domingo, 27 de octubre de 2013

AMPARO SOLER LEAL: PATRIMONIO NACIONAL


 


   Por esas en ocasiones extrañas decisiones que toman los actores, por esas corazonadas que el tiempo se encarga de desmentir, por esos impulsos irreprimibles de cambiar, por esa desazón al no encontrarse a gusto, Amparo Soler Leal rechazó intervenir en La gran familia y… uno más (1965), continuación del enorme éxito La gran familia (1962) que había protagonizado junto a Alberto Closas, Pepe Isbert y José Luis López Vázquez, perdiéndose la oportunidad de seguir apareciendo en los títulos siguientes (un forzado cierre de lo que quedó como trilogía cinematográfica con La familia, bien, gracias (1979) y un estrambote en forma de película para televisión), aunque nadie jamás olvidará que ella era la madre de prole tan numerosa (con la que era una alegría reencontrarse casi todas las Navidades – o en los días previos, para ir abriendo boca-, puesto que la reemisión de la cinta de Fernando Palacios era cita ineludible). Según ella misma explicó, en un principio estaba previsto que repitiese rol, pero la primera secuencia quería presentarla con su nieto en brazos, como metáfora de que la gran familia se seguía expandiendo, y de repente, con poco más de 30 años cumplidos, le dio demasiado vértigo verse como abuela y abandonó el proyecto, aunque su rostro ya era muy popular, no sólo gracias a su papel de matriarca, sino a Usted puede ser un asesino (1961) de José María Forqué –donde, por cierto, ya había coincidido con Closas y López Vázquez-, a que muy poco después asumiría el personaje que Gracita Morales había convertido en exitoso en las tablas protagonizando con Concha Velasco –quien sí repetía en pantalla- Las que tienen que servir (1967) y a que su trayectoria teatral era impecable, habiendo sabido estar lo justo y necesario a la sombra de sus padres (Salvador Soler Marí y Milagros Leal, con los que compartiría escena cuando ya se había ganado con creces ese “la” –la Soler Leal- que sólo merecen las grandes), volando muy pronto en soledad por méritos propios, aprendiendo de los mejores, los que confiaron en sus recursos y posibilidades, los que espolearon y afianzaron su talento natural (Luis Escobar, Catalina Bárcenas, Adolfo Marsillach).

   Sintetizar la trayectoria de Amparo es prácticamente imposible porque hay mucho y bueno en lo que detenerse, que rememorar, que volver a paladear, que sentir bien cobijado en el corazón del espectador, y, por desgracia, hay infinidad de montajes que envidiar, que intentar imaginar, que suponer: leer las obras en que participó, quiénes fueron sus compañeros de escena, sus directores, nos habla de esa casta de cómicos que se hacían día a día, de esos inmensos intérpretes que son uno de nuestros mejores patrimonios, tan menospreciados y olvidados, tan poco conocidos por las nuevas generaciones, tan infravalorados en general (¡Cuántas veces habrá que escuchar esa sandez que afirma “en España no tenemos tradición teatral”! Que usted no tenga cultura, conocimientos, curiosidad, no implica que las cosas no hayan sucedido o que las personas no hayan existido). Y, al menos, pude ver en acción en dos ocasiones a la Soler Leal: la primera, merendándose a unos chavales llenos de tics, gritones, histéricos, desmedidos, intentando suplir carencias con aspavientos, en Salvajes de José Luis Alonso de Santos; la segunda, en la que fue su retirada de los escenarios, Al menos no es Navidad de Carles Arberola, una obra entrañable aunque necesitada de algo más de mala uva que ella y su compañera (la no menos maravillosa Asunción Balaguer) transformaban en algo especial, en un deleite, en una tarde satisfactoria en la que Pablo y yo confirmamos que los que se han criado entre cajas, los que sólo respiran cuando el aire se impregna del serrín de las tablas están hechos de otra pasta, puesto que Amparo tenía ya su salud bastante minada y aun así aparecía pletórica, dispuesta, sin consentirse un desfallecimiento, todo para que la obra tuviese el ritmo y el tono adecuados. Poco antes del estreno, Beatriz (Pécker, por supuesto) había entrevistado a ambas en el programa que entonces compartíamos y fue una conversación grata, divertida, dinámica, en la que temíamos que en algún momento apareciese el mal humor proverbial de la Soler Leal (lo uno no resta ni un ápice su enormidad como actriz) y, sin embargo, incluso para corregir un pequeño error de Bea (empeñada en que debutaban justo el día de descanso) tuvo el gracejo que tantas veces nos provocó carcajadas: “Entonces, desde el día 5 –por decir una fecha- os veremos…”, “¡Qué bien saber que el día 5 ahí estaréis” y tal y cual, hasta que la cuarta o quinta vez que Bea dijo ese número, Asunción interrumpió “perdona, pero es que justo ese día es el de libranza; debutamos el 6” y Amparo empezó a reírse “yo iba a decirlo, pero pensé que igual también nos tocaba actuar y no me atrevía…”

