miércoles, 4 de noviembre de 2015

"EL DESCONOCIDO": ¡APUNTEN ESTE NOMBRE!





DIRECCIÓN: Dani de la Torre GUIÓN: Alberto Marini MÚSICA: Manuel Riveiro FOTOGRAFÍA: Josu Incháustegui MONTAJE: Jorge Coira REPARTO: Luis Tosar, Javier Gutiérres, Elvira Mínguez, Fernando Cayo, Paula del Río, Marco Sanz

   El género del thriller no debe cifrarlo todo a un golpe de efecto final, a una sorpresa que deje al público con la boca abierta, a un colofón donde se dé la vuelta bruscamente a lo narrado hasta el momento, especialmente cuando esa revelación supone una traición al tono, a los planteamientos, al desarrollo seguido, o es una trampa que siembra más interrogantes de los ya existentes (y demuestra incoherencias o soluciones forzadas, no justificadas ni satisfactorias) o un intento por explicar lo inexplicable (y pretender que los espectadores comulguen con ruedas de molino); por otro lado, muchas películas que saben resolverse con cierto ingenio están planificadas tan en función de esa apoteosis que no soportan una segunda visión porque poco hay más allá de ese truco o abracadabra cuya efectividad se esfuma como las burbujas de cualquier bebida espumosa o en el mejor de los casos ve cómo su efervescencia pierde fuerza y cosquilleo. Sí, habrá quien diga que nadie rueda pensando en una segunda vez –bueno, ciertos pretenciosos sí aspiran a trascender, a perdurar, a la inmortalidad, a convertirse en clásicos (ellos ya se ven así)-, pero a lo que nos referimos aquí es a cómo muchas historias no ponen específicamente el foco en quién asesinó y por qué, conocer de antemano la identidad del culpable, la resolución de los hechos, no resta un ápice de interés a grandes clásicos del género, antes bien lo acentúa porque entonces uno puede comprobar el modo en que se ha construido el guión para confundirnos, despistarnos, saber guardar sus cartas jugando con honestidad, incluso hay películas que parten del conocimiento que el espectador tiene de lo que ha sucedido y la tensión viene dada por la propia investigación, la intriga está en si los personajes de la pantalla serán capaces de encontrar la solución y cómo lo harán.
   En El desconocido, la vibrante ópera prima de Dani de la Torre, lo más importante no es quién y por qué ha puesto una bomba en el coche del protagonista sino si será posible que éste y sus hijos (los tres pasajeros del vehículo) salgan ilesos o, por lo menos, con vida y cómo llevar a cabo ese rescate provocando los menores daños posibles. Alberto Marini (cuyos créditos anteriores no hacían albergar demasiadas esperanzas: aún está muy reciente la aburrida y desangelada Extinction (2015), fue también el autor de Mientras duermes (2011) y Para entrar a vivir (2006) –ésta última dentro de aquel imposible intento de resucitar las Historias para no dormir del gran Ibáñez Serrador, olvidando que lo mejor de las mismas era su realización, su escasa o nula truculencia, su sabiduría para insinuar y provocar escalofríos-, dos de los varios títulos que demuestran –al menos para el que suscribe- las pocas dotes de Jaume Balagueró para el género que le ha convertido en director de culto), el guionista del que se espera en breve (sobre todo en ciertos círculos) el estreno en salas comerciales de su debut en la dirección de largometrajes –Summer Camp- sabe concretar la historia y ceñirse a lo que sucede en el interior de un automóvil que se transforma en claustrofóbico, en asfixiante, en cárcel y puede que en ataúd, utilizando con pericia las voces a través del teléfono (especialmente la de ese desconocido que advierte, amenaza, manipula, exige), centrando la acción en esas personas que no pueden abandonar sus asientos a riesgo de que la bomba actúe tal y como le corresponde, y tan sólo pierde el paso cuando explica demasiado cómo se ha llegado a esta situación (es algo que se infiere fácilmente de los detalles que se van desgranando, es el magnífico aliento de la dolorosa realidad de ahora mismo, la inspiración que da alas a la mejor novela negra) y muy especialmente cuando hace visible a un personaje que funcionaba mucho mejor en ausencia (al margen de jugar a un maniqueísmo muy reduccionista y que, si se examina con lupa, pudiera decirse que un tanto manipulador, cuando no perverso –pero no analizaremos más para no anticipar lo que debe descubrirse durante la proyección-). Pero como el guión está muy bien estructurado y el debutante Dani de la Torre demuestra conocer a la perfección los resortes para crear suspense por acumulación, refrenando el posible desbarre, haciendo contener el aliento, inquietando y no sobresaltando sin que venga a cuento, pisando el acelerador lo meramente imprescindible para que veamos muy lejana la salida, esas pequeñas y mínimas rémoras apenas frenan el imparable avance de una cinta que, estupendamente rodada más allá de una fotografía demasiado contrastada, como sobreexpuesta, que difumina y resta las posibilidades de La Coruña como escenario natural (a destacar el minucioso trabajo en el montaje de Jorge Coira que consigue que siempre lo veamos todo, que no se pierda detalle, que potencia el factor humano por encima del impresionante despliegue técnico), se pone al servicio del entretenimiento de la audiencia sin ningún tipo de complejos (otros, léase Rodrigo Cortés en Buried (2010), optan por un ejercicio de estilo para lucirse ellos sin preocuparse de nada más que de acariciarse el ego y consiguen que un claustrofóbico como el que suscribe permanezca impasible ante la supuesta tortura a que es sometido el único protagonista, que no interese lo que sucede dentro del atáud –lo que vemos- ni lo que sucede fuera –algo, por cierto, que tampoco interesaba al director según él mismo declaró por mucho que fuese lo que utilizasen algunos para aplaudir la película, la que ellos se hicieron en la cabeza-).
   Luis Tosar se echa la película a la espalda, a los ojos, a las manos, se muestra vulnerable, sobrepasado, es capaz de dibujar un amplio arco emocional ofreciendo una de sus mejores interpretaciones (aunque para muchos no será tan lucida como la excesivamente alabada de Celda 211 (2009), donde tampoco era necesario tanto esfuerzo notorio puesto que se hubiese merendado igualmente a un Alberto Ammann sin sangre en las venas), apoyándose en un guión que utiliza las frases precisas y confía ciegamente en los intérpretes, quienes explican los vasos comunicantes y rotos en ese grupo familiar más con lo que no dicen que con sus palabras (es de justicia alabar el fantástico trabajo de Marco Sanz y muy especialmente de Laura del Río –no sabemos su edad, pero ojalá las patéticas restricciones de los Goya no le impidan ser candidata en la categoría de revelación y alzarse con el triunfo-, joven actriz que asume con una contundencia que deja con la boca abierta momentos de enorme tensión y complejidad dramática). Javier Gutiérrez, aunque parece haber abandonado su intensidad habitual y tan cargante después de su muy premiada y formidable interpretación en La isla mínima (2014), se muestra un tanto impregnado de la supuesta trascendencia de sus parlamentos y responde con exagerado e inverosímil hieratismo a la naturalidad agónica y frustrada de un (de nuevo) enorme Tosar. Fernando Cayo, con su efectividad habitual, con su generosidad de gran actor, aporta la veracidad marca de la casa, dice, hace y se mueve en el tono preciso, despliega su enorme oficio manteniéndose en un segundo plano para, simplemente (lo que no es sencillo aunque hecho por él lo parezca), servir la escena a sus compañeros, especialmente a una Elvira Mínguez impresionante que sólo necesita su aparición (¡Qué magnífica secuencia le regala Dani de la Torre!) para perfilar, dibujar y concretar cómo y quién es su personaje, transmitiendo sentimientos hasta de espaldas a la cámara, por el modo en que escudriña lo que hay a su alrededor, por cómo escupe palabras, por cómo las sopesa en otras ocasiones, por la manera en que coloca las manos, porque incluso podemos escuchar cómo trabaja su mente a velocidad de vértigo sacando conclusiones y desmontando ardides, porque en cada plano en que interviene nos olvidamos de que es una actriz, porque lo que hace supera todos los adjetivos encomiásticos que se nos ocurren, porque su interpretación es legendaria y pasa a los anales. Cuando uno vibra de esta manera con una película, cuando a uno se le graban detalles y frases con un solo visionado es porque se ha encontrado con un título que nunca va a olvidar y con un cineasta (sí, ya se le puede llamar así aunque éste sea su primer largometraje) del que espera volver a tener noticias muy pronto.

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