jueves, 13 de marzo de 2014

"AL ENCUENTRO DE MR. BANKS": CON LA DOSIS JUSTA DE AZÚCAR


 



TÍTULO ORIGINAL: Saving Mr. Banks DIRECCIÓN: John Lee Hancock GUIÓN: Kelly Marcel, Sue Smith MÚSICA: Thomas Newman FOTOGRAFÍA: John Schwartzman MONTAJE: Mark Livolsi REPARTO: Emma Thompson, Tom Hanks, Bradley Whitford, B. J. Novak, Jason Schwartzman, Annie Rose Buckley, Colin Farrell


   El problema de utilizar un personaje muy popular, presentar una nueva versión o actualización, colocar una obra bajo el paraguas de ese nombre reconocible al primer vistazo y que cuenta con legiones de admiradores en todo el mundo es una empresa casi titánica porque puede volverse muy pronto en contra del que puede ser considerado como un osado o un mero parásito que busca el éxito fácil amparado en el talento de otros (y, por desgracia, la mayoría de las ocasiones en que esto se lleva a cabo el saldo es bastante negativo). Walt Disney quiso trasladar a la gran pantalla las aventuras de una peculiar institutriz británica llamada Mary Poppins desde que escuchó a su hija proferir carcajadas muy sonoras mientras las leía (es más, le prometió que así lo haría) pero no contaba con la rotunda negativa de su creadora, Pamela L. Travers (conocida como P. L. Travers) para quien Disney (ya en los lejanos años 30 del siglo XX) era un manipulador que tergiversaba las historias para agradar al público infantil, un embaucador que con dibujitos y canciones hacía creíble un idílico y falsario mundo color de rosa; durante casi treinta años, el magnate cinematográfico no cejó en su empeño (no quería decepcionar a su hija) hasta que, acuciada por graves problemas económicos, la escritora no tuvo más remedio que vender su alma al diablo (así lo sentía) y ceder sus derechos sobre su creación, aunque intentó con todas sus fuerzas hacer valer su criterio y puso todos los palos que se le ocurrieron a las ruedas del proyecto (por mucho que precisara el dinero, no estaba dispuesta a doblegarse sin presentar batalla –y, de ser posible, ganarla-). Sobre este lance tan peculiar que cristalizó en la que fuese película más taquillera de 1964, uno de los títulos imprescindibles del imaginario colectivo, la asunción al olimpo de las grandes de la espléndida actriz y cantante Julie Andrews (a la que Jack Warner menospreció para que fuese en celuloide la Eliza Doolittle a la que había convertido en legendaria sobre los escenarios –ese mismo año se estrenó My Fair Lady, triunfadora en los Oscar (obtuvo ocho estatuillas, frente a las cinco del filme de Disney), aunque el de mejor actriz fue para la inglesa por encarnar a Mary Poppins y dotar de sensibilidad y emoción a la estupenda partitura compuesta por los hermanos Sherman-), sobre la gestación de una de las cintas más cautivadoras y sencillamente bonitas (en toda la extensión de la palabra, sin prejuicios ni complejos) de la historia del cine versa Al encuentro de Mr. Banks, una de las sorpresas más estimulantes de este inicio del año (y que pone el listón muy alto a posibles competidoras).

   Gracias al acierto de Alianza Editorial, que ha recuperado en edición de bolsillo muy cómoda y resistente el primer volumen (el titulado sólo con el nombre del personaje), resulta muy sencillo para el lector español acercarse a la Mary Poppins que imaginó P. L. Travers y poder conocer de primera mano cómo era esta institutriz que llegaba a casa de los Banks traída por el viento del este (en una llegada menos espectacular que la ofrecida por Robert Stevenson en la pantalla) y se marchaba cuando cambiaba de dirección (y como Alianza ha recuperado las ilustraciones originales de Mary Shepard para la primera edición en 1934 podemos comprobar que, en contra de lo que parecía pensar la autora, el equipo creativo de Disney tuvo muy en cuenta lo que allí aparecía reflejado). Si bien es cierto que se dulcificó en algo el carácter de la Poppins (en el original responde mucho más al estereotipo –aunque parece que no demasiado exagerado- que tenemos en la memoria gracias a la ficción –y lo que no lo es- llegada desde las islas británicas, sazonada con ciertas particularidades que la hacen única: mujer adusta, un tanto amargada, que refunfuña constantemente y vive más pendiente de su aspecto físico que del cuidado de los niños, que convive con animales parlantes o se introduce en una pintura hecha en una baldosa de la acera sin descomponer el gesto y sin permitirse un atisbo de dulzura), deberíamos recordar (y reconocer) la manera en que Julie Andrews se muestra altiva, habla con suficiencia, puede fulminar con una mirada para alabar aún más su creación, su asunción del personaje, el modo en que enriquece el original (al fin y al cabo, los niños la adoran y lamentan su marcha), gracias a un inteligente y cuidado guión que da unidad a lo que en el original son episodios sin más continuidad que los protagonistas y dota de entidad a lo que a veces son poco menos que bosquejos (los señores Banks, sin ir más lejos, apenas tienen presencia –sobre todo, él-). Se diga lo que se diga, Disney, como en tantas ocasiones, supo encontrar una veta que explotar con la que entregarnos un filme entretenidísimo que uno ve con deleite sin tener en cuenta el pretendido lavado de cerebro sobre el que tantos alertan cuando quieren ponerse intelectuales, diversión a raudales con momentos inolvidables y unas canciones que forman parte de los clásicos de la música ligera con todo merecimiento (y que sólo se pueden cantar si se poseen las cuerdas vocales de alguien como Julie Andrews, esas que desgraciadamente cercenó un carnicero revestido de su aureola de cirujano). Cabría, en este punto, rogarle a Alianza que publicase el resto de volúmenes con historias de Mary Poppins para poder conocer cómo evolucionó, qué más sucedió, cuándo regresó y por qué (y aunque es inevitable poner los rostros e imágenes conocidos gracias al cine, la narración de la Travers es tan gozosa que al poco tiempo vas incorporando matices y apreciaciones del texto y tu propia imaginación).

   John Lee Hancock llamó la atención –después de ese estrepitoso fracaso provocado con el innecesario remake de El Álamo (2004)- con una inteligente y bien llevada película que provocó el cierre de muchas bocas ante lo que ya era imparable y obvio: el enorme talento dramático de Sandra Bullock, ya demostrado en títulos como Crash (2005) o Historia de un crimen (2006), pero poco reconocido hasta que su portentosa interpretación en Un sueño posible (2009) le hizo ganar un más que merecido Oscar y olvidarse de tanta comedieta en la que exhibir todo un repertorio de muecas y mohines insufribles (aunque, la taquilla es la taquilla, ha seguido eligiendo algún que otro producto de esta índole). Hancock dejó claro que sabía respetar los mimbres clásicos de un género tan complejo como el melodrama, equilibrando los tonos para que la narración no se saliese del cauce correcto, sin duda un gran artesano (ese epíteto que tantos emplean despectivamente, sea para hablar de otras épocas como de la actual) que se ponía al servicio de la historia para que lo interesasen fueran los personajes. En Al encuentro de Mr. Banks, Hancock deja clara su evolución como director, de nuevo sin que se note su presencia, pero moviendo con sutileza y precisión los hilos para que las imágenes huelan al mejor cine clásico familiar, al que no pasa de moda, y consigue evocar a Disney sin hacer una mera copia, imprimiendo un vigor propio, destilando buen hacer y fácil complicidad con el público, ayudado por un prodigioso guión de Kerry Marcel y Sue Smith que sabe combinar la comedia con la intimidad de los personajes, salpicar de guiños cinematográficos sin que el desconocimiento de lo que éstos significan impida comprender lo que se cuenta, una de esas direcciones artísticas que en realidad son un prodigio de sencillez (y por eso tan perfectas) y una partitura de Thomas Newman que, simplemente, alcanza la perfección al mezclarse con las melodías compuestas por los Sherman para Mary Poppins, imprescindibles para entrar en su universo fílmico, indisociables de los fotogramas, tomando el mejor impulso desde aquellos pentagramas para recrearlos y ampliar sus horizontes, un trabajo de enrome altura que, una vez más (y van doce, incluyendo sus increíbles partituras para Camino a la perdición (2002) y WALL.E (2008)), la Academia de Hollywood ha optado por ignorar.

   Aunque puestos a hablar de olvidos, y al margen del menosprecio casi generalizado con que se ha castigado a la película (y eso que más de uno la ha acusado de estar diseñada para arramblar con todos los Oscar -¡ay, esas voces críticas que no aciertan jamás!-), hemos de detenernos en el modo en que la insigne institución (los que votan) han ninguneado a la maravillosa Emma Thompson, quien llevaba demasiados años desperdiciando su talento hasta que ha encontrado un personaje que la merece y en el que demostrar su inmenso y últimamente olvidado talento. Ella hubiese sido la compañera ideal de Cate Blanchett, Sandra Bullock, Judi Dench y Meryl Streep en una terna para dejar sin aliento (por desgracia, la versátil Amy Adams no podía estar a la altura con el cometido que se le encomendaba en La gran estafa americana (2013), al margen de estar infinitamente mejor en Her (2013) –pero ya hablaremos sobre ello otro día-) por el modo en que da vida (es lo que hace, no hay otro modo para definirlo –y el sonido de alguna de las grabaciones originales entre P. L. Travers y el equipo de Disney así permite confirmarlo-) a esta mujer que no está dispuesta a agachar la cerviz por mucho que no le quede otra, que no se muestra complaciente ni agradecida ni participativa, que quiere ganar el pulso y no duda en humillar a los Sherman, a las secretarias, a cualquiera del equipo, al propio Walt Disney; pero, con la proverbial inteligencia demostrada en Regreso a Howards End (1992), Lo que queda del día (1993) o Sentido y sensibilidad (1995) –también como escritora-, la Thompson sabe limar las aristas a su personaje sin ablandarlo, construyendo una perfecta evolución que la humaniza y hace comprensible, transformando en un permanente gag todo lo que son sus exigencias, sus caprichos, sus modos dictatoriales, haciendo una coherente transición desde su encastillamiento inicial hasta el momento en que se deja arrebatar por la pegadiza música que sueñan los compositores y regresando a su irracionalidad cuando considera que ha cedido demasiado. Junto a ella, Tom Hanks, otro olvidado, compone un Walt Disney muy creíble (que tal vez para muchos sea demasiado noble, demasiado positivo, ya se sabe la urticaria que brota en todos los que no encuentran al malvado de brocha gorda que esperan e incluso aunque tenga tintes sombríos o terroríficos nunca les parece suficiente y detectan lo hagiográfico en lo que simplemente es verismo –basado en documentos, testimonios e incluso el trabajo de reputados historiadores-; en este caso, convendría señalar que estamos ante el momento concreto de la gestación de Mary Poppins, no es una biografía o una ópera de Philip Glass), es el soporte idóneo para que Emma Thompson pueda desplegar su amplio abanico de matices, acepta encantado quedar en la sombra sin recurrir a su clásico repertorio de muecas y ñoñerías, recreando a Disney desde la humildad y la sencillez, sin maquillajes estridentes ni disfraces que oculten o suplan las emociones.

   La estructura está muy medida, sabiendo combinar el pasado con el presente para que conozcamos mejor el universo familiar del que se nutrió Travers, pero sin forzar la máquina, sin abusar de los paralelismos y proporcionando motivos para el regocijo al que es fan de todo lo relacionado con Mary Poppins. Sin duda, los vientos son favorables porque abre las ganas de leer las narraciones, volver a disfrutar con el clásico de Stevenson, canturrear las canciones y ovacionar los grandes talentos que se han combinado para que Al encuentro de Mr. Banks haya sido posible.

lunes, 3 de marzo de 2014

OSCAR 2013: ELLEN, ESE CENTRO DE GRAVEDAD PERMANENTE







   Tal vez sabiendo más de la cuenta (al fin y al cabo el premio gordo lo entregaba Will Smith, el mítico –por tantos motivos, no todos interpretativos- Sidney Poitier hacía lo propio con el de mejor dirección, la actual presidenta de la Academia es Cheryl Boone Isaacs, primera persona afroamericana que ostenta tal cargo), la mordaz, aguda, inteligente y maravillosa Ellen DeGeneres señaló en su espléndido discurso de bienvenida que la opción B de la noche podía ser “¡Sois todos unos racistas!”; y aunque aplaudo la asunción de 12 años de esclavitud como mejor filme del año, cosa que no esperaba ni en mis mejores sueños –que tuviese otros favoritos latiendo con más fuerza en mi corazón no impide que aprecie sus muchos méritos, su osadía, su impecable factura, sus poderosas interpretaciones, su manera de barrenar el american way of life-, no puedo dejar de pensar que muchos de los académicos votaron con esa espada de Damocles invocada por la maestra de ceremonias más que por su convicción de que, cinematográficamente hablando, la cinta merezca tal consideración. Sea como sea, la reciente edición es la de Gravity, película que establece un antes y un después en el arte e incluso en la industria, que hace historia en el consenso prácticamente inédito entre público y crítica para un título de estas características y género, que ya está inscrita con letras más doradas que mis primos hollywoodienses en la leyenda que aureola y enriquece nuestra pasión por vivir historias proyectadas en una pantalla y que, al margen de las otras seis estatuillas conseguidas, concreta y confirma sus logros en la asunción de Alfonso Cuarón como mejor director (y eso que la competencia era de aúpa, David O. Russell al margen) por cómo ha equilibrado todos los elementos, cómo consigue que nos olvidemos de que alguien dirige ya que nos sumerge en el espacio, nos pone a la deriva, nos hace flotar, nos lleva a una de las experiencias más globales y emocionantes que jamás podremos vivir y nunca olvidaremos.
   En sí misma, y muy especialmente si la comparamos con la brillante del año pasado conducida con mano maestra por Seth MacFarlane, la gala fue pobretona, sin garra, rutinaria, no llegando a ser pesada pero sí bastante anodina, a excepción de los números musicales en los que se presentaron las canciones candidatas –la magnífica voz de Idina Menzel para una canción que no la merece y que, contra pronóstico y un tanto injustamente, se llevó el gato al agua; los siempre brillantes U2 sonando como sólo ellos pueden hacerlo; Karen O y Ezra Koening elevando todavía más al Olimpo la espléndida composición de la propia artista y Spike Jonze para Her; Pharrell Williams retando a las actrices nominadas, encontrando estupendas parejas de baile en Amy Adams, Lupita Nyong´o y Meryl Streep, no atreviéndose a tanto Jennifer Lawrence, tal vez para evitar otro de esos tropiezos a los que parece abonada-, cometiéndose algunos fallos de realización insólitos en un espectáculo tan ensayado y medido, tan preparado de antemano. Pero todo se olvidaba, todo era diversión, regocijo, algarabía, buen rollo, ganas de pasarlo bien, en cuanto Ellen regresaba a escena: con su impagable y arrollador carisma, con esa forma de hablar y moverse como si estuviese en el salón de su casa, como una buena amiga, cercana, simpática, soltando pullas que siempre son bienvenidas (excepto por los que no tienen sentido del humor) porque no son dañinas, se limitan a señalar la realidad (y es la primera en dirigírselas cuando la ocasión lo requiere), consiguen transformar lo hiriente en divertido y digno de recuerdo, ganándose la complicidad de todo el mundo porque hace sentir cómodo a cualquiera, porque estudia a su interlocutor y sabe hasta dónde puede llegar, porque extrae lo mejor de cada uno, su lado más gamberro, payaso, estrambótico, desconocido y, aunque es la estrella, pone su programa, el espectáculo, al servicio de los otros. Y, así, es la primera alucinada al ver al grueso de la producción cinematográfica reunido y se hace una foto mirando a esos rostros, esos nombres admirados por su labor a un lado u otro de la cámara; sólo con esa aparente ingenuidad, con esa enorme naturalidad que no se aprende (hay que tenerla de fábrica), como sin darse importancia, quiere convertir a Meryl Streep en trending topic y lo que era una pequeña broma termina siendo el momento más hilarante por espontáneo, fiel reflejo del buenísimo ambiente que se respiraba (esa foto que, con toda justicia, quedará en los anales: cómo fueron añadiéndose elementos fue un regalo… ¡Si hasta Jennifer Lawrence estuvo graciosa por una vez!). ¿Y qué decir de esas cajas de pizza que tanto motivaron a los invitados? Brad Pitt no dudó en repartir platos de plástico mientras Julia Roberts y Meryl Streep (quienes, si no habían hecho las paces tras el rodaje de Agosto, seguro que enterraron el hacha de guerra tras lo compartido anoche) cogían dos raciones (y la enorme intérprete más nominada de la historia pedía una servilleta para no mancharse), Jared Leto pedía una para su madre, Martin Scorsese levantaba el dedo por si le llegaba algo, Harrison Ford también andaba a la caza y todo discurría con una fiesta entre amigos encantados de compartir el momento.
