sábado, 5 de julio de 2014

"LAS DOS CARAS DE ENERO": LA AMBIGÜEDAD MORAL COMO FORMA DE VIDA







TÍTULO ORIGINAL: The Two Faces of January DIRECCIÓN: Hossein Amini GUIÓN: Hossein Amini (basado en la novela homónima de Patricia Highsmith) MÚSICA: Alberto Iglesias FOTOGRAFÍA: Marcel Zyskind MONTAJE: Nicolas Chaudeurge, Jon Harris REPARTO: Viggo Mortensen, Kirsten Dunst, Oscar Isaac, Daisy Bevan, David Warshofsky

   Patricia Highsmith fue una escritora que rompió todos los moldes, que recuperó para el género policíaco la calidad, profundidad y cuidada elaboración que muchos le negaban, que huyó de cualquier etiqueta inventando las suyas propias, las que se han convertido en categoría, en referente, en manera de construir una historia, las que llevan asociado su apellido, reinventándose una y mil veces, sin caer en clichés, fórmulas, reiteraciones, poseedora de un estilo limpio, ameno, envolvente con el que trenzar atmósferas opresivas, ominosas, aterradoras, centrando su atención en esos detalles anodinos, intrascendentes, incluso estúpidos, en frases que se dicen inconscientemente, en actitudes inexplicables que sin embargo son cotidianas, en rutinas que sólo tienen sentido para el que las sigue, en el gesto menos intencionado, en todo lo que observado por otros puede constituir una señal de peligro, una alerta que pone en riesgo la normalidad, una tara que advierte, que provoca desconfianza, un movimiento que los de alrededor consideran extraño, en definitiva, cualquier mínima perturbación que puede ser indicativa de una amenaza cuyos estragos pueden ser letales, dibujando personas que, por mucha respetabilidad que destilen, siempre parecen dispuestos a cruzar al otro lado, a saltarse la frontera de lo moral para, en muchas ocasiones sin ser capaces de evitarlo, sin poseer los recursos para ello, sin ser conscientes de cómo va creciendo lo que era un mínimo copo de nieve hasta que el alud es imparable, dejarse arrastrar por el delito, por lo reprobable, siendo una maestra a la hora de crear tipos amorales, sin conciencia, imperturbables cuando asesinan, cuando perpetran la fechoría, gente aparentemente encantadora, educada, culta, sociable, una experta en profundizar hasta los rincones más ocultos de cualquiera de nosotros (por mucho que queramos negar su existencia).
   Una de sus características más definitorias y reseñables, la que la aupó a lo más alto desde su debut literario en 1950 –su ópera prima, la espléndida Extraños en un tren fue llevada al cine por el maestro Hitchcock sólo un año después, reconociendo una conexión entre ambos más allá de lo meramente formal o estilístico-, su sello más idiosincrásico es el de suministrar al lector más información de la que poseen los personajes, precisamente para hacerle navegar por la ambigüedad que puede impregnar, como antes señalábamos, el instante más pueril, para que nada resulta ni parezca claro, para asistir con angustia e incluso horror al modo en que todo se enmaraña y el inocente se ve incapaz de demostrar que lo es, arrastrado por una vorágine de malentendidos que desembocan en un callejón sin salida; esto se combina con el modo en que, a pinceladas rápidas pero certeras, a veces como de pasada pero posando el dato en el ánimo del lector, Highsmith va dejando caer pormenores sobre la psicología de sus creaciones, rasgos que, contemplados bajo el prisma de la sospecha (porque todo lo parece en sus páginas: nos ha enseñado a ponerlo en cuarentena, a sospechar de cualquiera incluso aunque parezca dejar claro que sus intenciones son nobles –eso sí, siempre con las cartas sobre la mesa y siendo muy honesta, sin insólitos golpes de timón, innecesarios porque el absurdo es, querámoslo o no, nuestra manera de vivir-), en un clima de creciente recelo, incapaces de frenar la escalada de suspicacia, malicia, violencia, parece que son evidencias irrebatibles, estigmas que devienen en comportamientos asociales, sociópatas, diversos grados de vileza. Hossein Amini, con el acierto demostrado en su meritoria y plausible adaptación de una de las magnas obras de Henry James en Las alas de la paloma (1997), olvida todo el envaramiento, pedantería y burda imitación que le valieron los parabienes más encendidos por su guión para la sobrevalorada Drive (2011) –en la que hasta el hieratismo de Ryan Gosling era una pura mueca- para ofrecer uno de los acercamientos más certeros y fieles al universo de la Highsmith (con el permiso del maestro antes citado a pesar de las imposiciones para rebajar un poco un tono, de Claude Chabrol quien, en realidad, la toma como punto de partida, como inspiración para centrarse en sus propias obsesiones y de Anthony Minghella quien, a pesar del error de casting que supone transformar a Ripley en Matt Damon, supo ponerse al servicio de la historia y no al revés como hicieron otros), recreando una atmósfera que, tras aparecer como idílica, lúdica, ideal para la vacación, para el flirteo, para la diversión, va haciéndose sofocante, implacable, fagocitando a los que la habitan, colocándolos contra las cuerdas, moviendo el suelo bajo sus pies, dejando caer las piezas del dominó con parsimonia y calma, dejando que los acontecimientos se vayan sucediendo sin querer evitarlos, imprimiendo una tensión emocional, sentimental, personal, humana, que es el mayor logro de la escritora, por lo que sus narraciones no pierden vigencia ni frescura, que es lo que Amini sabe reproducir, recrear, elaborar para que resulte imposible despegar los ojos de la pantalla.
   Viggo Mortensen consigue evitar durante parte del metraje esa aureola de gran actor tendente al esfuerzo, a la transformación física, a exhibir supuestos recursos, a alardear de ellos, a que se le vea el truco, componiendo con buen gusto y sin excesos el personaje más al límite, el estafador al que se descubre como tal en los primeros minutos, la espoleta que enciende todo lo demás, el delincuente al que su esposa apoya, secunda, cree, no hace preguntas, instalada en esa amoralidad que se rechaza socialmente pero en la que casi cualquiera está dispuesto a caer si hay un rédito económico y se sale impune del lance (base primordial de buena parte de la producción de Patricia Highsmith). Kirsten Dunst cumple con su cometido, el de ser gozne, eje, bisagra, tercer ángulo, aunque la función tiene claramente un dueño y señor, un intérprete que, paso a paso, sin alharacas pero con pie firme, va revelando en cada nuevo trabajo lo que ya era posible atisbar en Ágora (2009) y lo que confirmó sin ambages en la cansina y pagada de sí misma –demasiado habitual en los hermanos Coen esa fatuidad formal que lastra sus películas- A propósito de Llewyn Davis (2013): es un actor de gran solidez, capaz de mostrar el alma de sus roles con una mirada, un gesto, un movimiento, que aborda su cometido con enorme inteligencia, adecuándose a lo que es preciso, colocando su atractivo físico en segundo término sin necesidad de disfraces, caracterizaciones o demás cualidades exógenas a lo meramente interpretativo, potenciándolo cuando la ocasión –como ésta- lo requiere, jugando con lo equívoco, lo oscuro, imbuyéndose de lo que la escritora plasmó en sus páginas, haciéndole deseable como un futuro Ripley. El filme es una de esas experiencias que devuelven, reafirman, consolidan, recuerdan por qué nos gusta tanto ir al cine y es una muestra de cómo hacer una película al modo clásico sin que eso suponga restarle un ápice de brío, energía, presteza, velocidad (¡Cómo si no los hubiese en el Hollywood dorado!), sabiendo dosificar los ingredientes y sin quedarse en un vulgar remedo estático y sin vida; podríamos decir que hemos recuperado un guionista y ganado un director y, además, se ha hecho justicia con una escritora necesaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario