de No es país para viejos (2007), donde decía sus pocas líneas con una
voz similar a una sierra mecánica, encarnando el terror casi en estado puro con
un estilo lacónico tal y como exigía la creación original de Corman McCarthy,
tal y como según parece deseaba el propio Mendes, Javier Bardem saca el peor histrión
que lleva dentro (el mismo que resultaba ridículo en Perdita Durango (1997), aquel totalmente inadecuado de Los fantasmas de Goya (2006)), engolando
la voz, amanerando cada gesto hasta límites irritantes que incluso rozan lo
ofensivo (parece mentira con lo magnífico que estuvo en la a ratos fallida Segunda piel (1999)), queriendo ser un
trasunto del estupendo Christopher Walken de Panorama para matar (1985) (que, por cierto, tendría que revisar
pero en mi ánimo sigue siendo el título más entretenido de la saga) y quedándose
en un monigote grotesco y estrafalario que, en ciertos momentos, provoca las
risas del público por lo patético.
Por fortuna, siempre nos quedará Judi Dench (que, ya que no coincide
nunca en pantalla con él, va a hacer teatro el próximo año con Ben Whishaw –otra
de las decepciones de este Bond: poca chicha para el nuevo Q y el enorme
talento del actor que lo encarna-), una de esas actrices que engrandecen todo
lo que tocan, empezando por una saga que gracias a ella ha ganado en señorío y
dobles lecturas sin necesidad de recurrir a lo pseudofilosófico o a lo que sólo
comprenden algunos; es más, por sí sola ha logrado que el número de los
seguidores de James Bond no deje de aumentar.
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