lunes, 10 de julio de 2017

PAQUITA RICO: ADIÓS, PRINCESITA HERMOSA






   Hay nombres que deberían estar más en boca de aquellos que se reconocen como amantes del cine, del teatro, del mundo del espectáculo; nombres que, aunque no hayan destacado en un género que se cuente entre nuestros favoritos, aunque parezcan muy lejanos y ajenos, aunque hayan caído en el olvido (injusticia que se agudiza cuando, como en este caso, la persona se retira/la retiran del foco, deja de trabajar sea por la razón que sea), aunque incluso los entendidos o el público que en su momento llenó salas de proyección, hizo largas colas, ovacionó y puede que llegase al delirio hayan optado por mirar hacia otro lado, nombres, decíamos, imprescindibles a la hora de escribir la historia y enumerar hitos, mitos y demás hechos memorables. Así, por ejemplo, sucede con Paquita Rico, ídolo indiscutible en la España de 1959, aquella en la que el estreno de ¿Dónde vas, Alfonso XII? fue todo un acontecimiento, título más fiel a lo que está documentado y sancionado por los eruditos que muchos de sus contemporáneos u otros tanto anteriores como posteriores, patrios y foráneos, en que se manipula, tergiversa, altera la Historia sin que la patrulla de El Ministerio del Tiempo intervenga para que no se transmita un error y se dé por bueno lo que es en muchos casos delirios de guionistas (o adoctrinamientos en toda la extensión de la palabra), mentiras que se toman (y venden) como verdades inapelables. Por eso, aunque todo empezó como una broma a una compañera, en su momento rubriqué lo que la propia artista reclamó/reivindicó en una entrega de los Goya en la que lució como lo que fue y siempre será: una estrella.


   Y el caso fue que, justo antes de empezar la gala, María José Sánchez Lerchundi entró a la sala de prensa y, antes de irse al set habitual que RNE montaba (y monta) para retransmitir el evento, mientras recogía sus aperos, dando por terminado el trabajo en la alfombra roja (en realidad, entrada de nominados e invitados), me dijo “bueno, pues ya han entrado todos” y no tuve otra que replicarle “¿También ha venido Paquita Rico?”, ella se murió de la risa, “hay que ver cómo eres: siempre de coña” y ahí quedó la cosa hasta que ocurrió lo que ha podido verse en el vídeo cuyo enlace aparece más arriba… y juro que fui el primer sorprendido, no sé por qué me vino su nombre a los labios, debe ser mi lado justiciero con estas gentes que tan vilipendiadas, criticadas, ninguneadas son por muchos que ni conocen su trayectoria ni saben nada sobre sus créditos, artistas que traspasaron fronteras y aportaron gloria a nuestro cine (mucho más, por cierto, que algunos que sí se han llevado un Goya de Honor para casita). Porque, años antes de que el fervor de la copla se apoderase del público, Paquita Rico había puesto patas arriba el Festival de Cannes gracias a Debla, la virgen gitana (1951).


   Y aunque no es cierto, como ella afirmaba y se jactaba, que arrebatase el título de mejor actriz del certamen a la mismísima Bette Davis de Eva al desnudo (1950), galardonada por su antológica Margo Channing, nadie puede negar que la premiaron con “la copa de la simpatía” (así lo afirma Diego Galán) y que un filme típicamente folclórico la encumbró en la meca del cine de autor, abatiendo prejuicios intelectuales e incluso políticos. Sin duda, fue su rostro bello, pizpireto, sin afectación ni rimbombancias el que, al igual que en España, le granjeó el favor de cualquiera que se sentase en la sala oscura para quedar hipnotizado por sus rasgos perfectos, por su elegante cascabeleo, por su serenidad, por una voz atiplada lo justo que sabía contar las canciones con acierto y gracejo.


   Y nos adentramos en El balcón de la Luna (1962), la única reunión en celuloide de las tres del “mi arma”, las rutilantes estrellas cuyos destinos manejó con mano firme y rigurosa Cesáreo González, quien acarició un triunfo sin precedentes con una película que se estrelló con estrépito, según Lola Flores por un empeño de la Rico que no desvelaremos para no destripar el argumento a quien no haya visto y se anime a revisar este documento impagable, donde las dos citadas y Carmen Sevilla (la que faltaba para completar el trío) fueron pioneras en lo que una década después harían Barbra Streisand y Ryan O´Neal cuando Peter Bogdanovich les proyectó La fiera de mi niña (1938) como preparación para el rodaje de ¿Qué me pasa, doctor? (1972): contar primeros planos, queriendo asegurarse de que, al menos, cada uno tendría el mismo número que el otro. Y, así, se dieron números tan delirantes como el de presentación de las tres, salpicado cada solo de la una con insertos innecesarios de las otras:


   Y es que ya se sabe que las folclóricas se quieren, se adoran, son comadres, hermanas, amigas leales, pero, a la hora de actuar, ¡los focos a mi persona! Y aunque no tiene una filmografía tan extensa como la de otras de la época (o contemporáneas, porque “su” época se extiende a lo largo de cerca de 50 años -en lo que a cine se refiere, aunque en los 70 y los 80 sólo rodase un título por década-), consiguió triunfos como Malvaloca (1954), una nueva versión de la popularísima obra de los Álvarez Quintero a la que, por supuesto, se le añadieron canciones.


   Y llegó el triunfo absoluto, la película que batió récords, la que se repuso años después con honores de estreno, la que supuso todo un acontecimiento la primera vez que se emitió por TVE, la ya mencionada ¿Dónde vas, Alfonso XII?, todo un ejemplo de cine colosal y regio (nunca mejor dicho), un espléndido trabajo de Luis César Amadori que transformó aquel idilio de amor que empezó a sonreír en el parque de los Montpensier en historia que, a pesar de conocer su triste desenlace, anegaba en lágrimas las rebosantes plateas de aquellos cines de tropecientas butacas, no puede negarse la evidencia del hito, la revolución que supuso, el asombro que aún provoca la cinta que abrió definitivamente las puertas del Olimpo a Paquita Rico (y también, por supuesto, a Vicente Parra -sin olvidar a una magnífica Mercedes Vecino como Isabel II, que se adueña de la función con poderío y magnificencia-).


   Y aunque el filme era una recreación histórica muy aceptable y ciertamente respetuosa con lo que hoy en día se sigue dando por bueno y confirmando por estudiosos (dando, por ejemplo, sopas con honda al almíbar insufrible de las películas sobre Sissi que protagonizó Romy Schneider) y, por lo tanto, no había coplas con las que detener la acción y permitir lucirse a la estrella (que aquí demostraba sus buenos oficios como actriz), con el tiempo, inevitablemente, Romance de la Reina Mercedes se convirtió en canción imprescindible (o casi) en toda aparición televisiva de Paquita Rico que se preciase:


   Y cuentan los que fueron testigos de ello que Paquita podría haber encauzado su carrera a partir de la vena dramática que el maestro Tamayo supo explotar cuando la dirigió en Bodas de sangre en el Bellas Artes de Madrid allá por 1962, pero parece que ciertas reticencias, tantos sambenitos como gustan colgarse en este país, clichés que aún se mantienen vigentes, su propia desubicación al abandonar el personaje que le había hecho popular, mil dimes y no sé cuántos diretes, el caso es que aquello quedó prácticamente como algo único, embarrancándola en la triste playa en que dejamos varadas a aquellas viejas glorias a las que se llama así con cierto retintín y hasta algo de mofa. Para colmo, quedará vinculada para siempre a aquella mesa camilla que Encarna Sánchez manejaba con mano de hierro para ser el azote de cualquiera que no se plegase a su dictadura u opinase algo diferente a lo que ella dictaminaba en sus homilías radiofónicas (no digamos si expresaban su disentir en público), aquel patio de vecindonas con Marujita Díaz como gallina más alborotadora, secuaz sin paliativos de la directora del espacio, donde, a pesar de todo, Paquita mantuvo en lo que pudo su proverbial elegancia, su buen gusto en el decir, su educación y señorío. Y hay mucho por ver y descubrir en las videotecas, a través de la red, programas enteros, galas, apariciones estelares, no se pierdan a Paquita Rico.

2 comentarios:

  1. Precioso Óscar. Y ese título que le va como anillo al dedo, porque fue tan delicada como una princesa, bellísima y al irse... provocó el adiós

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  2. ¿Cómo no robar el título al "Romance de la Reina Mercedes"?

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