   Pero una cosa es hablar de algo que ha sido muy comentado (y sufrido: hay muchos colegas que pueden narrar topetazos antológicos con el ceño de Amparo –aunque las aguas volvieran a su cauce con prontitud-) y otra bien distinta airear intimidades (e incluso inventarlas, exagerarlas, publicitarlas) como alguno hizo, arremetiendo sin orden ni concierto contra todo el mundo (otro que, éste sí, tenía un humor de perros casi permanente), convirtiendo sus memorias en un continuo exabrupto que restaba importancia a sus logros y a los de sus compañeros (cuánto queda por aprender de un delicioso tomito llamado Sí, ya me acuerdo… en el que Marcello Mastroianni pasa revista a momentos de su vida –personal y profesional- con una elegancia exquisita). Aunque en realidad ese tipo de circunstancias, esas bravatas importan bien poco cuando uno vuelve a conjurar ese saber decir, esa maestría para cambiar de tono, esa versatilidad que le permitía alternar películas como El bosque del lobo (1970), El crimen de Cuenca (1980), Jo, papá (1975,) Bearn o la sala de las muñecas (1983), Las bicicletas son para el verano (1984) y muy especialmente Mi hija Hildegart (1977) con comedias más o menos afortunadas en las que siempre dejaba clara su categoría (en El divorcio que viene (1979) dice un “tomaré chipirones” –rubricado por el no menos antológico “yo también chipirones” de la estupenda Mimí Muñoz- que vale por toda la película). Y, por supuesto, sin olvidar su necesaria y absolutamente gloriosa participación en La escopeta nacional (1977), continuada en Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982), ese a modo de princesa de Éboli que sabe decir “¡degenerado!” acentuando cada sílaba, masticando el rencor acumulado tanto tiempo, probando el dulce sabor de la venganza mientras pisotea los frasquitos que contienen pelos de ahí mismo, haciendo justicia y derrumbando años de machismo y misoginia, exprimiendo significados y matices sin que se note el esfuerzo (al revés de tanto actorzuelo –espécimen que no sólo se da en España, aunque abunde por estos lares- que sólo sabe demostrar una falsa intensidad para hacer aún más patentes sus carencias interpretativas). Amparo Soler Leal era capaz de crear comicidad desde la seriedad, véase cómo entona aquello de “Torre del Oro donde las sevillanas, ¡y olé!, juegan al corro” sin descomponer el gesto en Las que tienen que servir o su manera de regañar a López Vázquez cuando le pide un beso mientras ella conduce –“Venga, justo en la curva”- o porque perdió el tiempo comprando helados –“¡Hay que ver este hombre, siempre gastando!”-en Patrimonio nacional o su participación en Cómicos, un programa de TVE que nos ayudó a conocer, querer y admirar algo más a gentes de la profesión (Quique Camoiras, Irene Gutiérrez Caba, Esperanza Roy o Alberto Closas), una hora en la que recorrían su trayectoria y escenificaban diferentes momentos de su vida, y en el que pudimos ver a Amparo Soler Leal marcarse La canción del Rhin (aquello de “las alegres chicas de Berlín para soñar se van al Rhin”) como si no hubiese hecho otra cosa en su vida más que cantar cuplés.

   Y me gustaría poner el colofón con uno de esos momentos mágicos que el espectador atesora: la evocación de aquellas galas que buscaban recaudar fondos para La Casa del Actor (y en eso seguimos, y la querida Julia Trujillo –como tantos- se ha ido sin verla hecha realidad) y que se retransmitían por televisión, en las que tanto aprendíamos, tanto reíamos, tanto disfrutábamos, en las que podía participar igual Lina Morgan que Alfredo Kraus, Tony Isbert que Arévalo, Concha Márquez Piquer que las hermanas Hurtado, en las que Mari Carrillo (madre de las susodichas) podía estar absolutamente sensacional (algo nada novedoso, por otra parte) evolucionando entre los boys al ritmo del Mírame o en que Vicente Parra podía dar paso a Si las mujeres jugasen al mus como los hombres, pieza corta de Edgar Neville, que reunía para la ocasión a Conchita Montes, Amparo Rivelles, Concha Velasco y Amparo Soler Leal. ¡Si es que es para adorarlos! ¡Benditos cómicos!

2 comentarios:

  1. Óscar, voy leyendo este homenaje -bien lo merece Amparo Soler Leal- y vas describiendo a un personaje y a una persona realmente digna de descubrir -es mi caso, por mi juventud, por curiosidad..-. Me entristece que tengamos la memoria tan volátil y no reconozcamos a los grandes actores y actrices que, como tú dices, los tenemos en España (¡vaya que sí!) y alcemos a otros por moda, porque es lo que toca, es "lo que se lleva", etc. Me parece algo muy injusto, aparte de que nos empobrece de forma salvaje.

    No dudo que haya magníficos profesionales jóvenes, pero no es de recibo que se olvide a esos que ya pisaron un escenario emocionando como los que más y dando verdaderas lecciones (sin intención alguna de hacerlo, simplemente porque eran grandes de por sí).

    Te agradezco este maravilloso boceto (no tengas en cuenta este término, jajaja) de lo grande que es Amparo Soler Leal y que nos abre a mucha gente joven pero con ganas de abrir un poquito lo que llevamos sobre los hombros.

    Un abrazo.

    Diego.

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  2. Con espectadores curiosos e inquietos como tú, es posible que el recuerdo de estos grandes (aunque no se haya tenido la oportunidad de verlos en escenas, muchos dejan estupendas interpretaciones en cine -y algunos, de las más excelsas jamás vistas en pantalla-) no se pierda nunca. Un abrazo y gracias por la complicidad.

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