TÍTULO ORIGINAL: Rogue One DIRECCIÓN: Gareth
Edwards GUIÓN: Chris Weitz, Tony Gilroy MÚSICA: Michael Giacchino FOTOGRAFÍA:
Greig Fraser MONTAJE: John Gilroy, Colin Goudie, Jabez Olssen REPARTO: Felicity
Jones, Diego Luna, Alan Tudyk, Donnie Yen, Wen Jiang, Ben Mendelsohn, Guy
Henry, Forest Whitaker, Riz Ahmed, Mads Mikkelsen
En su
momento la sorpresa fue mayúscula, poco a poco se corrió la voz y ya se iba
advertido, aun así fueron muchos los espectadores que lo vivieron sin tener conocimiento
previo y se quedaban un tanto estupefactos, extrañados, creyendo que se habían
perdido algo; en gran parte lo pensó como guiño a los seriales de que
disfrutaba cuando era un chaval, por otro lado George Lucas quiso que, después
de esa frase que puede decirse nació legendaria (“Hace mucho tiempo, en una
galaxia muy, muy lejana”), la película que por siempre conoceremos como La guerra de las galaxias (1977) -aunque
ese sea el título de la saga y a esta cinta en concreto le corresponda llamarse
Una nueva esperanza- comenzase advirtiendo que estábamos ante
el cuarto episodio de una serie, que la trama había comenzado mucho antes de
esa primera secuencia (algo en realidad muy habitual, no sería particularmente
reseñable, no hubiese sido tan noticioso de no ser por el hecho de presentarse
como “Episodio IV” sin que se hubiesen difundido
los anteriores-), pero era conveniente no desvelar ciertos datos para, así,
sorprender al público cuando llegase el momento adecuado, guardándose las
espaldas puesto que, si la empresa no llegaba a buen puerto y los resultados en
taquilla impedían su continuidad, el filme era comprensible en sí mismo. Por
supuesto, una vez se fue desarrollando la que ahora llamamos primera trilogía o
trilogía original, Lucas fue añadiendo piezas, eliminando otras, retocando aquí
y allá (no digamos cuando se empeñó en dirigir y escribir prácticamente en
solitario los, poniendo la historia en orden cronológico, tres primeros episodios
-la segunda trilogía-), pero es cierto que las junturas no se notan demasiado
en lo que al tronco se refiere, la genealogía y las relaciones entre los
personajes demuestran ajustarse a un plan previo, los acontecimientos se corresponden
con lo mencionado o anticipado, las piezas encajan con exactitud (otra cosa es
el resultado final de cada película en concreto). En este tipo de estructuras
río, en cualquier saga que se precie, siempre hay mucho material que utilizar
(y reutilizar), pueden aparecer nuevos y caudalosos afluentes, el fenómeno es imparable,
el mito sigue siendo una realidad y son muchos los adoradores que reclaman
nuevos productos y mantienen vivo el culto, son muchos los que se suman, la nostalgia
bien jugada cada vez reporta más réditos (esa que no supo conjurar el propio
Lucas con Star Wars: Episodio I-La
amenaza fantasma (1999), baza que se le volvió en contra por las muchas
expectativas defraudadas, hecho que aún da más valor a lo conseguido por J. J.
Abrams en Star Wars: El despertar de la
fuerza (2015) y que demuestra que no todo vale o satisface por el mero
hecho de pellizcar los corazones que añoran aquella época en que eran jóvenes
espectadores), era y es inevitable que la franquicia galáctica siga
expandiéndose.
Como
la nueva trilogía en curso se irá
completando cada dos años y, por lo tanto, el anhelado episodio VIII (por parte
de los fans, por supuesto, quien quiera mantenerse al margen está en su derecho
-pero tampoco es necesario que haga ostentación de su desdén con reiteración y
machaconería más obsesiva que la utilizada por muchos seguidores para dejar
patente su pasión-) se estrenará a finales de 2017 (y, tristemente, nos
permitirá contemplar la última interpretación de Carrie Fisher -la productora
acaba de anunciar que había rodado todas sus secuencias antes del fatídico desenlace
vivido hace unos días con su prematuro fallecimiento-), para que la espera se
haga más tolerable (y, no lo neguemos, para seguir haciendo caja -y se acepta
el envite sin complejos ni equívocos ni disfraces, no somos tan borregos-), se
ha desgajado una trama de la principal para contar cómo se robaron los planos
de la Estrella de la Muerte, hecho fundamental que propicia el nunca superado
clímax final de La guerra de las galaxias
y, así, tenemos Rogue One, que deja
bien claro en su subtítulo es “una historia de Star Wars”, tan sólo eso, motivo por el que nos engancha, motivo
por el que nos desencanta en parte (hablando por uno mismo, como siempre y
dejando muy claro que el analista y el fan echan un pulso y llegan a un
entendimiento). Al igual que uno de los máximos aciertos (si no el fundamental)
del revivir de la saga fue poner el timón del episodio VII en manos de J. J.
Abrams quien, al igual que hizo con Star Trek, aportó espectáculo, diversión,
respeto por lo anterior sabiendo hablar para los recién llegados, invocando la
nostalgia (imprescindible) sin restringir el discurso, haciéndolo comprensible
para cualquiera, ganando adeptos y reverdeciendo complicidades, tal vez el
mayor lastre de Rogue One sea haber
dejado las riendas a Gareth Edwards, responsable de una cinta tan olvidable
como Monsters (2010) y un innecesario
y terriblemente aburrido remake de Godzilla
(2014), caballero con poco sentido de la épica, incapaz de recrear una
atmósfera de verdadera aventura, muy lejos del encanto que destilan sus
ilustres predecesoras (hablamos, por supuesto, de la trilogía original y de lo
ofrecido por El despertar de la fuerza),
sólo en el tramo final, cuando la acción se dispara y el espectador avezado puede
ir colocando totalmente este capítulo en el lugar preciso la película parece avanzar por sí sola y a la velocidad precisa.
Mientras Felicity Jones es una magnífica elección como protagonista y
dota a su un tanto esquemático personaje de emociones, Diego Luna no está a la
altura de lo que un héroe debe ofrecer, falto de carisma, de presencia, de
contundencia física, tampoco soporta la (inevitable) comparación con Mark
Hamill como héroe a la fuerza o por sorpresa puesto que el rol que asume el
actor mexicano se presenta como todo lo contrario y no es análogo en absoluto a
Luke Skywalker; aunque se reproduce el esquema de pandilla que debe pelear
junta, personalidades opuestas que aprenden a colaborar y trabajar en la misma
dirección, por mucho que los mimbres se reconozcan, todo huele a fórmula, a
elemental, a poco trabajado, a repetición cuando no copia, y por eso, como
apenas tienen donde rascar, ninguno de los actores consigue traspasar la
pantalla (y no por falta de talento y/o entrega) y, al final, lo más loable, lo
más impactante, lo soberbio es el modo en que se ha conseguido que el inmenso
Peter Cushing reaparezca en la saga para seguir dejando patente su categoría,
para ampliar su leyenda, para emocionar a pesar de la técnica. No se niega la
querencia por la serie y agrada la perspectiva de tener una cita anual con algo
relacionado con Star Wars, pero ojalá la espera entre el episodio VIII y el IX
pase por un capítulo digno de recuerdo y no por unas cuantas notas a pie de
página que poco (o nada) aportan al conjunto.