DIRECCIÓN: Damián Szifron GUIÓN: Damián
Szifron MÚSICA: Gustavo Santaolalla FOTOGRAFÍA: Javier Juliá MONTAJE: Pablo
Barbieri Cabrera, Damiñan Sziforn REPARTO: Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia,
Érica Rivas, Óscar Martínez, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Darío
Grandinetti
De
pronto, la actualidad copia una película, lo que en realidad demuestra el
acierto de los que pusieron en pie una historia que pretendía ser un reflejo de
lo que sucede: Relatos salvajes (un
film compuesto por seis episodios) da rienda suelta a la indignación, el
hartazgo, la incomodidad, la necesidad de decir “basta ya” en muchos momentos,
no sólo ante altas instancias, instituciones, aparatos burocráticos, entidades,
empresas, entes abstractos que ejercen su poder, sino ante el rechazo, insulto,
desprecio, crueldad, burla, injusticia cometida por el semejante, por el de al
lado, por el cercano, por el considerado amigo, por la persona amada. Y no es
necesario compartir las reacciones, los comportamientos, los estallidos para
sentirlos como propios, comprendiendo que cuando a uno le oprimen, comprimen y reprimen,
cuando sólo se sienten golpes, sangrías económicas y vitales, cuando los muros
cercan y aplastan, cuando no hay diálogo posible (se niega, se evita, la única
respuesta es un círculo vicioso), a veces sólo queda transformarse en un
personaje kafkiano y sufrir/consentir las consecuencias, intentar
sobrellevarlas con resignación (lo que provoca frustración e ira con y hacia
uno mismo) o permitirse una vía de escape por el lado más bravío sin importar
lo que venga después (porque lo del coche que hace unas horas se empotraba en
la sede del PP en la calle Génova de Madrid parece una acción llevada a cabo
por el personaje que interpreta Ricardo Darín en esta cinta que, además, hoy
mismo se ha sabido está entre las seleccionadas por la Academia de Hollywood
para seguir en la carrera por el Oscar destinado a las producciones en lengua
no inglesa –la opción española, Vivir es
fácil con los ojos cerrados de David Trueba, ha sido descartada-).
Con
un tono claramente paródico y desopilantemente tremendista, equilibrando la
exageración esperpéntica con el apunte del natural, exacerbando tonos,
situaciones y personajes reconocibles pero sabiendo en qué punto frenar para no
terminar prisionero del hallazgo, de la gracieta, de la chispeante ocurrencia, a
veces con ecos de Julio Cortázar o José Saramago, con una profundidad e
intención crítica y/o sarcástica que no ahoga lo meramente divertido, la
comedia física, el absurdo cotidiano, Damián Szifron reúne en Relatos salvajes seis metáforas de la
realidad (tal y como él las ha calificado) que no tienen tapujos en mostrar a
las claras lo mucho que tienen de lo segundo por más que pueda dolernos,
perturbarnos, inquietarnos, avergonzarnos, y en ese reconocimiento despiertan
nuestra empatía, nuestra hilaridad, nuestra participación, nuestra admiración. Aunque
una película de episodios es irregular casi por definición, porque siempre
habrá uno que nos toque más, que se erija como favorito, que nos marque de
manera especial, lo cierto es que el cineasta y guionista mantiene bastante
bien el tipo durante todo el metraje, a pesar de que una de las historias (La propuesta, protagonizada por Óscar
Martínez) no tiene el desarrollo adecuado para entroncar con el resto (pierde
fuelle en su avance y desperdicia la posibilidad de aplicar su afilado
escalpelo en una familia adinerada cuyo patriarca está dispuesto a salvaguardar
a su retoño sólo hasta cierta cantidad de dinero) y que el último tramo (Hasta que la muerte nos separe) se
alarga demasiado, pudiera pensarse que no sabe cómo terminarla, y ahí es donde
se agudiza la única rémora que puede reprocharse a la película: otro orden de
los episodios hubiera potenciado las virtudes y aciertos del conjunto,
especialmente si se hubiera dejado como colofón el brillante Bombita con un espléndido Ricardo Darín
alejado de su afectación habitual, controlando tonos y haciendo uso de su mejor
vis cómica, poniéndose en la piel de un sufrido ciudadano, dando voz en
pantalla al común de los mortales (y, tal y como se señaló antes, aunque se
imponga el raciocinio –o el conformismo, la obediencia, el comulgar con ruedas
de molino-, aunque la reacción pueda ser calificada como desproporcionada o
salvaje, lo cierto es que hay muchos Bombitas en ciernes o que, sin recurrir a
procedimientos tan drásticos, se van cobrando las deudas del ánimo, que son las
que más intereses de demora generan).
El breve
prólogo que sirve como presentación (Pasternak)
es tan efectivo, tan rápido, tan hilarante, que hace temer que lo venga a
continuación no esté a la altura, pero en cuanto comienza Las ratas y entra en escena la maravillosa Rita Cortese (una de
esas comediantes que dice con naturalidad, tomándose el género en serio,
interpretándolo como si no le costase) los enteros siguen subiendo (y qué
chiste personal pero inolvidable supone que el ser abyecto de la historia se
apellide Cuenca -¡Gracias, Damián Szifron!). El más fuerte es una especie de vuelta de tuerca de ese hito
llamado El diablo sobre ruedas (1971)
que supuso el debut cinematográfico del gran Steven Spielberg, un absurdo
desgraciadamente real que podría suceder más veces de lo deseado, una
oportunidad para Leonardo Sbaraglia de quitarse de encima muchos de sus tics y
transformar su sonrisa meliflua y relamida, su sempiterno gesto entre
cautivador y amoroso, regalo que no desaprovecha para ofrecer en pocos minutos
y con enorme sencillez interpretativa las dos caras de la moneda sabiendo
resultar, al mismo tiempo, víctima y verdugo, atacado y atacante. Bombita, estratégicamente situada en el
centro de la cinta, merecería ser el remate, poner el punto y final en todo lo
alto, mantener en el ánimo del espectador el aplauso y las carcajadas que
provoca, mientras que La propuesta rompe
la atmósfera conseguida y Hasta que la
muerte nos separe recupera pulso y mordiente a pesar de esas pequeñas
arritmias que le afectan en cierto momento.
Damián Szifron confía en el texto, en lo que cuenta, en sus actores, en
sus personajes y en lo que éstos representan y se gana el favor del público con
ingenio, con honestidad, con sorna, con inteligencia, al margen de con su
eficacia como montador y su medida pero rotunda audacia como cineasta,
imponiendo el tono que desea, el que Relatos
salvajes precisa, pero sin recrearse en la suerte. Los efectos de su
estupendo trabajo se perciben en la sala en cuanto comienzan a aparecer los
créditos: algarabía, mil comentarios, aquiescencia, una película que se gana de
inmediato su lugar en la memoria y el corazón del espectador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario