jueves, 9 de marzo de 2017

"LOVING": BARCO QUIETO, MORADA INTERIOR






TÍTULO ORIGINAL: Loving DIRECCIÓN: Jeff Nichols GUIÓN: Jeff Nichols MÚSICA: David Wingo FOTOGRAFÍA: Adam Stone MONTAJE: Julie Monroe REPARTO: Ruth Negga, Joel Edgerton, Marton Csokas, Nick Kroll, Jon Bass, Bill Camp, David Jensen, Alano Miller, Sharon Blackwood

   Todo es absolutamente relativo, incluso lo que nos resulta más cierto e inamovible, aspecto que se acentúa todavía más cuando nos referimos a sensaciones y opiniones propias, por muy contrastadas y sustentadas que estén, por mucho que sean fruto de reflexiones y/o experiencias en ocasiones repetidas (para, de ese modo, poder extraer algo a lo que llamar conclusiones), realidad un tanto inapelable (aunque siempre hay excepciones, por supuesto, de ahí que no convenga olvidar la primera frase escrita) cuando nos adentramos en el terreno artístico, puesto que por más filias y fobias que desarrollemos, por más querencias y rechazos que sintamos hacia este movimiento o aquella tendencia, por más que admiremos o denostemos a un cantante, pintor, dramaturgo o arquitecto puede llegar en un momento dado (o toparnos con ella si hablamos de alguien a quien conocer a través de enciclopedias o museos) la obra que nos obligue a replantear nuestro criterio, a variar ciertas premisas, a cambiar la perspectiva, al menos en ese momento concreto; por mucho que se sea incondicional, o todo lo contrario, un creador nos gusta o deja de gustar por la suma de sus creaciones y, así, encontramos borrones en la trayectoria de alguien a quien seguir considerando magistral, del mismo modo que alguien consigue cautivarnos cuando hasta el momento sólo nos había provocado bostezos, indiferencia o algo peor (aunque, ya puestos, nada tan negativo como resbalar por el ánimo del espectador y no provocar ninguna reacción). El prestigio del guionista y director Jeff Nichols alcanzó su cota máxima y expansión definitiva a partir de Mud (2012), el tercer largometraje de los cinco que hasta el momento ha estrenado, título que también sirvió como lanzadera definitiva para que la carrera de Matthew McConaughey remontase el vuelo, alcanzando una consideración superior a la conseguida a finales de los 90 del pasado siglo cuando hubo quien se atrevió a coronarle como “el nuevo Paul Newman” (es cierto que físicamente le recordaba) por filmes como Tiempo de matar (1996), Amistad (1997) o Los Newton Boys (1998) (aunque sigue basando sus interpretaciones en tics que repite hasta la saciedad, en caracterizaciones similares con transformaciones físicas más o menos extremas, una de las cuales le llevó a ganar un Oscar -Dallas Buyers Club (2013)-, encadenar las cintas citadas, otras como Magic Mike (2012) o Interstellar (2014), y la que ya es mítica primera temporada de la serie True Detective (2014), le ha servido para adquirir un estatus que se antoja desmesurado y frágil).
   Mud no pasaba de ser un irritante ejercicio de estilo que, imitando en todo momento a cineastas a los que en muchas ocasiones se menosprecia al emplear el término “artesano” con tono peyorativo o cuando menos minusvalorando el oficio, acierto y calidad de aquel que se pone al servicio de la obra, construyendo estilo a base de desaparecer, de evitar cualquier tentación de subrayar su presencia detrás de la cámara, dejando fluir la narración, dirigiendo con tiento y mimo, fusilando a autores de la talla de Robert Mulligan, Mud, como decimos, se regodeaba en su aparente sencillez, subrayando cada momento, buscando la trascendencia a toda costa, pagada de sí misma, destilando pretenciosidad en cada secuencia, recreándose en un falso feísmo, sublimando cada plano al pretender huir de lo que se supone el cineasta considera preciosismo vacuo (sí, claro, digamos que lo es si no eres capaz de dotarle de sentido y contenido), vicio que puede rastrearse, aunque de manera diferente, en Take Shelter (2011), filme apocalíptico (muy laureado y aplaudido) que intenta jugar con las elipsis, con lo que se intuye, con lo que se presiente, con lo que no se concreta, con lo que se imagina, con lo que se insinúa, para diferenciarse de las películas de género más clásicas y, si se quiere, convencionales, clichés particulares que Nichols ha repetido (si bien es cierto que sacando mejor partido de ellos) en Midnight Special, presentada en el Festival de Berlín de 2016, apenas tres meses antes de que en Cannes (certamen que contó en su momento con Mud con candidata a la Palma de Oro) tuviese lugar el estreno mundial de Loving (2016), la cinta en que todo lo que antes resultaban rémoras, defectos, errores o grandilocuencias, ahora se presentan como virtudes, decisiones adecuadas, tono preciso, contención apabullante, un directo al estómago y al corazón construido con sobriedad y un manejo impresionante del tempo, desterrando cualquier manierismo.
   Loving sólo puede ser narrada a ritmo lento, con abundantes silencios, sin estridencias, con la misma calma tensa en que viven sus protagonistas, héroes a su pesar, activistas sin pretenderlo, personas que sólo desean que les dejen vivir en paz su amor, ese que es considerado ilegal en el estado de Virginia en 1958, gentes que sólo quieren formar un matrimonio, algo prohibido porque el hombre es de raza blanca y la mujer de raza negra; Loving rehúye cualquier tremendismo (y podría emplearlo sin faltar a la verdad ni exagerar), deja fuera de foco el sin duda arduo camino recorrido (sólo hay dos o tres pinceladas, las justas, el pasado queda explicado sin necesidad de mostrarlo), permite que intuyamos (y conozcamos y nos conmueva) la tragedia vivida en las palabras no pronunciadas, en las miradas tristes, en las lágrimas que asoman, en los hombros caídos, en la desolación que sobrevuela, en la aceptación resignada, en el dolor latente y constante, del mismo modo se hace presente ese amor por encima de barreras legales, de segregación autorizada y consentida, de racismo enquistado en las asumidas como costumbres y tradiciones, de un mundo (nunca mejor dicho) de blancos y negros regido por el absolutismo, la intolerancia, el maniqueísmo más atroz, la supremacía que, auspiciada desde los códigos, se ejerce con mano dura para garantizar su continuidad. El que habitualmente se ha definido como estilo moroso y exasperante en su lentitud (es su seña de identidad para ser diferenciado del resto, da igual el género en que se inscriba la película), el anhelo de Nichols por remarcar su autoría en cada plano desaparece para mimetizarse a la perfección con la pareja protagonista, para apuntalar su tantas veces pretencioso e inexistente estilo en la manera en que el matrimonio Loving afronta y enfrenta la vida, con el simple deseo de seguir juntos, de disfrutar de su familia, haciendo girar la rueda sin ser en realidad conscientes, deslizándose sin querer llamar la atención (ese es el peligro y bien lo han pagado), resistiendo pasivamente pero sin comprometer su dignidad, su pasión, su deseo, su amor.
   Lo que Joel Edgerton y Ruth Negga, Ruth Negga y Joel Edgerton, consiguen es un absoluto prodigio, dos interpretaciones que encajan en una sola pieza, como si llevasen toda la vida juntos, comunicándose a través del roce de las manos, entendiéndose con una mirada, emocionando hasta las lágrimas por su modo de expresar amor con los mínimos gestos. Ruth Negga deja sin aliento por esas miradas en las que caben poemas, novelas, ensayos, por cómo se levanta del lecho en el que acaba de dar a luz para afrontar junto a su marido una nueva detención (todo porque han querido que su hijo nazca junto a su familia en un estado en que su matrimonio no es aceptado y el solo hecho de estar en la misma casa es delito), por su miedo a pesar de todo controlado cuando se queda en una celda y mira hacia todas partes y hacia ninguna, dejándose acunar por los latidos de su corazón, segura de que su marido vendrá a buscarla; Joel Edgerton asume su caracterización con enorme naturalidad, la integra en la interpretación, la hace tan propia que diríase que siempre le hemos conocido así, es conmovedor cómo su cuerpo parece incompleto cuando su esposa no está al lado, cómo sus brazos buscan constantemente los de ella, cómo se obliga (y le han obligado) a no expresar ningún sentimiento, cómo camina encogido, cómo se reprocha el pesar causado, cómo se considera culpable porque así se lo han hecho creer. Que sólo Ruth Negga fuese candidata al Oscar (dejando fuera de la competición a su compañero) ya es una muestra de la ceguera de los académicos, el agravio es aún mayor cuando se piensa que la película no compitió en ninguna otra categoría, cuando debería haberse llevado varios galardones, aunque el del cariño y respeto del público se lo gana con creces.

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