jueves, 13 de marzo de 2014

"AL ENCUENTRO DE MR. BANKS": CON LA DOSIS JUSTA DE AZÚCAR


 



TÍTULO ORIGINAL: Saving Mr. Banks DIRECCIÓN: John Lee Hancock GUIÓN: Kelly Marcel, Sue Smith MÚSICA: Thomas Newman FOTOGRAFÍA: John Schwartzman MONTAJE: Mark Livolsi REPARTO: Emma Thompson, Tom Hanks, Bradley Whitford, B. J. Novak, Jason Schwartzman, Annie Rose Buckley, Colin Farrell


   El problema de utilizar un personaje muy popular, presentar una nueva versión o actualización, colocar una obra bajo el paraguas de ese nombre reconocible al primer vistazo y que cuenta con legiones de admiradores en todo el mundo es una empresa casi titánica porque puede volverse muy pronto en contra del que puede ser considerado como un osado o un mero parásito que busca el éxito fácil amparado en el talento de otros (y, por desgracia, la mayoría de las ocasiones en que esto se lleva a cabo el saldo es bastante negativo). Walt Disney quiso trasladar a la gran pantalla las aventuras de una peculiar institutriz británica llamada Mary Poppins desde que escuchó a su hija proferir carcajadas muy sonoras mientras las leía (es más, le prometió que así lo haría) pero no contaba con la rotunda negativa de su creadora, Pamela L. Travers (conocida como P. L. Travers) para quien Disney (ya en los lejanos años 30 del siglo XX) era un manipulador que tergiversaba las historias para agradar al público infantil, un embaucador que con dibujitos y canciones hacía creíble un idílico y falsario mundo color de rosa; durante casi treinta años, el magnate cinematográfico no cejó en su empeño (no quería decepcionar a su hija) hasta que, acuciada por graves problemas económicos, la escritora no tuvo más remedio que vender su alma al diablo (así lo sentía) y ceder sus derechos sobre su creación, aunque intentó con todas sus fuerzas hacer valer su criterio y puso todos los palos que se le ocurrieron a las ruedas del proyecto (por mucho que precisara el dinero, no estaba dispuesta a doblegarse sin presentar batalla –y, de ser posible, ganarla-). Sobre este lance tan peculiar que cristalizó en la que fuese película más taquillera de 1964, uno de los títulos imprescindibles del imaginario colectivo, la asunción al olimpo de las grandes de la espléndida actriz y cantante Julie Andrews (a la que Jack Warner menospreció para que fuese en celuloide la Eliza Doolittle a la que había convertido en legendaria sobre los escenarios –ese mismo año se estrenó My Fair Lady, triunfadora en los Oscar (obtuvo ocho estatuillas, frente a las cinco del filme de Disney), aunque el de mejor actriz fue para la inglesa por encarnar a Mary Poppins y dotar de sensibilidad y emoción a la estupenda partitura compuesta por los hermanos Sherman-), sobre la gestación de una de las cintas más cautivadoras y sencillamente bonitas (en toda la extensión de la palabra, sin prejuicios ni complejos) de la historia del cine versa Al encuentro de Mr. Banks, una de las sorpresas más estimulantes de este inicio del año (y que pone el listón muy alto a posibles competidoras).

   Gracias al acierto de Alianza Editorial, que ha recuperado en edición de bolsillo muy cómoda y resistente el primer volumen (el titulado sólo con el nombre del personaje), resulta muy sencillo para el lector español acercarse a la Mary Poppins que imaginó P. L. Travers y poder conocer de primera mano cómo era esta institutriz que llegaba a casa de los Banks traída por el viento del este (en una llegada menos espectacular que la ofrecida por Robert Stevenson en la pantalla) y se marchaba cuando cambiaba de dirección (y como Alianza ha recuperado las ilustraciones originales de Mary Shepard para la primera edición en 1934 podemos comprobar que, en contra de lo que parecía pensar la autora, el equipo creativo de Disney tuvo muy en cuenta lo que allí aparecía reflejado). Si bien es cierto que se dulcificó en algo el carácter de la Poppins (en el original responde mucho más al estereotipo –aunque parece que no demasiado exagerado- que tenemos en la memoria gracias a la ficción –y lo que no lo es- llegada desde las islas británicas, sazonada con ciertas particularidades que la hacen única: mujer adusta, un tanto amargada, que refunfuña constantemente y vive más pendiente de su aspecto físico que del cuidado de los niños, que convive con animales parlantes o se introduce en una pintura hecha en una baldosa de la acera sin descomponer el gesto y sin permitirse un atisbo de dulzura), deberíamos recordar (y reconocer) la manera en que Julie Andrews se muestra altiva, habla con suficiencia, puede fulminar con una mirada para alabar aún más su creación, su asunción del personaje, el modo en que enriquece el original (al fin y al cabo, los niños la adoran y lamentan su marcha), gracias a un inteligente y cuidado guión que da unidad a lo que en el original son episodios sin más continuidad que los protagonistas y dota de entidad a lo que a veces son poco menos que bosquejos (los señores Banks, sin ir más lejos, apenas tienen presencia –sobre todo, él-). Se diga lo que se diga, Disney, como en tantas ocasiones, supo encontrar una veta que explotar con la que entregarnos un filme entretenidísimo que uno ve con deleite sin tener en cuenta el pretendido lavado de cerebro sobre el que tantos alertan cuando quieren ponerse intelectuales, diversión a raudales con momentos inolvidables y unas canciones que forman parte de los clásicos de la música ligera con todo merecimiento (y que sólo se pueden cantar si se poseen las cuerdas vocales de alguien como Julie Andrews, esas que desgraciadamente cercenó un carnicero revestido de su aureola de cirujano). Cabría, en este punto, rogarle a Alianza que publicase el resto de volúmenes con historias de Mary Poppins para poder conocer cómo evolucionó, qué más sucedió, cuándo regresó y por qué (y aunque es inevitable poner los rostros e imágenes conocidos gracias al cine, la narración de la Travers es tan gozosa que al poco tiempo vas incorporando matices y apreciaciones del texto y tu propia imaginación).

   John Lee Hancock llamó la atención –después de ese estrepitoso fracaso provocado con el innecesario remake de El Álamo (2004)- con una inteligente y bien llevada película que provocó el cierre de muchas bocas ante lo que ya era imparable y obvio: el enorme talento dramático de Sandra Bullock, ya demostrado en títulos como Crash (2005) o Historia de un crimen (2006), pero poco reconocido hasta que su portentosa interpretación en Un sueño posible (2009) le hizo ganar un más que merecido Oscar y olvidarse de tanta comedieta en la que exhibir todo un repertorio de muecas y mohines insufribles (aunque, la taquilla es la taquilla, ha seguido eligiendo algún que otro producto de esta índole). Hancock dejó claro que sabía respetar los mimbres clásicos de un género tan complejo como el melodrama, equilibrando los tonos para que la narración no se saliese del cauce correcto, sin duda un gran artesano (ese epíteto que tantos emplean despectivamente, sea para hablar de otras épocas como de la actual) que se ponía al servicio de la historia para que lo interesasen fueran los personajes. En Al encuentro de Mr. Banks, Hancock deja clara su evolución como director, de nuevo sin que se note su presencia, pero moviendo con sutileza y precisión los hilos para que las imágenes huelan al mejor cine clásico familiar, al que no pasa de moda, y consigue evocar a Disney sin hacer una mera copia, imprimiendo un vigor propio, destilando buen hacer y fácil complicidad con el público, ayudado por un prodigioso guión de Kerry Marcel y Sue Smith que sabe combinar la comedia con la intimidad de los personajes, salpicar de guiños cinematográficos sin que el desconocimiento de lo que éstos significan impida comprender lo que se cuenta, una de esas direcciones artísticas que en realidad son un prodigio de sencillez (y por eso tan perfectas) y una partitura de Thomas Newman que, simplemente, alcanza la perfección al mezclarse con las melodías compuestas por los Sherman para Mary Poppins, imprescindibles para entrar en su universo fílmico, indisociables de los fotogramas, tomando el mejor impulso desde aquellos pentagramas para recrearlos y ampliar sus horizontes, un trabajo de enrome altura que, una vez más (y van doce, incluyendo sus increíbles partituras para Camino a la perdición (2002) y WALL.E (2008)), la Academia de Hollywood ha optado por ignorar.

