jueves, 26 de enero de 2017

"LOS DEL TÚNEL": EPISODIO PILOTO






DIRECCIÓN: Pepón Montero GUIÓN: Juan Maidagán, Pepon Montero MÚSICA: Carles Cases FOTOGRAFÍA: José Moreno Moti MONTAJE: Cristina Pastor REPARTO: Arturo Valls, Natalia de Molina, Raúl Cimas, Manolo Solo, Neus Asensi, Pol López, Nuria Mencía, Jesús Guzmán, Teresa Gimpera

   Parece inevitable que, de un tiempo a esta parte, toda nueva comedia española que llega a la cartelera sea examinada con una lupa de muchos aumentos (excepto en el caso de Ocho apellidos vascos (2014), recibida con todos los parabienes del mundo y bendecida desde el primer momento incluso por aquellos que afirman no ver cine patrio), sobre todo en lo que a sus posibles rasgos televisivos se refiere, es decir, menospreciando lo que se produce directamente para ese medio y equiparando el término –“televisivo”- con realización descuidada, actores exagerados, chistes de hace siglos, zafiedades varias, rodaje precipitado, poca o ninguna atención a los detalles, dando por buena la primera toma, abaratando costes sin parar y sin importar que esa precariedad se perciba, como si no hubiese producciones estrenadas en grandes pantallas (incluso de presupuestos holgados y con rutilantes estrellas al frente, muchas de ellas llegadas desde Hollywood y saludadas como renovadoras gamberradas adultas -vaya usted a saber por qué eso se considera un valor añadido- o desopilantes historias de colegas) que caen en errores (dejémoslo ahí) que muchas series demuestran superar capítulo a capítulo y temporada a temporada (por no hablar de miniseries o telefilmes). No puede negarse el abuso de fórmulas, planteamientos, desarrollos, estereotipos, prototipos y tipos manoseados, desgastados, periclitados (que, no puede negarse si nos atenemos a los índices de audiencia y a las recaudaciones en las taquillas, siguen funcionando y siendo demandados y consumidos por millones de espectadores), pero no siempre se trata de resultar original (los hay que así se anuncian -e incluso saludados como tales por supuestos expertos- abusando de la desmemoria o desconocimiento del resto) sino del modo y medida en que se utilizan y combinan los ingredientes y de cómo es el acabado final; por otra parte, el hecho de que los grandes grupos de comunicación (sobre todo en lo que a televisión se refiere) hayan entrado a por todas en la producción cinematográfica (en muchas ocasiones, las cosas como son, posibilitando que proyectos que llevaban tiempo dormidos o que se veían imposibles hayan salido adelante, permitiendo, de una forma u otra, el desarrollo de algo que puede ser llamado industria y no la suma de individualidades de que ha malvivido el cine español), encontrarse los logotipos de cadenas de televisión al frente de los créditos sigue provocando fruncimientos de nariz y/o suspiros de resignación, una y mil veces más sin atender a lo que es habitual en otros países (incluso mirando con sospecha lo que de ellos llega auspiciado por cadenas, plataformas o cualquier otra opción que no puede ser llamada “estudio” o “productora” en el sentido en que esas palabras se utilizaban en el pasado), dando por malo de antemano el trasvase de personajes y éxitos televisivos a las salas cuando eso sucede o mirando por encima del hombro a lo que se entiende como banco de pruebas para, si vienen bien dadas, continuar poco tiempo después con una serie de televisión (como si de productos bien cerrados, acabados y completos no hubiesen nacido continuaciones más o menos bastardas -incluso a manos de personas ajenas a los creadores, sobre todo si entramos en el campo literario-, gallinas de los huevos de oro exprimidas hasta la extenuación).
   No cabe duda de que Los del túnel podría ser el germen de un serial, posee los mimbres necesarios para ello, presenta una nómina de personajes que proponen subtramas que explorar al margen del conjunto mientras alimentan con sus peripecias la columna vertebral de la película, pero quedarnos en ese código nos impediría apreciar sus diferencias, sus aportes e incluso malinterpretar las tradiciones que recoge. Porque la ópera prima de Pepón Montero tiene, no cabe duda, un origen plenamente televisivo en el sentido de que allí dio sus primeros frutos la colaboración entre él y Juan Maidagán como creadores y gracias a una de sus series, Camera Café, Arturo Valls obtuvo un Fotogramas de Plata como mejor actor que le ayudo a afianzarse y consolidarse en esa faceta (aunque siga explotando con enorme fortuna su lado más cómico y descacharrante como showman, como presentador recompensado con un Ondas). Pero el equipo no se ha reunido para reverdecer viejos laureles repitiendo la jugada puesto que la característica más sobresaliente de Los del túnel es la de adoptar tintes tragicómicos, eludiendo en lo posible lo más convencional, el trazo más grueso, la caricatura descarada y grotesca, acertando en el equilibrio que se da entre lo más disparatado y absurdo (que, como tantas veces, brota con espontaneidad en lo cotidiano) y los dramas de mayor o menor intensidad que cada personaje arrastra, poniendo el foco en el interpretado con suma solvencia por un Arturo Valls que sabe despojarse de su histrionismo para añadir matices a su interpretación, explorar una cara más amarga, la de alguien que no encuentra su lugar, que es señalado con el dedo por el resto del grupo, que se siente desubicado, incomprendido, que se queda bloqueado en unas rutinas íntimas que de pronto le resultan insoportables, lastres que sacudirse de encima y de los que huir, es gratamente sorprendente el modo en que Arturo Valls se acomoda en un personaje frágil, gris y patético a fuerza de creerse el rey del mambo, un tipo que al principio resulta risible, que por momentos resulta cargante y rancio, pero que poco a poco nos congela la sonrisa y despierta nuestra conmiseración, nuestra empatía, nos sacude ante la crisis personal que sufre, ante su parálisis vital, ante su pánico a seguir siendo quien no quiere ser. La desbordante naturalidad de Nuria Mencía es el complemento perfecto para que esa parte de la película destaque del resto por su perfecta mezcla de tonos, primando lo cómico pero dejando un regusto agrio y pesaroso.
   Gracias a Berlanga, a Ozores, a Fernando Palacios, a tantos cineastas, como extensión de una tradición que nos llevaría a Jardiel, a Mihura e incluso a parte del portentoso teatro del Siglo de Oro, España siempre ha gozado de buena salud en lo que a comedia coral se refiere (aunque también en el drama se ha sabido emplear con acierto y fortuna), los repartos de innumerables películas rebosan de nombres populares, de estupendos actores que, en papeles de mayor o menor extensión, invaden la pantalla y comparten planos irrepetibles. Los del túnel sigue esa tradición, no tanto por su posible ambición por transformarse en serie televisiva como por dotar de agilidad a la trama y por remarcar el contraste entre el grupo que interactúa y se comporta como una sola persona y la oveja negra, la nota discordante, la pieza sobrante que encarna Arturo Valls; el reparto mezcla intérpretes jóvenes que ya han dado sobradas muestras de maestría (caso de la estupenda Natalia de Molina, quien ojalá siga encontrando personajes que le permiten seguir creciendo como actriz) con actores solventes que siempre dejan muestra de su buen hacer (Manolo Solo, aunque aquí sepa a poco después de su prodigiosa aparición en Tarde para la ira (2015), uno de los más perjudicados por el brusco abandono que sufren algunos personajes y lo poco trazados que quedan), dejando espacio para nombres del momento (Raúl Cimas, incorporando toda la antipatía que despierta en quien suscribe a su rol, uno de esos fundamentalistas del dolor que por desgracia tanto abundan en los momentos de crisis, personaje que tal vez hubiese necesitado un actor que hubiese rebajado intensidad) y recuperando a una pareja de ilustres veteranos a los que es un placer ver en plena forma y, en el caso de ella, tirando por tierra su propio mito con enorme sentido del humor y soberbia autoparodia (Jesús Guzmán y Teresa Gimpera, a la que gustaría ver más en cometidos de este tipo o similares -o dramáticos, ella puede con todo-). Más allá de ciertas arritmias a la hora de pasar de lo coral a lo individual, más allá de ciertas reiteraciones y subrayados que hacen perder frescura y ritmo, Los del túnel demuestra que una historia más o menos vista puede contarse de otra forma (empieza por lo que en muchos casos sería el final, no muestra el pasado hasta que lo considera imprescindible y sabe no abusar del flashback) y con otro tono (y, de ese modo, consigue que el efecto cómico aún sea más desternillante y que nos riamos de nosotros mismos -porque fuimos muchos los fans de Pecos y somos aún muchos los que escuchamos sus canciones y, si nos parece bien, no evitamos la lagrimita de nostalgia-). Ojalá en esa recuperación de una comedia a ratos sutil y a ratos amarga, sirva esta película como experiencia piloto, como la punta del iceberg.

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