TÍTULO ORIGINAL: World War Z
DIRECCIÓN: Marc Forster GUIÓN: Matthew Michael Carnahan, J. Michael
Straczynski, Drew Goddard, Damon Lindelof, Max Brooks (basado en la novela World War Z: An Oral History of the Zombie
War) MÚSICA: Marco Beltrami FOTOGRAFÍA: Ben Seresin MONTAJE: Roger Barton,
Matt Chessé REPARTO: Brad Pitt, Mireille Enos, James Badge Dale, Daniella Kertesz,
Matthew Fox, David Morse, Fana Mokoena, Abigail Hargrove
En esa eterna búsqueda de lo novedoso, lo revitalizante, lo nunca visto
o que al menos lo parezca, Max Brooks ha ganado por la mano (y el cuerpo
entero) a tantos que han intentado hacer la película de zombis definitiva, la
que debería convertirse en referente, la cinta sobre catástrofes y/o
apocalipsis a la que recurrir desde ese momento, más o menos plagada de
referencias políticas, con mayor o menor intención metafórica (olvidando casi
todos que el máximo acierto de la desasosegante La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), obra maestra a la
que querrían acercarse aunque no haya extraterrestres de por medio, es que
puede verse sólo como lo que es, sin necesidad de conocer el trasfondo, la
coyuntura en que fue planeada y lo que pretendía denunciar); la espléndida
novela Guerra Mundial Z va más allá
porque comienza cuando los humanos han vencido y parece haberse contenido la
pandemia, la invasión que amenazaba con convertir al planeta en un lugar sólo
para muertos vivientes, y se centra en los resultados, en los recuerdos, en las
declaraciones de los supervivientes, repartiendo estopa a diestro y siniestro,
censurando actitudes de los gobernantes, los militares, los especialistas, los
periodistas, los especuladores, los potentados, cualquiera que pudiese manejar
información vital (nunca mejor dicho) que hurtar, esconder, dosificar,
tergiversar antes de que sea difundida. A través de las palabras que un
investigador de Naciones Unidas va recogiendo (el factor humano que debe quedar
fuera del Informe que está elaborando), conocemos lo que sucedió a escala
mundial y si se supo controlar la crisis a tiempo o la manera de conducirse
supuso un agravamiento; tras Zombi-Guía de
supervivencia, Brooks continúa dando vueltas de tuerca, rompiendo las
costuras de un subgénero en ocasiones demasiado constreñido a lo demasiado
manido, acercándose al fenómeno como algo absolutamente real, con visos de
transformarse en un pánico mundial, en una terrorífica posibilidad si no somos
capaces de vislumbrar las señales y anticiparnos a los hechos, si nos
preparamos para lo que podría estallar y arrasarnos.
La adaptación cinematográfica, buscando acción, tal vez temerosa de
alejarse excesivamente de lo que parecen demandar los fans, ha reconstruido el
pasado del libro, parte de lo que los personajes narran, para meternos de lleno
en la lucha, en la desesperada carrera contrarreloj por encontrar una solución
definitiva, logrando una buena armonía entre lo pretendidamente espectacular (no
siempre logra que así lo parezca y son las escenas menos afortunadas) y lo
íntimo, entre las batallas y las tensiones burocráticas, sin obviar la censura
a la llamada “seguridad nacional” que pone en peligro a la ciudadanía sin que
le tiemble el pulso a nadie (y ese lapidario mantra “sólo salvamos a los que
son útiles para terminar con esto” que condena al resto de la población). A pesar
de dos o tres momentos muy tensos y bien llevados, moviendo masas (efectos
digitales al margen) con soltura y eficiencia, Marc Forster (ese director al que nos gustaría volver a
ver con el mismo brío, inspiración y potencia que hicieron posible Monster´s Ball (2001), de lejos su mejor
filme) demuestra estar más cómodo en lo que es el máximo acierto de la cinta:
cuando la amenaza flota en el ambiente pero no se hace presente o no la vemos
(pero no porque el crispado montaje –muy especialmente de la primera secuencia,
que alterna momentos brillantes con varios despropósitos- no nos lo permita
porque no se centra en nada y la cámara parece poseída) o, consiguiendo que la
respiración del público se contenga, en el clímax final, muy bien manejado
entre pasillos asépticos y cámaras de seguridad. Esos momentos en que todo
podría estallar, en que el mínimo chasquido sobrecoge, en que un gesto brusco o
a destiempo podría echarlo todo a perder, inyectan más adrenalina que manadas
de zombis asolando ciudades y, de alguna manera, respetan el tono y la forma de
narrar de Brooks, primando lo que uno imagina, supone, teme, en lugar de
detallar o resaltar los elementos más escabrosos o sanguinolentos (que los hay,
pero al estar contados por alguien que los vivió resultan más estremecedores
que si, sencillamente, sucediesen).
Brad Pitt soporta sobre sus hombros el peso dramático del filme y, al
menos, olvida sus tics más crispantes, su histrionismo más irritante, su
esfuerzo desesperado por ser considerado buen actor, para incorporar con
acierto y empaque al protagonista, con el que tal vez no logremos empatizar
(ese ceño permanentemente fruncido, esa estética grunge o parecida que es casi
el único estilo de Pitt –sin querer hacer un chiste, está sucio y lleno de
greñas desde el principio, antes de que deba acumular sangre, polvo, sudor
sobre su persona-), pero cuyo destino nos inquieta (ya que es el de todos) y
ese interés da sus frutos en el tramo final como señalábamos antes. No está
claro que ésta sea la película que muchos estaban esperando pero, sin duda,
abre otras vías, gracias al material original, al talento de Max Brooks, ese
del que todavía puede extraerse algo muy interesante (en realidad, son muchas
las páginas de la novela que han quedado fuera y que darían para otro título
con el que, si se tuviera menos en cuenta lo típico y se primasen los aspectos
sociales, lo verdaderamente novedoso, la ironía y rebaba que destila el texto,
podríamos quedarnos con la boca abierta).