DIRECCIÓN: Fernando Colomo GUIÓN: Fernando
Colomo, Olivia Delcán, Miguel Ángel Furones MÚSICA: Fernando Furones
FOTOGRAFÍA: Alfonso Sanz MONTAJE: María Lara REPARTO: Fernando Colomo, Olivia
Delcán, Nuria Román, Miguel Ángel Furones, Lilian Caro, Lluís Marqués, Tim
Bettermann
“Un
director nunca podrá competir contra sus películas anteriores, por eso tiene
que ser joven siempre”, declaró Francis Ford Coppola en su reciente visita a
Oviedo para recoger el Premio Princesa de Asturias de las Artes; y nadie podrá
negar que, en lo estrictamente artesanal, en lo puramente creativo, en su
pasión por seguir haciendo cine ha sido fiel a este precepto, puesto que se ha
arruinado las veces que ha creído convenientes para sacar adelante aquellos
proyectos en los que creía, empeñándose (en toda la polisemia de la palabra)
más allá de lo exigible, poseído por el afán de conseguir la obra que soñaba,
dejando en un momento dado de atender a la taquilla o a lo que el público esperaba
de él, funcionando por impulso, por instinto, por huir de sí mismo (sin renegar
de su filmografía, pero sin aprovecharse de los privilegios que podría tener
gracias a algunos títulos de la misma). Sin embargo, el último cine de Coppola
se caracteriza por una pretenciosidad y un componente
filosófico-esotérico-grandilocuente que, por desgracia, entronca directamente
con el modo en que muchos cineastas han encarado/encaran su ópera prima, como
si no fuese a haber más oportunidades, queriendo soltar todo lo que llevan
dentro, adoptando un estilo ampuloso, queriendo epatar en cada plano, con cada
frase, enredados en el simbolismo, sin naturalidad ni personalidad (a fuerza de
querer ser autor a toda costa), todo lo contrario a lo que, en realidad, sería
una muestra de juventud, de inicio, de aprendizaje, de prueba, de titubeo (por
mucho que haya talentos que desborden desde el principio y dejen en pañales a
otros más experimentados, por mucha ambición que se tenga –si así se quiere,
léase, por ejemplo, Orson Welles-, por experta que parezca la mano que dirige
el asunto, se percibe el aire fresco, la novedad, lo intuitivo, la honestidad
del creador). Y, por el contrario, con la humildad que siempre le ha
caracterizado, renaciendo de sus cenizas, no dando nada por sabido y/o
merecido, aligerando su equipaje, sin tener nada (más) que perder,
redescubriendo su oficio, permanentemente enamorado del mismo, Fernando Colomo,
a sus 69 años, se enfrenta a su crisis personal y profesional con energía, con
impudicia sana, espoleando su creatividad, sacudiéndose el peso de la amargura
y el conformismo con el declive (¡Ay, esos que justifican cualquier quiebra,
error, despiste, mancha o deuda con el sambenito de la edad! ¡Qué dolor cuando
se reprime o impide el desarrollo de una idea (en lo cotidiano o en lo
trascendente) sólo porque quien la propone “ya es mayor” y se le ignora sin más
contemplaciones –eso por no hablar de cuando ni tan siquiera se le da la oportunidad
de exponer su proyecto-!), ofreciendo la película más vital y rabiosamente
joven que pueda encontrarse en la cartelera, una obra libérrima y
deliciosamente libertina, un trozo de vida recogido por su cámara en el que es
maravilloso refugiarse, hipnotizado por unas imágenes que llegan prístinas, sin
filtro, espontáneas, como si asistiésemos a ellas en tiempo real.
Durante la proyección (en realidad, durante el viaje, sólo con la
primera secuencia Colomo captura al espectador y éste se siente en Menorca, se
impregna de la atmósfera, del bienestar que se respira –incluso aunque el
conflicto estalle en esos compases iniciales-) fue inevitable evocar Los exiliados románticos de Jonás
Trueba, ese filme falsario en que todo resulta impostado, reelaborado y vuelto
a reelaborar, pensado para deslumbrar, pendiente de satisfacer los anhelos
intelectuales de su director y de ese público elitista al que busca como interlocutor
(podrían citarse otros muchos títulos, pero éste aún queda demasiado cercano y
su autor tiene tan sólo 34 años, lo que sirve como ejemplo vivo de cómo una
cosa es la edad que figura en nuestra documentación y otra bien distinta el
poco o mucho caso que le hacemos, permitiendo que sea un obstáculo y no una
fuente de experiencia –y, por lo tanto, de sabiduría-); en un ejercicio muy
valiente e inmensamente honrado, Colomo se despoja de cualquier intención
moralizante, de cualquier lastre depresivo, del más mínimo atisbo de regodeo en
su miseria, incluso se olvida de sí porque a quien vemos en pantalla es al
Fernando personaje (sí, cineasta en horas bajas, arruinado, separado, pero a
buen seguro habrá muchos espectadores que no tengan ni idea de su situación
personal y no sabrán qué es ficción y qué realidad, como en realidad no lo
sabemos ninguno puesto que Isla bonita las
combina magistralmente con un encanto y una sencillez que nos impiden hacernos
preguntas o estar más pendientes de lo que sería un mero cotilleo: lo que
importa es lo que está sucediendo delante de nuestros ojos, esos retazos de
vida tan reconocibles, tan verosímiles, tan sinceros, tan naturales, tan
vívidos y vividos). Sin ínfulas ni histrionismos, con la complicidad de un
grupo de personas (cuesta llamarlos actores en el sentido de que no se nota que
interpretan, diríase que están siendo ellos, da igual que haya habido
doscientos ensayos como ninguno, esas conversaciones a base de frases
inconclusas, monosílabos, miradas, un código restringido que no deja al
espectador –antes al contrario, es lo que le involucra y le hace partícipe,
parece que conoce a todos desde hace mucho tiempo, hasta los silencios
comunican como lo hacen tantas veces en nuestro día a día-), revelándose él
mismo como un actor (venga, lo llamaremos así para entendernos y porque, a
pesar de no tener pudor en exponerse, lo hace camuflado en parte en un
publicista que intenta reciclarse en documentalista), Colomo, decíamos, se descubre
como un actor que sabe empatizar en todo momento, en sus anhelos donjuanescos,
en su permanente asombro, en su cómica pesadumbre, en su falta de complejos, en
su causticidad inocente, en su humildad a ratos mal entendida que le lleva a
humillarse o anularse delante de los demás, logrando una creación a la que, al
no vérsele el truco por ningún sitio, casi podríamos considerar un espléndido
autorretrato al natural.
Isla bonita es un insospechado regalo
que nos devuelve e incluso engrandece al cineasta que, con toda justicia, ha
quedado como uno de los más certeros cronistas de aquella generación que
intentaba encontrar su lugar en el mundo mientras las cosas cambiaban a
velocidad de vértigo en un país atrasado, gris y mortecino (es decir, España),
una época que, con aciertos y desaciertos, con títulos más afortunados que
otros, se comprende un poco mejor cuando se revisan Tigres de papel (1977), ¿Qué
hace una chica como tú en un sitio como éste? (1979), Estoy en crisis (1982) o La
vida alegre (1987); estamos ante una cinta desprejuiciada que acepta su
intrascendencia, su falta de ambición, su tono bajo (por callado, por musitado,
por susurrado), y es gracias a estas apoyaturas como puede alzar el vuelo con
esa elegancia que se no se nota, sin darse importancia, pero calando muy hondo
porque va directa a las emociones del espectador sin necesitar de discursos
barrocos o argumentaciones teóricas. Como ya se dijo, las gentes que se asoman
a la pantalla son reconocibles en sus titubeos, en su incapacidad para
explicarse, en las frases que no saben cómo terminar, en las bromas que se
gastan, en los abrazos que se dan (o dejan de darse), en las risas compartidas,
en los reproches que se hacen, en el fantástico trabajo que desarrollan Olivia
Delcán, Miguel Ángel Furones, Nuria Román, Lilian Caro, Tim Bettermann y Lluís
Marqués porque, hagamos hincapié en ello, no se les nota, esto sí es la vida en
directo, sin maquillaje, sin truco, sin guión, sin artificios, sólo porque,
demostrando lo bien que conoce su oficio, Fernando Colomo se ha desprendido de
los anclajes para oxigenarse, revitalizarse y relativizarse (un ejercicio muy
recomendable: no podemos tomarnos en serio todo el rato), dejar que la sangre
bombeé el corazón como si fuese la primera vez, reivindicarse como joven, no negarse
posibilidades y ha sido inmensamente generoso al compartirlo con los demás.
Las 10 mejores películas de Fernando Colomo en
ResponderEliminarhttp://canonmovies.blogspot.com.es/2015/11/fernando-colomo-top-10-films.html
¡Gracias por el enlace!
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