TÍTULO ORIGINAL: Mission: Impossible - Rogue
Nation DIRECCIÓN: Christopher McQuarrie GUIÓN: Christopher McQuarrie, Drew
Pearce (basado en la serie de televisión creada por Bruce Geller) MÚSICA: Joe
Kraemer FOTOGRAFÍA: Robert Elswit MONTAJE: Eddie Hamilton REPARTO: Tom Cruise,
Jeremy Renner, Simon Pegg, Rebecca Ferguson, Ving Rhames, Sean Harris
Brian
De Palma, un cineasta capaz del virtuosismo más abracadabrante puesto al
servicio de la historia (convirtiéndolo en parte fundamental de lo que se
cuenta, precisamente por el modo en que lo hace), un creador de enorme
personalidad que sabe impregnarse de los clásicos y aportar su propia visión,
dejar su huella aprovechando (y reconociendo) los logros de otros, un esteta
que sabe combinar el preciosismo con el horror en simbiosis arrebatadora y
definidora de estilo -ahí están, por ejemplo, obras imperecederas e inimitables
como Carrie (1976), Fascinación (1976), Vestida para matar (1980) o Los
intocables de Elliot Ness (1987)-, es también culpable de algunos de los
pastiches más intragables y molestos de las últimas décadas, ejercicios de
estilo alambicados en los que sólo se muestra interesado por demostrar su
capacidad de metamorfosis, su indudable eclecticismo, su permanente
reinvención, sin atender a lo que cuenta, mareando al espectador, saturándole
de imágenes, distorsionando el discurso, forzando la maquinaria, crispando e
irritando –y, así, desperdició el material original de James Ellroy en la
decepcionante La dalia negra (2006),
dislocó y descolocó el vitriolo que destilaba La hoguera de las vanidades (1990) convirtiéndola en una parodia de
sí misma en lugar de respetar la ironía y rebaba de Tom Wolfe, se traicionó en
el tramo final en lo que hasta esos últimos minutos (sonrojantes e
inaceptables, estrambote indigno de lo que se estaba narrando, concesión a “los
de arriba”, a los biempensantes, a los que se suponía que quería incomodar pero
resultaba que no tanto) era una cinta vibrante titulada Redacted (2007), muy medida y sin dejarse llevar por la técnica,
por el formato, por lo meramente visual-. Y en medio de esta filmografía un
tanto errática, de repente, el de Nueva Jersey aceptó trasladar a la gran
pantalla un éxito televisivo que empezó a emitirse tres décadas antes –en concreto,
en 1966-, una de esas series con legiones de admiradores nostálgicos, una
adaptación a los nuevos tiempos pero respetando el espíritu lúdico y poco
aparatoso de una producción que se basaba en el ingenio, en los actores, en los
enigmas, en las atmósferas; así, Misión:
Imposible (1996) supuso una gratísima sorpresa, un soplo de aire fresco,
una victoria sobre otros productos similares apuntalada en el carisma de un
actor que siempre parece tenga que pedir perdón por poseerlo (y por ser un
intérprete de enjundia y versatilidad, por mucho que haya quien se lo siga
negando a estas alturas), un guión muy rápido que no se detenía más de lo
debido en explicaciones prolijas que tanto entorpecen y lastran el género en
pantalla (confiaba en las convenciones aceptadas, en el conocimiento previo del
público de este tipo de aventuras) y un director que jugaba sus cartas con
pericia y soltura para lograr algunas de las secuencias más escalofriantes
jamás vividas, auténticos hitos que se han convertido en históricos, momentos
en que hasta las moscas se detenían y los chavales dejaban su algarabía y
regocijo para contener el aliento.
Tom Cruise
vio el filón (como tantas veces, es otra de sus cualidades –no siempre acierta,
por supuesto, pero no deja pasar la oportunidad de proporcionar entretenimiento-)
y ha ido regresando cada cierto tiempo a lo que ya es una saga cinematográfica,
una franquicia que planta cara sin rubor a la del agente secreto más famoso del
mundo (ese con el que ya veremos qué sucede cuando el nuevo título por
estrenarse próximamente demuestre que, aunque Sam Mendes es un director
exquisito y de buen gusto, sin el sustento de Judi Dench como M, sin lo que
esta gran actriz aportaba y las carencias que su presencia cubría, el nuevo
Bond que ha supuesto Daniel Craig –en lo que a interpretación con matices se
refiere- no es más que el mismo personaje arquetípico al que dieron vida otros,
sin toda esa trascendencia que algunos han querido ver en lo que sigue siendo
una serie hueca y repetitiva); aunque llegar al quinto título supuso tener que
soportar la pirotecnia sin sentido ni freno de John Woo (una de esas grandes
promesas que nunca llegan a nada, artificioso y rocambolesco, saturando cada
fotograma de explosiones, estridencias y fogonazos) y la clamorosa decepción
que supuso el desembarco de J. J. Abrams (quien, por fortuna, parece haberse
encarrillado y graduado con honores en las lides cinematográficas gracias a Super 8 (2011) y su incorporación a otra
saga, la de Star Trek –y a la espera de saber qué ha hecho con la madre de
todas las sagas, es decir, Star Wars, en la que tantas esperanzas se tienen
depositadas-). Por fortuna, cuando todo hacía pensar que la deriva sería la
misma, Brad Bird regresó por los fueros de la primera entrega con Misión imposible: Protocolo fantasma (2011),
una película que no tenía ningún complejo en ser una de acción de las de
siempre, dibujando una trama fácil de seguir y aprovechando los lugares comunes
del género en su beneficio, consiguiendo una de las secuencias más vertiginosas
(en el sentido más literal del término) que puedan recordarse, de nuevo un
momento en que la sala abarrotada enmudecía y perdía la noción del tiempo, en
que todo el mundo se agarraba a la butaca para no caer, un prodigio de tempo
narrativo y sin recurrir a efectismos ni montaje precipitado, todo lo
contrario, mostrando los rostros de los actores, el escenario, todo lo que
dramáticamente aumentaba el interés y la empatía de los espectadores.
Y tal
vez queriendo dar la oportunidad definitiva a Christopher McQuarrie (guionista
de la fallida Valkiria (2008), adaptador
de una novela de Lee Child y director de la inane Jack Reacher (2012) y uno de los tres escritores de Al filo del mañana (2014), un libreto –inspirado
en una novela previa- que partía de una buena idea pero que no tenía un buen
desarrollo, perdiendo la novedad en los primeros minutos y llegando a agotar la
paciencia del público), Tom Cruise se puso en sus manos para la quinta aventura
de Ethan Hunt y el resultado, sin llegar a la cumbre alcanzada por De Palma,
está a la altura de lo conseguido en su revitalizante antecesora, perdiendo si
acaso un poco de fuelle en los últimos minutos, una persecución muy bien rodada
pero tal vez un tanto innecesaria o alargada porque anteriormente ha habido dos
clímax esplendorosos, dos momentos prodigiosos que dejan chiquito el tramo
final, (en realidad, tanto De Palma como Bird colocaban la mejor secuencia,
aquella por la que la película siempre será recordada, bastante antes del
colofón): el primero, con la Ópera de Viena como escenario, un claro homenaje
al maestro Hitchcock, un alarde de montaje preciso, controlando la tensión,
dando tiempo a que lo veamos todo, anticipemos movimientos, busquemos vías de
escape, nos mantengamos pegados a lo que sucede en pantalla; el segundo, casi
en silencio, en un tanque de agua, contando con la complicidad del espectador,
sucediendo lo que uno puede imaginar pero no en el momento en que se cree va a
pasar, haciéndonos contener la respiración por varias razones, narrando a la
vieja usanza, con brío y contención a partes iguales, sabiendo equilibrar,
demostrando que el oscarizado guionista de Sospechosos
habituales (1995) está en plena forma. Tom Cruise sabe reírse de sí mismo,
hacer su propia parodia con sutileza, como guiño al espectador, dejando clara
una vez más su maestría en las escenas de acción a las que (más allá de si las
filma él o recurre a dobles) dota de verismo, de humanidad, trasciende lo
esquemático y rutinario, crea un héroe que importa y preocupa; junto a él, una
competente Rebecca Ferguson, un sólido Jeremy Renner, la necesaria
participación de Ving Rhames y un Simon Pegg totalmente alejado de su tono
burlesco y cansino, de su sempiterno aire payasesco, una agradable diferencia
con respecto a cintas anteriores que el actor saca adelante con habilidad. Con las
cosas así, sólo queda desear y esperar una sexta entrega, por mucho que se haya
anunciado que aquí terminaría todo (a Cruise le queda sin duda cuerda para rato
–aunque no nos importa en absoluto que deje el género de acción un tanto de
lado para regalarnos alguna de esas interpretaciones dramáticas que siempre
minusvalorarán en determinados lugares pero que tantos admiradores tienen-).
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