viernes, 10 de febrero de 2017

"TONI ERDMANN": LA EMPERATRIZ DESNUDA (LITERALMENTE)






TÍTULO ORIGINAL: Toni Erdmann DIRECCIÓN: Maren Ade GUIÓN: Maren Ade FOTOGRAFÍA: Patrick Orth MONTAJE: Heike Parplies REPARTO: Sandra Hüller, Peter Simonischek, Michael Wittenborn, Thomas Loibl, Trystan Pütter, Ingrid Bisu, Hadewych Minis

   El lector más o menos habitual de este blog conoce que, aunque en escasas ocasiones se recurre a la primera persona, se incide las veces que haga falta en que los textos que aquí se publican son el reflejo de lo que el autor experimenta como espectador, opiniones, reflexiones y sensaciones personales que se intentan explicar y fundamentar de la mejor manera posible; aunque a veces el tono pueda resultar un tanto brusco o enfático, nunca se quiere aleccionar ni imponer ni convencer de nada, tan sólo comunicar aquello que uno ha percibido y vivido, intentando transmitir el entusiasmo o la desolación, la diversión o el aburrimiento, dialogando (aunque sea en la distancia) con otros espectadores, alimentando la pasión y el amor por lo audiovisual. Y, sin embargo, hoy, como excepción a la regla, empezaré hablando directamente y cayendo en el autobombo, promocionando el blog hermano de éste (El arpa de Bécquer) en el que dentro de no mucho tengo pensado escribir algo en torno al prejuicio, tan denostado con razón por no consentir el debate, por negarse al análisis, por cercenar la capacidad de sorpresa, aunque tendemos a olvidar que también puede darse en el sentido contrario, es decir, rendirnos incondicionalmente a algo antes de conocerlo, sea por las razones que sea, no consentir la más mínima disensión, no ejercer la autocrítica, mantenernos en nuestros trece (sirva esto como avanzadilla, quien sea tan amable de querer leer más tiempo tendrá de hacerlo dentro de poco como ya se ha dicho). Y a veces este prejuicio de índole positiva viene, podemos decir, de fábrica, aparece antes de que realmente seamos conscientes de ello, una obra empieza a ser bendecida antes de conocerla, los primeros aplausos nacen con vocación de ovación (perdón por la cacofonía), los primeros elogios son tan encomiásticos que obligan a acuñar nuevos adjetivos laudatorios, antes de darnos cuenta tenemos ante nuestros ojos una película aureolada de prestigio, aupada por un clamor inagotable, y parece imposible disentir del arrebato colectivo, cualquier matización, por más que sea nimia, tibia o poco contundente, es recibida, como poco, con altivez, con desdén, con miradas reprobatorias, con movimientos de cabeza y fruncimientos de labios que implican censura, incluso llegado el caso con acusaciones de traición; si, además, el filme en cuestión se estrena comercialmente en nuestro país ocho meses después de haber sido presentado en el Festival de Cannes (con premio Fipresci incluido -ahí empezó todo), tras haber recorrido infinidad de certámenes y muestras, habiendo llegado a las pantallas de, por ejemplo, Francia, Bélgica, Dinamarca y EEUU, cuando ya se ha editado en formato doméstico en su país de origen, habiendo acumulado diferentes distinciones, arrasando en los Premios del Cine Europeo, siendo la cinta favorita para llevarse el Oscar en la categoría de habla no inglesa (el único título que podía hacerle sombra -y que ha conseguido derrotarla en lo que al Globo de Oro se refiere-, la magnífica Elle (2016) de Paul Verhoeven, ha quedado fuera de la carrera final -también, por cierto, fue presentada en la misma edición de Cannes, la última, esa de la que se recuerdan más las películas que no se llevaron la Palma de Oro (y reciben mayores parabienes) que la que la consiguió-), como decimos, cuando Toni Erdmann llega, por decirlo en román paladino, con todo el pescado vendido, se considera crimen de lesa majestad señalarla con el dedo y decir que no se ven esas bondades que tantos proclaman (aunque hay quien rebaja el tono de sus elogios -e incluso los niega- cuando se habla fuera de determinados círculos o en la intimidad).
   Toni Erdmann recibe adjetivos que sólo sirven como alabanza propia de quien los regala: se habla de “inteligente”, “arriesgada”, “insólita”, como diciendo que si tú no lo ves así es por tu incapacidad, no captas unas virtudes que, obviamente, no están al alcance de cualquiera, utilizando alegremente y como comodín calificativos como “surrealista” y/o “absurda”, despojándolos de su verdadero significado y, sobre todo, equiparando el objeto valorado de ese modo con referentes y tradiciones de las que está totalmente alejado (no digamos nada si nos detenemos en lo de “esperpéntica”, arma de doble filo por el tono peyorativo en que se puede pronunciar -no se puede tomar el nombre de Valle-Inclán en vano-). El talento de Maren Ade se limita a reproducir un esquema que goza de mucho predicamento, aún más si se utiliza en Europa aunque ahí están fenómenos como el protagonizado por Resacón en Las Vegas (2009), sus secuelas y títulos similares, una comedia (salpicaría todo el párrafo de “supuesta” o “pretendida”, pero no seré tan repetitivo y cansino como este filme que dura 162 minutos) con personajes adultos, con toques picantes (que enrojecerían al mismísimo Benny Hill, en gran parte por obsoletos), con osadías trasnochadas (¿Cuándo dejará de considerarse “moderno” y “rompedor” que una actriz se desnude, sobre todo por el mero hecho de hacerlo, no con una verdadera intención?), con un tema humano de fondo (muy al fondo) que queda sepultado bajo gags estirados hasta lo imposible (no se complicaron la vida en la sala de montaje), secuencias inacabables en las que no sucede nada digno de mención y que se regodean en su inanidad y supuesta -aquí sí hay que remarcarlo- trascendencia, en ese código restringido que sólo los privilegiados van a captar, una atmósfera que atufa a pretenciosidad pero camuflada bajo una aparente sencillez, dándose aún más importancia en el hecho de aparentar que no se la da, falsamente espontánea, trivial a fuerza de querer serlo para así brillar con más intensidad (y por eso tantos se han quedado deslumbrados).
   Sandra Hüller y Peter Simonischek regalan todas las muecas posibles, no paran de manotear, brincar, repetir el chiste (póngase el adjetivo pertinente, ya saben), reproduciendo los peores vicios de aquel que se cree gracioso combinados con los propios de quien equivoca qué es ser un histrión, no es extraño que la seleccionada para protagonizar el remake hollywoodiense que ya se prepara sea Kristen Wiig, lo peor es que se anuncie que supondrá el regreso del gran Jack Nicholson (a quien pensábamos no volveríamos a ver trabajar debido a su enfermedad), porque las perspectivas no son muy halagüeñas (volvemos al punto de partida: el prejuicio -y con algo que también tendrá desarrollo en El arpa de Bécquer: a veces lo emitimos basándonos en hechos, en experiencias anteriores, en los trabajos precedentes-).

No hay comentarios:

Publicar un comentario