lunes, 30 de enero de 2017

DIRECTORES NOMINADOS OSCAR 2016: SIN CLAROS FAVORITOS






   El título puede servir para definir lo que uno siente ante los candidatos a los Oscar, los nombres que la Academia ha decretado resumen la producción de 2016 y merecen disputarse el premio que los corone como mejores del año en la categoría correspondiente: hacía bastante tiempo que, hablando en líneas generales (y dejando fuera el apartado relativo a las actrices del que ya se hablará en su momento, también por eso hay que hacer hincapié en que se habla de “favoritos”, poniendo el acento en lo masculino), el que suscribe no vivía una final de los Oscar sin, al menos, tener un título para atesorar y que sirviese para evocar su edición (aunque, ya se verá en su momento, hay alguna honrosa excepción, pero sin llegar a, por no irnos más lejos, lo que supusieron Carol, La chica danesa, Brooklyn o Spotlight el año pasado). Y este cúmulo de películas que dejan indiferente, gustan sólo por ciertos destellos, por momentos concretos, se traduce en que no se lancen vítores ante los nominados en concreto, sean los intérpretes masculinos (a los que se dedicará atención en breve) o los directores.  

-DAMIEN CHAZELLE POR LA LA LAND:

   El nuevo niño prodigio de Hollywood ha hecho lo que parecía imposible, entusiasmar con un musical incluso a los más reticentes (aunque han brotado millones de defensores del género que ignorábamos lo fuesen, los mismos que hasta ayer despotricaban contra cualquier película en que se cantase y bailase sin freno), y lo cierto es que demuestra buena mano para el mismo, sin negar sus referentes, homenajeando con brío y estilo, sin resultar una vulgar y torpe imitación, aunque es una lástima que el conjunto quede un tanto deslucido porque, es algo que le sucede habitualmente como guionista (excepto en la vibrante Calle Cloverfield 10 (2016), tal vez por no ser el único escritor, tal vez porque dirigía otro), lo que es una brillante idea no aguanta dos horas de metraje y va dando síntomas de fatiga según este avanza por mucho que Emma Stone salve los muebles e imprima alma, corazón y vida a cada fotograma.

-MEL GIBSON POR HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE:

   Muy sobrevalorado como director (con Oscar incluido por la ampulosa Braveheart (1995) en un año en que ignoraron la exquisitez de Ang Lee en la maravillosa Sentido y sensibilidad (1995) -ni siquiera fue candidato-), Mel Gibson reúne de nuevo sus obsesiones, sus dogmas, sus tics, si bien es cierto que los atenúa bastante, aunque no puede evitar el estallido de la truculencia, de lo excesivo, de lo que no hace falta que nos muestre para saber de lo que está hablando, carente de sutileza y de virtuosismo, empalideciendo aún más sus méritos (la mayoría sólo supuestos) cuando, de una forma u otra, las imágenes nos hacer recordar a Steven Spielberg, Raoul Walsh, Liliana Cavani o aquella otra orgía de sangre, cuerpos desmembrados, vísceras desparramadas y demás crueldades bélicas titulada Stalingrado (1993).

-BARRY JENKINS POR MOONLIGHT:

  Casi debutante en la dirección de largometrajes (ya firmó la desconocida Medicine for Melancholy hace ocho años), Barry Jenkins demuestra a ratos una madurez narrativa que se apoya en los aciertos de un guión que también firma, pero no consigue solventar los agujeros que éste va dejando, las decisiones erróneas que le hacen abandonar algunos personajes, la caída estrepitosa en lugares comunes. Esquivando con solvencia las tentaciones de ponerse creativo o subrayar su autoría (para colmo sin resultar medianamente original o personal), consigue implicar al espectador y a ratos emocionarlo (gracias especialmente a la sensibilidad de un espléndido Trevante Rhodes y a la fuerza de una soberbia Naomie Harris).

-KENNETH LONERGAN POR MANCHESTER FRENTE AL MAR:

   Director a rachas (sólo tres largometrajes en poco más de quince años), Kenneth Lonergan consigue su trabajo más preciso y certero aunque abuse de una morosidad que, por más que se considere un rasgo definitorio de su estilo y responda a las intenciones que deja claras desde la primera secuencia, es un lastre del que debería desprenderse. Crea una atmósfera gélida que ayuda a definir a los personajes y consigue algunos momentos que, literalmente, obligan a contener la respiración y son un directo al corazón (y al estómago), grabándose en la memoria del espectador y equilibrando la balanza a favor de lo positivo (que brillaría con más fuerza si hubiesen utilizado la tijera sin recato en la sala de montaje).

-DENIS VILLENEUVE POR LA LLEGADA:

   Uno de esos nombres rodeados de prestigio que, un buen día, consiguen colarse en la final de los Oscar (otros, por fortuna, aún no lo han hecho -Christopher Nolan, fundamentalmente) y, se supone, revindicando/representando al cine de género, ciencia ficción en este caso, cuando su aureola intelectualoide, su etiqueta como autor, su necesario (para sus admiradores) posicionamiento al margen de los convencionalismos, su grandilocuencia expresiva le incapacitan para hacer una película meramente entretenida (¡Como si eso fuese fácil de conseguir! ¡Cuánto menosprecio que sólo expresa la ignorancia de los que lo ejercen!). Con un estilo despojado pero que diríase dejado, abusando de las penumbras, como guardando las distancias, Villeneuve se beneficia de una estupenda actriz aunque bastante alejada de sus trabajos más encomiables (Amy Adams) -por culpa del dibujo torpe y poco cuidado de su personaje- y del interés particular que algunos espectadores (servidor, por ejemplo) pueden sentir sobre el tema de fondo (y que se analizará en su momento al hablar de las cintas candidatas al premio gordo de la noche).

jueves, 26 de enero de 2017

"LOS DEL TÚNEL": EPISODIO PILOTO






DIRECCIÓN: Pepón Montero GUIÓN: Juan Maidagán, Pepon Montero MÚSICA: Carles Cases FOTOGRAFÍA: José Moreno Moti MONTAJE: Cristina Pastor REPARTO: Arturo Valls, Natalia de Molina, Raúl Cimas, Manolo Solo, Neus Asensi, Pol López, Nuria Mencía, Jesús Guzmán, Teresa Gimpera

