TÍTULO
ORIGINAL: Insidious: Chapter 3 DIRECCIÓN: Leigh Whannell GUIÓN: Leigh Whannell
MÚSICA: Joseph Bishara FOTOGRAFÍA: Brian Pearson MONTAJE: Timothy Alverson
REPARTO: Dermot Mulroney, Stefanie Scott, Angus Sampson, Leigh Whannell, Lin
Shaye, Tate Berney, Michael Reid MacKay
Es con
el género de terror, posiblemente, con el que más se recuerda aquel viejo
adagio que dice que el público paga para que le cuenten una y otra vez la misma
historia y con el más se recurre a la eterna muletilla “no queda nada por
inventar” con que en tantas ocasiones liquidamos nuestra opinión sobre una película
sin detenernos un minuto a valorar otras posibles virtudes; en realidad, la
originalidad está muy sobrevalorada, en el sentido de que resulta tremendamente
complicado ofrecer un producto que sea verdaderamente novedoso, cuando el
mérito es parecerlo, saber camuflar los referentes o incorporarlos con acierto,
como un guiño, como un reconocimiento, sin pretender dar gato por liebre,
jugando las cartas con honestidad y habilidad para que los espectadores se
enganchen a una historia con la que disfrutar precisamente por esa complicidad,
por querer anticiparse a lo que sucede en pantalla, por pensar que conocen el
terreno y pueden anticipar los giros de guión, los sobresaltos, las posibles
sorpresas. Pero, al margen del gusto que da reencontrarse con viejos conocidos
o con escenarios ya visitados, es deseable que los creadores no lo cifren todo
al éxito pasado, que continúen en la misma senda, que sepan responder a las
expectativas creadas; es lógico e incluso comprensible que no todos los títulos
de una saga pueden satisfacer al seguidor en la misma medida, pero que al menos
no se pierdan, tergiversen, vulneren, olviden ciertas esencias, las que han
hecho posible el triunfo, las que han motivado una o varias continuaciones, las
que el público anhela por mucho que para el resto sea repetir lo mismo hasta la
saciedad. En ese sentido, es más complicado sorprender o estar en la altura en
las seis secuelas de Saw (2004) –hasta
el momento, ya que la séptima está cocinándose- o en filmes similares basados
en la sorpresa abracadabrante, en el giro de 180º en apenas en un minuto, en un
truco o impostura que sólo bien engrasados y justificados funcionan y no obran,
por su impericia o improcedencia, el
efecto contrario (desmoronar el castillo de naipes con un golpe furioso de
viento, hacer estallar la burbuja y que lo que quede en la memoria sea la
decepción, el regusto amargo de la tomadura de pelo) que en series que,
reducidas a su mínima expresión, se refieren a casos que unos personajes deben resolver,
puesto que cada capítulo puede ser atomizado, juzgado independientemente, por
mucho que se inserte en un conjunto que obliga a su análisis como pieza del
mismo (sobre todo cuando se utiliza como reclamo el título primigenio, el que sirve
para identificar toda la franquicia).
Aunque uno no comparte el entusiasmo generalizado por Insidious (2010), el que nos ha traído
hasta el presente momento con el filme que nos ocupa (aplauso traducido en
rédito en taquilla, que es la partida a la que más atienden los productores),
no cabe duda que su aparición supuso un cierto aire fresco, una relativa
novedad en el modo en que se venía desarrollando el género puesto que, para
tomar impulso, dio un paso atrás, es decir, recuperó la atmósfera de aquellos
títulos que tanto brío y calidad aportaron al terror durante los años 70 del
siglo XX, se imbuyó del ritmo de esas películas en las que aparentemente
sucedían pocas cosas hasta el estallido final (si es que llegaba porque en
ocasiones se trataba de sutilezas, de insinuaciones, de espolear la imaginación
del espectador), historias que atemorizaban desde la cotidianidad, desde el
verismo, desde una realidad que no resultaba lejana, utilizando objetos
habituales en cualquier hogar, quejidos de maderas que a todos han sobresaltado
en alguna ocasión, pavores ancestrales que se diría impresos en nuestro ADN
(qué hay debajo de la cama, quién se oculta en el armario, la oscuridad) para
conseguir que, a pesar de intuir/saber por dónde vendría la causa del
sobresalto, éste se produjese (al margen de alguno inesperado, que siempre lo
hay por muy avezado que esté el público en ciertas lides), dejando a un lado o
dosificando con acierto las truculencias más gastadas, los efectismos más
toscos, los golpes de música que en realidad son tan sólo un ruido que asusta
por su volumen, los trucos más manidos y tramposos que pudieron ser efectivos
en su momento pero que han perdido su a veces sólo supuesto ingenio. El alarde
que supuso el primer Saw, el que
dejaba desconcertado pero satisfecho, la sorpresa final que desvelaba por dónde
discurrirían las previsibles secuelas, el último giro que transformaba a los
espectadores en desconfiados advertidos de cara a las continuaciones, la
agradable sorpresa que proporcionó Insidious,
todo se debía al mismo hombre: James Wan, quien se graduó con honores con la
esplendorosa Expediente Warren (2013),
posiblemente la película de terror más emocionante de las últimas temporadas (y
de la que esperamos con impaciencia la segunda entrega, sobre todo después de
la muy decepcionante Annabelle (2014)
–si bien es cierto que la dejó en manos ajenas-), estrenada el mismo año que Insidious 2 (2013), cinta que no
satisfizo ni a propios ni a extraños, en la que costaba reconocer las virtudes
de su predecesora, muy convencional y a ratos torpe, sólo el buen hacer de los
actores la salvaba en ciertos momentos.
