lunes, 3 de marzo de 2014

OSCAR 2013: ELLEN, ESE CENTRO DE GRAVEDAD PERMANENTE







   Tal vez sabiendo más de la cuenta (al fin y al cabo el premio gordo lo entregaba Will Smith, el mítico –por tantos motivos, no todos interpretativos- Sidney Poitier hacía lo propio con el de mejor dirección, la actual presidenta de la Academia es Cheryl Boone Isaacs, primera persona afroamericana que ostenta tal cargo), la mordaz, aguda, inteligente y maravillosa Ellen DeGeneres señaló en su espléndido discurso de bienvenida que la opción B de la noche podía ser “¡Sois todos unos racistas!”; y aunque aplaudo la asunción de 12 años de esclavitud como mejor filme del año, cosa que no esperaba ni en mis mejores sueños –que tuviese otros favoritos latiendo con más fuerza en mi corazón no impide que aprecie sus muchos méritos, su osadía, su impecable factura, sus poderosas interpretaciones, su manera de barrenar el american way of life-, no puedo dejar de pensar que muchos de los académicos votaron con esa espada de Damocles invocada por la maestra de ceremonias más que por su convicción de que, cinematográficamente hablando, la cinta merezca tal consideración. Sea como sea, la reciente edición es la de Gravity, película que establece un antes y un después en el arte e incluso en la industria, que hace historia en el consenso prácticamente inédito entre público y crítica para un título de estas características y género, que ya está inscrita con letras más doradas que mis primos hollywoodienses en la leyenda que aureola y enriquece nuestra pasión por vivir historias proyectadas en una pantalla y que, al margen de las otras seis estatuillas conseguidas, concreta y confirma sus logros en la asunción de Alfonso Cuarón como mejor director (y eso que la competencia era de aúpa, David O. Russell al margen) por cómo ha equilibrado todos los elementos, cómo consigue que nos olvidemos de que alguien dirige ya que nos sumerge en el espacio, nos pone a la deriva, nos hace flotar, nos lleva a una de las experiencias más globales y emocionantes que jamás podremos vivir y nunca olvidaremos.
   En sí misma, y muy especialmente si la comparamos con la brillante del año pasado conducida con mano maestra por Seth MacFarlane, la gala fue pobretona, sin garra, rutinaria, no llegando a ser pesada pero sí bastante anodina, a excepción de los números musicales en los que se presentaron las canciones candidatas –la magnífica voz de Idina Menzel para una canción que no la merece y que, contra pronóstico y un tanto injustamente, se llevó el gato al agua; los siempre brillantes U2 sonando como sólo ellos pueden hacerlo; Karen O y Ezra Koening elevando todavía más al Olimpo la espléndida composición de la propia artista y Spike Jonze para Her; Pharrell Williams retando a las actrices nominadas, encontrando estupendas parejas de baile en Amy Adams, Lupita Nyong´o y Meryl Streep, no atreviéndose a tanto Jennifer Lawrence, tal vez para evitar otro de esos tropiezos a los que parece abonada-, cometiéndose algunos fallos de realización insólitos en un espectáculo tan ensayado y medido, tan preparado de antemano. Pero todo se olvidaba, todo era diversión, regocijo, algarabía, buen rollo, ganas de pasarlo bien, en cuanto Ellen regresaba a escena: con su impagable y arrollador carisma, con esa forma de hablar y moverse como si estuviese en el salón de su casa, como una buena amiga, cercana, simpática, soltando pullas que siempre son bienvenidas (excepto por los que no tienen sentido del humor) porque no son dañinas, se limitan a señalar la realidad (y es la primera en dirigírselas cuando la ocasión lo requiere), consiguen transformar lo hiriente en divertido y digno de recuerdo, ganándose la complicidad de todo el mundo porque hace sentir cómodo a cualquiera, porque estudia a su interlocutor y sabe hasta dónde puede llegar, porque extrae lo mejor de cada uno, su lado más gamberro, payaso, estrambótico, desconocido y, aunque es la estrella, pone su programa, el espectáculo, al servicio de los otros. Y, así, es la primera alucinada al ver al grueso de la producción cinematográfica reunido y se hace una foto mirando a esos rostros, esos nombres admirados por su labor a un lado u otro de la cámara; sólo con esa aparente ingenuidad, con esa enorme naturalidad que no se aprende (hay que tenerla de fábrica), como sin darse importancia, quiere convertir a Meryl Streep en trending topic y lo que era una pequeña broma termina siendo el momento más hilarante por espontáneo, fiel reflejo del buenísimo ambiente que se respiraba (esa foto que, con toda justicia, quedará en los anales: cómo fueron añadiéndose elementos fue un regalo… ¡Si hasta Jennifer Lawrence estuvo graciosa por una vez!). ¿Y qué decir de esas cajas de pizza que tanto motivaron a los invitados? Brad Pitt no dudó en repartir platos de plástico mientras Julia Roberts y Meryl Streep (quienes, si no habían hecho las paces tras el rodaje de Agosto, seguro que enterraron el hacha de guerra tras lo compartido anoche) cogían dos raciones (y la enorme intérprete más nominada de la historia pedía una servilleta para no mancharse), Jared Leto pedía una para su madre, Martin Scorsese levantaba el dedo por si le llegaba algo, Harrison Ford también andaba a la caza y todo discurría con una fiesta entre amigos encantados de compartir el momento.
