DIRECCIÓN: Dani de la Torre GUIÓN: Alberto
Marini MÚSICA: Manuel Riveiro FOTOGRAFÍA: Josu Incháustegui MONTAJE: Jorge
Coira REPARTO: Luis Tosar, Javier Gutiérres, Elvira Mínguez, Fernando Cayo,
Paula del Río, Marco Sanz
El
género del thriller no debe cifrarlo todo a un golpe de efecto final, a una
sorpresa que deje al público con la boca abierta, a un colofón donde se dé la
vuelta bruscamente a lo narrado hasta el momento, especialmente cuando esa
revelación supone una traición al tono, a los planteamientos, al desarrollo
seguido, o es una trampa que siembra más interrogantes de los ya existentes (y
demuestra incoherencias o soluciones forzadas, no justificadas ni
satisfactorias) o un intento por explicar lo inexplicable (y pretender que los
espectadores comulguen con ruedas de molino); por otro lado, muchas películas
que saben resolverse con cierto ingenio están planificadas tan en función de
esa apoteosis que no soportan una segunda visión porque poco hay más allá de
ese truco o abracadabra cuya efectividad se esfuma como las burbujas de
cualquier bebida espumosa o en el mejor de los casos ve cómo su efervescencia
pierde fuerza y cosquilleo. Sí, habrá quien diga que nadie rueda pensando en
una segunda vez –bueno, ciertos pretenciosos sí aspiran a trascender, a
perdurar, a la inmortalidad, a convertirse en clásicos (ellos ya se ven así)-,
pero a lo que nos referimos aquí es a cómo muchas historias no ponen específicamente
el foco en quién asesinó y por qué, conocer de antemano la identidad del
culpable, la resolución de los hechos, no resta un ápice de interés a grandes
clásicos del género, antes bien lo acentúa porque entonces uno puede comprobar
el modo en que se ha construido el guión para confundirnos, despistarnos, saber
guardar sus cartas jugando con honestidad, incluso hay películas que parten del
conocimiento que el espectador tiene de lo que ha sucedido y la tensión viene
dada por la propia investigación, la intriga está en si los personajes de la pantalla
serán capaces de encontrar la solución y cómo lo harán.
En El desconocido, la vibrante ópera prima de Dani de la Torre, lo más importante no
es quién y por qué ha puesto una bomba en el coche del protagonista sino si
será posible que éste y sus hijos (los tres pasajeros del vehículo) salgan
ilesos o, por lo menos, con vida y cómo llevar a cabo ese rescate provocando
los menores daños posibles. Alberto Marini (cuyos créditos anteriores no hacían
albergar demasiadas esperanzas: aún está muy reciente la aburrida y desangelada
Extinction (2015), fue también el
autor de Mientras duermes (2011) y Para entrar a vivir (2006) –ésta última
dentro de aquel imposible intento de resucitar las Historias para no dormir del gran Ibáñez Serrador, olvidando que lo
mejor de las mismas era su realización, su escasa o nula truculencia, su
sabiduría para insinuar y provocar escalofríos-, dos de los varios títulos que
demuestran –al menos para el que suscribe- las pocas dotes de Jaume Balagueró
para el género que le ha convertido en director de culto), el guionista del que
se espera en breve (sobre todo en ciertos círculos) el estreno en salas
comerciales de su debut en la dirección de largometrajes –Summer Camp- sabe concretar la historia y ceñirse a lo que sucede
en el interior de un automóvil que se transforma en claustrofóbico, en
asfixiante, en cárcel y puede que en ataúd, utilizando con pericia las voces a
través del teléfono (especialmente la de ese desconocido que advierte, amenaza,
manipula, exige), centrando la acción en esas personas que no pueden abandonar
sus asientos a riesgo de que la bomba actúe tal y como le corresponde, y tan
sólo pierde el paso cuando explica demasiado cómo se ha llegado a esta
situación (es algo que se infiere fácilmente de los detalles que se van
desgranando, es el magnífico aliento de la dolorosa realidad de ahora mismo, la
inspiración que da alas a la mejor novela negra) y muy especialmente cuando
hace visible a un personaje que funcionaba mucho mejor en ausencia (al margen
de jugar a un maniqueísmo muy reduccionista y que, si se examina con lupa,
pudiera decirse que un tanto manipulador, cuando no perverso –pero no
analizaremos más para no anticipar lo que debe descubrirse durante la
proyección-). Pero como el guión está muy bien estructurado y el debutante Dani