   Parece inevitable que, de un tiempo a esta parte, toda nueva comedia española que llega a la cartelera sea examinada con una lupa de muchos aumentos (excepto en el caso de Ocho apellidos vascos (2014), recibida con todos los parabienes del mundo y bendecida desde el primer momento incluso por aquellos que afirman no ver cine patrio), sobre todo en lo que a sus posibles rasgos televisivos se refiere, es decir, menospreciando lo que se produce directamente para ese medio y equiparando el término –“televisivo”- con realización descuidada, actores exagerados, chistes de hace siglos, zafiedades varias, rodaje precipitado, poca o ninguna atención a los detalles, dando por buena la primera toma, abaratando costes sin parar y sin importar que esa precariedad se perciba, como si no hubiese producciones estrenadas en grandes pantallas (incluso de presupuestos holgados y con rutilantes estrellas al frente, muchas de ellas llegadas desde Hollywood y saludadas como renovadoras gamberradas adultas -vaya usted a saber por qué eso se considera un valor añadido- o desopilantes historias de colegas) que caen en errores (dejémoslo ahí) que muchas series demuestran superar capítulo a capítulo y temporada a temporada (por no hablar de miniseries o telefilmes). No puede negarse el abuso de fórmulas, planteamientos, desarrollos, estereotipos, prototipos y tipos manoseados, desgastados, periclitados (que, no puede negarse si nos atenemos a los índices de audiencia y a las recaudaciones en las taquillas, siguen funcionando y siendo demandados y consumidos por millones de espectadores), pero no siempre se trata de resultar original (los hay que así se anuncian -e incluso saludados como tales por supuestos expertos- abusando de la desmemoria o desconocimiento del resto) sino del modo y medida en que se utilizan y combinan los ingredientes y de cómo es el acabado final; por otra parte, el hecho de que los grandes grupos de comunicación (sobre todo en lo que a televisión se refiere) hayan entrado a por todas en la producción cinematográfica (en muchas ocasiones, las cosas como son, posibilitando que proyectos que llevaban tiempo dormidos o que se veían imposibles hayan salido adelante, permitiendo, de una forma u otra, el desarrollo de algo que puede ser llamado industria y no la suma de individualidades de que ha malvivido el cine español), encontrarse los logotipos de cadenas de televisión al frente de los créditos sigue provocando fruncimientos de nariz y/o suspiros de resignación, una y mil veces más sin atender a lo que es habitual en otros países (incluso mirando con sospecha lo que de ellos llega auspiciado por cadenas, plataformas o cualquier otra opción que no puede ser llamada “estudio” o “productora” en el sentido en que esas palabras se utilizaban en el pasado), dando por malo de antemano el trasvase de personajes y éxitos televisivos a las salas cuando eso sucede o mirando por encima del hombro a lo que se entiende como banco de pruebas para, si vienen bien dadas, continuar poco tiempo después con una serie de televisión (como si de productos bien cerrados, acabados y completos no hubiesen nacido continuaciones más o menos bastardas -incluso a manos de personas ajenas a los creadores, sobre todo si entramos en el campo literario-, gallinas de los huevos de oro exprimidas hasta la extenuación).
   No cabe duda de que Los del túnel podría ser el germen de un serial, posee los mimbres necesarios para ello, presenta una nómina de personajes que proponen subtramas que explorar al margen del conjunto mientras alimentan con sus peripecias la columna vertebral de la película, pero quedarnos en ese código nos impediría apreciar sus diferencias, sus aportes e incluso malinterpretar las tradiciones que recoge. Porque la ópera prima de Pepón Montero tiene, no cabe duda, un origen plenamente televisivo en el sentido de que allí dio sus primeros frutos la colaboración entre él y Juan Maidagán como creadores y gracias a una de sus series, Camera Café, Arturo Valls obtuvo un Fotogramas de Plata como mejor actor que le ayudo a afianzarse y consolidarse en esa faceta (aunque siga explotando con enorme fortuna su lado más cómico y descacharrante como showman, como presentador recompensado con un Ondas). Pero el equipo no se ha reunido para reverdecer viejos laureles repitiendo la jugada puesto que la característica más sobresaliente de Los del túnel es la de adoptar tintes tragicómicos, eludiendo en lo posible lo más convencional, el trazo más grueso, la caricatura descarada y grotesca, acertando en el equilibrio que se da entre lo más disparatado y absurdo (que, como tantas veces, brota con espontaneidad en lo cotidiano) y los dramas de mayor o menor intensidad que cada personaje arrastra, poniendo el foco en el interpretado con suma solvencia por un Arturo Valls que sabe despojarse de su histrionismo para añadir matices a su interpretación, explorar una cara más amarga, la de alguien que no encuentra su lugar, que es señalado con el dedo por el resto del grupo, que se siente desubicado, incomprendido, que se queda bloqueado en unas rutinas íntimas que de pronto le resultan insoportables, lastres que sacudirse de encima y de los que huir, es gratamente sorprendente el modo en que Arturo Valls se acomoda en un personaje frágil, gris y patético a fuerza de creerse el rey del mambo, un tipo que al principio resulta risible, que por momentos resulta cargante y rancio, pero que poco a poco nos congela la sonrisa y despierta nuestra conmiseración, nuestra empatía, nos sacude ante la crisis personal que sufre, ante su parálisis vital, ante su pánico a seguir siendo quien no quiere ser. La desbordante naturalidad de Nuria Mencía es el complemento perfecto para que esa parte de la película destaque del resto por su perfecta mezcla de tonos, primando lo cómico pero dejando un regusto agrio y pesaroso.
   Gracias a Berlanga, a Ozores, a Fernando Palacios, a tantos cineastas, como extensión de una tradición que nos llevaría a Jardiel, a Mihura e incluso a parte del portentoso teatro del Siglo de Oro, España siempre ha gozado de buena salud en lo que a comedia coral se refiere (aunque también en el drama se ha sabido emplear con acierto y fortuna), los repartos de innumerables películas rebosan de nombres populares, de estupendos actores que, en papeles de mayor o menor extensión, invaden la pantalla y comparten planos irrepetibles. Los del túnel sigue esa tradición, no tanto por su posible ambición por transformarse en serie televisiva como por dotar de agilidad a la trama y por remarcar el contraste entre el grupo que interactúa y se comporta como una sola persona y la oveja negra, la nota discordante, la pieza sobrante que encarna Arturo Valls; el reparto mezcla intérpretes jóvenes que ya han dado sobradas muestras de maestría (caso de la estupenda Natalia de Molina, quien ojalá siga encontrando personajes que le permiten seguir creciendo como actriz) con actores solventes que siempre dejan muestra de su buen hacer (Manolo Solo, aunque aquí sepa a poco después de su prodigiosa aparición en Tarde para la ira (2015), uno de los más perjudicados por el brusco abandono que sufren algunos personajes y lo poco trazados que quedan), dejando espacio para nombres del momento (Raúl Cimas, incorporando toda la antipatía que despierta en quien suscribe a su rol, uno de esos fundamentalistas del dolor que por desgracia tanto abundan en los momentos de crisis, personaje que tal vez hubiese necesitado un actor que hubiese rebajado intensidad) y recuperando a una pareja de ilustres veteranos a los que es un placer ver en plena forma y, en el caso de ella, tirando por tierra su propio mito con enorme sentido del humor y soberbia autoparodia (Jesús Guzmán y Teresa Gimpera, a la que gustaría ver más en cometidos de este tipo o similares -o dramáticos, ella puede con todo-). Más allá de ciertas arritmias a la hora de pasar de lo coral a lo individual, más allá de ciertas reiteraciones y subrayados que hacen perder frescura y ritmo, Los del túnel demuestra que una historia más o menos vista puede contarse de otra forma (empieza por lo que en muchos casos sería el final, no muestra el pasado hasta que lo considera imprescindible y sabe no abusar del flashback) y con otro tono (y, de ese modo, consigue que el efecto cómico aún sea más desternillante y que nos riamos de nosotros mismos -porque fuimos muchos los fans de Pecos y somos aún muchos los que escuchamos sus canciones y, si nos parece bien, no evitamos la lagrimita de nostalgia-). Ojalá en esa recuperación de una comedia a ratos sutil y a ratos amarga, sirva esta película como experiencia piloto, como la punta del iceberg.

lunes, 2 de enero de 2017

2016: FUNDAMENTALMENTE, ELLAS



   Este año más que nunca (actuando por encima de todo como espectador, sin tener que atender a ninguna obligación ni imposición: escogiendo lo que uno quiere ver y, eso sí, analizando cada película con el oficio desarrollado durante mucho tiempo y con un anhelo profesional que se mantiene contra viento y marea), el resumen cinematográfico es muy particular porque han quedado fuera títulos que se han destacado mucho, que se han promocionado aquí y allá, que han recibido galardones, que algunos han considerado importantes, pero que a un servidor no le han despertado el más mínimo interés y, aunque al final irán cayendo (incluso para confirmar las expectativas más bajas y menos halagüeñas -también, justo es reconocerlo, para llevarse alguna que otra grata sorpresa-), por malas experiencias pasadas o por desapego hacia ciertos géneros, actores o directores (y también rehuyendo aquello que determinados autoproclamados expertos encumbran más allá de cualquier Olimpo), se ha optado por visionar otras cintas que quedan opacados por los de (muchas veces tan sólo supuesto y atendiendo a la maquinaria que se articula en torno a su lanzamiento) relumbrón, olvidados fundamentalmente por aquellos que se jactan de defender y salvar el cine. Los fieles al blog, y aún más los contactos de Facebook porque casi todos los días publico algo en torno a lo que veo, saben que hay filmes que no aparecen en ninguna de las listas porque se han quedado en un terreno intermedio, no han provocado ni frío ni calor, o bien porque otros les han batido tanto para figurar en lo que destaca como en lo que se querría olvidar; de todos modos, si algún lector generoso quiere saber el dictamen de cualquier película que eche de menos (o que él o ella incluiría en alguno de los listados) que, por favor, no dude en preguntarlo, que añada un comentario a este texto y se le dará respuesta (aunque sólo sea para aclarar que no se ha visto o no se ha querido ver, matiz sin duda importante, aunque a veces responda tan sólo a un prejuicio).

PELÍCULAS EXTRANJERAS DESTACADAS:


-CAROL:
   Todd Haynes revalida su condición de digno heredero de Douglas Sirk, reconfirma que, como aquel, es un hacedor de melodramas elegantes y contundentes, sin necesidad de manierismos ni exageraciones, tomando la senda del maestro pero sin copiarle ni quedarse en el envoltorio, extrayendo del género sus mejores esencias, creando la atmósfera propicia para cada historia, asombrando y cautivando a propios y extraños, alcanzando una cima de calidad aún más alta que la conseguida con su esplendorosa Mildred Pierce (2011) televisiva, aunque parecía difícil tamaña proeza. Pero uno de sus mayores méritos, precisamente, es hacerlo fácil, que todo fluya y confluya, que nada se resienta, que el conjunto sea un cúmulo de excelencias (fotografía, dirección artística, banda sonora, vestuario), que la creación de Patricia Highsmith cobre vida fílmica sin perder un ápice de emoción, siendo fiel al espíritu de la letra, sin concesiones ni reduccionismos, imprimiendo un ritmo tan implacable como posee el original, acariciando con su cámara a un magistral dúo de protagonistas, una Rooney Mara impagable, contrapunto perfecto de una Cate Blanchett que bate sus propias marcas, ajustándose ambas como si fuesen una sola -extraña, absurda e hiriente la decisión del jurado de Cannes de premiar sólo a la primera, sumándole la pedorreta, porque no se la puede calificar de otra manera, de conceder el galardón ex aequo con la intensa a toda costa Emmanuelle Brecot de la insufrible Mi amor (2015)-.
-ELLE:
   También en este caso (pero en 2016, Carol se presentó en la edición de 2015), el jurado del Festival de Cannes miró hacia otro lado y descabalgó de la Palma de Oro a una cinta que permanecerá en consideración crítica y en la conmoción que provoca en los espectadores mucho más tiempo que la galardonada (y eso que, al menos, Dheepan (2015) gozó del aplauso generalizado y entusiasta de los considerados expertos, no puede decirse lo mismo de Yo, Daniel Blake (2016), bien recibida pero sin tirar cohetes). Paul Verhoeven refina, redefine y depura su estilo para zarandear, conmocionar y provocar desde la naturalidad, desde la sencillez, sin truculencias ni barroquismos, sin sorpresas abracadabrantes, haciendo que todo sea posible por la facilidad con que lo narra y lo encaja en el contexto, manteniendo al público permanentemente atento y en silencio porque resulta imposible prever qué sucederá a continuación. Al margen de su pulso firme tras la cámara, sustentando en el espléndido guión de David Birke que dibuja con sutileza y hondura personalidades muy complejas, sin una actriz del calibre de Isabelle Huppert todo el edificio se vendría abajo puesto que soporta sobre sus hombros el peso de un filme lleno de sombras, de incógnitas, de mentiras, de ambigüedades, de terrenos pantanosos. Toda una experiencia que rebosa arte.
-LA CHICA DANESA:
   Tom Hooper deja a un lado su tendencia a lo rimbombante, a los trazos gruesos, a ponerse por encima de las historias y de los actores, a subrayar su presencia en cada plano, para narrar con delicadeza y finura, con respeto e incluso admiración, la dramática historia de amor entre el matrimonio que formaban los pintores Einar y Gerda Wegener en la Dinamarca de los años 20 del siglo pasado: él descubrió su verdadera personalidad al posar para ella con ropas de mujer ocupando el puesto de una modelo que no se había presentado y, desde ese momento, luchó por reasignar su sexo e incluso consiguió un pasaporte por el nombre con el que quería ser llamada, Lili Elbe, pero falleció debido a las complicaciones de la que era última operación de una cirugía entonces desconocida y de muy alto riesgo. Eddie Redmayne consigue otra interpretación mayúscula y Alicia Vikander deja sin aliento por todo lo que es capaz de expresar y transmitir con una mirada.  
-REGRESO A CASA:
   El tándem que el director Zhang Yimou y la actriz Gong Li forman en lo artístico (ya hace mucho tiempo que dejaron de ser pareja, pero gustan de reunirse de vez en cuando por fortuna para los espectadores) sigue funcionando y dando como fruto filmes plenos de sensibilidad, películas que, como en este caso, tocan el corazón y provocan lágrimas ganadas con honestidad, a veces de pura emoción, de alegría, de satisfacción, otras de la más absoluta desolación, siempre como tributo a la delicadeza, la belleza conseguida con sobriedad, la exquisitez que no empalaga ni satura.
-BROOKLYN:
   Un filme revolucionario precisamente porque no renuncia a un necesario y bien utilizado clasicismo, toda una muestra de las máximas virtudes británicas en lo que a lo audiovisual se refiere, reunidas bajo la batuta de John Crowley en una afortunada y emocionante traslación cinematográfica de la magnífica novela homónima de Colm Tóibín. Saoirse Ronan despliega todo su encanto, su saber hacer, impregna cada secuencia con su presencia, va sembrando su interpretación de pequeños detalles que cobrarán importancia en su momento debido, espléndidamente secundada por un Domhall Gleeson que se está convirtiendo en un actor imprescindible y un Emory Cohen que supone todo un descubrimiento, un trasunto del Brando de La ley del silencio (1954), sin pretenderlo ni imitarlo (ni mucho menos parodiarlo, como tanto se ve por ahí).
PELÍCULAS EXTRANJERAS OLVIDABLES:
-THE NEON DEMON:

   Nicolas Winding Refn fue recibido por la gran esperanza blanca por la sobrevaloradísima y aparatosa Drive (2011) en la que hasta el hieratismo impostado de Ryan Gosling era una pura mueca. Tras un resbalón estrepitoso -entre aquellos que le habían coronado- con Sólo Dios perdona (2013), ha optado por la brocha y el trazo gruesos, por la provocación más básica y hueca, por firmar los créditos para que quede claro que es autor, eso que no falte. Por lo demás, un delirio que ni siquiera es propio (pueden enumerarse muchos precedentes, referentes, copias, plagios), un ejercicio de ombliguismo ampuloso, cansino, fundamentalmente muy largo, un espanto que ni siquiera resulta tal por transgresor u osado sino por aburrido y fatuo.

-LA HABITACIÓN:

   El auténtico bluff de la temporada, una cinta rodeada de prestigio que es una burbuja que estalla pasada la primera media hora o así (una vez sale de sus límites), un continuo alarde de dirección que no aporta sino que resta por fatigoso, redundante y pretenciosamente feo (intentando suplir las carencias para transmitir sin necesidad de aspavientos, desencuadres y desenfoques casi continuos que están a punto de que nos perdamos lo único valioso: la interpretación de Jacob Tremblay, por mucho que quien arrasase en premios fuese Brie Larson, de quien poco puede juzgarse con un personaje tan plano y peor dibujado, tal vez otro de esos Oscar que costará recordar (y comprender) dentro de unos años.

-DIOSES DE EGIPTO:

   Alex Proyas sigue fiel a sí mismo y entrega una película aburrida, llena de pirotecnia, sin ritmo ni sentido de la aventura, abusando de los efectos especiales más allá de toda medida, desperdiciando algunos elementos y actores que hubiesen podido divertirnos de estar manejados y dosificados por alguien sin tendencia a lo elefantiásico.

-INFERNO:

   Ron Howard sigue empeñado en que las noveluchas de Dan Brown pueden transformarse en imágenes emocionantes, las mismas que él es incapaz de conseguir (porque son otros los que le salvan y aportan triunfos, su éxito viene dado por motivos ajenos, desde Daryl Hannah a un libreto de Peter Morgan, pasando por los maravillosos veteranos de Cocoon (1985) o la pareja formada por Russell Crowe y Jennifer Connelly). Para colmo, la inexpresividad de Tom Hanks ha alcanzado límites estratosféricos debido a la cirugía estética y al propio acartonamiento que imprime el paso del tiempo (más acusado en quien siempre tuvo ese gesto entre estreñido y lloroso).

-COMO REINAS:

   ¿Reunir a Jessica Lange y Shirley MacLaine para este engendro? ¿Toni Acosta tiene desde ahora en su filmografía una secuencia con ambas leyendas? ¿Santiago Segura haciendo de Santiago Segura? ¿Y encima aparece el siempre innecesario -aquí no llega a error de casting como le sucede en teatro porque, por fortuna, aparece un minuto- Julián Villagrán? ¡Si me lo dicen antes salgo corriendo en dirección contraria!


PELÍCULAS ESPAÑOLAS E HISPANOAMERICANAS DESTACADAS:

-LA CORONA PARTIDA:
   Nacida como nexo de unión entre dos series -Isabel (2011-2014) y Carlos, Rey Emperador (2015-2016)-, tiene entidad propia como película, rodada con la magnificencia debida y sin acartonamientos -y no como, por desgracia, le sucedió a Vicente Aranda en Juana la Loca (2001)-. Es un gustazo escuchar a actores que saben hablar (y moverse) del modo en que lo hacen Jacobo Dicenta, Fernando Cayo, Fernando Guillén Cuervo o Ramón Madaula, siendo de justicia destacar a un inmenso Eusebio Poncela que en cualquier otro país sería cuando menos candidato a cuanto premio de interpretación exista. Rodolfo Sancho cumple con habilidad su cometido, siendo el único punto negro la pareja formada por un envarado e irritante Raúl Mérida y una forzada y prematura (e injustamente para quien esto escribe) encumbrada Irene Escolar.
-EL OLIVO:
   Paul Laverty, el guionista de cabecera de Ken Loach desde hace veinte años, es capaz de olvidarse del maniqueísmo más ramplón, de hacer proselitismo, de hablar para los convencidos, de un didactismo esquemático, para contar una historia sencilla, honesta, que no esconde sus cartas pero tampoco las marca desde el principio. Icíar Bollaín acierta plenamente en el modo de filmar, sin subrayar ni forzar, con naturalidad, permitiendo que Javier Gutiérrez ofrezca la que es tal vez su interpretación menos enfática, emocionando por las buenas, mientras que Anna Castillo no se hace la simpática, incluso a veces resulta un tanto cargante (si es algo buscado, lo han conseguido -lo malo sería que hubiesen pretendido lo contrario-).
-1898. LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS:
   Una agradable sorpresa, un filme espléndidamente llevado por un debutante en la gran pantalla, Salvador Calvo, quien demuestra haber dejado atrás el aspaviento, la grandilocuencia y el automatismo de ciertas producciones televisivas (como muestra y contrapunto ha podido verse recientemente Lo que escondían sus ojos o El padre de Caín, que también llevan su firma). Todo un despliegue de producción que se hace encajar en el guión (y no al revés como equivocadamente se practica demasiado a menudo) para que lo más destacable sean las interpretaciones, especialmente las de Luis Tosar, Carlos Hipólito, Karra Elejalde y, de nuevo, Javier Gutiérrez.
-TARDE PARA LA IRA:
   Raúl Arévalo convierte todas sus muecas como actor en movimientos de cámara como director novel, siendo esa histeria la que distancia y agota en ocasiones, pero por fortuna el estupendo guión (también obra de Arévalo junto a David Pulido) consigue que la tensión (que no hace falta forzar ni estereotipar) no decaiga y el interés del espectador aún menos. Antonio de la Torre y Luis Callejo forman una pareja con química, presencia y bravura, pero no pueden evitar que la función se la merienden entre una fantástica Ruth Díaz a la que se echa de menos cuando no está en pantalla y ese robaplanos llamado Manolo Solo, quien se apodera de la que ya es una secuencia legendaria y una de las más impactantes y mejor rodadas que hayan podido aplaudirse en 2016.
-EL REY TUERTO:
   Con un punto de partida extremo, consigue divertir e inquietar, que sea el público quien se haga las preguntas, evita los escollos de la polarización, no se posiciona claramente aunque se noten las simpatías, deja que cada personaje se explique como sabe o puede sin caer en lo obvio, sin generalizar, recurriendo al estereotipo lo justo para poder usar un trazo rápido. Ruth Llopis y Betsy Túrnez extraen oro de sus personajes, el de un tiempo a esta parte omnipresente Miki Esparbé parece estar haciendo parodia, mientras que Alain Hernández derrocha carisma en el rol más complicado y antipático, consiguiendo una veracidad digna de encomio.
PELÍCULAS ESPAÑOLAS E IBEROAMERICANAS OLVIDABLES:

-100 METROS:

  Película de superación al más puro estilo meloso que tanto asociamos con aquellos Estrenos TV de los 70-80, una malísima mezcla entre comedia y drama a cargo de un Karra Elejalde que se copia a sí mismo por enésima vez y un Dani Rovira que hace todo lo que puede para romper con su imagen más popular pero que revela abundantes carencias como actor, mientras que Alexandra Jiménez, más contenida y precisa que de habitual, poco más puede hacer con lo que es casi una aparición especial. Cuando recurre a imágenes reales de la proeza original, aún quedan más patentes los trucos y la total ausencia de épica por parte de Marcel Barrena.

-TENEMOS QUE HABLAR:

   Mientras continúa una fructífera y plausible carrera como director teatral al que seguir, David Serrano no levanta cabeza como director cinematográfico, ya muy lejanos los aplausos (y réditos en taquilla) que provocó su debut en el largometraje con Días de fútbol (2003). Sucesión de chistes (o similares) fallidos, repetitivos y/o antiquísimos (y anticuados), una comedia romántica que no tiene ni de lo uno ni de lo otro en la que, para colmo, tiene un papel relevante Ernesto Sevilla, uno de los supuestamente renovadores del humor español.

-CIEN AÑOS DE PERDÓN:

   Daniel Calparsoro vuelve por sus fueros, dando más importancia a lo visual, complicando la jugada, buscando lucimiento, retorciendo la secuencia en apariencia más sencilla, combinándose con un guión pretencioso y lleno de énfasis de Jorge Guerricaechevarría.

-CUERPO DE ÉLITE:

   Con un buen diseño de producción que la aleja en parte de ese mal hermanamiento que tanto se practica entre cine y televisión, por lo demás queda como el episodio piloto de una serie repleta de obviedades y gracietas, más bien rutinario y sin mucho empeño, con la colaboración de Carlos Areces y Joaquín Reyes, otros de esos que, según dicen los que quieren darse impotancia y destacarse, representan el “humor inteligente” que tanto se lleva y busca (y que es el de toda la vida y peor interpretado).

-EL PREGÓN:

   O cuando unos amiguetes se juntaron para hacer una película y dejaron claro que, aunque poseen más naturalidad y gracia que algunos que llevan media vida actuando (o fingiéndolo -¡Toma vuelta de tuerca!-), Andreu Buenafuente y Berto Romero consiguen más risas cuando son ellos mismos en un programa de televisión.