domingo, 18 de mayo de 2014

"CARMINA Y AMÉN": AHORA Y SIEMPRE


 
 
 
 
DIRECCIÓN: Paco León GUIÓN: Paco León MÚSICA: Pájaro, Pony Bravo, Espaldamaceta, Nina Simone FOTOGRAFÍA: Juan González MONTAJE: Ana Álvarez REPARTO: Carmina Barrios, María León, Yolanda Ramos, Paco Casaus, Estefanía de los Santos, Teresa Casanova, Mari Paz Sayago, Alejandro León


   Hace apenas dos años, el popular y estupendo cómico Paco León (reducido a una mera caricatura en la serie Aída, abducido por un personaje al que supo ensanchar las costuras, transformar en entrañable, sacar del mecanicismo al que obligaba un guión repetitivo, en ocasiones inexistente, chusco, forzado, encasillado en la obviedad, cortadas sus alas creativas a pesar de que el público lo respaldase), el que para tantos es “el Luisma”, decidió dar un giro a su carrera y pasar al otro lado de la cámara para dirigir una estimulante y rompedora película titulada Carmina o revienta, inspirada en la figura de su madre, con ella misma como protagonista, un experimento que se revestía de falso documental para glosar, reivindicar y homenajear a la mujer que le dio la vida, transformándola en metáfora, representando en ella a tantas que día a día han de partirse la cara con la vida para pelear por sus retoños, por su dignidad, por su supervivencia, esas que a pesar de todo siempre extraen una enseñanza y una sonrisa, esas filósofas que saben más que cualquier libro de autoayuda y que no venden ninguna fórmula mágica porque bien saben que no existe, pero no se arredran y aplican la experiencia y el sentido común, el ingenio permanentemente agudizado por el hambre (no sólo física, aunque los rugidos del estómago son la banda sonora que mantiene alerta sin descanso su instinto de protección). Y a pesar de lo mucho que fabuló, para cualquiera fue reconocible, verosímil y querible esa Carmina que llama a las cosas por su nombre, que acoge en su seno a los desprotegidos, los arrinconados, los marginados y se enfrenta sin dudarlo a los ladrones, los abusadores, los injustos, los que sojuzgan, reprimen o acogotan, los que se consideran superiores, los que cometen injusticias cuando no delitos amparados en la impunidad, en la legalidad vigente, en los subterfugios; y se dirá que ella utiliza unos modos nada ortodoxos, que diseña planes destinados a engatusar, ocultar, extraer beneficio propio, que resulta amoral (algunos emplearán un vocabulario más duro, pero en realidad sólo porque ven amenazado su corralito), y nadie está defendiendo su actitud para llevarla a la práctica, tan sólo señalando cuáles son sus referentes, por qué nos es tan cercana, por qué se establece una rápida identificación, una empatía inmediata, base fundamental del triunfo de la película, ya que los avatares de Carmina son similares a los de los grandes pícaros que en la literatura española (y mundial, pero esos, se quiera o no, se tienen muy interiorizados), aquellos que sólo roban para poder comer, que pergeñan mil y una argucias para llevarse algo caliente (o frío) al estómago, esos que reclaman cien años de perdón puesto que se lo están hurtando al acaparador, al que no tiene conciencia, al que atesora, al que se apodera de lo que en muchas ocasiones han obtenido otros sudando la gota gorda; y Paco León no dudó en poner el nombre, el rostro, la personalidad de su madre en un personaje de semejante calibre porque sólo desde lo cercano, lo familiar, lo mamado y vivido era posible comprenderle, latir a su ritmo, dejarse envolver por su arrolladora personalidad.

