TÍTULO ORIGINAL: Jurassic World DIRECCIÓN:
Colin Treborrow GUIÓN: Rick Jaffa, Amanda Silver, Colin Treborrow, Derek
Connolly (basado en los caracteres creados por Michael Crichton) MÚSICA: Michael
Giacchino FOTOGRAFÍA: John Schwartzman MONTAJE: Kevin Stitt REPARTO: Chris
Pratt, Bryce Dallas Howard, Irrfan Khan, Vincent D´Onofrio, Ty Simpkins, Nick
Robinson, Jake Johnson, Omar Sy
Aunque todos los escritos de este blog tienen un marcado contenido
personal, son reflexiones, análisis, digresiones, pensamientos, conclusiones
extraídas de la experiencia como espectador y de los muchos años en que he ido
desarrollando un criterio que puede ser considerado profesional en el sentido
de que ha tenido trascendencia a través de los medios de comunicación y de
algunos libros publicados, siempre intentando argumentar cada frase pero desde
mi propia óptica, sin pretender imponerla a nadie ni considerarla por encima de
otras (en todo caso, oponiéndola a las de muchos que, por firmar en algún sitio
o encontrar tribunas desde las que explayarse, se consideran o son considerados
como expertos, cuando en este oficio de ver películas nunca se deja de aprender
ni de descubrir, cuando el tiempo va pasando y nuestras apreciaciones van
variando, adquiriendo nuevos matices, haciendo valioso lo que antaño
menospreciamos, derribando de su pedestal aquello que adorábamos), hoy tengo
ganas de saltarme cualquier ortodoxia en atención a lo que nunca me gusta
olvidar es un género literario y periodístico (la crítica) para dejarme llevar
por el entusiasmo, por los recuerdos, por cómo recuerdo el primer visionado de Parque Jurásico (1993), por cómo he
querido vivir Jurassic World de un
modo similar, sin pensar en nada más que el entretenimiento, la diversión, sin
poder evitar que, por deformación tras tantos años de ejercicio, en ocasiones
se imponga la que podemos llamar “voz más cerebral” pero consintiendo, permitiendo,
propiciando que sea la pasional la que marque el tono, el estilo, el argumento
de esta historia (en realidad, es algo que intento primar siempre, sin que me
ciegue el entendimiento y el debido respeto a los que me leen, pero me resulta
imposible recomendar o desaconsejar algo si no lo hago desde la pasión, desde
el amor por lo audiovisual, como si siempre fuese aquel niño que descubrió la
magia del cine de la mano de sus tíos contemplando El coloso en llamas (1974) con apenas cinco años en aquella inmensa
pantalla del cine Proyecciones de Madrid).
Siempre he tenido querencia por Steven Spielberg y mi admiración no ha
hecho sino crecer con los años, aumentar mientras él seguía desplegando su
sabiduría y asumía nuevos retos, obviamente me gustan más unos títulos que
otros, pero lo que me revalida su maestría y talento es el hecho de que las
películas que algunos consideran (con cierta condescendencia o desprecio
manifiesto) “para niños” aguantan perfectamente el paso del tiempo, no hay que
mirarlas con los ojos y el corazón teñidos de nostalgia, recuperando la
ingenuidad, contextualizándolas, basta con repetirlas para sentir la emoción
del clásico que mantiene su vigencia e, incluso, para descubrir el doble código
en que el cineasta narra historias como E.T.
El extraterrestre (1982) o En busca
del arca perdida (1981), por eso cautiva a audiencias de todo el mundo sin
distinciones de edad. Jamás comprenderé que un director que tiene ese buen ojo
para el espectáculo, para lo trepidante, para lo emocionante (sea detrás de la
cámara o como productor), alguien que consigue cintas tan memorables y
definitivas en su género como Tiburón (1975)
o Encuentros en la tercera fase (1977),
alguien que se desmarca de cualquier etiqueta con la estupenda (y desconocida u
olvidada por muchos) Loca evasión (1974),
se sienta obligado (o así lo parezca) a pedir perdón y redimirse con “películas
adultas” como El color púrpura (1985)
o La lista de Schindler (1993) aunque
su existencia, en realidad, lo que hace es tapar muchas bocas, nos topamos con
unas obras muy maduras y plenas de sensibilidad, rebosantes de su personalidad,
trabajos personales y mimados, en absoluto imposiciones, creaciones que en gran
parte no sorprenden a los que, bien intuitivamente (por la edad en que las
vimos por primera vez), bien por aplicar el olfato desarrollado, ya nos
habíamos dejado impregnar del humanismo de Spielberg, de su jovialidad que sólo
es frívola cuando el producto lo requiere, del tono íntimo que introducía con
enorme naturalidad en medio de la peripecia, sin moralinas ni ñoñerías de las
que tanto le han acusado (aunque si cierto que, en varias ocasiones, desbarra
en la secuencia final, alarga la película más de la cuenta aunque sólo sean
unos segundos, pero eso no invalida todo lo anterior). Y como máximo ejemplo de
su versatilidad, el mismo año en que arrasa con la estremecedora La lista de Schindler, acomete la
adaptación fílmica de una novela de Michael Crichton que había sido un éxito de
ventas (como algunas de las anteriores), pero al que Spielberg eleva a lo más
alto, al que insufla nueva vida, al que convierte en categoría propia, al que
transforma para siempre en “el autor de Parque
Jurásico”. Su visión fue un auténtico gozo ya desde esa primera secuencia
en la que, al modo de Tiburón, el
director sólo deja intuir, sugiere, crea tensión y miedo por lo que no vemos,
por lo que imaginamos, por lo que presentimos (da igual que sepamos que son dinosaurios:
el modo en que juega con las sombras, los sonidos, los gritos, el tempo
narrativo –y dará muestras de su genialidad en este aspecto a lo largo de la
película en algunas escenas que se han convertido en históricas-); la novela
original se basa en las fronteras éticas, en los dilemas morales, en asuntos
que le eran muy caros al autor en su condición de médico y que él sabía
articular y desgranar como parte de la acción, la que hace primar Spielberg
aunque el dibujo y las posiciones que toman los personajes se correspondan con
el original (pero dejando en un segundo plano aquello que puede llegar a ser un
lastre porque, por encima de todo, se trata de una de aventuras). Su mecanismo de
relojería perfectamente engrasado, su manera de funcionar como unas fichas de
dominó que van haciéndose caer en el orden correcto y con la cadencia precisa
para que el movimiento no se detenga, su ritmo medido y preciso provoca que Parque Jurásico siempre consiga el mismo
efecto: asombrar, interesar, hacer rebullir en el asiento, disfrutar como si
fuese la primera vez y sin ningún tipo de complejo ni recato (allá aquellos que
se niegan la diversión por hacerse los importantes).
El
triunfo sin paliativos provocó una segunda parte, El mundo perdido (1997), que ya era más farragosa como novela, que
ya estaba escrita con otra intención y con la mirada puesta en las ventas, que
ya se sabía catapultada a lo más alto de la lista de best sellers casi antes de
ser publicada, que como película no supo ni acercarse a su predecesora (hay que
reconocer que Spielberg se lo había puesto muy difícil), pero que ni siquiera
funcionaba en sí misma aunque se olvidase o no se conociera (algo tal vez
ciertamente complicado) la anterior, un trabajo excesivamente rutinario e
indigno del señor que había dirigido El
diablo sobre ruedas (1971) o Indiana
Jones y el templo maldito (1984). Puede que ese haya sido el motivo por el
que no ha querido ponerse detrás de la cámara para hacerse cargo de Jurassic World, y esa es la peor noticia
y la mayor carencia de la cinta puesto que Colin Trevorrow demuestra conocer y
respetar el modo de hacer de Spielberg pero no es él ni de lejos: es un
imitador que sale airoso del envite pero al que falta ingenio, velocidad, capacidad
de sugerencia, osadía en determinados encuadres, dotar de auténtica vida a las
imágenes, algunas grandilocuentes y efectivas, otras muy bien filmadas, sin
distorsiones ni trampas, con un acabado muy verosímil en que los trucos se
diluyen, pero sin el aliento épico y vibrante que con suma facilidad sabe
imprimir el que a todas luces ha de ser considerado como maestro. Es una
lástima que varias de las posibilidades para conformar un espectáculo total e
inolvidable, para conseguir secuencias memorables que queden en el imaginario
colectivo, se desaprovechen por un afán de velocidad que en algunos momentos
(por fortuna, muy pocos y breves) puede llegar a crispar, aunque consigue
salvar el escollo por su empeño (y logro) de ofrecer una película entretenida,
sin ningún otro tipo de pretensión que sobrecargue el conjunto, jugando los
efectos en tres dimensiones (para quien opte por verla así) con acierto pero
sin disparatar ni hacer imposible (o ridículo) el visionado convencional. Si parte
del encanto original destella de vez en cuando es gracias al carismático (y
actor sólido) Chris Pratt, quien tras esa agradabilísima sorpresa que fue Guardianes de la galaxia (2014)
demuestra que Indiana Jones podría tener un cuerpo sustituto y que su
socarronería y mordacidad son ingredientes espléndidos para contrarrestar los
efectos letales de su imponente físico (que puede llevar a pensar que estamos
ante alguien negado para el arte de la actuación –precisamente uno de sus
méritos es saber ponerlo al servicio del personaje, integrarlo como elemento
definitorio de su manera de ser, imposible hacerte olvidar lo que estás
contemplando pero consiguiendo que en ocasiones te importe el personaje no sólo
por su envoltorio), al margen de mantener una química y tensión sexual no
resuelta de las que quitan el hipo con Bryce Dallas Howard, esa estupenda
actriz que tantos enteros hace subir el apellido familiar (por mucho que su
papá, Ron, tenga un Oscar como director de Una
mente maravillosa (2001), superando de una tacada a Robert Altman, David
Lynch, Peter Jackson y Ridley Scott), evocando sin imitar ni parodiar a las
heroínas clásicas que huían y gritaban sin freno, demostrando que tiene un par
de tacones (en lo que a uno se le antoja un guiño al profesor Jones, ese que no
perdía jamás el sombrero –y cuya pérdida es uno de sus gags más recordados-). Y eso sin olvidar el malo de antología que se marca Vincent D´Onofrio, ese actor camaleónico y magnífico, menos reivindicado de lo que merece. En
definitiva, siendo consciente de que hay cosas que no se pueden repetir, al
menos Jurassic World mantiene el
interés, proporciona sus propios recuerdos y motiva que otros (que no están
olvidados, para nada) recobren actualidad, al margen de contemplarse con una
casi permanente sonrisa, mucha alegría, emocionado otra vez ante la gran
pantalla.
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