martes, 11 de agosto de 2015

"INSIDE OUT": CUESTIÓN DE EMOCIONES









TÍTULO ORIGINAL: Inside Out DIRECCIÓN: Pete Docter (con Ronaldo del Carmen como codirector) GUIÓN: Meg LeFauve, Josh Cooley, Pete Docter MÚSICA: Michael Giacchino MONTAJE: Kevin Nolting REPARTO (VOCES): Amy Poehler, Phyllis Smith, Richard Kind, Bill Hader, Lewis Black, Mindy Kaling

   Querámoslo o no, vivimos en un mundo tremendamente polarizado en el que están muy mal vistos los puntos intermedios, los comentarios que buscan ser ecuánimes, que rehúyen los radicalismos, que responden a un análisis concreto y no a generalidades; si se es admirador de éste resulta incompatible serlo de aquel y hay que demostrar una pasión inagotable, un amor incondicional, cualquier mínima crítica o reconocimiento de la nueva obra de un artista no nos ha gustado tanto como la anterior es considerado crimen de alta traición por aquellos que se dejan atrapar por el fanatismo más desaforado e intolerante (del mismo modo, líbrenos quien deba hacerlo de señalar que, en esta ocasión, nos gusta lo que ha hecho alguien al que hasta ahora despreciábamos o cuya trayectoria nos parecía insustancial, insoportable, prescindible o nos resultaba ajena). En ese sentido, Pixar llegó para ser utilizada como ariete contra Disney, derribando de un plumazo lo que esta compañía ha supuesto (y aún supone le pese a quien le pese) en la historia de la animación en particular, en la del cine en general, para volver a hacer lecturas muy interesadas de películas inocentes (o que tal vez no lo son, pero pensando en los espectadores infantiles como seres sin personalidad, sin un gusto propio –o instinto, es lo mismo- que van desarrollando y que les hace participar de ciertos argumentos y rechazar otros en el primer minuto, como si todos los que fuimos público en nuestra tierna edad de esos productos –unas cuantas generaciones- pensásemos igual o no discrepásemos del tratamiento de algunos personajes y/o temas –de nuevo, la necesidad de no generalizar, de analizar las diferentes facetas de una obra artística-, como si no fuésemos ejemplo de que la supuesta influencia nociva no es tal, que se puede ser inmune al discurso moralista, a la ideología que se desprende del universo Disney, nada ajena, por cierto, a la de muchos cuentos de hadas, fábulas y leyendas que lo conforman, historias que pertenecen al imaginario colectivo sin que aquellos niños a los que dormían con las mismas razonen o dejen de hacerlo en la misma dirección), aupando inmediatamente a la recién llegada a unas alturas que sólo empezó a merecer cuando demostró que Toy Story (1995) no había sido una casualidad, fruto del azar (o del esfuerzo que nadie niega y que es digno de encomio), una única muestra de talento (porque podía haberse quedado en eso –ahora es buen momento para recordar que, tras dejar con la boca abierta a propios y extraños, tras convencer a los más escépticos, tras el triunfo personal y artístico que supuso Blancanieves y los siete enanitos (1937), las siguientes producciones de Disney, las que hoy son clásicos indiscutibles como Pinocho (1940) o Dumbo (1941), no tuvieron el éxito esperado tras su esplendorosa irrupción en el largometraje de animación, lo que no hacía augurar un futuro muy prometedor para el que muchos seguían considerando un visionario sin cerebro-).
   John Lasseter, antiguo trabajador de la Disney (y siempre con el apoyo de ésta, amparado en el nombre, colaborando, aprovechándose mutuamente), logró sacar adelante el primer largometraje de animación creado totalmente por ordenador, rompiendo las taquillas de todo el mundo y logrando la hazaña de que su guión fuese candidato al Oscar (pero no conviene olvidar que, poco antes, puesto que aún no existía la categoría que premiaba la animación –como siempre, tardaron demasiado en crearla-, La bella y la bestia (1991), filme que supuso un antes y un después, una joya que nació clásica, un logro impresionante, había sido seleccionada como una de las cinco mejores cintas del año por la Academia); y, al igual que en los títulos que se sucedieron, hay mucho de Disney en Pixar (por un lado es inevitable: es la referencia, lo primero que viene a la cabeza, su implantación en la cultura popular es indiscutible), no en vano el filme exalta la amistad, la necesaria colaboración con los demás para alcanzar un logro que solos resulta imposible, el conocimiento de aquel que tildamos y alejamos por “diferente”, mensajes muy bien estructurados y diseminados a lo largo de la película que, por encima de todo, de ahí su éxito, es enormemente divertida y sabe hablar a cada tipo de público en el código correcto. Pero hubo algunos que en seguida quisieron ir más allá, especialmente para colgarse medallas y ponerse galones, hablando de “animación inteligente”, “para adultos”, “sin moralina”, calificativos que en tantas ocasiones sólo buscan que aquel que los utiliza demuestra su perspicacia, su capacidad intelectual, su estatus superior a la hora de reconocer aquello que, como puede verse, gusta a los niños porque sabe utilizar un idioma que ellos manejan y comparten (es decir, lo que Disney había hecho en infinidad de ocasiones: ahí está Tambor animando a Bambi a que se salte las reglas, Pepito Grillo debuta como conciencia y, por lo tanto, tiene dudas, comete errores, no sabe cómo actuar, es humanamente imperfecto, Baloo es un hedonista, un auténtico bon vivant, O´Malley utiliza la astucia del superviviente y enamora a toda una aristogata por su sencillez y honestidad, son personajes que muestran lo que en casa nos decían que era correcto y también lo contrario y cómo a veces tomar este camino es lo idóneo para solucionar los problemas –ya, ya, que al final siempre alguien decía “¿ves?, siendo bueno todo sale bien”, pero tus personajes favoritos seguían siendo los rebeldes, los alocados, los cachondos e incluso los malos, de los que te reías pero con los que algunas veces te solidarizabas-). Lo peor fue cuando Pixar se hizo rea de las críticas que la prestigiaban como algo diferente (que nadie niega, por cierto, sus aportes, aciertos y virtudes) y enfermó de éxito creyendo que todo le estaba permitido, repitiéndose hasta la saciedad sin recato (de hecho, de los seis proyectos que ha anunciado para los próximos años cuatro son secuelas), olvidando la frescura que convirtió en una fiesta Toy Story 2 (1999) –una segunda parte que supera en diversión, hallazgos y resultados a la primera-, Monsturos, S. A. (2001) o esa maravilla titulada Buscando a Nemo (2003), todas alentadas por lo que algunos llamarían “la moralina Disney” pero sin que nadie se la achacase (porque, como en tantos títulos citados, queda sepultada, matizada, disuelta en lo que verdaderamente importa, es decir, el espectáculo), desperdiciando buenas ideas por una ambición desmedida en ser esa “otra cosa” que algunos esperaban (así, a pesar del indudable taquillazo, ver con niños Los increíbles (2004) terminaba siendo un suplicio porque la película se perdía en vericuetos que la alargaban innecesariamente y reducían el ritmo, casi frenando en seco), más atentos a los cantos de sirena de la crítica que a las carcajadas del público, desprendiendo un tufillo prepotente y pretencioso que, por fortuna, quedó atrás en esa rara avis que es WALL.E (2008), cinta que sabía ganarse al público de todas las edades sin hacer ningún tipo de concesión, un prodigio que no ha sido superado.
   Y en estas llega Inside Out, que ha sido recibida desde el principio con todos los honores, que ha provocado elogios encendidos, que se ha analizado por todos sus ángulos, a la que se han buscado mil interpretaciones cuando, adoleciendo como otros títulos de la factoría de tener un brillante punto de partida que se estira demasiado (aunque, por fortuna, no es como Up (2009), un portentoso corto sin palabras de diez inolvidables minutos al que le sobra el resto), es, con la excepción de la muy divertida Brave (2012), el filme con menos ínfulas que ha entregado Pixar desde hace unos cuantos años (sin incluir en la nómina a Monstruos University (2013), simpática precuela a la que los palmeros habituales apenas dedicaron atención porque se supone que este tipo de productos comerciales no son dignos del revolucionario –dicho sin acritud- estudio). A través de emociones fácilmente reconocibles que cobran vida como personajes muy simpáticos, que crean empatía desde el primer momento, la película narra con acierto y mucha gracia cómo hemos de aprender (aunque nunca terminamos de hacerlo) a convivir con nuestros diferentes estados de ánimo, a equilibrarlos, a recurrir a todos, y lo hace con una estructura clásica de aventura, de peripecia, de viaje iniciático, explorando los vericuetos de nuestro interior, dando motivo para la sonrisa cómplice e incluso el reconocimiento avergonzado, sin que uno encuentre segundas lecturas, sin duda las hay (y siempre son válidas si están bien argumentadas), porque lo que prima es la historia en sí, cómo la alegría y la tristeza han de compartir espacio necesariamente, cómo es fantástico que haya factores que nos diferencien, cómo nadie es raro o ha de ser marginado porque posee características diferentes a las de la mayoría, mensajes bonitos y entrañables que uno extrae sin que se le impongan, mientras pasa un buen rato viendo la película (como es fácil comprobar, las líneas anteriores servirían para describir brevemente más de un filme salido de la Disney y eso no tiene por qué causar sonrojo o resultar incómodo).

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