jueves, 12 de noviembre de 2015

"ISLA BONITA": FERNANDO COLOMO, ESE CHAVAL






DIRECCIÓN: Fernando Colomo GUIÓN: Fernando Colomo, Olivia Delcán, Miguel Ángel Furones MÚSICA: Fernando Furones FOTOGRAFÍA: Alfonso Sanz MONTAJE: María Lara REPARTO: Fernando Colomo, Olivia Delcán, Nuria Román, Miguel Ángel Furones, Lilian Caro, Lluís Marqués, Tim Bettermann

   “Un director nunca podrá competir contra sus películas anteriores, por eso tiene que ser joven siempre”, declaró Francis Ford Coppola en su reciente visita a Oviedo para recoger el Premio Princesa de Asturias de las Artes; y nadie podrá negar que, en lo estrictamente artesanal, en lo puramente creativo, en su pasión por seguir haciendo cine ha sido fiel a este precepto, puesto que se ha arruinado las veces que ha creído convenientes para sacar adelante aquellos proyectos en los que creía, empeñándose (en toda la polisemia de la palabra) más allá de lo exigible, poseído por el afán de conseguir la obra que soñaba, dejando en un momento dado de atender a la taquilla o a lo que el público esperaba de él, funcionando por impulso, por instinto, por huir de sí mismo (sin renegar de su filmografía, pero sin aprovecharse de los privilegios que podría tener gracias a algunos títulos de la misma). Sin embargo, el último cine de Coppola se caracteriza por una pretenciosidad y un componente filosófico-esotérico-grandilocuente que, por desgracia, entronca directamente con el modo en que muchos cineastas han encarado/encaran su ópera prima, como si no fuese a haber más oportunidades, queriendo soltar todo lo que llevan dentro, adoptando un estilo ampuloso, queriendo epatar en cada plano, con cada frase, enredados en el simbolismo, sin naturalidad ni personalidad (a fuerza de querer ser autor a toda costa), todo lo contrario a lo que, en realidad, sería una muestra de juventud, de inicio, de aprendizaje, de prueba, de titubeo (por mucho que haya talentos que desborden desde el principio y dejen en pañales a otros más experimentados, por mucha ambición que se tenga –si así se quiere, léase, por ejemplo, Orson Welles-, por experta que parezca la mano que dirige el asunto, se percibe el aire fresco, la novedad, lo intuitivo, la honestidad del creador). Y, por el contrario, con la humildad que siempre le ha caracterizado, renaciendo de sus cenizas, no dando nada por sabido y/o merecido, aligerando su equipaje, sin tener nada (más) que perder, redescubriendo su oficio, permanentemente enamorado del mismo, Fernando Colomo, a sus 69 años, se enfrenta a su crisis personal y profesional con energía, con impudicia sana, espoleando su creatividad, sacudiéndose el peso de la amargura y el conformismo con el declive (¡Ay, esos que justifican cualquier quiebra, error, despiste, mancha o deuda con el sambenito de la edad! ¡Qué dolor cuando se reprime o impide el desarrollo de una idea (en lo cotidiano o en lo trascendente) sólo porque quien la propone “ya es mayor” y se le ignora sin más contemplaciones –eso por no hablar de cuando ni tan siquiera se le da la oportunidad de exponer su proyecto-!), ofreciendo la película más vital y rabiosamente joven que pueda encontrarse en la cartelera, una obra libérrima y deliciosamente libertina, un trozo de vida recogido por su cámara en el que es maravilloso refugiarse, hipnotizado por unas imágenes que llegan prístinas, sin filtro, espontáneas, como si asistiésemos a ellas en tiempo real.
   Durante la proyección (en realidad, durante el viaje, sólo con la primera secuencia Colomo captura al espectador y éste se siente en Menorca, se impregna de la atmósfera, del bienestar que se respira –incluso aunque el conflicto estalle en esos compases iniciales-) fue inevitable evocar Los exiliados románticos de Jonás Trueba, ese filme falsario en que todo resulta impostado, reelaborado y vuelto a reelaborar, pensado para deslumbrar, pendiente de satisfacer los anhelos intelectuales de su director y de ese público elitista al que busca como interlocutor (podrían citarse otros muchos títulos, pero éste aún queda demasiado cercano y su autor tiene tan sólo 34 años, lo que sirve como ejemplo vivo de cómo una cosa es la edad que figura en nuestra documentación y otra bien distinta el poco o mucho caso que le hacemos, permitiendo que sea un obstáculo y no una fuente de experiencia –y, por lo tanto, de sabiduría-); en un ejercicio muy valiente e inmensamente honrado, Colomo se despoja de cualquier intención moralizante, de cualquier lastre depresivo, del más mínimo atisbo de regodeo en su miseria, incluso se olvida de sí porque a quien vemos en pantalla es al Fernando personaje (sí, cineasta en horas bajas, arruinado, separado, pero a buen seguro habrá muchos espectadores que no tengan ni idea de su situación personal y no sabrán qué es ficción y qué realidad, como en realidad no lo sabemos ninguno puesto que Isla bonita las combina magistralmente con un encanto y una sencillez que nos impiden hacernos preguntas o estar más pendientes de lo que sería un mero cotilleo: lo que importa es lo que está sucediendo delante de nuestros ojos, esos retazos de vida tan reconocibles, tan verosímiles, tan sinceros, tan naturales, tan vívidos y vividos). Sin ínfulas ni histrionismos, con la complicidad de un grupo de personas (cuesta llamarlos actores en el sentido de que no se nota que interpretan, diríase que están siendo ellos, da igual que haya habido doscientos ensayos como ninguno, esas conversaciones a base de frases inconclusas, monosílabos, miradas, un código restringido que no deja al espectador –antes al contrario, es lo que le involucra y le hace partícipe, parece que conoce a todos desde hace mucho tiempo, hasta los silencios comunican como lo hacen tantas veces en nuestro día a día-), revelándose él mismo como un actor (venga, lo llamaremos así para entendernos y porque, a pesar de no tener pudor en exponerse, lo hace camuflado en parte en un publicista que intenta reciclarse en documentalista), Colomo, decíamos, se descubre como un actor que sabe empatizar en todo momento, en sus anhelos donjuanescos, en su permanente asombro, en su cómica pesadumbre, en su falta de complejos, en su causticidad inocente, en su humildad a ratos mal entendida que le lleva a humillarse o anularse delante de los demás, logrando una creación a la que, al no vérsele el truco por ningún sitio, casi podríamos considerar un espléndido autorretrato al natural.
   Isla bonita es un insospechado regalo que nos devuelve e incluso engrandece al cineasta que, con toda justicia, ha quedado como uno de los más certeros cronistas de aquella generación que intentaba encontrar su lugar en el mundo mientras las cosas cambiaban a velocidad de vértigo en un país atrasado, gris y mortecino (es decir, España), una época que, con aciertos y desaciertos, con títulos más afortunados que otros, se comprende un poco mejor cuando se revisan Tigres de papel (1977), ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? (1979), Estoy en crisis (1982) o La vida alegre (1987); estamos ante una cinta desprejuiciada que acepta su intrascendencia, su falta de ambición, su tono bajo (por callado, por musitado, por susurrado), y es gracias a estas apoyaturas como puede alzar el vuelo con esa elegancia que se no se nota, sin darse importancia, pero calando muy hondo porque va directa a las emociones del espectador sin necesitar de discursos barrocos o argumentaciones teóricas. Como ya se dijo, las gentes que se asoman a la pantalla son reconocibles en sus titubeos, en su incapacidad para explicarse, en las frases que no saben cómo terminar, en las bromas que se gastan, en los abrazos que se dan (o dejan de darse), en las risas compartidas, en los reproches que se hacen, en el fantástico trabajo que desarrollan Olivia Delcán, Miguel Ángel Furones, Nuria Román, Lilian Caro, Tim Bettermann y Lluís Marqués porque, hagamos hincapié en ello, no se les nota, esto sí es la vida en directo, sin maquillaje, sin truco, sin guión, sin artificios, sólo porque, demostrando lo bien que conoce su oficio, Fernando Colomo se ha desprendido de los anclajes para oxigenarse, revitalizarse y relativizarse (un ejercicio muy recomendable: no podemos tomarnos en serio todo el rato), dejar que la sangre bombeé el corazón como si fuese la primera vez, reivindicarse como joven, no negarse posibilidades y ha sido inmensamente generoso al compartirlo con los demás.  

2 comentarios:

  1. Las 10 mejores películas de Fernando Colomo en
    http://canonmovies.blogspot.com.es/2015/11/fernando-colomo-top-10-films.html

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