En la
presente ocasión, Wan ha cedido todos los testigos posibles (aunque sigue
figurando como uno de los productores) a Leigh Whannell, su viejo compinche, el
creador junto a él de Saw, productor
ejecutivo de todas las secuelas, el único guionista de Insidious, actor en las dos precedentes, sin duda una de las
personas que mejor conoce los resortes de la historia y el porqué de su éxito.
Whannell ha optado por volver atrás, por explicar el origen de algunos
personajes (entre ellos, el que él interpreta), por construir una película que
puede comprenderse y disfrutarse sin conocer las anteriores, es más, puede que
le beneficie ese hecho puesto que Insidious:
Capítulo 3, más allá de hacer encajar algunas piezas, más allá de algunas
humoradas o referencias a secuencias vistas, más allá de contar con la complicidad
del espectador y con su conocimiento de lo narrado (lo que, puesta la saga en
orden cronológico, aún no ha sucedido –como ya se ha señalado, esta tercer
parte es lo que se ha dado en llamar precuela-), sigue su propio y autónomo
camino como un buen ejemplo de lo que los de cierta generación consideramos “terror
clásico”, jugando con acierto con los miedos del espectador, con las
convenciones del género, para lograr una atmósfera que se va enrareciendo
progresivamente, consiguiendo algunos golpes de efecto que, sin ocultar su
condición, sorprenden y no siempre resultan previsibles (para no desvelar nada,
sólo señalaremos que hay una escena en una ventana que, literalmente, hace
saltar sobre la butaca). Lin Shaye adquiere definitivamente una aureola de
actriz icónica, inquietando por su vulnerabilidad, arrollando con su ímpetu, construyendo
su personaje desde la más absoluta naturalidad, reforzando la insólita química
que destila junto a Angus Sampson y Leigh Whannell, momentos que disfrutará más
el conocedor de las entregas anteriores, soportando sobre sus hombres el
auténtico peso dramático de la historia, aunque Dermot Mulroney parece un poco
menos acartonado que de habitual y Stefanie Scott cumple con el habitual dibujo
(y, por qué no decirlo, los clichés) que suele hacerse de las adolescentes
acechadas por entes del más allá que se resisten a quedarse en el mismo. El gusto
de Whannell por un terror más basado en lo tangible que en lo imaginado,
partiendo de lo que cada uno oculta/esconde/teme, se combina con habilidad con
ese inframundo que sabemos cercano para no perderse por vericuetos que resten
efectividad e interés, dejándonos sólo atisbar (lo que es mucho más terrorífico
que mostrar sin tapujos), intuir, oír y sentir pero no ver hasta que no lo considera
conveniente (tampoco entonces se recrea en la suerte). Por lo tanto, más allá
de Insidious, este tercer capítulo
tiene valor por sí mismo, sabe ponerse a un lado en el espinoso asunto de las comparaciones (que por otro lado son inevitables desde el momento en que retoma personajes de aquellas y deja muy claro en su título que es la tercera en llegar), es una película que hace pasar un mal/buen rato, sin más
pretensiones que las de entretener y ser fiel a una tradición (para,
supuestamente, crear, romper, innovar, epatar, eclosionar, ya están otros que
son barridos en cuanto aparecen los nuevos popes, muchos de los cuales vuelven
a caer pronto del pedestal, mientras que tantos llamados “artesanos”
despectivamente se mantienen con buen pulso).
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