   Sin fatuidades ni grandilocuencias, el director novel supo imprimir un sello de autenticidad a su película, como si a ratos estuviéramos viendo el resultado de una cámara oculta, respirando verdad por los cuatro costados, confiando en el innegable carisma de su madre y en la sabiduría actoral de su hermana María, esa que jamás parece estar actuando, combinadas, arropadas, acompañadas por un elenco que eleva la naturalidad a un estadio de excelsitud pocas veces obtenido, mezclando intérpretes de solvencia y oficio con otros recién llegados, haciendo imposible distinguir a éstos de aquéllos, dotados todos de un saber decir que da a cada frase el énfasis adecuado, el tono medido para que el conjunto funcione con precisión, provocando carcajadas sinceras de complicidad, de asentimiento, de camaradería. El modo en que Paco León presentó su ópera prima provocó un estremecimiento en la industria, en aquellos que se mantienen inamovibles pensando que todo lo que no sea lo que está decidido en los despachos viene a quitarles raciones del pastel, los que no enmiendan, no alteran, no quieren avanzar, utilizar la tecnología en lugar de ser fagocitados por ella, los que no comprenden que las herramientas están para usarlas y evolucionar, que sus mayores enemigos son ellos mismos y sus modos obsoletos, que el público sigue queriendo serlo, que la mayoría quiere sentirse así y no le importa pagar, que igual importancia tiene el que lo hace para el disfrute doméstico y privado como el que sigue yendo a las salas pero tiene que hacer equilibrios para permitirse un rato de ocio, hubo muchas voces interesadas que se alzaron en su contra y que negaban los aciertos artísticos como parte de la censura feroz que intentaron aplicar, en algunos casos propiciando que los adeptos de Carmina creciesen en progresión geométrica (y no digamos nada de cómo han clamado a los cielos por su decisión de organizar un preestreno gratuito de Carmina y amén, lo que no le ha restado taquilla, todo lo contrario, puesto que es de esos títulos a los que la recomendación de un amigo aporta un valor añadido y el actor sabe que el favor del público es básico y se lo gana con honestidad). Era inevitable (y deseado) que Paco volviese a dirigir, pero también resultaba casi necesario que Carmina regresara, que se ahondase un poco más en su historia, y la nueva cita es absolutamente gratificante y se salda con la mayor de las victorias: sin haber perdido un ápice de su sencillez, de su aparente y envidiable facilidad para trenzar anécdotas, gags, ocurrencias dándoles una unidad, una progresión, narrando, desarrollando, Paco León se supera como guionista al profundizar en el drama, al no traicionar a sus personajes pero conferirles una hondura que en el disparate de la primera película hubiera sido un error, al aproximarse con mimo y respeto a las zonas oscuras a través de sugerencias, planos certeros, consintiendo que su madre revele facultades de inmensa actriz (su modo de mirar a la vecina que le cuenta con dignidad derrotada, pero sin perderla, sus terribles planes para no dejar a su hijo discapacitado desasistido antes de que ella pueda morir –y qué sentido cobrará después ese silencio cargado de comprensión, esos ojos que escudriñan y se empañan con un velo de profunda tristeza-, su manera de acoger, abrazar, intentar no inquietar a su nieta, siendo consciente de que se da cuenta del forzado disimulo que ella y María se traen –varía de tono, cambia de intención sin que se noten las transiciones, capaz de hablar con los gestos, comiendo compulsivamente el postre que la niña rechaza aunque “no me entra nada”, canturreando con agudeza, medio dormida, con ese plano del pie infantil que refleja más conocimiento cinematográfico que el de algunos aupados al podio de “directores artistas”-); además, el cineasta (porque así hay que llamarle sin ningún tipo de titubeo) se revela como dignísimo heredero de Berlanga, Forqué, Olea, Azcona, Buñuel, Neville, el mejor Almodóvar y, ¿por qué no?, Valle-Inclán, Gutiérrez Solana o Goya, creadores que deforman, exageran, subliman lo diferenciador, lo extravagante, lo risible, lo patético, lo absurdo, reflejándolo certeramente, sin disfraces, pero extrayendo el lado humorístico, diluyendo la tragedia en lo rocambolesco, divirtiendo por encima de todo, destacando lo anecdótico, lo idiosincrático, lo que queda como rasgo, como definición, como categoría, sin abrumar al espectador, pero dejando un sabor agridulce que es más efectivo que la tragedia más desatada, que la denuncia más descarnada.

   Y, por supuesto, esa inmensa Yolanda Ramos que abandona cualquier afectación, cualquier intento de ser divertida a toda costa, que dice frases desopilantes sin sentir, hablando en su bruma alcohólica, aún más difusa por los efectos de lo que fuma, que pudiera pensarse no tiene su bagaje interpretativo porque es tan enormemente natural como esas vecinas que son las de cualquiera, otro acierto de Paco León porque sabe dosificarlas, no imponerlas, no dejarse llevar por lo fácil, por lo que ya funcionó, por lo que gracias a su contención conserva prístina la capacidad para la algarabía, la sorpresa, la risa incontenible. Sin duda, este filme marca un antes y un después, aún más que su predecesor, porque deja clara la categoría de un director, un universo propio con tantos puntos de concomitancia con el de los que miran, un buen gusto a prueba de brochas gordas o truculencias, un buen puñado de escenas inolvidables (y que no conviene destripar, pero sí compartir con los que ya las han visto), momentos para reír hasta las lágrimas, otros para tragar saliva y conmoverse, todos para asombrarnos ante la maestría y solvencia del Paco León director y guionista del que empezamos a anhelar nuevas entregas de su talento que, a buen seguro, no nos harán echar de menos a Carmina, personaje que ya es legendario y merece un puesto de honor en la historia del cine.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario