Puede sorprender este homenaje en una página
que se supone centrada en el mundo del cine, puesto que este medio y Nati
Mistral nunca se entendieron demasiado bien (ella comentaba con su sorna
habitual que le guardaba un cierto resquemor porque “no me ha querido”), a
pesar de contar con un gran éxito como Currito
de la Cruz (1949) muy al comienzo de su carrera, pero como se trata de
glosar y aplaudir a las gentes del mundo del espectáculo,
Puede sorprender este homenaje en una página
que se supone centrada en el mundo del cine, puesto que este medio y Nati
Mistral nunca se entendieron demasiado bien (ella comentaba con su sorna
habitual que le guardaba un cierto resquemor porque “no me ha querido”), a
pesar de contar con un gran éxito como Currito
de la Cruz (1949) muy al comienzo de su carrera, pero como se trata de
glosar y aplaudir a las gentes del mundo del espectáculo, pocos y pocas lo
merecen como ella, animal de escenario por facultades, tronío, empaque,
grandeza, por pisar las tablas con contundencia de estrella, por su saber decir,
por sus manos, su voz, su sonrisa, su personalidad, por todo aquello que la
hace maestra (y así la calificaba y reconocía Paco Valladares delante de
Esperanza Roy al finalizar uno de sus espectáculos -aquel prodigio titulado La gracia que no quiso darme el cielo en
que recitaba, cantaba, interpretaba, rendía tributo a Cervantes, llenaba la
escena sin necesidad de micrófono-), única e irrepetible.
El programa anterior es toda una joya, hay
mucho que reivindicar y admirar en Cantares
(dejemos a un lado lo risible o carne de parodia que era Lauren Postigo,
reconozcámosle el mérito y empeño de hacer una antología del género en el
momento en que aún podían hacerlo los artífices del mismo), pero, por favor,
vayan derechitos al minuto 45 con 11 segundos y regálense esa Colasa de la
calle del Bastero (salida de Las de
Villadiego que estrenase la Gámez en 1933) que es una obra de arte cuando
Nati la acomete, la recrea, la hace suya, se regodea, se mece, ofrece la
mercancía, guiña el ojo, un plantón con mucha gracia le da al socio, consigue
una interpretación inimitable (y mira que la cantó veces, mira que siempre se
crecía, pero aquí llegó a la estratosfera). Y en ese mismo programa
encontrarán, por supuesto, su alucinante (no se me ocurre adjetivo más
propicio) inmersión, porque eso es lo que hace, en Profecía, el poema de Rafael de León que nadie dirá como ella
porque, mira que tenía talentos, pero lo que lograba cuando recitaba supera
cualquier calificativo (y el propio verbo).
Y ahí está, como tantas veces, sintiendo a
Lorca, dándole voz incluso cuando estaba prohibido, cuando se le tapaba, cuando
se le quería silenciar, lo mismo hizo, por ejemplo, con Valle-Inclán cuando se
colocó al frente del montaje de Divinas
palabras que sirvió al maestro Tamayo para inaugurar el Teatro Bellas Artes
en 1961 (y que ambos repondrían en el mismo escenario 25 años después); en lo
tocante al arte, Nati no hacía distingos, no sacaba a relucir su ideología ni
la de otros, eso formaba parte de la vida privada, de la que transcurría fuera
de los focos, no la ocultaba ni se callaba ante nada ni nadie, pero no la
utilizaba arteramente ni catequizaba cuando ejercía como artista (ni tampoco
cambió de rumbo ni intentó justificarse ni mintió descaradamente como tantos
después del 20 de noviembre de 1975, se ganó su sitio por méritos artísticos
-por más que muchos se los negaran, precisamente porque no era de su cuerda-,
no cambió la camisa vieja por una chaqueta nueva, fue honesta, coherente y
consecuente con lo que hacía y decía cuando no actuaba).
Poseedora de un sentido del humor
irreductible, era la primera en burlarse de sus tonos, de su hablar entre
dientes, fue su mejor imitadora y parodiadora (y fui testigo privilegiado de
ello en alguna ocasión), ya ven lo que acepta hacer en el programa de Lazarov
cuyo link tienen ahí arriba. Y, por encima de todo, era completa, completísima.
No me repetiré ni le quitaré el protagonismo
debido, toca hablar de ella, pero hoy más que nunca resuenan en mi corazón
aquellas oportunidades en que hablé con ella, compartí muchas risas, momentos
mágicos, algunos fueron recogidos por Pablo en 24 horas de un periodista desesperado, aquel cumpleaños de Ángeles
Martín celebrado en los camerinos del Alcázar entre las dos funciones de un
sábado cuando representaban Los padres
terribles (¡Y con la Rivelles, otra que tal a la hora de hacer chiste!),
ese momento de y con escalera en la trasera del escenario del Bellas Artes en
los tiempos de Café cantante (casi me
rompo la crisma, pero aprendí para siempre como debe encarar ese momento toda
vedette que se precie).
Y ahí van tres tazas, tres momentos en que
coincidió con otras grandes, su querida Concha Velasco (y viceversa) con la que
compartió escena y vida (es un divertimento simpático y da gusto verlas), la
inmensa y generosa Marifé de Triana (y también lo es Nati, soplándole la letra
y jaleando sus quiebros) y la mítica Sara Montiel. Y podríamos estar colgando
vídeos días enteros, mejor que cada uno busque los que le apetezca, permitan
que termine con una función de teatro, todo un éxito: Isabel, reina de corazones.
Y por ahí está la grabación de su versión de
El hombre de La Mancha, ojalá
apareciesen testimonios de sus triunfos colosales en Buenos Aires con, por
ejemplo, Hello, Dolly!, Nati Mistral
es una artista que siempre va a estar en perfecto estado de revista y cada día
cantará mejor. ¡Señora, a sus pies!
pocos y pocas lo
merecen como ella, animal de escenario por facultades, tronío, empaque,
grandeza, por pisar las tablas con contundencia de estrella, por su saber decir,
por sus manos, su voz, su sonrisa, su personalidad, por todo aquello que la
hace maestra (y así la calificaba y reconocía Paco Valladares delante de
Esperanza Roy al finalizar uno de sus espectáculos -aquel prodigio titulado La gracia que no quiso darme el cielo en
que recitaba, cantaba, interpretaba, rendía tributo a Cervantes, llenaba la
escena sin necesidad de micrófono-), única e irrepetible.
El programa anterior es toda una joya, hay
mucho que reivindicar y admirar en Cantares
(dejemos a un lado lo risible o carne de parodia que era Lauren Postigo,
reconozcámosle el mérito y empeño de hacer una antología del género en el
momento en que aún podían hacerlo los artífices del mismo), pero, por favor,
vayan derechitos al minuto 45 con 11 segundos y regálense esa Colasa de la
calle del Bastero (salida de Las de
Villadiego que estrenase la Gámez en 1933) que es una obra de arte cuando
Nati la acomete, la recrea, la hace suya, se regodea, se mece, ofrece la
mercancía, guiña el ojo, un plantón con mucha gracia le da al socio, consigue
una interpretación inimitable (y mira que la cantó veces, mira que siempre se
crecía, pero aquí llegó a la estratosfera). Y en ese mismo programa
encontrarán, por supuesto, su alucinante (no se me ocurre adjetivo más
propicio) inmersión, porque eso es lo que hace, en Profecía, el poema de Rafael de León que nadie dirá como ella
porque, mira que tenía talentos, pero lo que lograba cuando recitaba supera
cualquier calificativo (y el propio verbo).
Y ahí está, como tantas veces, sintiendo a
Lorca, dándole voz incluso cuando estaba prohibido, cuando se le tapaba, cuando
se le quería silenciar, lo mismo hizo, por ejemplo, con Valle-Inclán cuando se
colocó al frente del montaje de Divinas
palabras que sirvió al maestro Tamayo para inaugurar el Teatro Bellas Artes
en 1961 (y que ambos repondrían en el mismo escenario 25 años después); en lo
tocante al arte, Nati no hacía distingos, no sacaba a relucir su ideología ni
la de otros, eso formaba parte de la vida privada, de la que transcurría fuera
de los focos, no la ocultaba ni se callaba ante nada ni nadie, pero no la
utilizaba arteramente ni catequizaba cuando ejercía como artista (ni tampoco
cambió de rumbo ni intentó justificarse ni mintió descaradamente como tantos
después del 20 de noviembre de 1975, se ganó su sitio por méritos artísticos
-por más que muchos se los negaran, precisamente porque no era de su cuerda-,
no cambió la camisa vieja por una chaqueta nueva, fue honesta, coherente y
consecuente con lo que hacía y decía cuando no actuaba).
Poseedora de un sentido del humor
irreductible, era la primera en burlarse de sus tonos, de su hablar entre
dientes, fue su mejor imitadora y parodiadora (y fui testigo privilegiado de
ello en alguna ocasión), ya ven lo que acepta hacer en el programa de Lazarov
cuyo link tienen ahí arriba. Y, por encima de todo, era completa, completísima.
No me repetiré ni le quitaré el protagonismo
debido, toca hablar de ella, pero hoy más que nunca resuenan en mi corazón
aquellas oportunidades en que hablé con ella, compartí muchas risas, momentos
mágicos, algunos fueron recogidos por Pablo en 24 horas de un periodista desesperado, aquel cumpleaños de Ángeles
Martín celebrado en los camerinos del Alcázar entre las dos funciones de un
sábado cuando representaban Los padres
terribles (¡Y con la Rivelles, otra que tal a la hora de hacer chiste!),
ese momento de y con escalera en la trasera del escenario del Bellas Artes en
los tiempos de Café cantante (casi me
rompo la crisma, pero aprendí para siempre como debe encarar ese momento toda
vedette que se precie).
Y ahí van tres tazas, tres momentos en que
coincidió con otras grandes, su querida Concha Velasco (y viceversa) con la que
compartió escena y vida (es un divertimento simpático y da gusto verlas), la
inmensa y generosa Marifé de Triana (y también lo es Nati, soplándole la letra
y jaleando sus quiebros) y la mítica Sara Montiel. Y podríamos estar colgando
vídeos días enteros, mejor que cada uno busque los que le apetezca, permitan
que termine con una función de teatro, todo un éxito: Isabel, reina de corazones.
Y por ahí está la grabación de su versión de
El hombre de La Mancha, ojalá
apareciesen testimonios de sus triunfos colosales en Buenos Aires con, por
ejemplo, Hello, Dolly!, Nati Mistral
es una artista que siempre va a estar en perfecto estado de revista y cada día
cantará mejor. ¡Señora, a sus pies!
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