jueves, 17 de julio de 2014

"X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO": LO MEJOR, EL PRESENTE








TÍTULO ORIGINAL: X-Men: Days of Future Past DIRECCIÓN: Bryan Singer GUIÓN: Simon Kinberg MÚSICA: John Ottman FOTOGRAFÍA: Newton Thomas Sigel MONTAJE: John Ottman, Michael Louis Hill REPARTO: Hugh Jackman, James McAvoy, Michael Fassbender, Jennifer Lawrence, Patrick Stewart, Ian McKellen, Peter Dinklage

   Bryan Singer inauguró lo que ahora ya es una saga con cinco filmes y una franquicia (la protagonizada en solitario por Lobezno que ya suma dos títulos) sorprendiendo a propios y extraños, puesto que él mismo reconoció que apenas sabía nada sobre estos superhéroes antes de vincularse al proyecto y consiguió aunar tantos a los fans más acérrimos como a los más suspicaces, contentando a éstos y ganando adeptos entre los que jamás habían leído un cómic e incluso entre los que no gustaban de ellos (algunos, y ahí se inscribe el que firma el presente artículo, admiradores hasta el final de la prístina Patrulla X –tal y como se hizo popular en España-, la protagonista de las primeras hazañas, los personajes que dieron pie a todo lo que vino después). X-Men (2000) supo recoger el espíritu de aquellas aventuras en las que primaba la acción, la diversión, la emoción, en las que se tocaban asuntos profundos y con tintes filosóficos, pero dejándolos en segundo plano o, cuando menos, no complicando la existencia al lector, primando la evasión sobre la reflexión, consiguiendo diferentes niveles de satisfacción al saber narrar para los chavales y para los adultos. Con los mismos mimbres, y dejando en mal lugar el dicho popular que afirma que segunda partes nunca fueron buenas (escollo que Coppola también salvó –aunque la original, El Padrino (1972), sea insuperable, pero supo hacer un filme, El Padrino II (1974), con entidad propia y sin rebajar el nivel alcanzado- y que en la serie de Toy Story llega a las cotas más altas –el segundo título, Toy Story 2 (1999), bate en hilaridad, ingenio, frescura y sorpresa al estupendo primero y deja por los suelos al sobrevalorado tercero, mera vuelta de tuerca de los hallazgos de sus predecesoras-), X-Men 2 (2003) reverdeció laureles, mejoró los logros de la primera parte, constituyó uno de los grandes títulos de acción de la década, sin dejar de lado el cuidado guión en el que se daban la mano con sencillez los asuntos más intrascendentes con las psicologías de los personajes y sus estigmas, lacras, depresiones, aquello a lo que debían enfrentarse cotidiana e íntimamente (enemigos más virulentos y poderosos al habitar en su interior que aquellos con los que luchaban para preservar su seguridad y salvar el mundo).
   Por todo eso, y tras una tercera parte que supo a poco en manos de Brett Ratner –X-Men. La decisión final (2006)-, en una pirueta de directores puesto que éste era en principio el destinado para el que fue nuevo filme de Singer, Superman Returns (2006)-filme, por cierto, vacuo y encallado en todos los errores evitados en las dos primeras entregas de X-Men-, cuando la saga empezaba a expandirse contando la juventud de algunos personajes y las andanzas de otro sin necesidad del resto del grupo, fue una estupenda noticia saber que el cineasta regresaba para hacerse cargo de la adaptación de una de las historias más emblemáticas de los mutantes, la que les pone en contacto con su propio pasado. Con algunos cambios lógicos por aquello de buscar el máximo número de espectadores, contentar a los seguidores cinematográficos que no conocen el original, buscar un reparto lo más atractivo posible, la trama cae sobre los hombros de Lobezno, personaje carismático al que Hugh Jackman transformó en legendario, aunque él no sea el protagonista en el cómic que sirve de base a la película. Pero parece haber quedado atrás todo lo que pueda ser tildado de meramente entretenido, el guión se contagia del complejo que tantos han padecido anteriormente cuando, en contra de lo que pueda pensarse, se han aproximado con respeto y mimo a las viñetas de Marvel y el tono ampuloso, discursivo, cargante, confuso y complejo se adueña de las imágenes, de los diálogos, nada fluye con la misma sencillez que antaño, apenas hay atisbos de lo que era marca de la casa; los guionistas parecen olvidar que estamos acostumbrados a las amenazas nucleares, al fin del mundo, a referencias a la Guerra Fría, a tomar una anécdota histórica y retorcerla según convenga a la trama, a las luchas internas de los superhéroes, que todo esto aparece en los tebeos (otra palabra tabú para algunos), pero fantásticamente aderezado, mezclado, escondido detrás de lo que primaba, de lo que realmente importaba, de lo que buscábamos con avidez: las luchas, las persecuciones, los entuertos por deshacer. Aunque Singer regala algunos momentos espléndidos en los que se percibe su buen gusto y su apabullante recreación de un universo de cómic (en toda la amplia, bendita, honrosa y talentosa expresión del mismo), el filme camina un tanto torpemente, sin parecer tener muy claro hacia dónde dirigirse, dejándolo todo sobre los hombros de un reparto de campanillas que tampoco puede lucirse demasiado al ser sepultado por el mero brochazo, la nula construcción de personalidades, el esquema reduccionista (que, por cierto, hace difícil seguir el desarrollo al que desconoce lo que sucedió antes); los que destacan (el espléndido Peter Dinklage, el magisterio de Ian McKellen, la sobriedad de Patrick Stewart, el camaleónico James McAvoy, la entrega en todo momento de Hugh Jackman) lo hacen por aportar extras que no aparecen en el libreto que están obligados a defender.
   En medio de este caos, como un oasis refrescante, aparece el momento en que rescatan al Magneto del pasado de su prisión en el mismísimo Pentágono: Singer se permite un par de alardes que otorgan una entidad legendaria a ese tramo desde el momento en que se está contemplando y, además, lo hace sin alambicar su estilo, mostrándolo todo, recreándose en la jugada, divirtiendo, provocando, admirando, sorprendiendo, entrando a la esencia del cómic, volviendo a ser el de siempre (y la incorporación de Evan Peters merece más desarrollo, más presencia). Si la última y prometedora secuencia, el regocijante colofón, es un indicio de por dónde podría continuar la saga (y ojalá decidan quedarse en ese momento, en ese tiempo, elegir esa opción), confiemos en que Singer regrese con las armas bien cargadas y con el mismo espíritu lúdico que propició que los X-Men se elevasen hasta lo más alto en el olimpo cinematográfico.

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