   El reparto de premios, que se salió poco de lo que se pronosticaba, deja como es habitual alegrías y sinsabores, depende de cada uno: al margen de lo comentado con la mejor canción (cuyo galardón propició un gag muy simpático cuando el matrimonio López canturreó sus agradecimientos mientras se aferraban a sus Oscar), el premio a la banda sonora fue amargo (es el menos consistente de los obtenidos por Gravity) y vuelve a dejar fuera del palmarés al espléndido Thomas Newman, cuya partitura para Al encuentro de Mr. Banks es sencillamente esplendorosa. Cate Blanchett obtuvo su segunda estatuilla (primera como protagonista) por esa excelsa lección de interpretación que ejecuta en Blue Jasmine y fue de las más elegantes (junto a Julia Roberts, Charlize Theron, Lupita Nyong´o –con el único fallo del escote- y una Meryl Streep de ensueño –cuánto debe la gala de anoche, y tantas otras, a su presencia, su entrega, su disposición a la broma, su implicación en lo que sucede-) y de las más señoras en su discurso, sobrio, certero, acordándose de las otras nominadas (aunque nombró a la Roberts, quien competía como secundaria, en lugar a Meryl), no así Matthew McConaughey, quien se alargó más de la cuenta y estuvo entre inconexo e inadecuado (como la gala estaba dedicada a los héroes nos marcó una historia con moraleja sobre serlo cada uno de nosotros para nosotros mismos) y sólo dio las gracias “a los otros candidatos”. Como en tantas ocasiones, los actores votan la mueca, el disfraz, la exageración, el mérito más allá de la interpretación, y aunque está más comedido que en otros supuestos recitales en los que abre ojos desmesuradamente, fuerza sonrisa, agita brazos y demás, McConaughey se lleva (como tantos otros y otras) un Oscar que en unos años apenas se recordará y que, es posible, él mismo haga más inmerecido al ofrecer un trabajo más depurado, menos histriónico, más perfecto, algo que también puede decirse de su compañero de fatigas Jared Leto, aunque parte de la culpa en este caso la tiene el lastimoso guión de Dallas Buyers Club por arrinconar a personaje tan interesante, otro que se dejó llevar por la verborrea sin ton ni son (tiene mucho mérito acordarse de Ucrania, sí, pero si eso lo hace alguien que yo me sé en España le hubieran puesto a caldo por no ser el lugar ni el momento; lo que vale para uno, ha de servir para todos). Lupita Nyong´o confirmó el pronóstico y, como ya dijimos, evitó que Jennifer Lawrence obtuviese su segunda estatuilla; por debajo del resto de competidoras (Sally Hawkins, June Squibb y Julia Roberts), sin destacar como sus compañeros de reparto en 12 años de esclavitud, tiene uno de esos primeros planos imposibles de olvidar y que provoca escalofríos en la mera evocación (colofón de una brillantísima secuencia tanto técnica como interpretativamente).
   Bette Midler puso su granito de arena (esa gran calidad vocal marca de la casa) en el recuerdo a los que fallecieron desde la última gala (donde, sin ser patriotero, hubiese debido figurar Sara Montiel, con más méritos para ello que otros a los que se rindió tributo simplemente por ser de allí), estando a la altura de lo esperado (no como Barbra Streisand, tan nerviosa el año pasado) y Pink resultó fría y sin alma al atacar el imperecedero Over the Rainbow, mágica composición que hubiese debido cantar la inmensa Liza Minnelli, que no sólo estaba allí para aplaudir a su madre (se cumplen 75 años del estreno de El mago de Oz (1939) con una Judy Garland en absoluto estado de gracia), sino para intentar salir en el selfie del año (tampoco tiene precio la instantánea desde detrás en la que se perciben sus esfuerzos por superar la barrera humana -¡Ella, con su poco más de 1,60 (e incluso menos con lo agachada que camina)!-) y para protagonizar uno de los momentos peor entendidos cuando Ellen habló del mejor imitador de Liza Minnelli (las cosas como son, al principio todos pensamos que no era ella), pero que ella supo encajar, participando después en bromas con la presentadora y sin querer perderse la juerga (patético fue que la Academia consintiese que Kim Novak participase estando en el estado que está –McConaughey hizo méritos para recoger su Oscar un rato después al ser su sonriente acompañante y reconducir lo que hubiera debido ser un diálogo ante la incapacidad de la inolvidable protagonista de Picnic (1955) para decir las frases fórmula de la entrega- u obligar a caminar a Sidney Poitier, quien sólo ayudado por la guapísima Angelina Jolie logró llegar hasta el micrófono, aunque al menos mantuvo la verticalidad). Pero, claro, en España veíamos la gala a través de Canal Plus y Alexandra Jiménez –ella, que tanto ejemplo puede dar después de estar como estuvo en los Premios Feroz, es decir, a la altura del guión (por llamarlo algo) y de las propias ínfulas de los que entregaban galardones en esa cena de gala sin comida en las mesas, o sea, por debajo de lo ínfimo- actuaba como conciencia moral, reprendiendo a Ellen DeGeneres (mientras participaba en un programa en el que se leían comentarios despiadados de los internautas sobre Kim Novak), cuestionando la nominación de The Act of Killing como mejor documental, hablando entre balbuceos, sin ningún contenido, al igual que el supuestamente erudito Carlos Marañón (fallos e incorrecciones cada poco tiempo, al igual que en la revista que dirige –Cinemanía-) y que el envarado y desafortunado en sus comentarios Toni Garrido, cuyo único mérito es haber desterrado ese aire de francachela y barra de bar que Pepe Colubi y seres semejantes ofrecían otros años, ese supuesto desparpajo ordinario e irritante tan caro al Grupo Prisa, que venden como rompedor, actual, transgresor y que deja en pañales a las películas de Esteso y Pajares. Pero las pausas publicitarias terminaban, Ellen asomaba su rostro pícaro, sonriente, pleno de disfrute y todos los males eran desterrados.  

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