martes, 27 de enero de 2015

ACTRICES NOMINADAS OSCAR 2014: RECUPERANDO NOMBRES



  
   Sin demasiados preámbulos, siguiendo la línea de que cada nominación se explica por sí misma (para considerarla justa o para llevarse las manos a la cabeza –aunque en este segundo caso resulte un tanto necesario acordarse de algún o algunos nombres que podrían (deberían) sustituir al considerado intruso-), es el momento de ir analizando las categorías principales de los próximos Oscar, comenzando en esta ocasión por las actrices:

INTERPRETACIÓN FEMENINA PROTAGONISTA



-MARION COTILLARD POR DOS DÍAS, UNA NOCHE:
 

   Poco más puede añadirse de lo que ya se ha escrito en este blog (y en realidad siempre nos quedaremos en la superficie) para glosar la hazaña interpretativa llevada a cabo por esta mujer en una cinta que araña, zahiere, conmueve, conmociona, perturba, hunde en la butaca pero de la que no se puede despegar la vista, que entra como un bólido y sin freno hasta lo más hondo del corazón, el cerebro, el alma del espectador. Los hermanos Dardenne han sabido poner su habitual estilo de cámara en mano, casi documental, sin artificios ni afeites (aunque a veces se los notase demasiado el truco), al servicio de un guión escrito con las entrañas e interpretado por Marion Cotillard con una contundencia que noquea, oprimiendo, asfixiando, doliendo, removiendo, dejando claro que su nombre ya es absolutamente legendario, que hay un antes y un después de su aparición en la pantalla, que no tiene límites, que aún nos regalará muchos momentos inolvidables, uno de los pocos nombres, una de las privilegiadas, de las excelsas que deberían obtener un premio de la Academia cada vez que aparecen en pantalla.

-FELICITY JONES POR LA TEORÍA DEL TODO:

   Han bastado unas pocas películas para que esta actriz británica haya demostrado una apabullante versatilidad, una calidad descollante (enfrentada a nombres como los de Helen Mirren, Ben Whishaw o Ralph Fiennes), una capacidad para transmitir emociones muy profundas y diversas desde la contención, trabajando el cuerpo, la mirada, el rostro, sin pretender destacar, desterrando lo ampuloso, en definitiva, fiel a la escuela interpretativa en que nace y se forma. A pesar de que La teoría del todo se inspira en el libro biográfico escrito por su personaje, Felicity Jones acepta la a priori tarea ingrata de ser el soporte del auténtico protagonista, teniendo además que competir con la transformación física de su compañero de reparto (Eddie Redmayne) para reflejar los estragos de la enfermedad degenerativa que sufre Stephen Hawking y con el hecho de que todo el mundo tiene en la memoria la imagen del genio pero muy pocos conocen el rostro de Jane, la que fue su primera mujer; pero sale victoriosa del envite gracias a su carisma, a su encanto, a su sencillez, a cómo soporta la película sobre los hombros sin que se note a simple vista, adecuándose al ritmo elegante de James Marsh, mostrándose enamorada, segura, combativa, sin transmutarse en víctima a pesar de lo sufrido, desplegando con tiento su energía, siendo el alma de la cinta.

-JULIANNE MOORE POR SIEMPRE ALICE:

   Tras mil y un intentos fallidos (sobre todo por el material obligada a defender y a veces por una apatía que no era capaz de disimular –y que se puede llegar a comprender/compartir porque su talento merecía más-), Julianne Moore regresa a la liga de los mejores, esa que nunca hubiese debido abandonar, con una interpretación absolutamente prodigiosa, sensible y delicada, un portento de dulzura, mesura y hondura: su modo de desaparecer, tal y como hacen los enfermos de Alzheimer según la devastadora enfermedad les va borrando recuerdos, emociones, lenguaje, reflejos, expresiones, su manera de quedarse en su sitio pero pujar por seguir siendo una persona (de ahí el magnífico, revelador y acertado título del original: Still Alice, es decir, “todavía Alice”, aún estoy aquí aunque no pueda hacer nada por expresarlo, por hacerme notar), cómo sus ojos siguen siendo ventanas abiertas a un alma que permanece, que sobrevuela, que queda enclaustrada en el envoltorio, que pierde sus capacidades, su sobrecogedora mudez, su incapacitación para desarrollar sus emociones, su mirada fija, su medio sonrisa, su último plano es toda una lección, una cima absoluta, la enésima confirmación de por qué esta actriz consigue elogios tan encendidos. Aunque la adaptación esté muy por debajo de la prosa original de Lisa Genova (muy difícil la adaptación de una novela contada a partir de la propia enferma, haciendo palpable el avance virulento y progresivo de su mal en el modo en que sus facultades se van viendo mermadas, jugando y creando con el lenguaje, con las elipsis, con el tono aséptico), la dirección elegante y sin tremendismos que provoquen el efecto contrario ayuda a que el filme sea fiel al espíritu, a las intenciones de la autora. Julianne Moore ya arrebató a Marion Cotillard el premio de interpretación en el último Festival de Cannes (un certamen en el que la francesa jamás tiene fortuna), pero lo hizo por su intervención en lo nuevo de David Cronenberg, Maps to the Stars (2014), cinta fallida e irregular en la que ella destaca aunque su personaje vaya perdiendo fuelle y quedando desdibujado según avanza el metraje; y aunque se repetirá una y mil veces que lo ofrecido en Dos días, una noche es inalcanzable y que el hecho de que Cotillard ya tenga un Oscar no es motivo para negarle los que pueda merecer, la Academia tiene una deuda con Julianne Moore y es el momento de saldarla porque su interpretación es de muchos quilates (no esperemos, como con otros, a que hagan cualquier cosa o entregárselo con condescendencia o, directamente, le hagamos engrosar la lista de los muchos ilustres que no han podido adornar sus estanterías con un muñequito dorado).

-ROSAMUND PIKE POR PERDIDA:

   Un clarísimo error de casting que abunda en el espantoso guión con que Gillian Flynn ha tirado por tierra los hallazgos de su novela han propiciado que la estupenda Rosamund Pike no pueda lucirse del modo adecuado en la sobrevalorada película de David Fincher, siendo a pesar de todo la única que consigue insuflar nervio y emoción, la que destaca por imprimir veracidad en lo que a ratos es un espectáculo grotesco y ridículo. En realidad, el personaje era idóneo para una intérprete que ha asumido tareas de producción en Perdida, alguien rechazada directamente por el director, alguien que hubiese aportado la ambigüedad necesaria, alguien que hubiese hecho dudar al espectador, alguien que no espera después de este punto y aparte.

-REESE WITHERSPOON POR ALMA SALVAJE:

   Uno de tantos nombres perjudicados por lo que se conoce como “la maldición del Oscar” (obtenido por una buena interpretación a pesar de que el director –James Mangold- parecía ignorarla como si su personaje no fuese fundamental en la historia, impidiendo que eclosionase como hubiese debido, imprimiendo frescura y encanto a su June Carter de En la cuerda floja (2005) a pesar de los obstáculos, dejando en la cuneta a la que hubiese debido alzarse con el triunfo en esa edición, la impactante Felicity Huffman de Transamérica (2005)), Reese Witherspoon no ha cejado desde aquel momento de buscar proyectos interesantes, alternando lo netamente comercial con lo arriesgado, lo a contracorriente, moviéndose entre varias aguas (algo que define su carrera casi desde el principio), involucrándose, pero sin que los resultados estuviesen a la altura de lo esperado y sin que su talento encontrase el vehículo idóneo. Aunque, como ya se ha dicho, hubiese sido la mejor elección para protagonizar Perdida y el film hubiese salido reforzado (por mucho que el libreto deshaga el inteligente castillo de naipes del original), gracias a Alma salvaje vuelve a exhibir toda su paleta de colores, a dar el tono preciso en cada momento, a alternar tonos y emociones con su apabullante sencillez, hilvanando con primor y pericia, sin que se noten las puntadas, las aristas de su rol, su tormento interior, su angustia, su pesado equipaje emocional y narrando en off con hondura y sentimiento (un prodigio cómo su voz se adecúa a las imágenes, cómo interactúa con su rostro para aportar la pasión que a ratos se echa de menos en una película que peca de cansina y poco brío).

