domingo, 25 de mayo de 2014

"ROMPENIEVES": HUYENDO DEL FUTURO








TÍTULO ORIGINAL: Snowpiercer DIRECCIÓN: John-ho Bong GUIÓN: John-ho Bong, Kelly Masterson (basado en el comic Le Transperceneige de Jacques Lob, Benjamin Legrand, Jean-Marc Rochette) MÚSICA: Marco Beltrami FOTOGRAFÍA: Kyung-pyo Hong MONTAJE: Steve M. Choe, Changju Kim REPARTO: Chris Evans, Jamie Bell, Tilda Swinton, Ed Harris, John Hurt, Octavia Spencer, Luke Pasqualino

   De nuevo, la distopía como permanente espada de Damocles sobre el destino de la humanidad, en realidad un futuro cada vez más cercano, incluso demasiado parecido al presente, llevando a sus últimas consecuencias (esas que resultan tan cercanas, esas que en parte ya conocemos, esas que añaden un componente terrorífico a lo que se cuenta) el fruto que arrojan investigaciones, inspecciones, hechos que pueden encontrarse en cualquier medio de comunicación, alarmas que en ocasiones están dirigidas, responden a intereses comerciales y/o políticos, pretenden engañar, confundir, amedrentar, provocar reacciones que redunden en beneficio de quien las propaga, profecías que, despojadas de su grandilocuencia y tremendismo, reducidas a su expresión más elemental y básica, pueden tener visos de cumplirse, precisamente resultan terroríficas y se transforman en verdaderos temores cuando recuerdan, evocan, son demasiado parecidas a lo que ya conocemos, cuando parten de algo que ha sucedido o sucede, cuando son advertencias de derivas equivocadas que no se corrigen (porque si comparamos unas con otras, incidiendo en aspectos distintos, apareciendo en épocas y/o sociedades muy diferentes, tomando como base circunstancias concretas y coyunturales, las predicciones negativas, los miedos, los apocalipsis tienen muchas características comunes estén descritas por Orwell, Huxley, McCarthy, King o cualquier autor que, sea en la rama artística que sea, se pone a fabular sobre el futuro que llama a la puerta con la misma contundencia que los primeros compases de la Quinta de Beethoven). El cambio climático, ese que está sucediendo ahora y siempre, ese que ha servido para explicar la desaparición de los dinosaurios, la formación de los continentes o cualquier perturbación sorprendente, mal comprendida o erróneamente atribuida, ese que ha inspirado (y sigue haciéndolo) historias de espionaje, teorías conspiranoicas, suspicacias con cimientos sólidos, terrores nocturnos, realidades incuestionables, está en la base, en la matriz, en el origen de este Rompenieves con que el cineasta de culto entre los amantes del género híbrido que aúna, mezcla, combina catástrofes, ciencia ficción, monstruos, violencia, acción, da un paso de gigante en su carrera ya que dirige su primera cinta en inglés con un reparto de campanillas.
   Lejos de su tono paródico, de su tendencia al abigarramiento por sí mismo, a la distorsión de la imagen, a lo disparatado sin freno ni medida, el surcoreano, fascinado por el cómic original desde hace unos cuantos años, juega la baza de una dirección artística muy precisa y claustrofóbica, cambiante y creadora de diferentes atmósferas, soporte y auspiciadora de los distintos tonos que van imprimiendo su sello en la narración, para ofrecer una historia que atrapa, implica, interesa, tanto por el preciso dibujo de los personajes como por la sencillez con que se desarrolla, dejando fuera lo farragoso, incomprensible y lenguaje técnico de títulos similares: sólo hay que saber que la humanidad está reducida a la mínima expresión, que sólo a bordo del tren es posible la supervivencia aunque si perteneces a los pasajeros de cola ésta pende de un hilo, de los caprichos y necesidades de los que detentan el poder, poseen armas y dictan las normas, los que ocupan y disfrutan los privilegios de los primeros vagones (la jerarquización de la sociedad, el abuso de la misma, esa que reproducen unos niños en teoría inocentes y a salvo de la corrupción de la socialización impuesta desde instancias superiores, esa que parece estar grabada indeleblemente en la conciencia –o inconsciencia- del ser humano tal y como fabuló/demostró William Golding en su imprescindible El señor de las moscas, que, aunque no es totalmente una distopía, emparenta con este tipo de narraciones). Con el concurso de unos intérpretes que dotan de verismo a sus roles, en ocasiones esquemáticos pero con los elementos imprescindibles bien perfilados para imprimirles un carácter, el director imprime en el interior del tren la misma velocidad a lo que sucede en esa bomba a punto de estallar, en esa imprescindible revolución para liberarse del yugo de una bota que ha aplastado demasiado tiempo, en ese anhelo por respirar sin debérselo a nadie, en esa necesidad de saber cuál es la situación real y si existe la mínima posibilidad de abandonar algún día la cárcel/refugio en que viajan, castigo y salvación, huyendo del caos con destino a ninguna parte: Chris Evans consigue despojarse de su aureola de superhéroe para encontrar un tono adecuado entre lo frágil y lo poderoso sin tener que recurrir a efectos, trucos o añadidos; Jamie Bell sigue demostrando su permanente progresión, su capacidad para emocionar desde lo mínimo, su manera de ofrecer el alma de su personaje con una mirada, haciendo cada vez más imperioso que le ofrezcan un cometido de enjundia que le deje explotar todo su potencial, su carisma, sus múltiples capacidades y talentos; poco puede añadirse sobre John Hurt y Ed Harris, más allá de su idoneidad para cualquier rol, su honestidad interpretativa, su entrega sea cual sea el género o el tipo de filme en que intervienen, el aporte de magisterio y excelencia que proporcionan, la humanidad que incorporan; Tilda Swinton recibe el personaje más estrambótico y lo recarga excesivamente ante sus notorias carencias como actriz cómica, funcionando en el contraste con el resto del reparto pero deviniendo en una caricatura más allá de lo necesario; Octavia Spencer regala algunos momentos de grandeza, de luminosidad, de cómo una actriz de raza se impone por encima de las limitaciones del esquematismo y el dibujo apresurado, de las convenciones del género, del poco detenimiento del guión en lo concreto al primar lo coral, las acciones, la tensión que se acumula: verla olfatear el humo de un cigarrillo, buscar la luz natural cuando ésta inunda uno de los vagones, pelear como sólo una madre lo hace cuando se trata de salvar a sus retoños, entregarse sin dudarlo a la causa común, proporciona una de las mayores sorpresas de la película, confirma su categoría y cierra todas aquellas bocas que denostaron su oscarizada y portentosa interpretación en Criadas y señoras (2011) y vaticinaban el peor de los destinos para la que consideraban actriz de poco recorrido.
   Con un tramo final en que el ritmo decae porque así se precisa (aunque no se pierde la emoción y se mantiene la lógica del relato), Rompenieves logra mantener el buen tono y la atención del espectador, alternando algunas secuencias notoriamente brillantes tanto en planteamiento como en resultados con otras de mera transición (en las que Bong se detiene lo justo), conformando un espectáculo que, por encima de acrobacias y fuegos artificiales, gana a los puntos por saber crear una empatía y graduar la tensión, imprimiendo vigor incluso en los momentos de mayor calma, anticipo de la explosión posterior, esa que el público percibe cómo va llegando por la acumulación de circunstancias, esa inevitable que, al mismo tiempo, servirá para enriquecer la trama y supondrá carburante para el tramo siguiente, esa que llega cuando conviene y que no se queda en lo aparatoso, sino que contribuye a una mejor explicación de los porqués, a la búsqueda de una salida, a sentar las bases para un nuevo futuro.

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