jueves, 7 de febrero de 2013

"BESTIAS DEL SUR SALVAJE": VIDAS DESENFOCADAS


 
 
TÍTULO ORIGINAL: Beasts of the Southern Wild DIRECCIÓN: Benh Zeitlin GUIÓN: Lucy Alibar, Benh Zeitlin (basado en la obra de teatro Juicy and Delicious, original de la primera) MÚSICA: Dan Romer, Benh Zeitlin FOTOGRAFÍA: Ben Richardson MONTAJE: Crockett Doob, Affonso Gonçalves REPARTO: Quvenzhané Wallis, Dwight Henry, Levy Easterly, Lowell Landes, Pamela Harper


   Como comentábamos no hace demasiado al hablar sobre El lado bueno de las cosas (2012), Hollywood parece arrepentirse en algunos momentos de ser lo que es (como si, a pesar de todo, no fuese una suma de individualidades –aunque, en realidad, los versos sueltos nunca han sido demasiado bien vistos: priman los números por encima de la creatividad y el concepto de industria que se aplica por allí tiende a la uniformidad y coarta la libertad de cada uno-) y vuelve sus ojos hacia pequeñas producciones, en muchas ocasiones salidas de los grandes estudios y con nombres destacados a ambos lados de la cámara (sobre todo frente a ella), pero en otras se trata de óperas primas o de trabajos sacados adelante muy artesanalmente, con mucho esfuerzo, gracias al concurso de personas que creen el proyecto, a veces estrellas que buscan “redimirse” con un producto de calidad, en otras “curritos” de muchos años que encuentran su oportunidad para labrarse un prestigio y un futuro; suelen resultar especialmente bendecidos a la hora de los reconocimientos los protagonistas de estas películas, especialmente si son populares, premiando más la entrega y el desprendimiento (es decir, la rebaja de su caché) que la calidad de su interpretación –recuérdese a la exagerada y espantosamente caracterizada Charlize Theron en Monster (2003)-, sirviendo en otros casos como plataforma de lanzamiento -así obtuvo el certificado de gran actriz Jennifer Lawrence por Winter´s Bone (2010) o empezó a ser reconocida Melissa Leo tras participar en Frozen River (2008); de esta forma llamó la atención Hilary Swank, quien pasó de ser la Karate Kid femenina a merecer los elogios más encendidos gracias a su estremecedora y apabullante transformación en Boys Don´t Cry (1999). Pero, y no es algo nuevo –no hay más que recordar que la triunfadora de los Oscar en 1955 fue Marty, producción nacida para televisión a la que sólo una carambola llevó a la gran pantalla o cómo Carros de fuego (1981) batió a Rojos (1981)-, también puede suceder que la oleada de entusiasmo lleve a una cinta pequeña hasta lo más alto, a ser la sorpresa en las candidaturas de los Oscar (tras arrasar en el Festival de Cannes, aunque fuera de la sección oficial) y lograr de una tacada ser seleccionada para competir por los máximos galardones, que es lo que ha sucedido este año con Bestias del Sur salvaje.

