Sin demasiados preámbulos, siguiendo la línea de que cada nominación se
explica por sí misma (para considerarla justa o para llevarse las manos a la
cabeza –aunque en este segundo caso resulte un tanto necesario acordarse de
algún o algunos nombres que podrían (deberían) sustituir al considerado
intruso-), es el momento de ir analizando las categorías principales de los
próximos Oscar, comenzando en esta ocasión por las actrices:
INTERPRETACIÓN FEMENINA
PROTAGONISTA
-MARION
COTILLARD POR DOS DÍAS, UNA NOCHE:
Poco más puede añadirse de lo que ya se ha escrito en este blog (y en
realidad siempre nos quedaremos en la superficie) para glosar la hazaña
interpretativa llevada a cabo por esta mujer en una cinta que araña, zahiere,
conmueve, conmociona, perturba, hunde en la butaca pero de la que no se puede
despegar la vista, que entra como un bólido y sin freno hasta lo más hondo del
corazón, el cerebro, el alma del espectador. Los hermanos Dardenne han sabido
poner su habitual estilo de cámara en mano, casi documental, sin artificios ni
afeites (aunque a veces se los notase demasiado el truco), al servicio de un
guión escrito con las entrañas e interpretado por Marion Cotillard con una
contundencia que noquea, oprimiendo, asfixiando, doliendo, removiendo, dejando
claro que su nombre ya es absolutamente legendario, que hay un antes y un
después de su aparición en la pantalla, que no tiene límites, que aún nos
regalará muchos momentos inolvidables, uno de los pocos nombres, una de las
privilegiadas, de las excelsas que deberían obtener un premio de la Academia
cada vez que aparecen en pantalla.
-FELICITY
JONES POR LA TEORÍA DEL TODO:
Han bastado unas pocas películas para que esta actriz británica haya
demostrado una apabullante versatilidad, una calidad descollante (enfrentada a
nombres como los de Helen Mirren, Ben Whishaw o Ralph Fiennes), una capacidad
para transmitir emociones muy profundas y diversas desde la contención,
trabajando el cuerpo, la mirada, el rostro, sin pretender destacar, desterrando
lo ampuloso, en definitiva, fiel a la escuela interpretativa en que nace y se
forma. A pesar de que La teoría del todo se
inspira en el libro biográfico escrito por su personaje, Felicity Jones acepta
la a priori tarea ingrata de ser el soporte del auténtico protagonista,
teniendo además que competir con la transformación física de su compañero de
reparto (Eddie Redmayne) para reflejar los estragos de la enfermedad
degenerativa que sufre Stephen Hawking y con el hecho de que todo el mundo
tiene en la memoria la imagen del genio pero muy pocos conocen el rostro de
Jane, la que fue su primera mujer; pero sale victoriosa del envite gracias a su
carisma, a su encanto, a su sencillez, a cómo soporta la película sobre los
hombros sin que se note a simple vista, adecuándose al ritmo elegante de James
Marsh, mostrándose enamorada, segura, combativa, sin transmutarse en víctima a
pesar de lo sufrido, desplegando con tiento su energía, siendo el alma de la
cinta.