INTERPRETACIÓN FEMENINA SECUNDARIA:


-PATRICIA ARQUETTE POR BOYHOOD:

   Uno de esos nombres que a Hollywood le gusta recuperar, especialmente cuando puede premiarlos por un rol secundario (ya abundaremos un poco en esta premisa a la hora de analizar la candidatura de J. K. Simmons en el apartado de los actores), la celebración de la hija pródiga que, tras ser actriz de culto y trabajar con algunos de los nombres más glorificados y/o exitosos del momento, se refugia en la televisión y consigue un triunfo personal y profesional (al margen de los sorprendentes y bien trenzados guiones –con la excepción del calamitoso y decepcionante episodio final, el nivel se mantuvo bastante alto y sin concesiones a la galería, con fidelidad a las premisas iniciales-, su interpretación fue la base y el acierto fundamental de Médium (2005-2011)). Patricia Arquette viene, además, a refrendar el aplauso generalizado al esfuerzo de un equipo, a la fe en un cineasta, al compromiso y la fidelidad de unas gentes que aceptaron rodar durante una semana a lo largo de doce años sin tener muy claro cuál sería el resultado o si podrían cumplir con su promesa, lo que no es óbice para que sus apariciones sean lo más estimulante de una película anclada en la nada y un tanto pagada de su pretendida (y conseguida) intrascendencia (aunque con un mejor dibujo, su personaje hubiese alcanzado cotas más altas y la actriz hubiese podido lucirse en mayor medida).

-LAURA DERN POR ALMA SALVAJE:

   Otro de esos nombres a rescatar, aunque en este caso la nominación dé un poco de risa, ya que su participación en la película es excesiva y necesariamente efímera, es uno de esos personajes que se construyen en ausencia, a través del recuerdo, y no queda más en nuestro ánimo porque lo encarne Laura Dern y sí por el modo en que su hija en la pantalla la evoca, añora, invoca, apela y glosa.

-KEIRA KNIGHTLEY POR DESCIFRANDO ENIGMA:

   Tras algunas interpretaciones en las que se había ido desprendiendo de su tendencia a la mueca, de su gestito cercano al puchero, de su envaramiento y frialdad (auténticas losas en la reprobable Orgullo y prejuicio (2005) con la que Joe Wright mancilló la memoria de Jane Austen –por fortuna, tanto él como su actriz se redimieron con las espléndidas Expiación (2007) y Anna Karenina (2012)-), Keira Knightley se gradúa con honores con su intervención en esta esplendorosa cinta. Es un portento verla cómo, sin prisa pero sin pausa, va añadiendo detalles, reflejando la maduración de su personaje en lo anímico, en lo afectivo, en lo sentimental, en lo vital, sabiendo mantenerse en el segundo plano pero sin perder nunca pie, hasta llegar a una secuencia final en la que nos deja sin aliento, impresionados, impactados, estremecidos, alucinados (sólo por lograr seguir el paso a ese prodigio conocido como Benedict Cumberbatch y no desentonar ni quedarse atrás nunca –excepto cuando la historia lo requiere- ya merecería todos los premios del mundo).

-EMMA STONE POR BIRDMAN:

   En medio de ese canto al histrionismo, a lo aparatoso, a lo exagerado, a lo esforzado, a lo falso, Emma Stone es un soplo de aire fresco por la manera en que afronta su rol, alejada de estereotipos, de grandilocuencias, de exhibiciones gratuitas, rebajando tonos, consiguiendo momentos que realmente son latigazos, ganando por goleada al resto del reparto, imponiéndose por naturalidad y acierto, por saber pisar el acelerador y reducir velocidad cuando conviene. Tras merendarse a Colin Firth en Magia a la luz de la luna (2014), la irregular y por el momento última película de Woody Allen, la joven actriz sigue dando pasos agigantados hacia lo más alto, demostrando una versatilidad que aún deparará muchas sorpresas y satisfacciones.

-MERYL STREEP POR INTO THE WOODS:

   Deberían crear un galardón sólo para ella y, así, reconocer de una vez por todas su magisterio, su grandeza, su altura, su prodigalidad, su inagotable talento, su continua reinvención, su magia, su perfección. No contenta con todo lo logrado y demostrado, Meryl Streep encuentra nuevos tonos en su voz, se adueña de la partitura de Sondheim como si fuese tarea sencilla, afila su garganta, pone el maquillaje a su servicio para ser una auténtica bruja (no parecerlo, no recordarlo, no imitarla: serlo –atributo de una enorme actriz-), orquesta la función con garra e ímpetu, potenciando las virtudes de los demás, sin ánimo de eclipsar, pero constituyéndose en epicentro del meritorio y arrebatador vendaval al que Rob Marshall ha dado forma.  

martes, 13 de enero de 2015

GLOBOS DE ORO: POLÍTICAMENTE INVOLUCRADOS







  La peor noticia relacionada con la reciente entrega de los Globos de Oro que otorga cada año la prensa extranjera afincada en Hollywood es que Tina Fey y Amy Poehler dejaron muy clara su intención de renovar en la tarea de maestras de ceremonias desopilantes, punzantes, de réplica veloz, divertidas y divirtiéndose, de verbo agudo, inteligentes, sin afán de protagonismo, sabiendo dosificarse y apuntalar el edificio con economía y versatilidad de recursos. Para la ocasión, en una gala marcada sin duda por los recientes sucesos ocurridos en Francia a raíz del terrible atentado terrorista sufrido en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo (la manifestación de pocas horas antes en París no podía ser acallada, su clamor estaba instalado en el corazón de cualquier demócrata), las dos actrices no rebajaron el tono y fueron sutiles pero directas (el mejor humor, la denuncia más implacable, la acusación más contundente no están reñidas con la contención ni con el laconismo: el buen entendedor sabe de lo que se trata y cierta parafernalia puede diluir el mensaje), implacables sin perder la sonrisa, hablando sin darse importancia, como si fuesen frases espontáneas, desarmando con su gesto al contrario, al criminal, al verdugo, al que querría verlas calladas (por no decir algo más estremecedor y, por desgracia –no hay que volver a los hechos-, real). Del mismo modo, no pudieron dejar de meter el dedo en el ojo al dictador norcoreano King Jong-Un, ese cuya única defensa ante lo que no le gusta es destruir, prohibir, censurar, guillotinar, cometer ilegalidades, imponer, avasallar, sacándose de la manga a una corresponsal norcoreana que atemorizó a toda la sala (uno de esos momentos que sólo gracias a intérpretes tan entregados como Meryl Streep, Benedict Cumberbatch o Michael Keaton resultan frescos e inolvidables –ese buen rollo y esas ganas por hacer espectáculo que supo exprimir Ellen DeGeneres en los Oscar-) y amenazó por ser la próxima presentadora (con tal de que no regrese Ricky Gervais, ese que considera que hacer humor es resultar grosero y brutal sin freno ni medida, insultante y ofensivo, más allá de las leyes –porque eso es lo que se defendió en París: la libertad para hablar, para decir, para expresar, para enriquecer, para comunicar, no para lanzar acusaciones sin gracia ni fundamento (y si lo tienen, puesto que hacen referencia a lo privado, mientras no se cometa un delito del que poder acusar a nadie le importa lo que creas, pienses o sepas sobre otra persona, cuyo comportamiento tal vez te irrite, perturbe o perjudique –o tal vez, sencillamente, envidias por no ser capaz-, pero no influye en los demás)-, justo el extremo contrario de la acidez bien medida y nada complaciente ni cobarde de Tina y Amy). Gran parte de los presentadores y galardonados utilizaron los micrófonos para lanzar mensajes de solidaridad, apoyo y compromiso (nada insólito en personas como Jared Leto o George Clooney), sabiendo sortear el escollo de “si estamos en una entrega de premios no hemos venido más que a eso” por ir muy al grano y no andarse por las ramas (es lo que falla en España, sobre todo porque sólo se toleran determinados discursos, en realidad se quiere imponer un pensamiento único y dictar cómo, cuándo, dónde y en qué forma y dirección se expresa la protesta), resultando impecable e imprescindible el alegato del presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (él, como periodista, y representando a quienes representa, sólo podía decir lo que dijo –aunque imagino a alguno de esos escondido debajo de la mesa: esos meaqueditos que se lavan las manos como Pilatos, que enarbolan banderas con la boca pequeña sólo para que algunos lo sepan, pero luego esconden el rabo entre las piernas y bailan el agua a cualquier poderoso que pueda ayudarles a medrar- y fue un placer ver a esa Meryl Streep levantándose a aplaudir con fervor y provocando el efecto dominó en toda la sala). Como ya comentamos hace casi un año al hablar de los Oscar, si no nos gusta que se mezclen las cosas no podemos decir bravo a unos (los de allí) y afear la conducta a otros (los de aquí), pero tal vez el problema sea ese: el modo de expresar una opinión, una solidaridad, saber transformarse en altavoz.
   En cuanto a los premios, como muy pronto tendremos que ir diseccionando los mismos títulos con motivo de los Oscar y/o por su estreno en España, sólo apuntaremos que, puestos a elegir, es infinitamente más osada, virtuosa, coreografía visual a lo mecanismo de relojería, un alarde de dirección artística, la a ratos irregular El gran hotel Budapest que la ampulosa, fatua y prepotente Birdman, la una sí tiene huellas de un autor, de un visionario, de un universo propio, la otra fuerza la maquinaria, exagera, disparata, posee algunos hallazgos (que no son tales pero sabe apropiárselos) y un montón de despropósitos (y le va bien lo de competir en la categoría de comedia porque si Iñárritu cree haber hecho un drama y no una parodia –bastante poco afortunada- tiene mucho más que revisar de lo que uno pensaba). Michael Keaton se ha ganado (parece: veremos qué opinan sus compañeros, recordemos a Bill Murray por no irnos más lejos) el reconocimiento de todo el mundo por dejar a un lado algunas de sus muecas más reconocibles pero eso es poco al lado de un meritorio y sorprendente Eddie Redmayne (beneficiado aquí de la división entre drama y comedia) y de un soberbio Benedict Cumberbatch (por citar dos nombres que, junto a Keaton, parecen seguros en la terna de actores candidatos al Oscar que conoceremos el próximo jueves). Julianne Moore, por fin, no debería tener rival para conseguir una estatuilla dorada, por mucho que Felicity Jones sea una oponente de altura en La teoría del todo (y alguna fémina más de lo que aún no hemos podido disfrutar): lo suyo en Siempre Alice es un absoluto prodigio precisamente en cómo se despoja de personalidad, de humanidad, cómo queda anulada, borrada, reducida a esa nada cruel que impone el Alzheimer. J. K. Simmons tiene todas las papeletas para seguir recogiendo premios aunque su participación en Whiplash no pase de lo convencional, lo prototípico, lo esquemático, lo que es en realidad toda la cinta, y lo mismo podría pensarse de Patricia Arquette, presencia interesante y desaprovechada en la muy cansina Boyhood en la que, como en tantas ocasiones, se está premiando más el esfuerzo, la valentía, la forma que el resultado, el contenido, la película en sí.
   Y como colofón, fue un gustazo ver a Maggie Gyllenhaal recoger el premio de mejor actriz en miniserie por The Honourable Woman, ese prodigio que sólo podría llegar desde el Reino Unido, esa película de ocho horas que se ve sin sentir y que remueve, conmueve, altera, aterra, conmociona, emociona, impacta y hace reflexionar (y pensar en Jon Voight allí en la sala sentadito produce, no hay que negarlo, una sonrisita con rebaba y casi pedorreta… ¡Ahí lo tienes, ignorante!).