sábado, 14 de octubre de 2017

"BLADE RUNNER 2049": ALGO MÁS QUE UNA RÉPLICA







TÍTULO ORIGINAL: Blade Runner 2049 DIRECCIÓN: Denis Villeneuve GUIÓN: Hampton Fancher, Michael Green (basado en personajes de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick) MÚSICA: Benjamin Wallfisch, Hans Zimmer FOTOGRAFÍA: Roger Deakins MONTAJE: Joe Walker REPARTO: Ryan Gosling, Harrison Ford, Sylvia Hoeks, Ana de Armas, Robin Wright, Mackenzie Davis, Dave Bautista, Jared Leto

   Por más que se quiera evitar, hay que entrar en el pantanoso terreno de las comparaciones (que, en contra de lo que pueda pensarse, no es el más cómodo ni el más útil a la hora de encarar una crítica, hay que manejarlo con tiento, no conviene abusar de un recurso la mayoría de las veces traído por los pelos o con escaso criterio, que proporciona una falsa o escasa argumentación) puesto que la película que nos ocupa se presenta como secuela de otra, aunque llegue treinta y cinco años después de la primera. Para colmo, hemos de remitirnos a un filme encumbrado y reconocido como mítico, un referente cuyas impronta e influencia se encuentran en multitud de títulos que lo admiten en mayor o menor medida (eso por no hablar de los que copian con descaro como si no quedase claro con un par de secuencias cuál es la fuente de inspiración -por concedérsela a algunos, otros apenas se molestan en disimular (o son incapaces de ello) lo que debería ser señalado como plagio-), un clásico cuyos predicamento y valor no han hecho sino agigantarse con el paso del tiempo (en realidad, tuvo una recepción un tanto tibia en su estreno allá por 1982), un absoluto icono de la ciencia ficción que ha traspasado las barreras del género, es decir, Blade Runner, la cinta que muy pronto consolidaría a Ridley Scott como renovador e innovador, poseedor de una voz propia, armonizando acción con estética (luego vendría lo de genio, maestro y demás epítetos bien ganados, pero no mantenidos ni justificados a lo largo del tiempo), virtudes que se fueron haciendo extensivas a su anterior trabajo, Alien, el octavo pasajero (1979), que tampoco cosechó grandes elogios en su momento al hacer una mixtura prodigiosa entre la ciencia ficción y el terror (por lo que a algunos les resultaba difícil de clasificar: se escapaba del prototipo, no era convencional -de ahí su permanencia-), utilizando un ritmo muy bien medido que hubo quien consideró moroso e irritante (el efectismo tiene su público, es indudable).
   Sea como sea, en la actualidad no puede negarse el lugar que Blade Runner ocupa en la historia y, sobre todo, en los corazones de admiradores que le rinden culto, la veneran, la revisan, la siguen estudiando, la analizan milimétricamente, conocen todas sus versiones y pueden reproducir diálogos y escenas completas con precisión de orfebre, muchos la han recibido con ese aura, con todos los laureles, casi como dogma de fe, como algo que no se puede discutir, están los que hablan (para bien o para mal) de la novela que la inspiró sin haberla leído (hay quien sigue refiriéndose a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? como cuento o relato, algunos incluso añaden el adjetivo “corto” cuando la historia se extiende -en ediciones comercializadas en España- más allá de las 250 páginas) y repiten el mantra de que Scott (esa es otra: le atribuyen todas las que pregonan como excelencias de un guión que no escribió) mejoró el original literario, no aceptan la más mínima disensión, pero sí puede hablarse de (relativo) cisma porque ahora se dividieron a la hora de recibir lo que para algunos es una osadía, para otros una locura, hay quien ha llegado a hablar de abominación, por otro lado fueron muchas las voces que, al hacerse cargo del proyecto un director como Denis Villeneuve, empezaron a utilizar un auténtico arsenal de epítetos rimbombantes y encomiásticos, algunos le utilizaron como ariete para atacar a Scott y, entonces sí, reconocer su escasa inclinación por Blade Runner, parecían mayoría -y así lo sigue pareciendo, pero resulta imposible atender a todo lo que se está escribiendo, discutiendo, opinando e imponiendo en las redes sociales- los que auspiciaban, bendecían y aseguraban que, como luego ha podido leerse (muchas de las críticas, no hay más que rebuscar un poco en la hemeroteca y Google lo pone muy fácil, estaban prácticamente escritas antes de ver Blade Runner 2049), estábamos ante otra obra maestra, haciendo compartir trono a la de 1982 y la de 2017. Y, podría decirse, en medio de todo esto quedamos algunos, como un servidor, quien, yendo por orden, nunca ha participado del entusiasmo (y todo lo demás) generado por el tercer largometraje de Ridley Scott, ha leído la novela de Philip K. Dick y considera a Denis Villeneuve un cineasta muy sobrevalorado.
   Cuando se conoce lo escrito por K. Dick después de haber visionado -el último, pocos días antes de hacer lo propio con la película recién estrenada- Blade Runner en diferentes ocasiones y a diferentes edades (y los diferentes montajes, del primitivo al comercializado como “final”, pasando por aquel que se dijo “del director”) se vive el estupor demasiado habitual -y puede que la indignación, depende de cómo catalogue cada uno la lectura, del disfrute o el aburrimiento experimentado- de comprobar que alguien ha escogido una novela (u otro material previo) para traicionarla, obviarla, reducirla a su mínima expresión y, casi, contar una historia totalmente distinta, con otras intenciones e implicaciones; sí, es una versión, es otra visión, hay que utilizar un lenguaje diferente, por supuesto (como se hizo, por ejemplo, con Lo que el viento se llevó (1939) o El nombre de la rosa (1986), tomándose muchas licencias, resumiendo, eliminando, añadiendo