Ruego me sea disculpada la escasa
originalidad del título de este escrito (en realidad, reunión de momentos,
tributo a una obra a través de la misma), pero pienso que serán muy pocos (al
menos, a partir de cierta edad) los que al conocer la noticia de la muerte del
magnífico actor Jean Rochefort no hayan evocado esta película y, en especial,
una secuencia determinada (y que se recibió como antológica desde el primer
momento):
Y aunque, las cosas como son, el en su
momento muy popular filme de Patrice Leconte dejó en quien suscribe un regusto
de decepción, eso no fue óbice para aplaudir con estruendo a un intérprete que,
no sólo porque así se indicaba desde el principio, él es el marido de la
peluquera (por si alguien lo duda/desconoce, detalle que se antoja casi
imposible), se convertía en el epicentro, en el corazón, en el alma de la
historia y en aquello que jamás se va a olvidar. Y hay más oportunidades para
dejarse cautivar por su arte danzante:
No pudo obtener el César al mejor actor
puesto que competía contra el triunfal Depardieu de Cyrano de Bergerac (1990), galardón que ya había conseguido en dos
ocasiones, primero quince años atrás en la categoría de intérprete en personaje
secundario por Que empiece la fiesta (1975)
de Tavernier:
Y apenas dos años después, repetía en el
palmarés de los premios del cine francés, esta vez como protagonista en Le Cabre-Tambour (1977):
No descubrimos nada alabando su
versatilidad, su facilidad para hacernos morir de risa o encogernos en la
butaca, su proverbial hieratismo, su economía de recursos, su eterna capacidad
para sorprender, transformándose de un filme al siguiente sin necesidad de
caracterizaciones extremas ni maquillajes deformantes, le bastaba con
introducir un pequeño y casi imperceptible matiz en su rictus característico,
en su manera de hablar, en algún gesto, para ser alguien completamente
diferente. Su inagotable expresividad (que no histrionismo ni gestualismo
porque sí) le permitió recoger el testigo de los grandes cómicos del cine mudo
y participar en Palace (1995),
aquella aventura cinematográfica de Tricicle:
Y fue narrador o participó en el doblaje francés
de películas para televisión o para ser estrenadas en las salas e, incluso,
prestó su voz a Jolly Jumper, el famoso caballo de un todo un icono del cómic,
Lucky Luke, en una cinta que, tal vez, ni siquiera por su participación
merecería ser recordada:
Pero podemos compensar el mal momento
deteniéndonos en la que fue su última candidatura al César, de nuevo en la
categoría de actor en un rol secundario, por la esplendorosa Ridicule (1996) y, como tantas veces,
dirigido por Patrice Leconte:
De hecho -sin poder dejar de mencionar que
también optó al premio por lo que en España conocimos como Escápate conmigo… y ríete después (1979) junto a Catherine Deneuve-,
aunque nunca lo consiguió por alguno de sus trabajos en común, fue Leconte el
cineasta que más veces le puso en la final de los César, puesto que también fue
candidato por Tándem (1997):
Y tal vez podríamos asegurar que su último
gran papel lo hizo en una película española por la que estuvo a punto de lograr
un Goya, pero se cruzó en el camino la onerosa deuda de la Academia con José
Sacristán, al que jamás habían nominado antes y de quien se acordaron por un título
que, a pesar de la circunstancia de sumar algunos galardones para su
protagonista aquí y allá (Festival de San Sebastián incluido), no ha pasado a
la historia. Antes de desviarnos del asunto principal, hacíamos referencia a El artista y la modelo (2012) de
Fernando Trueba:
Podríamos seguir enumerando méritos,
rastreando su presencia en otros títulos, revisando algunos, descubriendo
otros, pero lo mejor, sin duda, es homenajearle como merece, es decir, siendo
espectadores una vez más (y las que haga falta) de su enorme talento y
magisterio interpretativo.
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