domingo, 20 de agosto de 2017

NATI MISTRAL: ¡Y QUÉ CAJETILLAS!







  Puede sorprender este homenaje en una página que se supone centrada en el mundo del cine, puesto que este medio y Nati Mistral nunca se entendieron demasiado bien (ella comentaba con su sorna habitual que le guardaba un cierto resquemor porque “no me ha querido”), a pesar de contar con un gran éxito como Currito de la Cruz (1949) muy al comienzo de su carrera, pero como se trata de glosar y aplaudir a las gentes del mundo del espectáculo,


   Puede sorprender este homenaje en una página que se supone centrada en el mundo del cine, puesto que este medio y Nati Mistral nunca se entendieron demasiado bien (ella comentaba con su sorna habitual que le guardaba un cierto resquemor porque “no me ha querido”), a pesar de contar con un gran éxito como Currito de la Cruz (1949) muy al comienzo de su carrera, pero como se trata de glosar y aplaudir a las gentes del mundo del espectáculo, pocos y pocas lo merecen como ella, animal de escenario por facultades, tronío, empaque, grandeza, por pisar las tablas con contundencia de estrella, por su saber decir, por sus manos, su voz, su sonrisa, su personalidad, por todo aquello que la hace maestra (y así la calificaba y reconocía Paco Valladares delante de Esperanza Roy al finalizar uno de sus espectáculos -aquel prodigio titulado La gracia que no quiso darme el cielo en que recitaba, cantaba, interpretaba, rendía tributo a Cervantes, llenaba la escena sin necesidad de micrófono-), única e irrepetible.


   El programa anterior es toda una joya, hay mucho que reivindicar y admirar en Cantares (dejemos a un lado lo risible o carne de parodia que era Lauren Postigo, reconozcámosle el mérito y empeño de hacer una antología del género en el momento en que aún podían hacerlo los artífices del mismo), pero, por favor, vayan derechitos al minuto 45 con 11 segundos y regálense esa Colasa de la calle del Bastero (salida de Las de Villadiego que estrenase la Gámez en 1933) que es una obra de arte cuando Nati la acomete, la recrea, la hace suya, se regodea, se mece, ofrece la mercancía, guiña el ojo, un plantón con mucha gracia le da al socio, consigue una interpretación inimitable (y mira que la cantó veces, mira que siempre se crecía, pero aquí llegó a la estratosfera). Y en ese mismo programa encontrarán, por supuesto, su alucinante (no se me ocurre adjetivo más propicio) inmersión, porque eso es lo que hace, en Profecía, el poema de Rafael de León que nadie dirá como ella porque, mira que tenía talentos, pero lo que lograba cuando recitaba supera cualquier calificativo (y el propio verbo).


   Y ahí está, como tantas veces, sintiendo a Lorca, dándole voz incluso cuando estaba prohibido, cuando se le tapaba, cuando se le quería silenciar, lo mismo hizo, por ejemplo, con Valle-Inclán cuando se colocó al frente del montaje de Divinas palabras que sirvió al maestro Tamayo para inaugurar el Teatro Bellas Artes en 1961 (y que ambos repondrían en el mismo escenario 25 años después); en lo tocante al arte, Nati no hacía distingos, no sacaba a relucir su ideología ni la de otros, eso formaba parte de la vida privada, de la que transcurría fuera de los focos, no la ocultaba ni se callaba ante nada ni nadie, pero no la utilizaba arteramente ni catequizaba cuando ejercía como artista (ni tampoco cambió de rumbo ni intentó justificarse ni mintió descaradamente como tantos después del 20 de noviembre de 1975, se ganó su sitio por méritos artísticos -por más que muchos se los negaran, precisamente porque no era de su cuerda-, no cambió la camisa vieja por una chaqueta nueva, fue honesta, coherente y consecuente con lo que hacía y decía cuando no actuaba).


   Poseedora de un sentido del humor irreductible, era la primera en burlarse de sus tonos, de su hablar entre dientes, fue su mejor imitadora y parodiadora (y fui testigo privilegiado de ello en alguna ocasión), ya ven lo que acepta hacer en el programa de Lazarov cuyo link tienen ahí arriba. Y, por encima de todo, era completa, completísima.


   No me repetiré ni le quitaré el protagonismo debido, toca hablar de ella, pero hoy más que nunca resuenan en mi corazón aquellas oportunidades en que hablé con ella, compartí muchas risas, momentos mágicos, algunos fueron recogidos por Pablo en 24 horas de un periodista desesperado, aquel cumpleaños de Ángeles Martín celebrado en los camerinos del Alcázar entre las dos funciones de un sábado cuando representaban Los padres terribles (¡Y con la Rivelles, otra que tal a la hora de hacer chiste!), ese momento de y con escalera en la trasera del escenario del Bellas Artes en los tiempos de Café cantante (casi me rompo la crisma, pero aprendí para siempre como debe encarar ese momento toda vedette que se precie).




   Y ahí van tres tazas, tres momentos en que coincidió con otras grandes, su querida Concha Velasco (y viceversa) con la que compartió escena y vida (es un divertimento simpático y da gusto verlas), la inmensa y generosa Marifé de Triana (y también lo es Nati, soplándole la letra y jaleando sus quiebros) y la mítica Sara Montiel. Y podríamos estar colgando vídeos días enteros, mejor que cada uno busque los que le apetezca, permitan que termine con una función de teatro, todo un éxito: Isabel, reina de corazones.


   Y por ahí está la grabación de su versión de El hombre de La Mancha, ojalá apareciesen testimonios de sus triunfos colosales en Buenos Aires con, por ejemplo, Hello, Dolly!, Nati Mistral es una artista que siempre va a estar en perfecto estado de revista y cada día cantará mejor. ¡Señora, a sus pies!


pocos y pocas lo merecen como ella, animal de escenario por facultades, tronío, empaque, grandeza, por pisar las tablas con contundencia de estrella, por su saber decir, por sus manos, su voz, su sonrisa, su personalidad, por todo aquello que la hace maestra (y así la calificaba y reconocía Paco Valladares delante de Esperanza Roy al finalizar uno de sus espectáculos -aquel prodigio titulado La gracia que no quiso darme el cielo en que recitaba, cantaba, interpretaba, rendía tributo a Cervantes, llenaba la escena sin necesidad de micrófono-), única e irrepetible.


   El programa anterior es toda una joya, hay mucho que reivindicar y admirar en Cantares (dejemos a un lado lo risible o carne de parodia que era Lauren Postigo, reconozcámosle el mérito y empeño de hacer una antología del género en el momento en que aún podían hacerlo los artífices del mismo), pero, por favor, vayan derechitos al minuto 45 con 11 segundos y regálense esa Colasa de la calle del Bastero (salida de Las de Villadiego que estrenase la Gámez en 1933) que es una obra de arte cuando Nati la acomete, la recrea, la hace suya, se regodea, se mece, ofrece la mercancía, guiña el ojo, un plantón con mucha gracia le da al socio, consigue una interpretación inimitable (y mira que la cantó veces, mira que siempre se crecía, pero aquí llegó a la estratosfera). Y en ese mismo programa encontrarán, por supuesto, su alucinante (no se me ocurre adjetivo más propicio) inmersión, porque eso es lo que hace, en Profecía, el poema de Rafael de León que nadie dirá como ella porque, mira que tenía talentos, pero lo que lograba cuando recitaba supera cualquier calificativo (y el propio verbo).


   Y ahí está, como tantas veces, sintiendo a Lorca, dándole voz incluso cuando estaba prohibido, cuando se le tapaba, cuando se le quería silenciar, lo mismo hizo, por ejemplo, con Valle-Inclán cuando se colocó al frente del montaje de Divinas palabras que sirvió al maestro Tamayo para inaugurar el Teatro Bellas Artes en 1961 (y que ambos repondrían en el mismo escenario 25 años después); en lo tocante al arte, Nati no hacía distingos, no sacaba a relucir su ideología ni la de otros, eso formaba parte de la vida privada, de la que transcurría fuera de los focos, no la ocultaba ni se callaba ante nada ni nadie, pero no la utilizaba arteramente ni catequizaba cuando ejercía como artista (ni tampoco cambió de rumbo ni intentó justificarse ni mintió descaradamente como tantos después del 20 de noviembre de 1975, se ganó su sitio por méritos artísticos -por más que muchos se los negaran, precisamente porque no era de su cuerda-, no cambió la camisa vieja por una chaqueta nueva, fue honesta, coherente y consecuente con lo que hacía y decía cuando no actuaba).


   Poseedora de un sentido del humor irreductible, era la primera en burlarse de sus tonos, de su hablar entre dientes, fue su mejor imitadora y parodiadora (y fui testigo privilegiado de ello en alguna ocasión), ya ven lo que acepta hacer en el programa de Lazarov cuyo link tienen ahí arriba. Y, por encima de todo, era completa, completísima.


   No me repetiré ni le quitaré el protagonismo debido, toca hablar de ella, pero hoy más que nunca resuenan en mi corazón aquellas oportunidades en que hablé con ella, compartí muchas risas, momentos mágicos, algunos fueron recogidos por Pablo en 24 horas de un periodista desesperado, aquel cumpleaños de Ángeles Martín celebrado en los camerinos del Alcázar entre las dos funciones de un sábado cuando representaban Los padres terribles (¡Y con la Rivelles, otra que tal a la hora de hacer chiste!), ese momento de y con escalera en la trasera del escenario del Bellas Artes en los tiempos de Café cantante (casi me rompo la crisma, pero aprendí para siempre como debe encarar ese momento toda vedette que se precie).




   Y ahí van tres tazas, tres momentos en que coincidió con otras grandes, su querida Concha Velasco (y viceversa) con la que compartió escena y vida (es un divertimento simpático y da gusto verlas), la inmensa y generosa Marifé de Triana (y también lo es Nati, soplándole la letra y jaleando sus quiebros) y la mítica Sara Montiel. Y podríamos estar colgando vídeos días enteros, mejor que cada uno busque los que le apetezca, permitan que termine con una función de teatro, todo un éxito: Isabel, reina de corazones.


   Y por ahí está la grabación de su versión de El hombre de La Mancha, ojalá apareciesen testimonios de sus triunfos colosales en Buenos Aires con, por ejemplo, Hello, Dolly!, Nati Mistral es una artista que siempre va a estar en perfecto estado de revista y cada día cantará mejor. ¡Señora, a sus pies!

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