La presente edición de los Oscar pasará a la
historia como la de la polémica racial, por más que todos los años surjan voces
exigiendo, demandando, quejándose, acusando de racismo a la vieja institución
en la que cada profesional vota en su categoría; si bien es cierto que la
Academia suele expresar un sentir bastante alejado de las minorías y con
tendencia a un voto cuando menos conservador (por no decir reaccionario),
lamentos del calibre del alcanzado este año no son de recibo porque, en
realidad, quitan importancia y pertinencia a los que ya han sido bendecidos con
una estatuilla dorada o puedan ser galardonados en próximas ocasiones
(recordemos, por ejemplo, al patético Chris Rock -quien, para colmo, vuelve a
ser el maestro de ceremonias de la gala de entrega: le ponen en bandeja la
posibilidad de hacer el numerito- cuando afirmó que robaría un Oscar para Jamie
Foxx si éste no lo obtenía, tal y como estaba previsto y como sucedió, por su
encarnación de Ray Charles -no se trataba, por lo tanto, de considerarle el
mejor del año, sino de que tenía que ser premiado fuese como fuese- o a Denzel
Washington minusvalorar a sus contendientes -y a él mismo- el año en que era
candidato por Huracán Carter (1999) y
todo lo redujo a una cuestión de cuotas y color de piel). Sea como sea, es
cuestión de gustos y/o preferencias, cada quien echará en falta a alguien o
considerará indigno de nominación a alguno de los elegidos, nos dejemos llevar
por filias y fobias o atendiendo exclusivamente al juicio que nos merece cada
interpretación en concreto (y eso es lo que vamos a intentar desgranar a
continuación).
INTERPRETACIÓN MASCULINA
PROTAGONISTA
-BRIAN CRANSTON POR TRUMBO:
Una interpretación muy medida y nada
afectada en una película que sabe recrear y evocar la época en que transcurre,
es decir, que huele al mejor cine clásico, alejada de grandilocuencias o
énfasis, dejando que los hechos y los personajes expliquen su peripecia, sin
enfatizar su mensaje con una mirada contemporánea que haga perder fuerza a la
historia en sí misma, esa que a Hollywood no le gusta recordar y que jamás
merece su atención más allá de candidaturas representativas como ésta. La
vergonzosa “caza de brujas” a cargo del tristemente famoso senador Joseph Mc
Carthy contada a través del calvario sufrido por Dalton Trumbo, autor de la
novela Johnny cogió su fusil (cuya
adaptación cinematográfica firmaría y dirigiría en 1971), guionista de Vacaciones en Roma (1953), El Bravo (1956) o Espartaco (1960), al que Cranston da vida con eficacia y solvencia,
rebajando tonos para transmitir desde un hieratismo a ratos doloroso por el
tormento que oculta, espléndidamente secundado por Michael Stuhlbarg (aunque no
se parezca físicamente a Edward G. Robinson lo hace creíble), Diane Lane, Elle
Fanning y una Helen Mirren que hubiese merecido alguna secuencia más y una nominación
como secundaria por su prodigiosa encarnación de ese ser venenoso llamado Hedda
Hopper, permanentemente tocado por algún sombrero aparatoso.
-MATT DAMON POR MARTE:
Aunque el guión le ayude muy poco porque
prima la peripecia por encima de las emociones y evolución del personaje, Damon
despliega su encanto y carisma, aliviando con su presencia y sencillez
interpretativa el tono plúmbeo y solemne que se apodera de la película y que
Ridley Scott no trata de evitar. El actor deja un buen recuerdo, pero el filme
resulta tan cansino y poco vibrante que, a la larga, se va diluyendo y apenas
queda huella según pasa el tiempo.
-LEONARDO DICAPRIO POR EL RENACIDO:
Intérprete al que la Academia ha ninguneado
por sistema, todo apunta a que la vieja señora saldará su incuestionable deuda
-que, especialmente, tiene un título: Revolutionary
Road (2008)- dejándose llevar, como en tantas ocasiones, por lo exógeno,
por lo que no es sinónimo de una buena (o mala) interpretación, premiando el
esfuerzo, la entrega, lo aparatoso, las terribles condiciones en que se rodó la
película, el hecho de arrastrar una piel de oso que pesaba 50 kilos, las bajas
temperaturas experimentadas, el alarde físico, la exageración y rimbombancia
que caracteriza a Alejandro González Iñárritu.
-MICHAEL FASSBENDER POR STEVE
JOBS:
Con abracadabrante facilidad, trabajando con
su cuerpo y rostro, con su forma de hablar y moverse, Michael Fassbender
consigue hacer creíble su encarnación de Steve Jobs desde el primer momento,
por mucho que sólo en ocasiones (especialmente en el tramo final) se parezca a
él (y en esos momentos sin necesidad de un maquillaje exagerado, de una
caracterización extrema, sino desde la verdad de un intérprete que aprovecha
sus virtudes y destierra sus vicios).
-EDDIE REDMAYNE POR LA
CHICA DANESA:
Para hacernos olvidar que Tom Hanks igualó
la hazaña de Spencer Tracy, Eddie Redmayne debería convertirse en el tercer
intérprete en lograr dos Oscar consecutivos. Después de su prodigiosa actuación
en La teoría del todo (2014), el
londinense derrocha exquisitez, contención, buen gusto, inteligencia y
sabiduría en un absoluto hito que debería estudiarse en las escuelas y por
cualquiera que aspire a ponerse delante de las cámaras. Todo en La chica danesa es digno de elogio y
aplauso, especialmente el modo en que Redmayne, sin manierismos, con sumo
comedimiento, en permanente equilibrio, destila encanto, subyuga con un trabajo
de auténtico orfebre, conmueve e hipnotiza a partes iguales.
INTERPRETACIÓN MASCULINA SECUNDARIA
-CHRISTIAN BALE POR LA
GRAN APUESTA:
Premiado por un esfuerzo físico casi al
límite -The Fighter (2010)-, campeón
del disfraz, la mueca, lo ostentoso, Bale regresa a las candidaturas al Oscar
con otro de esos alardes que algunos siguen empeñados en considerar
interpretación y que tan buen resultado le dan (al menos a nivel crítico). Haciendo
en cada secuencia todo su repertorio de carantoñas y grititos, desplegando sin
cesar sus supuestos recursos, fatiga y enerva casi tanto como la propia
película (una clase de Economía de difícil comprensión, un código sólo al
alcance de los iniciados).
-TOM HARDY POR EL
RENACIDO:
Una grata sorpresa, un nombre con el que no
se contaba en las quinielas, un merecido reconocimiento, puesto que, como en
tantas ocasiones, el antagonista es mucho más interesante que el protagonista y
porque, más allá del continuo esfuerzo exigido (con Iñárritu nada puede ser o
parecer mínimamente relajado o natural), Tom Hardy (al igual que Domhnall Gleeson,
ese actor que, calladamente, se está convirtiendo en imprescindible) sí puede
construir un personaje, imprimir emociones, inquietar al espectador.
-MARK RUFFALO POR SPOTLIGHT:
Intérprete versátil y siempre efectivo,
Ruffalo suele tener escasa fortuna con sus candidaturas al Oscar, puesto que le
han llegado por apariciones de poco fuste -Los
chicos están bien (2010) y Foxcatcher
(2014)-. En esta ocasión se cuela en la final por un trabajo muy bien
acabado y medido, pero en una película que no propicia el lucimiento de sus
espléndidos intérpretes, puesto que lo que importa es aquello que están
investigando, los obstáculos que deben superar, las continuas zancadillas, la
ocultación de datos, uno de los mejores títulos del año, en gran parte por
evitar cualquier interferencia que pueda distorsionar u opacar lo que realmente
importa: la historia. Pero la generosidad de su elenco, ese saber ponerse al
servicio de lo narrado, la credibilidad que destila en todo momento, ese actuar
sin que se note, esa sutileza es digna de encomio y no suele ser recompensada,
de ahí que guste encontrarse a Mark Ruffalo en este listado.
-MARK RYLANCE POR EL
PUENTE DE LOS ESPÍAS:
En un filme insólitamente frío, una película
sin alma prisionera de un guión de los hermanos Coen que no saca ningún partido
a lo narrado, Mark Rylance supone un vendaval de humanidad, trabajando casi
desde las esquinas de la pantalla, dibujando con brío su personaje con un par
de miradas y un hieratismo que es su mejor herramienta de trabajo (una
magnífica prueba de ello puede encontrarse en Wolf Hall, la miniserie en la que se convierte en Thomas Cromwell
con prodigiosa verosimilitud). Cualquiera de sus apariciones devuelve el
interés a la pantalla, fruto de su interpretación no de las situaciones
planteadas y desarrolladas del modo más plano y menos vibrante.
-SYLVESTER STALLONE POR CREED:
Recibido en su día como “el nuevo Marlon
Brando”, candidato a premios por su interpretación en Rocky (1976) -galardonado con el David di Donatello, empatando con
el Dustin Hoffman de Marathon Man (1976)
como mejor actor extranjero-, también por la autoría del guión, Stallone
reverdece laureles y pone a la crítica a sus pies recuperando el personaje que
le diese fama mundial antes de que llegase John Rambo: Rocky Balboa. Sin querer
demostrar nada, sin alharacas, sin vender ninguna moto (no se le puede negar
honestidad), Stallone acepta ser el segundo (aunque su presencia se impone) en
una película convencional, rodada mil veces, consecuencia fácil y obvia de
aquella que le encumbró (y a la que el tiempo no ha mejorado), poniendo su
aureola icónica por encima de una interpretación que no pasa de correcta,
aunque es lo más reseñable de un filme innecesariamente largo.
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