   La película narra una historia que se supone transcurre en uno de los lugares que sufrió los estragos del huracán Katrina (hay ecos, reminiscencias, metáforas, evocaciones, pero no realidades), ya que inventa una ubicación geográfica (La Isla de Charles Doucet, conocida por sus habitantes como “La Tina”) aunque es clara la inspiración en las poblaciones bayous que los meandros del Mississippi forman en Louisiana. A través de los ojos y los pensamientos de una niña de seis años se cuenta la lucha de unos cuantos vecinos por sobrevivir en medio de una naturaleza absolutamente hostil y en unas condiciones peores que pésimas, peleando por cada bocanada de aire, sufriendo los continuos embates de la meteorología y de las autoridades, viviendo en el filo de la navaja, en peligro de extinción, condenados al ostracismo, a la marginalidad, y a pesar de todo llamando y sintiendo como hogar unas chapas, unas maderas, unas telas, todo raído y roído, rodeados de podredumbre, de detritos, enarbolando eso que se ha dado en llamar “la ética del perdedor”, no consintiendo que su orgullo y dignidad se tambaleen; en realidad, el guión busca la complicidad del espectador mediante todos los trucos que provocarían arcadas y espanto en cualquier película que fuese tildada y menospreciada como “convencional” por la crítica, recurriendo a una niña como receptora principal de los efectos de las tragedias que le rodean, en las que vive inmersa (tanto las familiares, las propiamente suyas, como las naturales, las que sufren todos) y sacando a flote (nunca mejor dicho) a sus personajes contra viento y marea, no dejándose doblegar, al más puro estilo de cualquier filme “de superación personal”, no aproximándose ni de lejos (y de una forma u otra cuenta algo similar) a la contundencia y veracidad desplegadas por Agustín Díaz Yanes en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995).

   El debutante Benh Zeitlin ocupa una de las plazas con opción al Oscar a la mejor dirección del año que en teoría pertenecía a Kathryn Bigelow, Ben Affleck, Tom Hooper o Paul Thomas Anderson, aunque sólo los dos primeros pueden reclamarla con auténtico merecimiento. Queriendo dar a la narración un toque de realismo mágico, ser un reflejo de lo que piensa, imagina y siente una criatura de seis años, se supone que huyendo de lo tremebundo, pretendiendo esbozarlo y dejarlo en el ánimo del que contempla, no recurriendo a los clichés de lo trágico, el director se pierde en arabescos, en imágenes que podrían resultar muy potentes pero que apelotona y mezcla con agitación, sin centrar su cámara en nada en concreto, desenfocando casi permanentemente rostros, paisajes, animales, habitáculos, optando por el desencuadre como recurso continuo para evitar que le acusen de preciosista y, sin embargo, queriendo transmitir imágenes poéticas, metafóricas, soñadas, trasladar las palabras de la narradora a la pantalla pero pendiente tan sólo de epatar, de dejar su sello, su huella, su rúbrica, su carácter de autor total, puesto que ha desempeñado diferentes oficios en el mundo del cine a pesar de su corta edad (montador, fotógrafo, compositor) y, de hecho, aquí firma el guión junto a la autora de la obra teatral en la que se inspira y también la banda sonora, insólitamente apeada de las nominaciones al Oscar cuando es el tipo de partitura (no queda otra que denominarla de ese modo) que suele encandilar a los académicos, los cuales se pirran por todo lo que les suene folclórico o sea minimalista, pasan de un extremo a otro sin despeinarse, depende del momento.

   Otra de las hazañas logradas por Bestias del Sur salvaje es la de tener como protagonista a la actriz más joven nominada al Oscar (justo el año en que Emmanuelle Riva bate el récord en el otro extremo): con sólo nueve años (que aún eran menos cuando rodó la película), Quvenzhané Wallis lleva sobre sus pequeños hombros el peso de la cinta y sale muy airosa del reto, especialmente a la hora de narrar, de la voz en off, ese escollo en que tropiezan actores de largo recorrido, contando con enorme naturalidad, como si cantase El patio de mi casa, aunque lo que se ve en pantalla apenas case con su tono. Claramente superior a Jennifer Lawrence, su nominación no deja de tener un regusto amargo porque viene dada más por su edad y por hacer historia (algo de lo que gusta mucho la Academia) y porque se han quedado fuera nombres como los de Helen Mirren, Laura Linney, Viola Davis o Maggie Gyllenhaal, aunque es el auténtico soplo de aire fresco, el verdadero aliento que imprime algo de vida a un filme que consigue el efecto contrario a lo que busca, que aleja al espectador, que tampoco le cautiva por lo lírico, por lo bucólico, que queda anegado por el feísmo, aunque en realidad ni a eso llega porque su desenfoque parece crear una corriente nueva que impide fijar la mirada en nada concreto.   

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