jueves, 27 de febrero de 2014

ACTRICES NOMINADAS OSCAR 2013: ALGUNAS GRANDES DAMAS Y, DE NUEVO, UNA ESTAFA



   Es un lamento crónico pero tristemente cierto y nada exagerado aquel que señala la falta, la ausencia, la escasa (en ciertos momentos podría decirse nula) proliferación de personajes femeninos interesantes, dignos de ser llamados tal, no estereotipos, meros esquemas, simples soportes, existiendo en ocasiones sólo como cuota (y es algo que ha sucedido desde que el cine dejó de ser una atracción de feria, reduccionismo que algunos catalogarán de otra manera contra el que han tenido y tienen que luchar intérpretes que añaden esplendor, talento y perfección a su oficio, a su arte). En el 2013 (porque eso es lo que se está premiando últimamente: lo que se considera mejor entre la cosecha del año pasado), para nuestro deleite, no anduvimos ayunos de grandes interpretaciones femeninas y es todo un gustazo repasar las nominaciones aunque, parece que no puede ser de otro modo, la Academia se las pinte sola para menospreciar, ignorar, olvidar a alguien que aparecía en todas las quinielas por méritos propios, seguir considerando y encumbrando a actrices de valía cuestionable, arrinconar a gentes a las que ha retirado el beneplácito de que antes parecían gozar o a las que directamente (en este sentido la lista podría ser casi interminable) nunca tiene en cuenta. Antes de pasar a diseccionar un poco los pros y los contras de las diez elegidas, no queremos dejar de recordar a Oprah Winfrey, un nombre a reivindicar, pletórica en El mayordomo (y eso a pesar de cómo el guión no desarrollaba su rol, aprovechando cada una de sus secuencias, atrayendo todas las miradas), y muy especialmente a la gran damnificada del año, la enorme Emma Thompson de Al encuentro de Mr. Banks (dentro de poco hablaremos con detenimiento de esta joyita que en Hollywood no deben haber visto y analizaremos el porqué de esta desconsideración), cuya asunción del carácter de Pamela L. Travers, la creadora de Mary Poppins, la mujer capaz de echar un pulso al mismísimo Walt Disney, va más allá de lo que debe llamarse interpretación por las cotas de perfección superadas y alcanzadas.

INTERPRETACIÓN FEMENINA PROTAGONISTA

-AMY ADAMS POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:

   Puede considerarse a esta versátil y magnífica actriz como la intrusa de esta categoría, la que ocupa el puesto que hubiese debido ser para Emma Thompson. Es, sin duda, la intérprete con más talento de su generación, capaz de salir airosa del cometido menos lucido o de un guión desafortunado (caso de sus dos últimas nominaciones: The Fighter (2010) y The Master (2012)), que se lo merienda absolutamente todo en uno de los títulos más nominados del año, que no precisa de disfraces, pelucas, estrambóticos maquillajes para hacer creíble una mujer de rompe y rasga, para serlo sencillamente por su manera de caminar, mirar y colocar los hombros, pero sería una lástima que viese coronada su carrera con un Oscar a destiempo y por tan poca cosa (cuando, sin irnos más lejos, en Her, es decir, pudiendo competir este mismo año, da un salto mortal sin red, jugándolo todo a la verdad de su rostro, a su encanto natural, empequeñeciéndose, transformándose ante nuestros ojos como sólo una grande sabe y puede hacerlo, siendo el personaje). ¡Si al menos le hubiesen dado el papel bombón! (pero ya llegaremos a eso).

-CATE BLANCHETT POR BLUE JASMINE:

   Otra de esas señoras que superan cualquier adjetivo, por mucho que éste distinga la excelencia, una de esas diosas con aureola, una magnificencia interpretativa capaz de recrear a una de las más inmensas (Katharine Hepburn) y rizar el rizo (su por el momento único Oscar como secundaria por El aviador (2004), uno de los Scorsese más vibrantes que puedan glosarse). Decir que hace un auténtico tour de forcé en el filme de Woody Allen, por mucho que lo haga, es decir muy poco porque rompe las costuras de cualquier clasificación: ríe, llora, se desmelena, se desborda, se deshace, se degrada, se pasea, pasa por toda la gama de emociones posibles, incluso inventa algunas, y enriquece con cada gesto el errático guión, asume su reencarnación de Blance DuBois para abundar en el patetismo, en la nebulosa mental, en la irrealidad en la que estaba instalada aquella y ofrece una interpretación abracadabrante en la que una sola mirada desolada explica más que el resto de la película; sin duda, su Jasmine ha hecho historia y se recordará como un absoluto hito (y puede ser que valga un Oscar, siempre que los académicos voten lo que deben votar y se olvidan de circunstancias que deben dirimirse en un tribunal y en las que Cate Blanchett no ha intervenido –no se la puede condenar ni mucho menos castigar por los delitos que pueda haber cometido el director de la cinta-).