   Aunque puestos a hablar de olvidos, y al margen del menosprecio casi generalizado con que se ha castigado a la película (y eso que más de uno la ha acusado de estar diseñada para arramblar con todos los Oscar -¡ay, esas voces críticas que no aciertan jamás!-), hemos de detenernos en el modo en que la insigne institución (los que votan) han ninguneado a la maravillosa Emma Thompson, quien llevaba demasiados años desperdiciando su talento hasta que ha encontrado un personaje que la merece y en el que demostrar su inmenso y últimamente olvidado talento. Ella hubiese sido la compañera ideal de Cate Blanchett, Sandra Bullock, Judi Dench y Meryl Streep en una terna para dejar sin aliento (por desgracia, la versátil Amy Adams no podía estar a la altura con el cometido que se le encomendaba en La gran estafa americana (2013), al margen de estar infinitamente mejor en Her (2013) –pero ya hablaremos sobre ello otro día-) por el modo en que da vida (es lo que hace, no hay otro modo para definirlo –y el sonido de alguna de las grabaciones originales entre P. L. Travers y el equipo de Disney así permite confirmarlo-) a esta mujer que no está dispuesta a agachar la cerviz por mucho que no le quede otra, que no se muestra complaciente ni agradecida ni participativa, que quiere ganar el pulso y no duda en humillar a los Sherman, a las secretarias, a cualquiera del equipo, al propio Walt Disney; pero, con la proverbial inteligencia demostrada en Regreso a Howards End (1992), Lo que queda del día (1993) o Sentido y sensibilidad (1995) –también como escritora-, la Thompson sabe limar las aristas a su personaje sin ablandarlo, construyendo una perfecta evolución que la humaniza y hace comprensible, transformando en un permanente gag todo lo que son sus exigencias, sus caprichos, sus modos dictatoriales, haciendo una coherente transición desde su encastillamiento inicial hasta el momento en que se deja arrebatar por la pegadiza música que sueñan los compositores y regresando a su irracionalidad cuando considera que ha cedido demasiado. Junto a ella, Tom Hanks, otro olvidado, compone un Walt Disney muy creíble (que tal vez para muchos sea demasiado noble, demasiado positivo, ya se sabe la urticaria que brota en todos los que no encuentran al malvado de brocha gorda que esperan e incluso aunque tenga tintes sombríos o terroríficos nunca les parece suficiente y detectan lo hagiográfico en lo que simplemente es verismo –basado en documentos, testimonios e incluso el trabajo de reputados historiadores-; en este caso, convendría señalar que estamos ante el momento concreto de la gestación de Mary Poppins, no es una biografía o una ópera de Philip Glass), es el soporte idóneo para que Emma Thompson pueda desplegar su amplio abanico de matices, acepta encantado quedar en la sombra sin recurrir a su clásico repertorio de muecas y ñoñerías, recreando a Disney desde la humildad y la sencillez, sin maquillajes estridentes ni disfraces que oculten o suplan las emociones.

   La estructura está muy medida, sabiendo combinar el pasado con el presente para que conozcamos mejor el universo familiar del que se nutrió Travers, pero sin forzar la máquina, sin abusar de los paralelismos y proporcionando motivos para el regocijo al que es fan de todo lo relacionado con Mary Poppins. Sin duda, los vientos son favorables porque abre las ganas de leer las narraciones, volver a disfrutar con el clásico de Stevenson, canturrear las canciones y ovacionar los grandes talentos que se han combinado para que Al encuentro de Mr. Banks haya sido posible.

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