detalles, pero conservando y respetando la esencia y aquello que los lectores esperaban encontrar en la pantalla), pero el guión de Hampton Fancher y David Webb Peoples sólo toma algunos personajes y situaciones, elimina los tintes apocalípticos de una Tierra que, literalmente, se está desintegrando, deja fuera a los animales (cuya posesión es capital en la novela, tener uno real y no una réplica es símbolo de estatus -al margen de otras implicaciones y obligaciones que retratan una sociedad al límite, una distopía en toda regla-, eso es lo que motiva al protagonista a aceptar determinados encargos), se trivializa y vuelve tópica la relación entre Deckard y Rachael al suprimir el personaje de la esposa del primero, el conjunto se trufa con unas cuantas frases rimbombantes y sin sentido que se cuenta fueron improvisadas por Rutger Hauer, no se le puede negar una dirección artística que, aunque no se corresponda para nada con el mundo creado por su autor, conserva la fascinación conseguida en 1982, pero, más allá de las secuencias iniciales en las que aún hay cosas que/por descubrir, vista hace unas semanas, Blade Runner queda en el ánimo de quien suscribe como un filme que estira en exceso una mera anécdota, que adolece de falta de ritmo y emociones porque su supuesta poética resulta forzada y vacía.
   Uno de los guionistas originales, Hampton Fancher, es el autor de la historia que continúa el mito y firma el guión junto a Michael Green -fue parte del equipo que dio a luz Logan (2017), tan pagada de sí misma como sólo puede serlo una película dirigida por James Mangold, también fue responsable (culpable) de aquel despropósito titulado Linterna Verde (2011) y de Alien: Covenant (2017) o cómo Ridley Scott demuestra ser su peor enemigo, lo cierto es que las perspectivas no podían ser más desoladoras-, tomando la que parece y demuestra ser la mejor decisión, es decir, la de no repetirse, la de apoyarse en lo anterior para tomar impulso pero, en gran medida, presentar un producto casi independiente, que en muchos momentos funciona sin depender del conocimiento del clásico (y sabiendo explicar para el neófito -si lo hay- lo imprescindible sin necesidad de digresiones ni abundancias). Curiosamente, el espíritu de Philip K. Dick sobrevuela y se hace presente con mucho más acierto, tanto en lo estético como en el dibujo de los personajes, acentuando las diferencias con su predecesora, permitiendo a Villeneuve campar a sus anchas, aparcando las posibles tentaciones de imitar/enmendar el original, perdiendo en el camino su tendencia a lo ampuloso, a recargar las secuencias de dobles lecturas, a dirigirse sólo a los iniciados (o así se sienten los que le rinden pleitesía -por eso ya habían decretado qué sería Blade Runner 2049 y así lo están difundiendo y coronando-), a epatar y, eso afirman, huir de lo comercial/convencional (mal casa esto con la taquilla que está haciendo -pero en seguida habrá quien diga que es porque nadie quiere perdérsela aunque no la entienda ¿Sabrías tú resumir qué cuenta K. Dick en su novela? ¿Sabrías decir por qué glorificas esta película -y tantas- sin repetir lo que ya se ha publicado, es decir, con palabras y argumentos propios? No va por ti, lector, faltaría más: es una pregunta retórica al aire aunque con destinataria clara, aunque alguno de sus coleguillas también sirve-, incluso con la recepción tributada a su filmografía anterior). Aunque estira algunas situaciones mucho más de lo debido (no justifica sus más de dos horas y media en absoluto) y la resolución de ciertas secuencias de acción no es la que se espera en alguien reconocido como virtuoso y esteta (pero es que algunos ven cosas en las imágenes que otros no creemos -¡Imposible!-), Villeneuve consigue un producto que despierta mayor interés que aquel del que parte y no apabulla innecesariamente con absurdeces y requiebros.
   El hieratismo de Ryan Gosling, que devino en mueca constante desde la fatua Drive (2011), un rictus crispante y ausente de emociones (sus primeros planos son intercambiables, si sólo son ojos, nariz y boca, si eliminamos cualquier pista de maquillaje o vestuario, hay que poseer mucha agudeza visual para identificar a qué película pertenece cada uno), tiene poco que ver con el que convirtió en icono y héroe a Harrison Ford y queda palmariamente demostrado cuando ambos coinciden en pantalla, y eso que su esperada y sabida aparición (que te acusan de hacer un spoiler a las primeras de cambio) no tiene la épica y grandeza que debería (cuánto hay que aprender de J. J. Abrams). Ana de Armas destaca en un cometido que, sin su aportación, podría quedarse en lo anecdótico y facilón, mientras Sylvia Hoeks carga demasiado las tintas en los aspectos más elementales de su personaje, sin ser capaz de transmitir ambigüedad, aristas, sin dotarle de entidad y haciéndolo exageradamente plano y poco (o nada) atractivo. Es una pena que el cine siga desperdiciando de esa manera a una actriz tan espléndida y poderosa como Robin Wright, siempre parece que sus mejores escenas se han quedado en la sala de montaje; Jared Leto, una vez más, necesita de caracterización, efectos de cualquier tipo, disfraz, artificios (aunque, eso está muy bien medido, aparece lo justo, ahí supieron frenar). Por lo tanto, uno no se siente capacitado para afirmar que Blade Runner 2049 cambia la historia del cine o se convierte en algo a batir por los que vengan después pero es una grata sorpresa en cuanto a interesar (y complacer en varios momentos) mucho más que el clásico, el mito, la leyenda que, aunque no se puede negar lo evidente y lo conseguido, uno nunca ha encontrado en Blade Runner.

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