TÍTULO ORIGINAL: Prisoners
DIRECCIÓN: Dennis Villeneuve GUIÓN: Aaron Guzikowski MÚSICA: Jóhann Jóhannsson
FOTOGRAFÍA: Roger Deakins MONTAJE: Joel Cox, Gary Roach REPARTO: Hugh Jackman,
Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard, Melissa Leo, Paul
Dano
Mientras se siga tratando a ciertos géneros con displicencia, como si
fuesen menores, como si supusiera un desdoro cultivarlos (al modo en que
críticos y lectores pedían en su día a Raymond Chandler que escribiese “algo
serio” y no desperdiciase su talento en lo policiaco), como si no pudiera
alcanzarse un prestigio merecido (“Mi nombre es John Ford y hago películas del
Oeste”, se presentó el maestro) por dedicarse a lo que se considera ínfimo (por
esos que se toman en serio a sí mismos, por esos que hablan de “compromiso”
para justificar el aburrimiento que provocan), mientras haya artistas que se
acomplejen porque no se les va a considerar como tales a las primeras de
cambio, mientras echemos tierra sobre obras imperecederas (y es lo que hacen
algunos al menospreciar ciertos títulos en bloque, por mucho que luego se
pongan a enumerar excepciones), estaremos cercenando las posibilidades
creativas de muchas personas con facultades, impediremos el lógico desarrollo
de una faceta imprescindible (como lo son todas para conformar el todo deseable
que ha de verse esplendoroso, heterogéneo, siempre en evolución) del lenguaje
cinematográfico (en este caso, pero sirve para cualquiera de las ramas
artísticas). Se examina especialmente con lupa el trasvase de nombres nimbados
de prestigio cuando llegan a Hollywood desde Europa, aunque lo mismo puede
afirmarse cuando llegan desde otro lugar, tal vez con una tradición y cultura
menos diferente de lo que se quiere hacer ver, y pueden darse dos reacciones
casi generalizadas: que todo sean denuestos, quejas, críticas aceradas,
acusaciones de plegarse al vil metal o que no haya más que parabienes, loas,
engrosamiento de su renombre, un realce máximo de sus virtudes, un
endiosamiento sin límites.
Tras conseguir la rendición absoluta de la crítica con su adaptación de
una ya de por sí reputada obra teatral y plantarse en la final de los Oscar
representando a su Canadá natal con esa cinta -Incendies (2010)-, Denis Villeneuve parece haber llegado a
Hollywood dejando muy claro que no va a corromper su aureola, que va a seguir
fiel al estilo que le ha hecho destacar y que no va a rodar películas que
puedan ser tildadas de convencionales; y lo que podría haber sido una
satisfacción para el aficionado al género, lo que podría haber seguido
demostrando que tiene más entidad, subtexto, meandros, vericuetos, ingenio y
dificultades de las que se le reconocen, se queda en una enorme decepción
porque no se tiene nada claro qué contar y cómo, por el contrario sí se sabe
qué no quiere ser y el esfuerzo por alejarse de ello lo arrincona en un
callejón sin salida. Con una estupenda creación de atmósfera durante el primer
tramo, con un planteamiento que hubiese permitido oscurecer a los personajes,
llevar al espectador hasta el límite de su ética, inquietarlo, plantearle dudas
íntimas, con un magnífico reparto, Prisioneros
comienza a naufragar en el momento en que decide que no es un filme
policiaco (al menos en el sentido más ortodoxo del término), que tampoco va a
ser un drama al uso, confundiendo frialdad y distancia con ausencia de tono,
con abandono de cualquier intento por insuflar brío a las imágenes, dejándolo
todo al albur de las interpretaciones de cada uno, perdiendo por el camino las
muchas oportunidades que tiene para haberse convertido en una experiencia inolvidable
que se queda en agua de borrajas (excepto por su longitud, que agota al
espectador y hace más notoria la progresiva pérdida de interés).
Es meritorio el esfuerzo interpretativo de Hugh Jackman, quien no
desfallece ni un momento en su afán por imprimir veracidad y nervio, por apelar
directamente a la audiencia, por resultar impecable como ese padre angustiado
capaz de cualquier cosa con tal de encontrar a su hija; es una verdadera
lástima que los roles de Terrence Howard y Viola Davis (quien al menos tiene un
momento de lucimiento, muy breve pero con la contundencia a la que esta
maravillosa actriz nos tiene acostumbrados) queden tan desdibujados, en lugar
de ser la némesis necesaria para que la historia nos llegase desde la emoción,
aún lo es más que Maria Bello sea tan sólo una presencia, quede arrinconada, no
interese ni al guionista ni al director, sea un clamoroso desperdicio tanto de
actriz como de personaje. Jake Gyllenhaal tiene que lidiar con la peor parte y
se muestra totalmente desubicado al encarnar al detective encargado de la
investigación, puesto que no queda claro si debe resultar sospechoso, ridículo,
turbador, o por qué se van dando esbozos de un tormentoso pasado totalmente innecesario
que sólo ayuda a sembrar la confusión, ya que no se sabe a qué debemos atender
y en qué medida; Melissa Leo compone con su proverbial adecuación y su
brillantez habitual (aunque muy por debajo de lo que ella es capaz), mientras
que Paul Dano sigue demostrando que es un actor muy limitado, que necesita del
disfraz, de la mueca, de lo más básico y rudimentario para expresar algo (y,
para colmo, no tiene demasiado a lo que agarrarse). Los interrogantes que la
película plantea se diluyen en un estilo moroso, excesivamente calmado,
especialmente porque no sabe mantener la desazón, la intranquilidad, el
silencio que precede a la tormenta que se instala en la platea durante los
primeros minutos, no es capaz de aprovechar la lucha interna que podría nacer en cada butaca (la que sobrevuela durante escasos minutos); el hecho de que no quiera complicarse con el dilema moral que
debería vertebrar la historia y así humanizarla provoca que estemos durante
gran parte de la proyección en una tierra de nadie en la que poco más puede
hacer Hugh Jackman (de nuevo hay que reseñar su entrega, su construcción de una
personalidad con los escasos mimbres que le han dado, cómo sabe imponer su
presencia en pantalla, cómo utiliza sus recursos con sutileza e inteligencia);
evocar lo que, con un material similar, hicieron Wyler, Zinnemann, grandes
nombres a los que a veces sólo se reconoce su condición de “artesanos” (dicho
con condescendencia y afectación), hace que uno se rebele ante tantos
prejuicios y menosprecio por lo que debe ser entretenido sin que eso suponga
ninguna merma en su calidad.
Denis Villeneuve ya tiene rodada su próxima película, Enemy, una adaptación de El hombre duplicado, la novela de José
Saramago, en la que de nuevo ha contado con Jake Gyllenhaal, confiemos en que estará
mejor dirigido y podrá sacar todo su potencial, su variado y amplio arco
interpretativo; aunque la prosa del Nobel portugués es muy complicada de
trasladar a imágenes (mejor no recordar intentos pasados) y uno empieza a
temblar ante lo que el engolamiento de alguien tan reconocido y alabado como
autor, como creador, como voz propia, pueda hacer con ese material, aunque al menos se sentirá (esperemos) intelectualmente comprometido y como pez en el agua, sin necesidad de pervertir un género que no le precisa (ni el que se siente cómodo por mucho que haya querido camuflarlo, por muchas vueltas que haya dado para no llegar a ningún sitio).
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