-SANDRA BULLOCK POR GRAVITY:

   Tras haber tapado muchas bocas con su merecidísimo Oscar por The Blind Side (2009) –dirigida, por cierto, por John Lee Hancock, autor de Al encuentro de Mr. Banks, heredero del mejor clasicismo hollywoodiense-, Sandra Bullock vuele a dejar clara su categoría como actriz dramática al aceptar el reto de Cuarón para ser la casi única protagonista de su espectacular película. Su fragilidad, su desubicación, el peso de su alma frente a la necesaria levedad de sus movimientos, la permanente tensión que provoca verla a punto de seguir flotando sin asideros y perderse en esa inmensidad que amenaza con fagocitarla, todo está servido por Bullock con sencillez, sin aparatosidad, trabajando la personalidad de su rol, ofreciéndose en un honesto, emocionante y valiente ejercicio de desnudo interpretativo, integrándose a la perfección en cada plano pensado, soñado, logrado por Alfonso Cuarón, inquietándonos, implicándonos, anegándonos con una sola lágrima.

-JUDI DENCH POR PHILOMENA:

   En un año con tanto bueno donde elegir, y al haber quedado fuera la que sin duda estaría en lo más alto (es decir, Emma Thompson), tal vez Judi Dench sea la favorita del que esto escribe por el modo en que habita a esta mujer y, sin afectación ni engolamiento (o sea, como es habitual en ella), desnuda su alma dolorida pero llena de bondad, su incapacidad para caer en el rencor, hace gala de un sentido del humor casi a prueba de bombas y saca a la luz su alma de chiquilla, su sorpresa ante todo lo que desconoce, su emoción ante la victoria más pírrica, su inasequible desaliento, su afán por descubrir. La elegancia formal de un Stephen Frears poderoso, un guión escrito con tiralíneas y perfectamente equilibrado, se han conjugado con el rostro impasible de la grandiosa Judi Dench (todo está, pero nada se subraya o exagera, sencillamente se va aposentando en el ánimo del espectador) para entregarnos una de las grandes sorpresas de esta edición (y a la que dedicaremos el espacio que merece próximamente).

-MERYL STREEP POR AGOSTO:

   Todo es cuestión de gustos, pero resulta molesto tener que justificar cada nueva nominación de esta intérprete cuya excelsitud parece no tener límites, sobre todo cuando los argumentos en su contra son tan endebles como “ya ha sido candidata demasiadas veces” (¿Quieren decir que debería dejar el cine? Esa parece la única forma de negarle los honores que merece) o “resulta previsible, se puede predecir su próximo gesto” (como si el resto de actores no tuviesen unos tics reconocibles que los diferencian de los otros y que, bien dosificados, utilizados, matizados, son marca de la casa que deja a las claras su grandeza). Sea como sea, Meryl vuelve a hacerlo una vez más al asumir el protagonismo de un texto sencillamente prodigioso y brillar con luz propia en el medio de un reparto espectacular donde todos sacan y dan lo mejor de sí mismos: pasa de la burla, de la sorna, de la comicidad y la aparente armonía familiar a la crueldad sin ambages, tras resultar patética y conmovernos se transforma en una hidra, en alguien que envenena el ambiente, la vida de los demás, en una déspota que pisotea a cualquiera, en cruel matriarca que sólo sabe odiar, logrando una vuelta de tuerca más en su portentosa trayectoria.

INTERPRETACIÓN FEMENINA SECUNDARIA

-SALLY HAWKINS POR BLUE JASMINE:

   Un personaje alleniano mil por mil, que sólo una comediante del calibre de la londinense puede transformar en alguien entrañable, adorable a pesar de su estridencia, sólo una digna heredera de Diane Keaton, Judy Davis o Dianne Wiest puede evitar el ridículo, la exageración, dejando patente una pasmosa habilidad para resultar natural, comprensible dentro del absurdo que es su hábitat, su manera de enfrentarse al mundo, reverso y complemento perfecto de Cate Blanchett, junto a ella lo mejor de un filme que ha merecido demasiados parabienes.

-JENNIFER LAWRENCE POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:

   Personaje que, como decíamos antes, hubiese debido recaer en manos de Amy Adams, ya que es el único que merece la pena y mejor suerte de la recibida. Tras obtener en la pasada edición un Oscar que le viene muy grande, Jennifer Lawrence sigue engordando su inmerecido prestigio con lo que pudiera ser su segunda estatuilla consecutiva, haciendo historia porque sería la primera vez que se obtiene en las dos categorías. Empeñado en descubrir cada año a la nueva estrella, a la futura gran actriz, lo único que puede reconocerse a Lawrence es que continúa en la brecha (no así Anna Kendrick, Shailene Woodley o la propia Kate Hudson, quien estuvo a punto de ganar un Oscar que, como queda demostrado, hubiese llegado demasiado pronto para premiar humo), sobrevalorada pero sin perder el favor de la crítica, alternando blockbusters con títulos de bajo presupuesto, pasando de una película a otra sin alterar su gesto de hastío, incapaz de inyectar un mínimo hálito de vida a los roles que le encomiendan.

-LUPITA NYONG´O POR 12 AÑOS DE ESCLAVITUD:

   Se supone que sólo ella puede evitar que se cumpla el pronóstico comentado antes y, sin presentar una de esas interpretaciones con aires épicos o legendarios (al modo en que sí lo hacen sus compañeros de reparto o la impresionante Sarah Paulson en un cometido muy pequeño pero con el que consigue adueñarse de las escenas en que aparece), su dignidad y contención son portentosas y le ayudan a evitar los lugares comunes, lo manido, lo tópicamente reduccionista, construyendo un personaje a contracorriente, antipático, que logra empatizar con el espectador sin morisquetas ni gazmoñerías (y su rostro es el colofón de una de las secuencias más terroríficas de los últimos tiempos y, precisamente, cómo nos lo hurta el director durante unos momentos le otorga más grandeza, hondura y entidad dramática en el momento en que reaparece).

-JULIA ROBERTS POR AGOSTO:

   Al margen de la polémica provocada por su empeño (con la connivencia del productor) en la inclusión de un plano final que, en contra de lo que ella piensa, resta fuerza a su personaje y tergiversa un tanto el final pensado por el autor, Julia Roberts demuestra que es una estupenda actriz, mucho más completa de lo que quieren admitir sus detractores, pieza clave en este puzle que es Agosto, punto en el que convergen los diferentes conflictos. Aunque uno no puede evitar su predilección por la maravillosa Margo Martindale (a la que hubiera nominado y premiado de calle), es un gustazo encontrarse a la Roberts compitiendo en un año con contrincantes tan sólidas y sin que haya que reivindicarla, puesto que el consenso es justo al hablar de la enorme calidad que demuestra.

-JUNE SQUIBB POR NEBRASKA:

   Se gana el corazón de cualquiera y, por eso mismo, es la favorita del que suscribe. Una ladrona de escenas, una mujer que nadie diría está actuando, un prodigio que nos arrebata, cautiva, conmueve, provoca carcajadas, despierta ternura, una actriz que sólo con acariciar el cabello de Bruce Dern está explicando toda la vida de su personaje, el centro de un par de secuencias que ya han pasado a la historia del cine (la del cementerio y la del coche en casa de un matrimonio al que lleva años sin ver, no se puede contar más porque nadie debería perdérsela).

