TÍTULO ORIGINAL: Sinister 2 DIRECCIÓN: Ciarán Foy GUIÓN: Scott
Derrickson, C. Robert Cargill MÚSICA: tomandandy FOTOGRAFÍA: Amy Vincent
MONTAJE: Timothy Alverson, Ken Blackwell, Michael Trent REPARTO: James Ransome,
Shannyn Sossamon, Robert Daniel Sloan, Dartanian Sloan, Lea Coco, Tate
Ellington
Más
allá del eterno adagio que generaliza (como tantos) el hecho de que las segundas
partes no pueden ser buenas simplemente por ser tales (es la frase hecha, lo
dejaremos ahí, pero cuánto hay que matizar –por no ir más allá tampoco- sobre
aquellos que afirman que una película es “buena” o “mala” y ni explican sus
razones para tal consideración ni tan siquiera demuestran el tipo de ciencia
infusa que les atribuye la potestad de establecer semejante clasificación –más allá
del “porque lo digo yo, que soy muy listo”-), lo cierto es que la
predisposición ante la continuación de aquello que nos gustó es ambivalente
porque, por un lado (y volviendo al terreno de lo consensuado como cierto –aunque
en este caso es la experiencia personal la que motiva y dota de pertinencia a
la cita-), sabemos que volver a sentir los placeres que provocó el
descubrimiento de algo es tarea ímproba, que nada volverá a ser igual, que la
felicidad no es tan fácil de recuperar (y sobre todo de revivir: la mayoría de
las veces hemos de conformarnos con un triste remedo que, a la larga, provoca
una melancolía más aguda que la sentida en un primer momento) y, por otro,
incurriendo de nuevo en una generalización que la taquilla se empeña en
demostrar temporada tras temporada, el público se pirra por volver a ver la
misma historia, se presupone y confirma que no gusta de excesivas sorpresas,
que no acepta innovaciones que no haya refrendado con anterioridad (sí, suena
raro, contradictorio, incluso imposible, pero ya sabemos cómo es el asunto de
los friquis –dicho con todo el cariño: un servidor confiesa sin sonrojo serlo en
multitud de casos-, potenciado a la enésima potencia con los foros, las redes
sociales, las páginas de comentarios de noticias y mil opciones más que ponen
en valor lo que antes no salía del ámbito doméstico o del grupo de amigos, las
demandas que los creadores –y las productoras de ocio, el negocio del
espectáculo- atienden hasta límites ridículos, llegando a ponerse en contra de
su propia obra, traicionándola, decepcionando en última instancia a propios y
extraños); es decir, que los que reclaman/anhelan/exigen una segunda parte suelen
ser los mismos que la dinamitan de antemano, aunque hay muchas excepciones, por
supuesto, y en general triunfa la primera opción (queremos ver la película
aunque sea para indignarnos), de ahí que gran parte de lo que oferta la
cartelera sean continuaciones, remakes, precuelas y otras variantes que suponen
partir de lo ya visto, de lo que tuvo éxito, de lo que rindió beneficios en
taquilla.
Sinister (2012) supuso en su momento una
agradable sorpresa porque, haciendo olvidar su decepcionante El exorcismo de Emily Rose (2005) –excesivamente
aplaudida para el que suscribe- y su aburrida Ultimátum a la Tierra (2008) –nos quedaremos con ese adjetivo,
aunque eso suponga ser excesivamente benévolo con quien cometió semejante
infamia con uno de los títulos que ha concedido merecida inmortalidad al
estupendo Robert Wise-, Scott Derrickson nos presentó una cinta de terror muy
respetuosa con los parámetros clásicos, tomándose su tiempo para el desarrollo,
creando atmósfera, graduando la tensión e integrándola en lo cotidiano (lo que
aún atemoriza más) al modo en que lo hacían esos clásicos de la década de los
70 del siglo XX que aguantan con firmeza el paso del tiempo e incluso refuerzan
sus virtudes. Para abordar la inevitable continuación (algo casi obligatorio
cuando nos movemos en el género del terror y la película goza de éxito),
Derrickson ha decidido ceder su sitio tras la cámara a Ciarán Foym autor de
varios cortometrajes y Citadel (2013),
un largometraje inédito en las pantallas españolas –tal vez se vio en algún
festival, muestra o congreso, pero no consta que haya sido estrenado
comercialmente-, aunque firma el guión de la misma junto a C. Robert Cargill,
como ya hiciese en la primera entrega, consiguiendo de esta manera que la
historia no traicione ni eche por tierra lo conseguido hace tres años. En lugar
de plegarse a las convenciones más estereotipadas y excesivas o de dejarse
llevar por la tentación de eso que podría denominarse “el aburrimiento del
guionista” (enfermedad especialmente virulenta en el audiovisual televisivo que
a veces sólo precisa de una segunda temporada para hacer su aparición y
devastar inconteniblemente lo que hasta ese momento era un disfrute),
Derrickson y Cargill mantienen las esencias y los aciertos de Sinister, sin recurrir a lo truculento o
excesivamente gráfico, sin necesidad de derrochar litros de sangre, mostrando
las escenas más horripilantes y desasosegantes en las películas de Súper 8 que
siguen siendo elemento central, sin incorporar elementos innecesarios que
distorsionen o varíen el devenir de lo narrado, sin sorpresas forzadas ni
absurdas (algo muy agradecer especialmente en el modo natural en que el filme
actual encaja con el anterior sin resultar redundante para el que lo conoce ni
incomprensible para el que llegue de nuevas), perdiendo inevitablemente
capacidad de sobresalto e inquietud, pero conservando buenas dosis de ese
escalofrío que uno siente nacer poco a poco, de ese nerviosismo que, aunque
algo refrenado, todavía van destilando unas imágenes de las que uno no tiene
claro qué esperar (hay un par de momentos en que el sobresalto es inevitable
porque ni la causa del mismo aparece por el lugar que se considera obvio y
porque, sencillamente, lo que sucede lo hace sin música estruendosa, sin efectismos,
tan sólo ocurre), utilizando con tiento y eficacia escenarios y situaciones
conocidos, jugando con el conocimiento previo del público (no sólo del primer Sinister sino del propio género) para
conseguir su rápida implicación con lo que sucede.
James
Ransome retoma el personaje que incorporó en la anterior entrega para servir
como nexo de unión aunque éste ya viene dado por el asunto central, por lo que
quedó sin resolver, por esos puntos suspensivos que son seña de identidad de
casi cualquier título que quiera hacer sentir miedo más allá de pensar en
posibles sagas o no; pero lo importante no es el dibujo de personajes, la
película, al igual que su predecesora, no busca justificaciones ni
trascendencias que no vienen al caso, no intenta darse aires de lo que no es,
los protagonistas son meras excusas (podrían ser de un modo u otro: sólo se
definen en función de lo que conviene a los intereses de los creadores para
provocar las emociones que buscan en los espectadores), aunque las zonas que
pueden quedar oscuras para el que no conozca lo anterior ayudan a que la
atmósfera aún se enrarezca más, a que puedan surgir dudas, a que no se tenga
todo claro –e incluso el que vio Sinister
se replantea algunas cosas, en parte temiendo que el guión tergiverse o
ignore lo sucedido y en ese sentido juega limpio y con coherencia, ofreciendo
una segunda parte que, sin alcanzar el estimulante nivel conseguido por la
primera, no desmerece ni engaña-.
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