   El reparto de premios, que se salió poco de lo que se pronosticaba, deja como es habitual alegrías y sinsabores, depende de cada uno: al margen de lo comentado con la mejor canción (cuyo galardón propició un gag muy simpático cuando el matrimonio López canturreó sus agradecimientos mientras se aferraban a sus Oscar), el premio a la banda sonora fue amargo (es el menos consistente de los obtenidos por Gravity) y vuelve a dejar fuera del palmarés al espléndido Thomas Newman, cuya partitura para Al encuentro de Mr. Banks es sencillamente esplendorosa. Cate Blanchett obtuvo su segunda estatuilla (primera como protagonista) por esa excelsa lección de interpretación que ejecuta en Blue Jasmine y fue de las más elegantes (junto a Julia Roberts, Charlize Theron, Lupita Nyong´o –con el único fallo del escote- y una Meryl Streep de ensueño –cuánto debe la gala de anoche, y tantas otras, a su presencia, su entrega, su disposición a la broma, su implicación en lo que sucede-) y de las más señoras en su discurso, sobrio, certero, acordándose de las otras nominadas (aunque nombró a la Roberts, quien competía como secundaria, en lugar a Meryl), no así Matthew McConaughey, quien se alargó más de la cuenta y estuvo entre inconexo e inadecuado (como la gala estaba dedicada a los héroes nos marcó una historia con moraleja sobre serlo cada uno de nosotros para nosotros mismos) y sólo dio las gracias “a los otros candidatos”. Como en tantas ocasiones, los actores votan la mueca, el disfraz, la exageración, el mérito más allá de la interpretación, y aunque está más comedido que en otros supuestos recitales en los que abre ojos desmesuradamente, fuerza sonrisa, agita brazos y demás, McConaughey se lleva (como tantos otros y otras) un Oscar que en unos años apenas se recordará y que, es posible, él mismo haga más inmerecido al ofrecer un trabajo más depurado, menos histriónico, más perfecto, algo que también puede decirse de su compañero de fatigas Jared Leto, aunque parte de la culpa en este caso la tiene el lastimoso guión de Dallas Buyers Club por arrinconar a personaje tan interesante, otro que se dejó llevar por la verborrea sin ton ni son (tiene mucho mérito acordarse de Ucrania, sí, pero si eso lo hace alguien que yo me sé en España le hubieran puesto a caldo por no ser el lugar ni el momento; lo que vale para uno, ha de servir para todos). Lupita Nyong´o confirmó el pronóstico y, como ya dijimos, evitó que Jennifer Lawrence obtuviese su segunda estatuilla; por debajo del resto de competidoras (Sally Hawkins, June Squibb y Julia Roberts), sin destacar como sus compañeros de reparto en 12 años de esclavitud, tiene uno de esos primeros planos imposibles de olvidar y que provoca escalofríos en la mera evocación (colofón de una brillantísima secuencia tanto técnica como interpretativamente).
   Bette Midler puso su granito de arena (esa gran calidad vocal marca de la casa) en el recuerdo a los que fallecieron desde la última gala (donde, sin ser patriotero, hubiese debido figurar Sara Montiel, con más méritos para ello que otros a los que se rindió tributo simplemente por ser de allí), estando a la altura de lo esperado (no como Barbra Streisand, tan nerviosa el año pasado) y Pink resultó fría y sin alma al atacar el imperecedero Over the Rainbow, mágica composición que hubiese debido cantar la inmensa Liza Minnelli, que no sólo estaba allí para aplaudir a su madre (se cumplen 75 años del estreno de El mago de Oz (1939) con una Judy Garland en absoluto estado de gracia), sino para intentar salir en el selfie del año (tampoco tiene precio la instantánea desde detrás en la que se perciben sus esfuerzos por superar la barrera humana -¡Ella, con su poco más de 1,60 (e incluso menos con lo agachada que camina)!-) y para protagonizar uno de los momentos peor entendidos cuando Ellen habló del mejor imitador de Liza Minnelli (las cosas como son, al principio todos pensamos que no era ella), pero que ella supo encajar, participando después en bromas con la presentadora y sin querer perderse la juerga (patético fue que la Academia consintiese que Kim Novak participase estando en el estado que está –McConaughey hizo méritos para recoger su Oscar un rato después al ser su sonriente acompañante y reconducir lo que hubiera debido ser un diálogo ante la incapacidad de la inolvidable protagonista de Picnic (1955) para decir las frases fórmula de la entrega- u obligar a caminar a Sidney Poitier, quien sólo ayudado por la guapísima Angelina Jolie logró llegar hasta el micrófono, aunque al menos mantuvo la verticalidad). Pero, claro, en España veíamos la gala a través de Canal Plus y Alexandra Jiménez –ella, que tanto ejemplo puede dar después de estar como estuvo en los Premios Feroz, es decir, a la altura del guión (por llamarlo algo) y de las propias ínfulas de los que entregaban galardones en esa cena de gala sin comida en las mesas, o sea, por debajo de lo ínfimo- actuaba como conciencia moral, reprendiendo a Ellen DeGeneres (mientras participaba en un programa en el que se leían comentarios despiadados de los internautas sobre Kim Novak), cuestionando la nominación de The Act of Killing como mejor documental, hablando entre balbuceos, sin ningún contenido, al igual que el supuestamente erudito Carlos Marañón (fallos e incorrecciones cada poco tiempo, al igual que en la revista que dirige –Cinemanía-) y que el envarado y desafortunado en sus comentarios Toni Garrido, cuyo único mérito es haber desterrado ese aire de francachela y barra de bar que Pepe Colubi y seres semejantes ofrecían otros años, ese supuesto desparpajo ordinario e irritante tan caro al Grupo Prisa, que venden como rompedor, actual, transgresor y que deja en pañales a las películas de Esteso y Pajares. Pero las pausas publicitarias terminaban, Ellen asomaba su rostro pícaro, sonriente, pleno de disfrute y todos los males eran desterrados.  

sábado, 1 de marzo de 2014

PELÍCULAS NOMINADAS OSCAR 2013: UNA MUY BUENA COSECHA AUNQUE EL CAPITÁN QUIERA ESTAFARNOS



  


 Por mucho que se intente afinar, por mucho empeño que se ponga, resulta difícil resumir un año cinematográfico en unos cuantos títulos, sobre todo porque hablamos de gustos, de preferencias, de lo que uno hay visto y, se quiera o no, siempre resultaremos injustos; más de otros baremos como la recaudación, las estrellas críticas conseguidas, los aspectos extracinematográficos que pueden haber dado mayor vuelo a un título, los Oscar tan sólo señalan el camino que toma la Academia (esa venerable anciana compuesta por un montoncito de átomos, que son los que votan) a la hora de honrar y destacar cada año lo que le parece digno de lo mismo, pero, por mucho que a algunos les moleste (esos mismos que si les conviene los utilizan como demostración de alguien es mejor que otro por el mero hecho de tener una estatuilla en casa), siguen siendo una cita imprescindible, uno de esos momentos en que el cine importa, destaca, se convierte en el principal tema de conversación (sí, otros sólo se fijan en los vestidos, las joyas, los peinados, los hilos de oro, los retoques faciales y demás envoltorios, pero los que gustamos del cine y del espectáculo esperamos ansiosos una nueva edición). Por mucho que hayan decidido ampliar el número de candidatas, cada uno echaremos a faltar títulos y aplaudiremos la inclusión de otros, es inevitable (y mientras habrá quien siga manteniendo el discurso delirante de que la Academia pretendía –y no ha cumplido con ello- incluir las películas de animación al abrir el abanico de nominadas, cuando ya existe una categoría en concreto para ello y, por otro lado, si resulta complicado optar entre, por ejemplo, Gravity y Philomena, ¿qué haríamos con la ecuación si entrase en la misma liza Frozen, tan diferente en su propia esencia? Sea como sea, no sé cuándo dijo eso la Academia, pero si pensándolo alguien se siente más espabilado que el resto, mejor para él –aunque sólo recuerda este mantra cuando hay una cinta de animación que le parece digna de ello, claro-); la selección de este año es la que sigue:

-CAPITÁN PHILLIPS:

   La demostración de que Peter Greengrass ha olvidado el gran director que era, el modo en que sabía graduar e inyectar tensión, lo poco que necesitaba para crear atmósferas, para sacudir al espectador, vendiéndose a lo más convencional y manido para, se supone, dar espectáculo. Las posibilidades de la historia (tanto políticas como sociales, las humanas y las cinematográficas) quedan en agua de borrajas al ser puestas al servicio de constantes y bruscos movimientos de cámara, de un montaje atropellado que deja a un lado la deseable claustrofobia con la que transmitir la odisea (real) de los personajes. Demasiado metraje para estancarse en el minuto veinte y no ir más allá sin que haya ni el mínimo atisbo de la osadía, potencia y épica bien entendida de que el cineasta hizo gala en las por desgracia cada vez más lejanas de su ánimo y estilo Bloody Sunday (2002) y United 93 (2006).

-DALLAS BUYERS CLUB:

   Tiene buenos mimbres pero acaba conformando un conjunto con muchos agujeros, algo habitual en su director, el sobrevalorado Jean-Marc Vallé, quien tal vez ha tenido en esta ocasión mucho cuidado para amagar pero no dar, es decir, para molestar lo justo (y el asunto tratado requiere una mayor implicación, no se puede ser tibio cuando hablamos de las farmacéuticas, comportamientos deleznables, cuando no criminales y delictivos, documentados y probados). Jared Leto mantiene la dignidad, el tono, la elegancia con un personaje muy complejo, sobre todo en lo desdibujado y poco aprovechado, mientras que Matthew McConaughey se aleja de su histrionismo habitual para adecuarse a um comedimiento plausible, aunque se le nota el truco desde el primer momento. Confío en que ninguno de los dos se alce con ese Oscar que parece tener escrito su nombre y que en ambos casos resultaría desmesurado (pero hay filmes a los que se quiere compensar y distinguir a alguno de los intérpretes o al guión suele ser el modo utilizado).
-12 AÑOS DE ESCLAVITUD:

   Es una de esas películas que mantiene a la sala en completo silencio e incluso obra el milagro de que no suene ningún móvil. Seca, rotunda, necesariamente dura, un prodigio de contención que hipnotiza al espectador y no le consiente aflojar ni la atención ni la emoción. Por mucho que aparezca como gran favorita, sigo pensando que su amargura, su tono descarnado, su falta de ampulosidad, su manera de barrenar los cimientos del país, la invalidan como triunfadora, aunque su mayor éxito es verla en la pantalla, gozar del aplauso del público y de la crítica, quedar como un referente.

-LA GRAN ESTAFA AMERICANA:

   David O. Russell sigue empeñado en tocar todos los géneros, todos los tonos, demostrar su supuesta versatilidad, en realidad dejar patente su incapacidad en cualquier estilo, aunque al menos dirija con algo más de tino que en El lado bueno de las cosas (2012), esa comedieta romántica con tanta tendencia a lo feo como la excesivamente aplaudida Tres reyes (1999), primera piedra del incomprensible prestigio alcanzado por este caballero. Una cinta que en manos de Martin Scorsese, Sidney Lumet, Paul Thomas Anderson o George Roy Hill hubiese sido estimulante, divertida, frenética, explosiva, se queda en un paquidermo con problemas de movimiento, en un canto al disfraz, la impostura, lo forzado, en un revoltijo larguísimo que provoca bostezos y hartazgo.

-GRAVITY:

   Una de esas sorpresas, uno de esos goces por los que merece la pena seguir siendo espectador, una de las experiencias más abracadabrantes e inolvidables que uno va a vivir, un absoluto prodigio, la sabiduría de un creador, el acierto de un cineasta, la integración perfecta de las tres dimensiones con una historia bien trenzada que deja claro que no hay que pretender innovar, sencillamente, hay que saber narrar, un ejemplo digno de estudio (de hecho, queda ahí para la posteridad, marca un antes y un después, lección obligada para los estudiantes de cine por mucho que aparezcan nuevos formatos, nuevas formas de verlo). En una edición con varias posibilidades para ponerse en reclinatorio, al final, a la hora de elegir una favorita, el corazón se me rinde ante este portento hecho película (y tuve, además, el pálpito de que puede llevarse el gato al agua).
-HER:

   Una revelación ya que, hasta el momento, Spike Jonze me resultaba bastante intragable, uno de esos llamados genios por sí mismos, convencido de su agudeza, de sus capacidades, de su carácter de autor, de su posición por encima del resto de los mortales (y lo malo es que ante alguien así siempre aparecen los corifeos, los que balan a su alrededor –beeeee- y lo elevan a los altares, los cofrades que no analizan, tan sólo creen y engordan egos). Por una vez, el guión no se queda en una ocurrencia que da para unos minutos, y aunque tal vez pueda pensarse (y decirse) que podría haberla recortado un poco, porque Her sabe desarrollar una historia llena de ternura, en un futuro muy cercano que por desgracia resulta bastante reconocible, advirtiendo de ciertas derivas pero sin ponerse apocalíptico o cargar las tintas, explicándolas a través de un personaje lleno de candor, emocionante, a quien tal vez compadecer pero sin duda comprender y querer (un prodigioso Joaquin Phoenix, descabalgado de las nominaciones). Jonze se pone al servicio de lo narrado con una dirección artística milimetrada, nada ostentosa, que envuelve al espectador, demostrando una sensibilidad y buen gusto que hasta ahora brillaban por su ausencia.
-EL LOBO DE WALL STREET:

   Una película desbordante y desbordada como sólo puede controlar el pulso firme del gran Martín Scorsese, lástima que el guión no esté a la altura y se entretenga en secuencias que no aportan nada al implacable dibujo del personaje principal (sólo la pericia del maestro consigue que la narración fluya y resulte más corta, entretenida, controlada y bien llevada que la estafa -otra más- perpetrada por el que ahora es su imitador, el tal Russell). No obstante, resulta curioso (¿o paradójico?) que este año se eche de menos a Scorsese al frente de dos filmes que, a buen seguro, hubiera convertido en obras maestras: una es la tantas veces mencionada La gran estafa americana, la otra es Cuento de invierno, la cual, conociendo el material original (la estupenda novela de Mark Helprin), él hubiese llevado por los cauces adecuados.
-NEBRASKA:

   Como poco me queda por decir de esta maravilla, copio lo que en su día, según salía de la proyección, publiqué en Facebook: "Una de esas joyas que cada cierto tiempo nos regala el cine independiente y/o de autor cuando no pretende reivindicar ni demostrar ninguna de esas etiquetas, convirtiendo en valor lo que no es más que una circunstancia, limitándose a narrar una historia y extrayendo oro de un material sabiamente utilizado. Un guión prodigioso que no se percibe pero se siente, se experimenta, una dirección invisible, despojada de artificio o engolamiento, al servicio de lo que se cuenta, un perfecto Bruce Dern, un espléndido Will Forte (que merecería consideración a la hora de los premios, pero una interpretación tan sutil no suele ser apreciada) y una prodigiosa June Squibb que cualquiera diría es una persona real y no una actriz. Un absoluto regalo, una película llena de verdad, una hermosura filmada y lista para ser paladeada y disfrutada".
-PHILOMENA:

   Con permiso de Gravity y Nebraska es mi gran favorita: un Stephen Frears en plena forma, desapareciendo tras la cámara, para ceder protagonismo a la historia, un guión equilibrado, medido, evitando todos los escollos, dejando a un lado lo obvio, lo elemental, combinándose a la perfección con el modo en que Dame Judi Dench no interpreta porque se limita a ser el personaje -¡Qué modo de hacer fácil lo difícil! ¡Esas miradas perdidas que cuentan tanto!- y a la manera generosa en que Steve Coogan le da apoyo, réplica, un compañero perfecto, el gozne perfecto para que todo encaje como debe. Sigo en reclinatorio ante esta obra maestra… ¡y lo que me queda!