jueves, 11 de junio de 2015

"INSIDIOUS: CAPÍTULO 3": MEJOR COMO VERSO SUELTO







TÍTULO ORIGINAL: Insidious: Chapter 3 DIRECCIÓN: Leigh Whannell GUIÓN: Leigh Whannell MÚSICA: Joseph Bishara FOTOGRAFÍA: Brian Pearson MONTAJE: Timothy Alverson REPARTO: Dermot Mulroney, Stefanie Scott, Angus Sampson, Leigh Whannell, Lin Shaye, Tate Berney, Michael Reid MacKay

   Es con el género de terror, posiblemente, con el que más se recuerda aquel viejo adagio que dice que el público paga para que le cuenten una y otra vez la misma historia y con el más se recurre a la eterna muletilla “no queda nada por inventar” con que en tantas ocasiones liquidamos nuestra opinión sobre una película sin detenernos un minuto a valorar otras posibles virtudes; en realidad, la originalidad está muy sobrevalorada, en el sentido de que resulta tremendamente complicado ofrecer un producto que sea verdaderamente novedoso, cuando el mérito es parecerlo, saber camuflar los referentes o incorporarlos con acierto, como un guiño, como un reconocimiento, sin pretender dar gato por liebre, jugando las cartas con honestidad y habilidad para que los espectadores se enganchen a una historia con la que disfrutar precisamente por esa complicidad, por querer anticiparse a lo que sucede en pantalla, por pensar que conocen el terreno y pueden anticipar los giros de guión, los sobresaltos, las posibles sorpresas. Pero, al margen del gusto que da reencontrarse con viejos conocidos o con escenarios ya visitados, es deseable que los creadores no lo cifren todo al éxito pasado, que continúen en la misma senda, que sepan responder a las expectativas creadas; es lógico e incluso comprensible que no todos los títulos de una saga pueden satisfacer al seguidor en la misma medida, pero que al menos no se pierdan, tergiversen, vulneren, olviden ciertas esencias, las que han hecho posible el triunfo, las que han motivado una o varias continuaciones, las que el público anhela por mucho que para el resto sea repetir lo mismo hasta la saciedad. En ese sentido, es más complicado sorprender o estar en la altura en las seis secuelas de Saw (2004) –hasta el momento, ya que la séptima está cocinándose- o en filmes similares basados en la sorpresa abracadabrante, en el giro de 180º en apenas en un minuto, en un truco o impostura que sólo bien engrasados y justificados funcionan y no obran, por su impericia o  improcedencia, el efecto contrario (desmoronar el castillo de naipes con un golpe furioso de viento, hacer estallar la burbuja y que lo que quede en la memoria sea la decepción, el regusto amargo de la tomadura de pelo) que en series que, reducidas a su mínima expresión, se refieren a casos que unos personajes deben resolver, puesto que cada capítulo puede ser atomizado, juzgado independientemente, por mucho que se inserte en un conjunto que obliga a su análisis como pieza del mismo (sobre todo cuando se utiliza como reclamo el título primigenio, el que sirve para identificar toda la franquicia).
   Aunque uno no comparte el entusiasmo generalizado por Insidious (2010), el que nos ha traído hasta el presente momento con el filme que nos ocupa (aplauso traducido en rédito en taquilla, que es la partida a la que más atienden los productores), no cabe duda que su aparición supuso un cierto aire fresco, una relativa novedad en el modo en que se venía desarrollando el género puesto que, para tomar impulso, dio un paso atrás, es decir, recuperó la atmósfera de aquellos títulos que tanto brío y calidad aportaron al terror durante los años 70 del siglo XX, se imbuyó del ritmo de esas películas en las que aparentemente sucedían pocas cosas hasta el estallido final (si es que llegaba porque en ocasiones se trataba de sutilezas, de insinuaciones, de espolear la imaginación del espectador), historias que atemorizaban desde la cotidianidad, desde el verismo, desde una realidad que no resultaba lejana, utilizando objetos habituales en cualquier hogar, quejidos de maderas que a todos han sobresaltado en alguna ocasión, pavores ancestrales que se diría impresos en nuestro ADN (qué hay debajo de la cama, quién se oculta en el armario, la oscuridad) para conseguir que, a pesar de intuir/saber por dónde vendría la causa del sobresalto, éste se produjese (al margen de alguno inesperado, que siempre lo hay por muy avezado que esté el público en ciertas lides), dejando a un lado o dosificando con acierto las truculencias más gastadas, los efectismos más toscos, los golpes de música que en realidad son tan sólo un ruido que asusta por su volumen, los trucos más manidos y tramposos que pudieron ser efectivos en su momento pero que han perdido su a veces sólo supuesto ingenio. El alarde que supuso el primer Saw, el que dejaba desconcertado pero satisfecho, la sorpresa final que desvelaba por dónde discurrirían las previsibles secuelas, el último giro que transformaba a los espectadores en desconfiados advertidos de cara a las continuaciones, la agradable sorpresa que proporcionó Insidious, todo se debía al mismo hombre: James Wan, quien se graduó con honores con la esplendorosa Expediente Warren (2013), posiblemente la película de terror más emocionante de las últimas temporadas (y de la que esperamos con impaciencia la segunda entrega, sobre todo después de la muy decepcionante Annabelle (2014) –si bien es cierto que la dejó en manos ajenas-), estrenada el mismo año que Insidious 2 (2013), cinta que no satisfizo ni a propios ni a extraños, en la que costaba reconocer las virtudes de su predecesora, muy convencional y a ratos torpe, sólo el buen hacer de los actores la salvaba en ciertos momentos.
   En la presente ocasión, Wan ha cedido todos los testigos posibles (aunque sigue figurando como uno de los productores) a Leigh Whannell, su viejo compinche, el creador junto a él de Saw, productor ejecutivo de todas las secuelas, el único guionista de Insidious, actor en las dos precedentes, sin duda una de las personas que mejor conoce los resortes de la historia y el porqué de su éxito. Whannell ha optado por volver atrás, por explicar el origen de algunos personajes (entre ellos, el que él interpreta), por construir una película que puede comprenderse y disfrutarse sin conocer las anteriores, es más, puede que le beneficie ese hecho puesto que Insidious: Capítulo 3, más allá de hacer encajar algunas piezas, más allá de algunas humoradas o referencias a secuencias vistas, más allá de contar con la complicidad del espectador y con su conocimiento de lo narrado (lo que, puesta la saga en orden cronológico, aún no ha sucedido –como ya se ha señalado, esta tercer parte es lo que se ha dado en llamar precuela-), sigue su propio y autónomo camino como un buen ejemplo de lo que los de cierta generación consideramos “terror clásico”, jugando con acierto con los miedos del espectador, con las convenciones del género, para lograr una atmósfera que se va enrareciendo progresivamente, consiguiendo algunos golpes de efecto que, sin ocultar su condición, sorprenden y no siempre resultan previsibles (para no desvelar nada, sólo señalaremos que hay una escena en una ventana que, literalmente, hace saltar sobre la butaca). Lin Shaye adquiere definitivamente una aureola de actriz icónica, inquietando por su vulnerabilidad, arrollando con su ímpetu, construyendo su personaje desde la más absoluta naturalidad, reforzando la insólita química que destila junto a Angus Sampson y Leigh Whannell, momentos que disfrutará más el conocedor de las entregas anteriores, soportando sobre sus hombres el auténtico peso dramático de la historia, aunque Dermot Mulroney parece un poco menos acartonado que de habitual y Stefanie Scott cumple con el habitual dibujo (y, por qué no decirlo, los clichés) que suele hacerse de las adolescentes acechadas por entes del más allá que se resisten a quedarse en el mismo. El gusto de Whannell por un terror más basado en lo tangible que en lo imaginado, partiendo de lo que cada uno oculta/esconde/teme, se combina con habilidad con ese inframundo que sabemos cercano para no perderse por vericuetos que resten efectividad e interés, dejándonos sólo atisbar (lo que es mucho más terrorífico que mostrar sin tapujos), intuir, oír y sentir pero no ver hasta que no lo considera conveniente (tampoco entonces se recrea en la suerte). Por lo tanto, más allá de Insidious, este tercer capítulo tiene valor por sí mismo, sabe ponerse a un lado en el espinoso asunto de las comparaciones (que por otro lado son inevitables desde el momento en que retoma personajes de aquellas y deja muy claro en su título que es la tercera en llegar), es una película que hace pasar un mal/buen rato, sin más pretensiones que las de entretener y ser fiel a una tradición (para, supuestamente, crear, romper, innovar, epatar, eclosionar, ya están otros que son barridos en cuanto aparecen los nuevos popes, muchos de los cuales vuelven a caer pronto del pedestal, mientras que tantos llamados “artesanos” despectivamente se mantienen con buen pulso).   

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