miércoles, 18 de octubre de 2017

MARISA PAREDES: ¡QUÉ INTERESANTE!







   Marisa Paredes ha estado siempre ahí, antes de que retuviéramos su nombre, antes de que nos percatásemos de su magnificencia, antes de lograr algunas interpretaciones inolvidables, antes de ganarse apelativos pintiparados como “legendaria”, porque aparecía en la pequeña pantalla, al igual que tantos otros, con asiduidad, dando muestras de versatilidad, de oficio, de trabajo constante, nunca serán suficientes las veces que agradeceremos a aquella televisión de nuestra infancia el sedimento imprescindible, el alimento diario que proporcionó para que amásemos y amemos el teatro y las gentes que lo hicieron y hacen posible. Sí, toca hablar de un Goya de Honor, de un premio estrictamente cinematográfico, y lo haremos, pero tal vez sin todo este bagaje no hubiésemos admirado tanto, con ardor y devoción, a una actriz elegante, señorial, capaz de ser la más altiva (por diva) y la más terrenal, modelo de pasarela o mujer baqueteada por la miseria, las injusticias, el dolor, cómica brillante y trágica insuperable, Marisa fue anidando en nuestro corazón como sólo lo hacen los grandes, en cada frase, en cada aparición, hasta que un buen día emergió incontenible y supimos que no era un descubrimiento sino el fruto merecido por tantos años. Y, dejando a un lado lo televisivo (porque no corresponde, aunque, querámoslo o no, sume -y mucho-), ese momento definitivo llegó con la escalofriante ópera prima de Agustí Villaronga, una cinta que pocas veces ha igualado el cineasta balear, es decir, Tras el cristal (1985):


   Fue esta película tan a contracorriente, tan personal, tan inquietante, tan insólita, tan impactante, la que provocó que aquel adolescente quisiera saber más sobre una intérprete a la que, gracias de nuevo a la televisión, ya tenía identificada y algo más fichada, pero sobre la que aún quedaba lo mejor, es decir, lo que iría llegando, su madurez interpretativa descollando incontenible con su, por tantos motivos, inmortal Becky del Páramo:


   Por ahí sobrevolaban, magníficamente mezcladas por Pedro Almodóvar (que cuando acierta en las proporciones deja sin aliento), la Ingrid Bergman de Sonata de otoño (que más de quince años después Marisa interpretaría sobre las tablas), la Lana Turner de Imitación a la vida, la estrella rutilante que opaca y humilla a los de alrededor, en especial a su propia hija a la que considera su peor obra, inacabada, mediocre, vulgar, anodina, indigna de alguien como ella, un personaje que podría reventar las costuras y hundirse en las aguas pantanosas del melodrama mal entendido y que Marisa contiene y equilibra con un poderío que no fue reconocido por la profesión, ya que no fue candidata al Goya que hubiese debido ganar en competición (para colmo, para redondear la faena -dicho con toda la intención-, para mayor bochorno de los votantes, seleccionaron por la misma película a Cristina Marcos -que de no saber quién es no destaca ni se recuerda a la primera- aunque el premio fue para Kiti Mánver -de una manera u otra, Almodóvar estaba en la mente de los académicos, para otorgar su voto o para negarlo-). Y, aunque fuese con la (bendita) voz de Luz Casal, será imposible separar lo que la versión del Piensa en mí de Agustín Lara utilizada en el filme del rostro (y las lágrimas) de Marisa, pero como la secuencia original no aparece por la red -o al menos un servidor no es capaz de encontrarla-, que cada cual la evoque a su modo y quedémonos con una secuencia en que Becky se autorretrata tras verse imitada y homenajeada en el cuerpo de Letal (Miguel Bosé) y con la no menos fabulosa Un año de amor de Mina engrandecida también por Luz Casal:


   Y el caso es que este personaje no estaba a destinado a ella sino a Esperanza Roy (parecía que a la tercera, tras las intentonas habidas durante la gestación de Laberinto de pasiones (1982) y ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984), ella lo fue pregonando aquí y allá, parece que Becky era entonces una antigua vedette, el caso es que al final hubo un cambio, como tantas veces sucede en el mundo de la interpretación), como tampoco lo estaba el rol protagónico de La flor de mi secreto (1995), adjudicado por un tiempo a Ana Belén, quien a buen seguro hubiese estado fabulosa (como la Roy en Tacones lejanos), pero una vez Marisa se mimetiza con Leo, ya no puede imaginarse a otra intérprete:


   No he podido resistirme a poner el tráiler al no encontrar completo el bloque en que aparece Imanol Arias puesto que es el epicentro del drama, el momento en que Leo pasa por todos los estados de ánimo, una catarata emocional que sólo una actriz en plenitud y exuberancia de facultades puede encarnar sin resultar ridícula o exagerada, otra nueva muestra de cómo los diálogos de Almodóvar son frescos, creíbles, demuestran su envidiable oído de escritor, pero si no encuentran la intérprete adecuada (resaltemos lo femenino) el edificio puede desmoronarse en segundos. ¡Hay que ver cómo es ese “¿Quién está gritando? ¿Quién está llorando?”! Y, por supuesto, la frase que en un principio iba a servir como título, esa que ha quedado para la historia:


   Pero no en España nos hemos rendido a su talento, Marisa ha trabajado en producciones y coproducciones, ha cruzado fronteras no sólo por sus películas aquí, sino trabajando en filmes tan gloriosos como Profundo carmesí (1996), una de las varias cimas de Arturo Ripstein:


    Y, por supuesto, La vida es bella (1999), la joya de Roberto Benigni, ese prodigio de sensibilidad, esa belleza en la que, por encima de todo, uno se desborda en lágrimas ante el amor, el triunfo de la inocencia, el anhelo y la certeza de que al final (a veces, cierto es, demasiado tarde) siempre termina por imponerse lo que merece la pena ser vivido y celebrado, aunque las pérdidas habidas sean irreparables:


   Ignoro si tuvo otra persona en mente cuando escribía el guión, pero podría afirmarse sin miedo al equívoco que Pedro hizo un traje a la medida del talento (o talentos) de su amiga y cómplice cuando diseñó la Huma Rojo de Todo sobre mi madre (1999):


   Aunque, como puede colegirse por el título del texto, el momento preferido de un servidor es cuando Agrado confiesa que, llegado cierto punto de su vida, dejó el camión y se hizo puta, a lo que Huma (Marisa) responde un memorable “¡Qué interesante!”. Y siguieron llegando filmes que contribuyeron a alimentar su prestigio, incluso estando ella muy por encima del conjunto, como es el caso de El espinazo del diablo (2001) de Guillermo del Toro:


   Y una pequeña película que uno adora como Frío sol de invierno (2004), ha seguido colaborando con Almodóvar aunque sea en cintas que me han interesado bien poco tirando a nada, en 2018 llegará Petra, de la que no se sabe qué esperar teniendo en cuenta que su autor es Jaime Rosales, pero es una excelente noticia que siga activa (y no sólo en el cine) y que por todo ello reciba el Goya de Honor en la próxima gala de los popular (e irónicamente) conocidos como “cabezones”. ¡Ovación estruendosa y con vítores, por favor!

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