DIRECCIÓN: Enrique García GUIÓN: Enrique
García, Isa Sánchez MÚSICA: Fernando Velázquez FOTOGRAFÍA: Alberto D. Centeno
MONTAJE: Miguel Doblado REPARTO: Chico García, Virginia de Morata, Héctor
Medina, Virginia Muñoz, Salva Reina, David García-Intriago
Nadie
está libre de tropezar con las generalizaciones, de caer en ellas, pero
conviene mantenerse alerta para no ser demasiado injusto, para afirmar lo que
no se corresponde con la realidad, para no encastillarse en unas posiciones
que, a la larga, pueden volverse en nuestra contra (por mucho que siga habiendo
abundancia de aquellos que hablan como si no hubiese hemerotecas, testigos,
memoria, como si no alternasen “Diego” y “digo” sin bochorno, cual palabras
sinónimas); una de las vulgarizaciones más habituales es la de denostar el cine
español en bloque, aplicándose con saña en desprestigiar algunos nombres que a
la mayoría (perdón si caigo en el error denunciado pero, al menos en esta
profesión, así es como lo percibo por comentarios, burlas, desdenes que van
mucho más lejos de lo que se publica, basta con asistir a alguna proyección
para la prensa –en la que brotan comentaristas de no se sabe dónde-) le sientan
como una patada en el estómago por sus posicionamientos políticos, por su vida
privada, por sus manifestaciones como ciudadanos (si bien es cierto que
privilegiadas y aumentadas al ser dichas por ellos, personajes públicos),
mezclando sin recato palabras insultantes, bulos, exageraciones, comentarios (camuflémoslos
en el eufemismo) puramente extracinematográficos, alardes que comúnmente pasan
por el “no veo cine español porque no me gusta”, pero ni se exponen razones ni se
aportan ejemplos que apuntalen la tesis y, como decimos, mete en el mismo saco
a todo el mundo, sin distinción de géneros, estilos, directores, presupuestos o
cualquier factor de los múltiples que, a las primeras de cambio, dejan claras
las diferencias entre Mujeres al borde de
un ataque de nervios (1988), El
orfanato (2007) o Las voces de la
noche (2003). Del mismo modo, hay quien se erige en defensor acérrimo de
nuestro cine (podríamos centrarnos en cualquier nacionalidad, pero, parece
adecuado seguir hablando en estos términos, puesto que hoy nos convoca una
cinta española) con la misma actitud cerril que la exhibida por los opuestos,
volviendo en este caso sus diatribas hacia el público, como si no tuviese
derecho a elegir, considerándole inferior, sin cultivar (si bien es cierto que
muchos espectadores imitan y mantienen el discurso de gente como Alfonso Ussía,
la manera de convencerles, hacerles caer en la cuenta de que pueden estar
equivocados –todo, al fin y al cabo, es una cuestión de gustos y cualquier
adjetivo es matizable (pero hay que conocer la obra para calificarla, no
despreciarla sin verla, decir esto o aquello desde el prejuicio y/o la
ignorancia)- intentar motivar una reflexión, encontrar los verdaderos porqués,
el modo de ganar adeptos, de revitalizar una preferencia, un interés por
cualquier film, no es el adoptado por estos voceros delirantes, quienes en
realidad proporcionan razones –por lo incendiario, por lo ofensivo, por lo
redundante de su texto, porque saltan a la vista otros intereses más allá del
meramente artístico, del deseo de compartir con los demás aquello que se ha
disfrutado y que no se sabe exponer- para todo lo contrario y, así, nos
encontramos dando vueltas a la pescadilla que se muerde la cola sin despejar el
horizonte.
Y
cuando se empiezan a recopilar cifras, a pasar revista (aunque aún nos quedan
casi dos meses de 2014 por delante), cuando algunos títulos mantienen su
presencia en cartelera y las salas llenas o a medio llenar, cuando la crítica
se deshace en elogios, cuando fenómenos como Torrente demuestran que no han perdido el favor del público, cuando
esos palmeros entusiastas pregonan las excelencias del cine patrio, aparecen
pequeñas películas, ímprobos esfuerzos, voces nuevas, talentos capaces de sacar
adelante su proyecto con presupuestos ajustadísimos, creadores imaginativos que
de la necesidad hacen virtud (reconocimiento no sólo dirigido a los cineastas,
sino a cualquiera de los involucrados, a esos departamentos de producción,
vestuario, dirección artística, maquillaje, a los cámaras, montadores,
sonidistas, a tantos y tantos), obras que en Hollywood, en EEUU (lugar al que
también se demoniza en bloque), se promueven, se consideran imprescindibles
para que la industria siga funcionando, se potencian, en las que se rebajan
cachés, se implican grandes nombres que priman la calidad por encima de lo
aparatoso, se da oportunidad a desconocidos, incluso aunque sean arrinconadas,
aplastadas, sea complicada su distribución, queden relegadas, terminan por
salir a flote (sí, a veces mucho tiempo después de haber sido realizadas, pero
al menos se dejan como sedimento, como posibilidad, como rareza, como lo que
sea). Pero, en España, este tipo de producciones, a no ser que traiga de
fábrica un extra, tenga relaciones con determinadas corrientes, con ciertos
amigos, sus vasos comunicantes con la pomada permitan un flujo caudaloso, a no
ser que sean películas que nacen aureoladas con el apoyo incondicional de
determinadas voces, que han sido elegidas antes de su estreno, en la mayoría de
las ocasiones no consiguen despegar, pasan de puntillas y muy rápido por la
cartelera, son víctimas de una distribución que las condena de antemano, apenas
consiguen menciones, incluso aunque, como en el caso que nos ocupa, hayan sido
exhibidas en el Festival de Málaga y hayan conseguido algún galardón. 321 días en Michigan supone el debut en
el largometraje de Enrique García y da una curiosa vuelta de tuerca a lo que
podría denominarse “drama carcelario”, puesto que su protagonista ingresa por
ese periodo en un centro penitenciario pero, con la ayuda de su novia, finge
que marcha a esa ciudad para cursar un máster y, de ese modo, no quedar estigmatizado
o ser condenado al ostracismo por su entorno laboral; uno de los mayores
aciertos es evitar el tono exageradamente cómico, no transitar por un humor
trillado o inconveniente, que dejaría la premisa en algo insustancial, puesto
que su mayor objetivo es reflejar cómo es la vida tras esas paredes, siguiendo más
la estela de la estupenda Septiembres (2007),
el fantástico documental de Carles Bosch, que la rimbombancia y pirotecnia de
la excesivamente aplaudida Celda 211 (2009),
la ficción de Daniel Monzón que fue alabada por lo mismo que se hubiese atacado
a una similar llegada desde EEUU. En ese sentido, la ópera prima de García sabe
captar con naturalidad las rutinas, la cotidianidad, es muy verosímil y evita
caer en determinados tópicos que, por mucho que sean reales, podrían suponer un
lastre por ya vistos, por el abuso que se ha hecho de los mismos; pero, en esa
huida de determinados tonos, en ese trazo somero de ciertos personajes para que
no suenen “a lo de siempre”, el guión parece enrocarse un tanto en sí mismo y
no ir más allá del planteamiento, sin decantarse por ninguna de sus posibles
bazas, diluyendo la posible denuncia, desaprovechando situaciones y subtramas,
sabiendo mantener un tono equilibrado pero que peca de distante, tal vez de
poca ambición o de miedo por no ser capaz de refrenar cuando convenga, titubeos
comprensibles en una ópera prima pero que impiden una mayor implicación del
espectador.
Chico
García resulta demasiado monocorde en un rol que precisaría mayor ambigüedad,
una cierta sorna, incluso caer mal (al fin y al cabo ha delinquido), jugar con
la audiencia, quedando más al aire sus carencias interpretativas al enfrentarse
con ese vendaval llamado Virginia de Morata, quien imprime más fuerza a su
personaje de la que tiene sobre el papel, actriz con presencia, capaz de
expresar mucho con poco, una robaplanos que gana por goleada desde el
comedimiento, imponiéndose al resto del reparto. En el Festival de Málaga
fueron premiados ex aequo como actores de reparto Héctor Medina y Salva Reina,
ambos en papeles que se quedan en la superficie, en el estereotipo, aunque los
dos obvian el exceso o la desproporción, especialmente el segundo en un
cometido cómico que en manos de otro hubiera podido llegar a ser irritante; del
mismo modo, 321 días en Michigan obtuvo
el reconocimiento del público, quien la distinguió de entre todas las películas
proyectadas en la sección oficial, lo que es reflejo de su saber hacer, ese
que, por desgracia, no muchos están pudiendo/podrán corroborar (es de desear
que la próxima aventura de Enrique García, porque merece una nueva oportunidad
para que pueda ir madurando, para demostrar que las bondades percibidas en esta
cinta no son flor de un día, para ir definiendo su propia voz, tenga una mayor
repercusión).
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