-JULIANNE
MOORE POR SIEMPRE ALICE:
Tras mil y un intentos fallidos (sobre todo por el material obligada a
defender y a veces por una apatía que no era capaz de disimular –y que se puede
llegar a comprender/compartir porque su talento merecía más-), Julianne Moore
regresa a la liga de los mejores, esa que nunca hubiese debido abandonar, con
una interpretación absolutamente prodigiosa, sensible y delicada, un portento
de dulzura, mesura y hondura: su modo de desaparecer, tal y como hacen los
enfermos de Alzheimer según la devastadora enfermedad les va borrando
recuerdos, emociones, lenguaje, reflejos, expresiones, su manera de quedarse en
su sitio pero pujar por seguir siendo una persona (de ahí el magnífico,
revelador y acertado título del original: Still
Alice, es decir, “todavía Alice”, aún estoy aquí aunque no pueda hacer nada
por expresarlo, por hacerme notar), cómo sus ojos siguen siendo ventanas
abiertas a un alma que permanece, que sobrevuela, que queda enclaustrada en el
envoltorio, que pierde sus capacidades, su sobrecogedora mudez, su
incapacitación para desarrollar sus emociones, su mirada fija, su medio
sonrisa, su último plano es toda una lección, una cima absoluta, la enésima
confirmación de por qué esta actriz consigue elogios tan encendidos. Aunque la
adaptación esté muy por debajo de la prosa original de Lisa Genova (muy difícil
la adaptación de una novela contada a partir de la propia enferma, haciendo
palpable el avance virulento y progresivo de su mal en el modo en que sus
facultades se van viendo mermadas, jugando y creando con el lenguaje, con las
elipsis, con el tono aséptico), la dirección elegante y sin tremendismos que
provoquen el efecto contrario ayuda a que el filme sea fiel al espíritu, a las
intenciones de la autora. Julianne Moore ya arrebató a Marion Cotillard el
premio de interpretación en el último Festival de Cannes (un certamen en el que
la francesa jamás tiene fortuna), pero lo hizo por su intervención en lo nuevo
de David Cronenberg, Maps to the Stars (2014),
cinta fallida e irregular en la que ella destaca aunque su personaje vaya
perdiendo fuelle y quedando desdibujado según avanza el metraje; y aunque se
repetirá una y mil veces que lo ofrecido en Dos
días, una noche es inalcanzable y que el hecho de que Cotillard ya tenga un
Oscar no es motivo para negarle los que pueda merecer, la Academia tiene una
deuda con Julianne Moore y es el momento de saldarla porque su interpretación
es de muchos quilates (no esperemos, como con otros, a que hagan cualquier cosa
o entregárselo con condescendencia o, directamente, le hagamos engrosar la
lista de los muchos ilustres que no han podido adornar sus estanterías con un
muñequito dorado).
-ROSAMUND
PIKE POR PERDIDA:
Un clarísimo error de casting que abunda en el espantoso guión con que
Gillian Flynn ha tirado por tierra los hallazgos de su novela han propiciado
que la estupenda Rosamund Pike no pueda lucirse del modo adecuado en la
sobrevalorada película de David Fincher, siendo a pesar de todo la única que consigue
insuflar nervio y emoción, la que destaca por imprimir veracidad en lo que a
ratos es un espectáculo grotesco y ridículo. En realidad, el personaje era
idóneo para una intérprete que ha asumido tareas de producción en Perdida, alguien rechazada directamente
por el director, alguien que hubiese aportado la ambigüedad necesaria, alguien
que hubiese hecho dudar al espectador, alguien que no espera después de este
punto y aparte.
-REESE
WITHERSPOON POR ALMA SALVAJE:
Uno de tantos nombres perjudicados por lo que se conoce como “la maldición
del Oscar” (obtenido por una buena interpretación a pesar de que el director –James
Mangold- parecía ignorarla como si su personaje no fuese fundamental en la
historia, impidiendo que eclosionase como hubiese debido, imprimiendo frescura
y encanto a su June Carter de En la
cuerda floja (2005) a pesar de los obstáculos, dejando en la cuneta a la
que hubiese debido alzarse con el triunfo en esa edición, la impactante
Felicity Huffman de Transamérica (2005)),
Reese Witherspoon no ha cejado desde aquel momento de buscar proyectos
interesantes, alternando lo netamente comercial con lo arriesgado, lo a
contracorriente, moviéndose entre varias aguas (algo que define su carrera casi
desde el principio), involucrándose, pero sin que los resultados estuviesen a
la altura de lo esperado y sin que su talento encontrase el vehículo idóneo.
Aunque, como ya se ha dicho, hubiese sido la mejor elección para protagonizar Perdida y el film hubiese salido
reforzado (por mucho que el libreto deshaga el inteligente castillo de naipes
del original), gracias a Alma salvaje
vuelve a exhibir toda su paleta de colores, a dar el tono preciso en cada
momento, a alternar tonos y emociones con su apabullante sencillez, hilvanando
con primor y pericia, sin que se noten las puntadas, las aristas de su rol, su
tormento interior, su angustia, su pesado equipaje emocional y narrando en off
con hondura y sentimiento (un prodigio cómo su voz se adecúa a las imágenes,
cómo interactúa con su rostro para aportar la pasión que a ratos se echa de
menos en una película que peca de cansina y poco brío).
INTERPRETACIÓN FEMENINA SECUNDARIA:
-PATRICIA
ARQUETTE POR BOYHOOD:
Uno de esos nombres que a Hollywood le gusta recuperar, especialmente
cuando puede premiarlos por un rol secundario (ya abundaremos un poco en esta
premisa a la hora de analizar la candidatura de J. K. Simmons en el apartado de
los actores), la celebración de la hija pródiga que, tras ser actriz de culto y
trabajar con algunos de los nombres más glorificados y/o exitosos del momento,
se refugia en la televisión y consigue un triunfo personal y profesional (al
margen de los sorprendentes y bien trenzados guiones –con la excepción del
calamitoso y decepcionante episodio final, el nivel se mantuvo bastante alto y
sin concesiones a la galería, con fidelidad a las premisas iniciales-, su
interpretación fue la base y el acierto fundamental de Médium (2005-2011)). Patricia Arquette viene, además, a refrendar
el aplauso generalizado al esfuerzo de un equipo, a la fe en un cineasta, al
compromiso y la fidelidad de unas gentes que aceptaron rodar durante una semana
a lo largo de doce años sin tener muy claro cuál sería el resultado o si
podrían cumplir con su promesa, lo que no es óbice para que sus apariciones
sean lo más estimulante de una película anclada en la nada y un tanto pagada de
su pretendida (y conseguida) intrascendencia (aunque con un mejor dibujo, su
personaje hubiese alcanzado cotas más altas y la actriz hubiese podido lucirse
en mayor medida).
-LAURA
DERN POR ALMA SALVAJE:
Otro de esos nombres a rescatar, aunque en este caso la nominación dé un
poco de risa, ya que su participación en la película es excesiva y
necesariamente efímera, es uno de esos personajes que se construyen en
ausencia, a través del recuerdo, y no queda más en nuestro ánimo porque lo
encarne Laura Dern y sí por el modo en que su hija en la pantalla la evoca,
añora, invoca, apela y glosa.
-KEIRA
KNIGHTLEY POR DESCIFRANDO ENIGMA:
Tras algunas interpretaciones en las que se había ido desprendiendo de
su tendencia a la mueca, de su gestito cercano al puchero, de su envaramiento y
frialdad (auténticas losas en la reprobable Orgullo
y prejuicio (2005) con la que Joe Wright mancilló la memoria de Jane Austen
–por fortuna, tanto él como su actriz se redimieron con las espléndidas Expiación (2007) y Anna Karenina (2012)-), Keira Knightley se gradúa con honores con
su intervención en esta esplendorosa cinta. Es un portento verla cómo, sin
prisa pero sin pausa, va añadiendo detalles, reflejando la maduración de su
personaje en lo anímico, en lo afectivo, en lo sentimental, en lo vital,
sabiendo mantenerse en el segundo plano pero sin perder nunca pie, hasta llegar
a una secuencia final en la que nos deja sin aliento, impresionados,
impactados, estremecidos, alucinados (sólo por lograr seguir el paso a ese
prodigio conocido como Benedict Cumberbatch y no desentonar ni quedarse atrás
nunca –excepto cuando la historia lo requiere- ya merecería todos los premios
del mundo).
-EMMA
STONE POR BIRDMAN:
En medio de ese canto al histrionismo, a lo aparatoso, a lo exagerado, a
lo esforzado, a lo falso, Emma Stone es un soplo de aire fresco por la manera
en que afronta su rol, alejada de estereotipos, de grandilocuencias, de
exhibiciones gratuitas, rebajando tonos, consiguiendo momentos que realmente
son latigazos, ganando por goleada al resto del reparto, imponiéndose por
naturalidad y acierto, por saber pisar el acelerador y reducir velocidad cuando
conviene. Tras merendarse a Colin Firth en Magia
a la luz de la luna (2014), la irregular y por el momento última película
de Woody Allen, la joven actriz sigue dando pasos agigantados hacia lo más
alto, demostrando una versatilidad que aún deparará muchas sorpresas y
satisfacciones.
-MERYL STREEP POR INTO THE WOODS:
Deberían crear un galardón sólo para ella y, así, reconocer de una vez
por todas su magisterio, su grandeza, su altura, su prodigalidad, su inagotable
talento, su continua reinvención, su magia, su perfección. No contenta con todo
lo logrado y demostrado, Meryl Streep encuentra nuevos tonos en su voz, se
adueña de la partitura de Sondheim como si fuese tarea sencilla, afila su
garganta, pone el maquillaje a su servicio para ser una auténtica bruja (no
parecerlo, no recordarlo, no imitarla: serlo –atributo de una enorme actriz-),
orquesta la función con garra e ímpetu, potenciando las virtudes de los demás,
sin ánimo de eclipsar, pero constituyéndose en epicentro del meritorio y
arrebatador vendaval al que Rob Marshall ha dado forma.