TÍTULO ORIGINAL: Toni Erdmann DIRECCIÓN: Maren
Ade GUIÓN: Maren Ade FOTOGRAFÍA: Patrick Orth MONTAJE: Heike Parplies REPARTO:
Sandra Hüller, Peter Simonischek, Michael Wittenborn, Thomas Loibl, Trystan
Pütter, Ingrid Bisu, Hadewych Minis
El
lector más o menos habitual de este blog conoce que, aunque en escasas ocasiones
se recurre a la primera persona, se incide las veces que haga falta en que los
textos que aquí se publican son el reflejo de lo que el autor experimenta como
espectador, opiniones, reflexiones y sensaciones personales que se intentan
explicar y fundamentar de la mejor manera posible; aunque a veces el tono pueda
resultar un tanto brusco o enfático, nunca se quiere aleccionar ni imponer ni
convencer de nada, tan sólo comunicar aquello que uno ha percibido y vivido,
intentando transmitir el entusiasmo o la desolación, la diversión o el
aburrimiento, dialogando (aunque sea en la distancia) con otros espectadores,
alimentando la pasión y el amor por lo audiovisual. Y, sin embargo, hoy, como
excepción a la regla, empezaré hablando directamente y cayendo en el autobombo,
promocionando el blog hermano de éste (El arpa de Bécquer) en el que dentro de
no mucho tengo pensado escribir algo en torno al prejuicio, tan denostado con
razón por no consentir el debate, por negarse al análisis, por cercenar la
capacidad de sorpresa, aunque tendemos a olvidar que también puede darse en el
sentido contrario, es decir, rendirnos incondicionalmente a algo antes de
conocerlo, sea por las razones que sea, no consentir la más mínima disensión,
no ejercer la autocrítica, mantenernos en nuestros trece (sirva esto como
avanzadilla, quien sea tan amable de querer leer más tiempo tendrá de hacerlo
dentro de poco como ya se ha dicho). Y a veces este prejuicio de índole
positiva viene, podemos decir, de fábrica, aparece antes de que realmente
seamos conscientes de ello, una obra empieza a ser bendecida antes de
conocerla, los primeros aplausos nacen con vocación de ovación (perdón por la
cacofonía), los primeros elogios son tan encomiásticos que obligan a acuñar
nuevos adjetivos laudatorios, antes de darnos cuenta tenemos ante nuestros ojos
una película aureolada de prestigio, aupada por un clamor inagotable, y parece
imposible disentir del arrebato colectivo, cualquier matización, por más que
sea nimia, tibia o poco contundente, es recibida, como poco, con altivez, con
desdén, con miradas reprobatorias, con movimientos de cabeza y fruncimientos de
labios que implican censura, incluso llegado el caso con acusaciones de
traición; si, además, el filme en cuestión se estrena comercialmente en nuestro
país ocho meses después de haber sido presentado en el Festival de Cannes (con
premio Fipresci incluido -ahí empezó todo), tras haber recorrido infinidad de
certámenes y muestras, habiendo llegado a las pantallas de, por ejemplo,
Francia, Bélgica, Dinamarca y EEUU, cuando ya se ha editado en formato
doméstico en su país de origen, habiendo acumulado diferentes distinciones,
arrasando en los Premios del Cine Europeo, siendo la cinta favorita para
llevarse el Oscar en la categoría de habla no inglesa (el único título que
podía hacerle sombra -y que ha conseguido derrotarla en lo que al Globo de Oro
se refiere-, la magnífica Elle (2016)
de Paul Verhoeven, ha quedado fuera de la carrera final -también, por cierto,
fue presentada en la misma edición de Cannes, la última, esa de la que se
recuerdan más las películas que no se llevaron la Palma de Oro (y reciben
mayores parabienes) que la que la consiguió-), como decimos, cuando Toni Erdmann llega, por decirlo en román
paladino, con todo el pescado vendido, se considera crimen de lesa majestad señalarla
con el dedo y decir que no se ven esas bondades que tantos proclaman (aunque
hay quien rebaja el tono de sus elogios -e incluso los niega- cuando se habla
fuera de determinados círculos o en la intimidad).
Toni Erdmann recibe adjetivos que sólo
sirven como alabanza propia de quien los regala: se habla de “inteligente”, “arriesgada”,
“insólita”, como diciendo que si tú no lo ves así es por tu incapacidad, no
captas unas virtudes que, obviamente, no están al alcance de cualquiera,
utilizando alegremente y como comodín calificativos como “surrealista” y/o “absurda”,
despojándolos de su verdadero significado y, sobre todo, equiparando el objeto
valorado de ese modo con referentes y tradiciones de las que está totalmente
alejado (no digamos nada si nos detenemos en lo de “esperpéntica”, arma de
doble filo por el tono peyorativo en que se puede pronunciar -no se puede tomar
el nombre de Valle-Inclán en vano-). El talento de Maren Ade se limita a reproducir
un esquema que goza de mucho predicamento, aún más si se utiliza en Europa
aunque ahí están fenómenos como el protagonizado por Resacón en Las Vegas (2009), sus secuelas y títulos similares, una
comedia (salpicaría todo el párrafo de “supuesta” o “pretendida”, pero no seré
tan repetitivo y cansino como este filme que dura 162 minutos) con personajes
adultos, con toques picantes (que enrojecerían al mismísimo Benny Hill, en gran
parte por obsoletos), con osadías trasnochadas (¿Cuándo dejará de considerarse “moderno”
y “rompedor” que una actriz se desnude, sobre todo por el mero hecho de
hacerlo, no con una verdadera intención?), con un tema humano de fondo (muy al
fondo) que queda sepultado bajo gags estirados hasta lo imposible (no se
complicaron la vida en la sala de montaje), secuencias inacabables en las que
no sucede nada digno de mención y que se regodean en su inanidad y supuesta -aquí
sí hay que remarcarlo- trascendencia, en ese código restringido que sólo los
privilegiados van a captar, una atmósfera que atufa a pretenciosidad pero
camuflada bajo una aparente sencillez, dándose aún más importancia en el hecho
de aparentar que no se la da, falsamente espontánea, trivial a fuerza de querer
serlo para así brillar con más intensidad (y por eso tantos se han quedado
deslumbrados).
Sandra Hüller y Peter Simonischek regalan todas las muecas posibles, no
paran de manotear, brincar, repetir el chiste (póngase el adjetivo pertinente,
ya saben), reproduciendo los peores vicios de aquel que se cree gracioso
combinados con los propios de quien equivoca qué es ser un histrión, no es
extraño que la seleccionada para protagonizar el remake hollywoodiense que ya
se prepara sea Kristen Wiig, lo peor es que se anuncie que supondrá el regreso
del gran Jack Nicholson (a quien pensábamos no volveríamos a ver trabajar
debido a su enfermedad), porque las perspectivas no son muy halagüeñas (volvemos
al punto de partida: el prejuicio -y con algo que también tendrá desarrollo en
El arpa de Bécquer: a veces lo emitimos basándonos en hechos, en experiencias
anteriores, en los trabajos precedentes-).
No hay comentarios:
Publicar un comentario