miércoles, 11 de octubre de 2017

JEAN ROCHEFORT: EL MARIDO DE LA PELUQUERA






  Ruego me sea disculpada la escasa originalidad del título de este escrito (en realidad, reunión de momentos, tributo a una obra a través de la misma), pero pienso que serán muy pocos (al menos, a partir de cierta edad) los que al conocer la noticia de la muerte del magnífico actor Jean Rochefort no hayan evocado esta película y, en especial, una secuencia determinada (y que se recibió como antológica desde el primer momento):


   Y aunque, las cosas como son, el en su momento muy popular filme de Patrice Leconte dejó en quien suscribe un regusto de decepción, eso no fue óbice para aplaudir con estruendo a un intérprete que, no sólo porque así se indicaba desde el principio, él es el marido de la peluquera (por si alguien lo duda/desconoce, detalle que se antoja casi imposible), se convertía en el epicentro, en el corazón, en el alma de la historia y en aquello que jamás se va a olvidar. Y hay más oportunidades para dejarse cautivar por su arte danzante:


   No pudo obtener el César al mejor actor puesto que competía contra el triunfal Depardieu de Cyrano de Bergerac (1990), galardón que ya había conseguido en dos ocasiones, primero quince años atrás en la categoría de intérprete en personaje secundario por Que empiece la fiesta (1975) de Tavernier:


  Y apenas dos años después, repetía en el palmarés de los premios del cine francés, esta vez como protagonista en Le Cabre-Tambour (1977):


   No descubrimos nada alabando su versatilidad, su facilidad para hacernos morir de risa o encogernos en la butaca, su proverbial hieratismo, su economía de recursos, su eterna capacidad para sorprender, transformándose de un filme al siguiente sin necesidad de caracterizaciones extremas ni maquillajes deformantes, le bastaba con introducir un pequeño y casi imperceptible matiz en su rictus característico, en su manera de hablar, en algún gesto, para ser alguien completamente diferente. Su inagotable expresividad (que no histrionismo ni gestualismo porque sí) le permitió recoger el testigo de los grandes cómicos del cine mudo y participar en Palace (1995), aquella aventura cinematográfica de Tricicle:


   Y fue narrador o participó en el doblaje francés de películas para televisión o para ser estrenadas en las salas e, incluso, prestó su voz a Jolly Jumper, el famoso caballo de un todo un icono del cómic, Lucky Luke, en una cinta que, tal vez, ni siquiera por su participación merecería ser recordada:


   Pero podemos compensar el mal momento deteniéndonos en la que fue su última candidatura al César, de nuevo en la categoría de actor en un rol secundario, por la esplendorosa Ridicule (1996) y, como tantas veces, dirigido por Patrice Leconte:


   De hecho -sin poder dejar de mencionar que también optó al premio por lo que en España conocimos como Escápate conmigo… y ríete después (1979) junto a Catherine Deneuve-, aunque nunca lo consiguió por alguno de sus trabajos en común, fue Leconte el cineasta que más veces le puso en la final de los César, puesto que también fue candidato por Tándem (1997):


   Y tal vez podríamos asegurar que su último gran papel lo hizo en una película española por la que estuvo a punto de lograr un Goya, pero se cruzó en el camino la onerosa deuda de la Academia con José Sacristán, al que jamás habían nominado antes y de quien se acordaron por un título que, a pesar de la circunstancia de sumar algunos galardones para su protagonista aquí y allá (Festival de San Sebastián incluido), no ha pasado a la historia. Antes de desviarnos del asunto principal, hacíamos referencia a El artista y la modelo (2012) de Fernando Trueba:


   Podríamos seguir enumerando méritos, rastreando su presencia en otros títulos, revisando algunos, descubriendo otros, pero lo mejor, sin duda, es homenajearle como merece, es decir, siendo espectadores una vez más (y las que haga falta) de su enorme talento y magisterio interpretativo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario