martes, 19 de noviembre de 2013

"PRISIONEROS": SIN ENCONTRAR LA SALIDA


 
 
TÍTULO ORIGINAL: Prisoners DIRECCIÓN: Dennis Villeneuve GUIÓN: Aaron Guzikowski MÚSICA: Jóhann Jóhannsson FOTOGRAFÍA: Roger Deakins MONTAJE: Joel Cox, Gary Roach REPARTO: Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard, Melissa Leo, Paul Dano


   Mientras se siga tratando a ciertos géneros con displicencia, como si fuesen menores, como si supusiera un desdoro cultivarlos (al modo en que críticos y lectores pedían en su día a Raymond Chandler que escribiese “algo serio” y no desperdiciase su talento en lo policiaco), como si no pudiera alcanzarse un prestigio merecido (“Mi nombre es John Ford y hago películas del Oeste”, se presentó el maestro) por dedicarse a lo que se considera ínfimo (por esos que se toman en serio a sí mismos, por esos que hablan de “compromiso” para justificar el aburrimiento que provocan), mientras haya artistas que se acomplejen porque no se les va a considerar como tales a las primeras de cambio, mientras echemos tierra sobre obras imperecederas (y es lo que hacen algunos al menospreciar ciertos títulos en bloque, por mucho que luego se pongan a enumerar excepciones), estaremos cercenando las posibilidades creativas de muchas personas con facultades, impediremos el lógico desarrollo de una faceta imprescindible (como lo son todas para conformar el todo deseable que ha de verse esplendoroso, heterogéneo, siempre en evolución) del lenguaje cinematográfico (en este caso, pero sirve para cualquiera de las ramas artísticas). Se examina especialmente con lupa el trasvase de nombres nimbados de prestigio cuando llegan a Hollywood desde Europa, aunque lo mismo puede afirmarse cuando llegan desde otro lugar, tal vez con una tradición y cultura menos diferente de lo que se quiere hacer ver, y pueden darse dos reacciones casi generalizadas: que todo sean denuestos, quejas, críticas aceradas, acusaciones de plegarse al vil metal o que no haya más que parabienes, loas, engrosamiento de su renombre, un realce máximo de sus virtudes, un endiosamiento sin límites.

   Tras conseguir la rendición absoluta de la crítica con su adaptación de una ya de por sí reputada obra teatral y plantarse en la final de los Oscar representando a su Canadá natal con esa cinta -Incendies (2010)-, Denis Villeneuve parece haber llegado a Hollywood dejando muy claro que no va a corromper su aureola, que va a seguir fiel al estilo que le ha hecho destacar y que no va a rodar películas que puedan ser tildadas de convencionales; y lo que podría haber sido una satisfacción para el aficionado al género, lo que podría haber seguido demostrando que tiene más entidad, subtexto, meandros, vericuetos, ingenio y dificultades de las que se le reconocen, se queda en una enorme decepción porque no se tiene nada claro qué contar y cómo, por el contrario sí se sabe qué no quiere ser y el esfuerzo por alejarse de ello lo arrincona en un callejón sin salida. Con una estupenda creación de atmósfera durante el primer tramo, con un planteamiento que hubiese permitido oscurecer a los personajes, llevar al espectador hasta el límite de su ética, inquietarlo, plantearle dudas íntimas, con un magnífico reparto, Prisioneros comienza a naufragar en el momento en que decide que no es un filme policiaco (al menos en el sentido más ortodoxo del término), que tampoco va a ser un drama al uso, confundiendo frialdad y distancia con ausencia de tono, con abandono de cualquier intento por insuflar brío a las imágenes, dejándolo todo al albur de las interpretaciones de cada uno, perdiendo por el camino las muchas oportunidades que tiene para haberse convertido en una experiencia inolvidable que se queda en agua de borrajas (excepto por su longitud, que agota al espectador y hace más notoria la progresiva pérdida de interés).

   Es meritorio el esfuerzo interpretativo de Hugh Jackman, quien no desfallece ni un momento en su afán por imprimir veracidad y nervio, por apelar directamente a la audiencia, por resultar impecable como ese padre angustiado capaz de cualquier cosa con tal de encontrar a su hija; es una verdadera lástima que los roles de Terrence Howard y Viola Davis (quien al menos tiene un momento de lucimiento, muy breve pero con la contundencia a la que esta maravillosa actriz nos tiene acostumbrados) queden tan desdibujados, en lugar de ser la némesis necesaria para que la historia nos llegase desde la emoción, aún lo es más que Maria Bello sea tan sólo una presencia, quede arrinconada, no interese ni al guionista ni al director, sea un clamoroso desperdicio tanto de actriz como de personaje. Jake Gyllenhaal tiene que lidiar con la peor parte y se muestra totalmente desubicado al encarnar al detective encargado de la investigación, puesto que no queda claro si debe resultar sospechoso, ridículo, turbador, o por qué se van dando esbozos de un tormentoso pasado totalmente innecesario que sólo ayuda a sembrar la confusión, ya que no se sabe a qué debemos atender y en qué medida; Melissa Leo compone con su proverbial adecuación y su brillantez habitual (aunque muy por debajo de lo que ella es capaz), mientras que Paul Dano sigue demostrando que es un actor muy limitado, que necesita del disfraz, de la mueca, de lo más básico y rudimentario para expresar algo (y, para colmo, no tiene demasiado a lo que agarrarse). Los interrogantes que la película plantea se diluyen en un estilo moroso, excesivamente calmado, especialmente porque no sabe mantener la desazón, la intranquilidad, el silencio que precede a la tormenta que se instala en la platea durante los primeros minutos, no es capaz de aprovechar la lucha interna que podría nacer en cada butaca (la que sobrevuela durante escasos minutos); el hecho de que no quiera complicarse con el dilema moral que debería vertebrar la historia y así humanizarla provoca que estemos durante gran parte de la proyección en una tierra de nadie en la que poco más puede hacer Hugh Jackman (de nuevo hay que reseñar su entrega, su construcción de una personalidad con los escasos mimbres que le han dado, cómo sabe imponer su presencia en pantalla, cómo utiliza sus recursos con sutileza e inteligencia); evocar lo que, con un material similar, hicieron Wyler, Zinnemann, grandes nombres a los que a veces sólo se reconoce su condición de “artesanos” (dicho con condescendencia y afectación), hace que uno se rebele ante tantos prejuicios y menosprecio por lo que debe ser entretenido sin que eso suponga ninguna merma en su calidad.

   Denis Villeneuve ya tiene rodada su próxima película, Enemy, una adaptación de El hombre duplicado, la novela de José Saramago, en la que de nuevo ha contado con Jake Gyllenhaal, confiemos en que estará mejor dirigido y podrá sacar todo su potencial, su variado y amplio arco interpretativo; aunque la prosa del Nobel portugués es muy complicada de trasladar a imágenes (mejor no recordar intentos pasados) y uno empieza a temblar ante lo que el engolamiento de alguien tan reconocido y alabado como autor, como creador, como voz propia, pueda hacer con ese material, aunque al menos se sentirá (esperemos) intelectualmente comprometido y como pez en el agua, sin necesidad de pervertir un género que no le precisa (ni el que se siente cómodo por mucho que haya querido camuflarlo, por muchas vueltas que haya dado para no llegar a ningún sitio).

No hay comentarios:

Publicar un comentario