de la Torre demuestra conocer a la perfección los resortes para crear suspense
por acumulación, refrenando el posible desbarre, haciendo contener el aliento, inquietando
y no sobresaltando sin que venga a cuento, pisando el acelerador lo meramente
imprescindible para que veamos muy lejana la salida, esas pequeñas y mínimas
rémoras apenas frenan el imparable avance de una cinta que, estupendamente
rodada más allá de una fotografía demasiado contrastada, como sobreexpuesta, que
difumina y resta las posibilidades de La Coruña como escenario natural (a
destacar el minucioso trabajo en el montaje de Jorge Coira que consigue que
siempre lo veamos todo, que no se pierda detalle, que potencia el factor humano
por encima del impresionante despliegue técnico), se pone al servicio del
entretenimiento de la audiencia sin ningún tipo de complejos (otros, léase
Rodrigo Cortés en Buried (2010),
optan por un ejercicio de estilo para lucirse ellos sin preocuparse de nada más
que de acariciarse el ego y consiguen que un claustrofóbico como el que
suscribe permanezca impasible ante la supuesta tortura a que es sometido el
único protagonista, que no interese lo que sucede dentro del atáud –lo que
vemos- ni lo que sucede fuera –algo, por cierto, que tampoco interesaba al
director según él mismo declaró por mucho que fuese lo que utilizasen algunos
para aplaudir la película, la que ellos se hicieron en la cabeza-).
Luis
Tosar se echa la película a la espalda, a los ojos, a las manos, se muestra
vulnerable, sobrepasado, es capaz de dibujar un amplio arco emocional
ofreciendo una de sus mejores interpretaciones (aunque para muchos no será tan
lucida como la excesivamente alabada de Celda
211 (2009), donde tampoco era necesario tanto esfuerzo notorio puesto que
se hubiese merendado igualmente a un Alberto Ammann sin sangre en las venas),
apoyándose en un guión que utiliza las frases precisas y confía ciegamente en los
intérpretes, quienes explican los vasos comunicantes y rotos en ese grupo
familiar más con lo que no dicen que con sus palabras (es de justicia alabar el
fantástico trabajo de Marco Sanz y muy especialmente de Laura del Río –no sabemos
su edad, pero ojalá las patéticas restricciones de los Goya no le impidan ser
candidata en la categoría de revelación y alzarse con el triunfo-, joven actriz
que asume con una contundencia que deja con la boca abierta momentos de enorme
tensión y complejidad dramática). Javier Gutiérrez, aunque parece haber
abandonado su intensidad habitual y tan cargante después de su muy premiada y
formidable interpretación en La isla
mínima (2014), se muestra un tanto impregnado de la supuesta trascendencia
de sus parlamentos y responde con exagerado e inverosímil hieratismo a la
naturalidad agónica y frustrada de un (de nuevo) enorme Tosar. Fernando Cayo,
con su efectividad habitual, con su generosidad de gran actor, aporta la
veracidad marca de la casa, dice, hace y se mueve en el tono preciso, despliega
su enorme oficio manteniéndose en un segundo plano para, simplemente (lo que no
es sencillo aunque hecho por él lo parezca), servir la escena a sus compañeros,
especialmente a una Elvira Mínguez impresionante que sólo necesita su aparición
(¡Qué magnífica secuencia le regala Dani de la Torre!) para perfilar, dibujar y
concretar cómo y quién es su personaje, transmitiendo sentimientos hasta de
espaldas a la cámara, por el modo en que escudriña lo que hay a su alrededor,
por cómo escupe palabras, por cómo las sopesa en otras ocasiones, por la manera
en que coloca las manos, porque incluso podemos escuchar cómo trabaja su mente
a velocidad de vértigo sacando conclusiones y desmontando ardides, porque en
cada plano en que interviene nos olvidamos de que es una actriz, porque lo que
hace supera todos los adjetivos encomiásticos que se nos ocurren, porque su interpretación
es legendaria y pasa a los anales. Cuando uno vibra de esta manera con una
película, cuando a uno se le graban detalles y frases con un solo visionado es
porque se ha encontrado con un título que nunca va a olvidar y con un cineasta
(sí, ya se le puede llamar así aunque éste sea su primer largometraje) del que
espera volver a tener noticias muy pronto.
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