jueves, 20 de febrero de 2014

ACTORES NOMINADOS OSCAR 2013: NO ESTÁN TODOS LOS QUE SON




  
   Ya se sabe lo que sucede con los premios, distinciones y demás honores, lo mismo que con la lluvia, o sea, que es difícil que contenten a todos y que incluso aquel galardón que resulta de trayectoria impecable (porque coincide con nuestras apreciaciones, con nuestro gusto, con nuestro criterio) llega un día en que pierde nuestra complacencia porque va a parar a unas manos que no nos parecen merecedoras; por eso es injusto utilizarlos como baremo según nos convenga, hablar de ellos en su conjunto y tan pronto afirmar que se equivocan siempre como transformarlos en nuestro mejor argumento para intentar tapar bocas. Conviene hablar de cada uno en concreto, analizar por separado cómo, por qué, superando a quién ganó tal persona la estatuilla, no mezclar churras con merinas o comparar ediciones diferentes en las que las circunstancias que motivaron la decisión final de la Academia (esa señora compuesta por un montón de miembros, cada uno de su padre y de su madre) no se parecían ni remotamente. Este año, las candidaturas masculinas dejan, en general, bastante que desear, puesto que han quedado fuera interpretaciones portentosas como las de Joaquin Phoenix en Her (2013) –sutil, delicada, alejada de su habitual histrionismo-, Tom Hanks en Al encuentro de Mr. Banks (2013) –encarnando con acierto a Walt Disney, aceptando encantado su cometido secundario, sustentando la prodigiosa actuación de Emma Thompson, la gran damnificada en esta ocasión (ya llegaremos a eso en un próximo texto)-, Steve Coogan en Philomena (2013) –la emocionante contención del cómico que maneja con inteligencia el tono medio, la mesura, sin alardes ni tentaciones de lucimiento, adecuándose a lo exigido en guión y dirección- o Will Forte en Nebraska (2013) –un caso similar al de Coogan, en este caso con el añadido de encarnar un personaje muy desagradecido porque su mayor mérito es no hacerse notar, parecer que no está, por lo que para muchos no tiene ningún mérito ni valor-. Dicho lo cual, veamos lo que la Academia ha seleccionado:

INTERPRETACIÓN MASCULINA PROTAGONISTA



-CHRISTIAN BALE POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:

   Uno de esos actores a los que se ha querido recubrir de prestigio desde hace mucho tiempo y lo ha ido consiguiendo a base de disfraces, de muecas, de pérdidas de peso, de lo que recubre, de lo aparente, de primar (y premiar) el esfuerzo, la distorsión, la huida de sí mismo, el afeamiento, por encima de la propia interpretación que a veces, como en el caso que nos ocupa, se basa realmente en hacer notar la transformación, en el regodeo en lo que le recubre, en la satisfacción con que se exhibe lo accesorio, lo que no se integra sino que se convierte en valor. Galardonado no hace demasiado tiempo con un Oscar que le viene muy grande –The Fighter (2010), también a las órdenes de David O.Russell-, Bale debería actuar en esta ocasión como invitado de piedra y limitarse a aplaudir al ganador –tal y como ha hecho hasta el momento, excepto en distinciones obtenidas por el conjunto del reparto-.

-BRUCE DERN POR NEBRASKA:

   Desde que la película pasó por Cannes y fue elegido como el mejor actor del certamen (allá por el mes de mayo), el nombre de Bruce Dern empezó a sonar como oscarizable y, en esta ocasión, la memoria de los académicos no ha sido tan endeble como en muchas ocasiones. Actor de trayectoria sólida, aunque muy desconocido para el gran público –su personaje más recordado en la pequeña pantalla es en una serie como Big Love (2006-2011), tan estupenda como incomprendida, desconocida o ignorada precisamente por ello, incómoda por el asunto tratado-, Dern deja patente la grandeza adquirida a lo largo de tantos años como actor en su manera de asumir el personaje central de la cinta de Alexander Payne: sin trucos fáciles, sin concesiones a la galería, sin fatuidades, sin veleidades de “estoy ante el papel de mi vida y tenéis que daros cuenta”, limitándose a ser, a llenar de sentido los silencios, las miradas perdidas, el permanente gesto a medias de estupor a medias de ensoñación. Como ya se dijo hace poco, Will Forte y June Squibb se lo ponen muy difícil, llegan a arrinconarle, lo que no es óbice para concluir que estamos ante una de esas interpretaciones de muchos quilates, que se queda muy dentro y que va creciendo en el recuerdo.

-LEONARDO DICAPRIO POR EL LOBO DE WALL STREET:

   Lo que en algunos se traduce en virtud, en motivo de encomio y algarabía, se convierte para otros en una losa muy pesada que sólo a duras penas logran retirar (y en muchas ocasiones ni eso). Así, Leonardo DiCaprio parece tener que pedir siempre perdón por haber sido ídolo juvenil, levantar pasiones, combinar títulos claramente comerciales con proyectos muy personales o artísticos que salen adelante sólo gracias a su concurso, tener un olfato muy fino para detectar dónde hay una historia que merece la pena ser contada. Tras menospreciarle de manera clamorosa por su impactante interpretación en Revolutionay Road (2008) –que quedará como una cima en su carrera-, tras obviarle en la que fue considerada la película del año –Infiltrados (2006)-, tras ignorarle en J. Edgar (2011) –lo que no hubiese sucedido de apellidarse Bale- o tras arrinconarle para premiar lo mismo que ya habían premiado –o sea, a Christoph Waltz en Django desencadenado (2012)-, la Academia distingue este año a DiCaprio por ponerse de nuevo a las órdenes de Martin Scorsese –el director que mejor parece comprenderle, el cineasta al que más apoya el actor cuando ejerce como productor-. Es asombroso cómo consigue dotar de humanidad, despojar de los tintes más estrambóticos, esquivar el reductor maniqueísmo con que puede ser abordado su rol para sustentar sobre sus hombros una cinta un tanto elefantiásica que no pierde atractivo por su presencia y entrega.

-CHIWETEL EJIOFOR POR 12 AÑOS DE ESCLAVITUD:

   El favorito de quien esto escribe, un absoluto prodigio de contención, recubierto de una conmovedora dignidad que confiere a su interpretación tintes más sombríos y patéticos que cualquier grandilocuencia y obviedad, el trazo grueso en el que tantos tropiezan a la hora de abordar un asunto como el que centra el estupendo filme de Steve McQueen. Sólo por el modo en que camina sin pisar, deseando no llamar la atención, anhelando mimetizarse con el ambiente, pasar inadvertido, no provocar las iras de los tiranos, sumido en el dolor por la pérdida y en la incomprensión de la situación que vive, Chiwetel Ejiofor merecería que un Oscar adornase alguna de las estanterías de su casa.

-MATTHEW MCCONAUGHEY POR DALLAS BUYERS CLUB:

   A priori, tiene todas las papeletas para alzarse con el triunfo, precisamente por lo mismo que se comentó sobre Christian Bale; desde hace cierto tiempo, se viene queriendo reivindicar a este actor, conferirle grandeza, todo porque ha abandonado los productos destinados al éxito de taquilla, porque no se preocupa del físico (que deja para los anuncios de fragancias), porque es capaz de adelgazar más allá de cualquier límite con tal de vender gato por liebre, es decir, de hacer pasar por interpretación lo que sólo es caracterización. Y eso que en esta película está mucho menos exagerado que en Mud (2012), El chico del periódico (2012) e incluso en su breve participación en El lobo de Wall Street, aunque no logra que veamos otra cosa que a Matthew McConaughey fingiendo ser otro (y, para colmo, el guión de la película no ayuda a que esto sea de otra manera).

INTERPRETACIÓN MASCULINA SECUNDARIA



-BARKHAD ABDI POR CAPITÁN PHILLIPS:

   Una de esas excentricidades que gustan a la Academia, una de esas distinciones que van más allá de lo meramente interpretativo, una de esas decisiones con las que Hollywood se siente bien y cree reafirmar una supuesta apertura, un sentido democrático e igualitario que en realidad subraya su endogamia. Pudiera pensarse que esta nominación responde más al ánimo de castigar este año al normalmente mimado Tom Hanks (quien, sin merecer excesivos parabienes por el filme de Greengrass, al menos deja en el cajón su clásico repertorio de muecas y compunciones) que de valorar la actuación de este desconocido y novel actor somalí.

-BRADLEY COOPER POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:

   Actor del que tal vez con el tiempo podrá decirse lo mismo que de Bale, McConaughey y tantos otros (sobre todo si empiezan a escribir sobre él en parecidos términos encomiásticos), en este caso él mismo intenta quitarse de encima el sambenito de físico potente, triunfador en la pequeña pantalla, buscando otro tipo de personajes y filmes, sin importarle el género y sin pretender venderse como el gran actor que por el momento dista mucho de ser. Consciente de sus limitaciones, se aplica con tesón y dignidad a los roles que asume, sin destacar especialmente pero sin resultar cargante o forzado, manteniéndose en un adecuado tono medio que permite ver sus cualidades y progresiva evolución.  

-MICHAEL FASSBENDER POR 12 AÑOS DE ESCLAVITUD:

   Las paradojas de la vida y las decisiones de la Academia, provocan que este actor, quien nunca ha despertado mi entusiasmo (antes bien, todo lo contrario), sea mi favorito en esta candidatura; al margen de haber preferido que tuviera otros contrincantes de más peso (y que sin duda estarían más arriba en mi consideración), es la primera vez que me resulta creíble, es más, me estremeció, me hizo temblar, me acorraló con su interpretación más acabada y alejada de cualquier numerito exhibicionista (en todos los sentidos: nunca un plano de determinada parte de una autonomía provocó tanto entusiasmo crítico).

-JONAH HILL POR EL LOBO DE WALL STREET:

   Ejemplo de un cómico al que se quiere otorgar carta de naturaleza como intérprete, para lo que debe alejarse del género que le ha hecho popular (lo que, vaya usted a saber por qué, no sirve para Will Forte o Steve Coogan –aunque éste, al ser inglés, les importa mucho menos-). Y, en realidad, aunque sea dirigido por Scorsese, Jonah Hill resulta tan cargante, previsible y convencido de su gracia como en Supersalidos (2007) o Hazme reír (2009), tan innecesario como en Moneyball (2011), su primera nominación al Oscar, sin duda, uno de los varios lastres que arrastra la película, pero al que la Academia gusta recibir como uno de los suyos.

-JARED LETO POR DALLAS BUYERS CLUB:

   Al igual que su compañero Matthew McConaughey, Leto se presenta como el favorito en casi todas las quinielas, en gran parte por las mismas razones que aquel en lo que a transformación física y huida de sus posibilidades físicas se refiere. En este caso, su enorme naturalidad, su facilidad para desaparecer y hacer creíble el personaje, su ausencia de un amaneramiento forzado o excesivamente ridículo, suman enteros, los mismos que quedan en agua de borrajas ante el modo en que el guión desperdicia este rol, anulando sus posibilidades dramáticas, convirtiéndole en mera comparsa, coadyuvado por una dirección que se contenta con el primer vistazo, con el estereotipo, con lo externo, camuflando, perdiendo, distorsionando una meritoria interpretación que no puede (no se lo consienten) terminar de cristalizar.

martes, 18 de febrero de 2014

DIRECTORES NOMINADOS OSCAR 2013: TRES CINEASTAS, UNA ESTAFA Y UN CUARÓN






   La cita se va acercando, el tiempo, implacable como siempre, no da cuartel, los títulos a comentar se acumulan y los Oscar se entregan en menos de quince días; por lo tanto, para intentar trazar un panorama lo más amplio posible, vamos a dedicar unas cuantas entradas a glosar lo positivo o negativo que encontramos en los candidatos a los premios más golosos, a los que más se destacan, a los que despiertan mayor interés (lo que no será óbice para que algunos títulos tengan en su momento su crítica más extensa y personalizada –de hecho, ahí está muy reciente la de Nebraska, por ejemplo-), esos galardones presentados como “los importantes”. Comencemos, por lo tanto, por los directores:

ALFONSO CUARÓN POR GRAVITY:

   Una de las experiencias más abracadabrantes y al mismo tiempo emocionantes jamás contempladas en una pantalla, ganando por goleada tanto como gran espectáculo como en el tramo corto, en lo íntimo, en lo pequeño, combinando a la perfección la urdimbre que proporciona un género reconocible a las primeras de cambio, con una estética muy particular, con una visión muy particular del mismo, con una mirada propia, sólo es posible cuando sucede eso, es decir, cuando un director con personalidad planifica hasta el más mínimo detalle y consigue que el resultado sea gozoso, hipnótico, absorbente, sin pretender demostrar lo listo que es, lo bien que filma, creando una coreografía apabullante en la que todo sucede con la aparente facilidad, la estilización, la exquisitez con la que se mueve un gran ballet. Alfonso Cuarón se gradúa con todos los honores, creando un antes y un después, una página que ya queda grabada en letras muy doradas y que hace historia, un precedente que muchos querrán imitar y que pocos (o ninguno) alcanzarán: nunca la tercera dimensión cobró tanto sentido dramático ni fue utilizada con tanta inteligencia y en beneficio del producto final, como aporte no como tributo que pagar o elemento molesto e incluso innecesario, pocas veces se oyó a una sala de cine contener el aliento de esa forma, nunca una lágrima nos inundó el alma de esa manera. En esta temporada, resulta complicado (por no decir imposible, en esa capacidad de sorpresa reside gran parte de la magia del arte) alcanzar las cotas a las que se encumbra Cuarón, quien no debería tener miedo a que en el sobre esté escrito como ganador del Oscar otro nombre que no sea el suyo.

STEVE MCQUEEN POR 12 AÑOS DE ESCLAVITUD:

   Con una dirección de mimbres y tintes clásicos, muy alejada por fortuna del manierismo que le otorgó fama y prestigio –aquella Shame (2011) de infausto recuerdo-, Steve McQueen da una vuelta de tuerca al en tantas ocasiones manido tema de la esclavitud (en el sentido de lo convencional de su tratamiento, en su obviedad plagiando lo ya hecho, en su excesiva edulcoración, en su maniqueísmo burdo que oculta la crudeza, la triste realidad, los porqués) y no da tregua al espectador con un tono seco, distante, tan frío que congela la sangre en las venas, consiguiendo momentos absolutamente terroríficos por su contención, por la naturalidad con que los filma, por su manera de implicarse/-nos sin que lo parezca, por mantenerse inmutable ante la tragedia, retratándola con toda su crudeza. Un prodigio de equilibrio que trabaja por acumulación y entrega una lección de buen cine, del que se queda dentro, del que escarba, del que acusa sin tapujos pero sin necesitar grandilocuencias porque muestra hechos, del que no se olvida.

ALEXANDER PAYNE POR NEBRASKA:
   
 Un estilo desnudo, cercano al documental pero concebido éste como un mero ejercicio de recoger lo grabado y exhibirlo (sin postproducción, montaje o cualquier otro tipo de manipulación), la vida captada con toda su hondura, con todas sus miserias, con las derrotas que van llenando el equipaje que cada uno arrastra lo mejor que puede, con su capacidad para seguir adelante, con su paso lento, con todo lo que va quedando atrás, en definitiva, una película que vivifica, que reconcilia, que emociona con honestidad, con sencillez, con sentido del humor. Alexander Payne desaparece detrás de la cámara (ese saber hacer que sólo algunos clásicos poseen) pero se percibe su control, el modo en que amasa con tiento y parsimonia el material entregado para conseguir ese milagro tan complejo y al alcance de unos cuantos dotados de que la vida pase, se asiente, exprese su verdad en la pantalla.

DAVID O. RUSSELL POR LA GRAN ESTAFA AMERICANA:
   
 El borrón dentro de esta candidatura (y de cualquiera –y son diez nada menos- en que aparece este globo demasiado hinchado de aire que al explotar sólo deja a su alrededor lo que contiene, es decir, el vacío), el niño mimado de Hollywood, un director que busca su lugar imitando a otros a los que no alcanza ni de lejos, aunque al menos, comparando con su candidatura del año pasado, aquella de ese espantajo titulada El lado bueno de las cosas (2012), en esta ocasión filma con algo más de gracia, de tino, de visión cinematográfica. Veremos si la Academia le compensa como guionista –aunque los libretos de Nebraska y Her deberían ser los únicos que se disputasen ese galardón y pudiera decirse que el segundo, esa estupenda historia trenzada por Spike Jonze, tiene todas las papeletas para llevarse el gato al agua- o, por el momento, sigue siendo el eterno nominado, considerando que con ese logro por cada filme que rueda ya tiene bastante, mientras que ocupa el hueco que debiera ser para otros de mayor talento (Jonze, sin ir más lejos, o el Stephen Frears de Philomena). En esta ocasión, demuestra su incapacidad para mover con agilidad una historia desmesurada, poniendo todo el acento en los disfraces, en las caracterizaciones de los actores, en su histrionismo sin tregua, en su permanente tono grotesco (con excepción de la siempre maravillosa Amy Adams, aunque no pueda demostrar todo su potencial).

MARTIN SCORSESE POR EL LOBO DE WALL STREET:
   
 Precisamente es a este señor, a este maestro, a este genio, al que más pretende acercarse Russell, al Scorsese desmadrado, incontenible, al de filmes de largo metraje y aliento como Toro salvaje (1980), Uno de los nuestros (1990), Casino (1995) O El aviador (2004), al Scorsese de esta película por la que es candidato, casi como si fuera un trasunto del personaje protagonista. Pero el querido Martin no se limita a copiarse, siempre busca nuevos caminos, siempre encuentra motivos para regocijar al espectador, demuestra que tiene su vena creativa llena y que mantiene intacta su capacidad para narrar, puesto que aunque El lobo de Wall Street adolece de secuencias innecesarias, de entretenerse en nimiedades, de no haber sabido sintetizar, su energía, su capacidad para hacer malabares con la cámara, su precisión en cada plano, hace que el espectáculo continúe, que la historia fluya, que el transatlántico no encalle y, aunque seamos conscientes de que le sobran minutos, no despeguemos los ojos de la pantalla.