Lo escribí tras el fallecimiento de Vicente
Aranda y hoy me reafirmo en ello: hay artistas, creadores, cineastas que sólo
necesitan una obra para entrar en el Olimpo particular de cada espectador y
convertirse en uno de sus favoritos aunque esa predilección se ciña a una
película (o dos o tres), la cantidad no es un detalle importante a la hora de
las predilecciones (al margen de que, en contra de lo que tantos parecen
sostener, podemos mostrar nuestro desagrado por una parte más o menos
significativa de la producción total de alguien a quien admiremos sin que eso
haga menguar el entusiasmo y aplauso que nos provoca su persona y el resto de
lo creado) sino la huella dejada, el recuerdo imperecedero, una emoción a flor
de piel que se reproduce y reaviva cada poco tiempo, un momento de absoluta
epifanía y dicha que nunca se agradece lo suficiente. Es más, en lo referente a
Tobe Hooper, aunque hay más tela que cortar (perdón por el aparente chiste
fácil: se utilizó la palabra sin segunda intención), un servidor de ustedes podría
sintetizar en sólo una secuencia el porqué de un reconocimiento como maestro
que jamás ha flaqueado (todo lo contrario: se agrandó y elevó con el paso del
tiempo).
¿Se puede conseguir más en menos tiempo? ¿No
es escalofriante, angustiosa, pavorosa, impactante, horror en estado puro? Nos
sentimos, al igual que el personaje, acosados, masticamos el terror, la amenaza
no es inminente porque es tangible, su peso lastra la carrera con la que se
intenta poner tierra de por medio, no se vislumbra vía de escape, estamos
irremisiblemente condenados, y todo sucede en un paraje abierto, a plena luz,
con (aparentemente) mil posibilidades de huida, ahí está la maestría de Hooper
para encogernos en la butaca (o el sofá), para inyectarnos el pánico y hacerlo
presente en unas condiciones que, aparentemente, invitan a todo lo contrario, no
necesita recurrir a la oscuridad para inquietarnos y oprimirnos, así ha
trabajado durante toda la película aunque creamos que es una orgía de sangre, desmembramientos
y truculencias; en realidad, a lo largo de su metraje el filme sugiere mucho
más de lo que muestra, el director logra, con un par de planos muy precisos,
que La matanza de Texas se agigante,
que aseguremos haber visto lo que no aparece en pantalla, que el miedo
traicione nuestra mente, que (como sucedió a este que escribe) cuando vencemos
nuestra aversión a repetir la experiencia, cuando nos atrevemos por fin a
revisarla años después del primer visionado, el que juramos sería único (por
mucho que se apreciasen sus virtudes cinematográficas, lo sufrido -y lo
inventado/imaginado- no invitaba a volver a pasar un mal trago), descubrimos
con estupor (lo que provoca que nuestra admiración aumente) que apenas hay
secuencias realmente gráficas y espantosas en lo meramente visual, que las más
impactantes no precisan de cabezas rodando, cuerpos mutilados delante de
nuestros ojos, desollamientos o profusión de heridas supurantes.
Sí, comprendo que quien no guste del género
dirá “¿y te parece poco?”, entiendo que haya a quien se le haga insoportable
ver La matanza de Texas y quien
seguirá sin hacerlo a pesar de lo que podamos contar los fans (yéndonos a otro
extremo, me sucede eso mismo con, por ejemplo, El guardaespaldas), tan sólo se intenta resaltar el hecho de que
Hooper no es ni la mitad de gore de lo que se le suele acusar (o alabar) y no
abusa de trucos fáciles ni se limita a dejar correr la sangre: crea atmósfera,
maneja con astucia muy pocos elementos, aprovecha un presupuesto ajustadísimo
en beneficio de la película, tiene el doble mérito de hacernos temblar (y
gozar, así somos los seguidores de este tipo de cintas) por lo que vemos y por
lo que imaginamos, por lo que nos provoca, por lo que nos deja intuir, por
estimular nuestra mente, por dejar los miedos libres. Y, repito, aun
rindiéndome a su eficacia y pericia como director y al buen mal rollo (buscado)
conseguido, me negué durante muchos años a revisarla porque en mi recuerdo era
sanguinolenta sin freno ni cuartel (por eso, como también decía, cuando al
final me atreví a repetir fue cuando aprecié en toda su magnitud el talento de
Hooper). Y aunque nada pueda ser comparable a La matanza de Texas, no es cierto del todo que mi rendición por
este cineasta se circunscriba a ese título porque tiempo después llegaría El misterio de Salem´s Lot (1979).
No saben ustedes lo que agradecí en su
momento que mi habitación sólo tuviese una pequeña ventana y situada a varios
metros del suelo, porque si hubiese estado a la altura de mi cama creo que
hubiese pedido que la tapiasen. Lo malo es que no fue la única secuencia de
este tipo que aparecía en la miniserie.
En realidad, vi El misterio de Salem´s Lot cuando TVE la emitió íntegra durante
cuatro martes de septiembre-octubre de 1985, después del fenómeno que supuso Poltegeist (1982) -a la que llegaremos
en seguida-, pero respeto la cronología de la filmografía de Hooper y la coloco
aquí, puesto que se estrenó comercialmente en España (como en muchos países) en
versión reducida y con el título de Phantasma
2, aprovechando el tirón de lo que fue todo un taquillazo: Phantasma (1979) de Don Costarelli. Ignoro
cómo la habrá tratado de bien o mal el tiempo, pero en su momento supuso una
conmoción y permanece en la memoria como una de las más ajustadas y vibrantes
adaptaciones que se hayan hecho de alguna de las obras de Stephen King (por lo
que no tuve ningún interés en la nueva versión que protagonizaron en 2004, también
para televisión, Rob Lowe y Donald Sutherland). Y, ahora sí, lo lamento, es
inevitable… ¡ya están aquí!
Otro de esos títulos que hacen época, un auténtico
acontecimiento durante meses, primero esperando el estreno, luego haciendo
colas interminables para conseguir una entrada, pero es que algunos esperamos
años porque no teníamos la edad adecuada para verla cuando se estrenó, todavía
no había video en casa, Poltergeist tardó
en ser una realidad pero valió la pena porque sigue siendo insuperable.
Aunque se hable de ella en demasiadas ocasiones
por motivos exógenos a lo meramente cinematográfico, por la aureola trágica que
la rodea (la muerte de cuatro de los intérpretes de la película y/o sus
secuelas), por la maldición que algunos han decretado y aprovechado como
promoción, Poltergeist merece el
lugar que ocupa en el imaginario colectivo de más de una generación de
espectadores porque, por más efectos especiales que sean necesarios, el horror
se materializa y acosa desde algo tan cotidiano como la pantalla del televisor, que nadie sea tan perverso de hacer segundas lecturas porque Tobe Hooper siguió realizando trabajos
destinados a ella, incluso la frecuentó más que la grande. ¿O eso es, para algunos -los de siempre, ya se sabe-, parte de la maldición? Mientras
haya espectadores que le recuerden, aunque sólo sea por una película, habrá
conseguido librarse de su influjo, más aún cuando sus criaturas siguen vivas y son revisitadas cada cierto tiempo, en menos de un mes tendrá lugar en EEUU la premier televisiva de Leatherface, donde conoceremos al personaje en su juventud y, a buen seguro (así lo
demuestran remakes y demás continuaciones), echaremos de menos a Hooper tras la
cámara.