Marisa Paredes ha estado siempre ahí, antes de que retuviéramos su
nombre, antes de que nos percatásemos de su magnificencia, antes de lograr
algunas interpretaciones inolvidables, antes de ganarse apelativos pintiparados
como “legendaria”, porque aparecía en la pequeña pantalla, al igual que tantos
otros, con asiduidad, dando muestras de versatilidad, de oficio, de trabajo
constante, nunca serán suficientes las veces que agradeceremos a aquella
televisión de nuestra infancia el sedimento imprescindible, el alimento diario
que proporcionó para que amásemos y amemos el teatro y las gentes que lo
hicieron y hacen posible. Sí, toca hablar de un Goya de Honor, de un premio
estrictamente cinematográfico, y lo haremos, pero tal vez sin todo este bagaje
no hubiésemos admirado tanto, con ardor y devoción, a una actriz elegante,
señorial, capaz de ser la más altiva (por diva) y la más terrenal, modelo de
pasarela o mujer baqueteada por la miseria, las injusticias, el dolor, cómica
brillante y trágica insuperable, Marisa fue anidando en nuestro corazón como
sólo lo hacen los grandes, en cada frase, en cada aparición, hasta que un buen
día emergió incontenible y supimos que no era un descubrimiento sino el fruto
merecido por tantos años. Y, dejando a un lado lo televisivo (porque no
corresponde, aunque, querámoslo o no, sume -y mucho-), ese momento definitivo
llegó con la escalofriante ópera prima de Agustí Villaronga, una cinta que
pocas veces ha igualado el cineasta balear, es decir, Tras el cristal (1985):
Fue esta película tan a contracorriente, tan personal, tan inquietante,
tan insólita, tan impactante, la que provocó que aquel adolescente quisiera
saber más sobre una intérprete a la que, gracias de nuevo a la televisión, ya
tenía identificada y algo más fichada, pero sobre la que aún quedaba lo mejor,
es decir, lo que iría llegando, su madurez interpretativa descollando
incontenible con su, por tantos motivos, inmortal Becky del Páramo:
Por ahí sobrevolaban, magníficamente mezcladas por Pedro Almodóvar (que
cuando acierta en las proporciones deja sin aliento), la Ingrid Bergman de Sonata de otoño (que más de quince años
después Marisa interpretaría sobre las tablas), la Lana Turner de Imitación a la vida, la estrella
rutilante que opaca y humilla a los de alrededor, en especial a su propia hija
a la que considera su peor obra, inacabada, mediocre, vulgar, anodina, indigna
de alguien como ella, un personaje que podría reventar las costuras y hundirse
en las aguas pantanosas del melodrama mal entendido y que Marisa contiene y
equilibra con un poderío que no fue reconocido por la profesión, ya que no fue
candidata al Goya que hubiese debido ganar en competición (para colmo, para
redondear la faena -dicho con toda la intención-, para mayor bochorno de los
votantes, seleccionaron por la misma película a Cristina Marcos -que de no
saber quién es no destaca ni se recuerda a la primera- aunque el premio fue
para Kiti Mánver -de una manera u otra, Almodóvar estaba en la mente de los
académicos, para otorgar su voto o para negarlo-). Y, aunque fuese con la
(bendita) voz de Luz Casal, será imposible separar lo que la versión del Piensa en mí de Agustín Lara utilizada
en el filme del rostro (y las lágrimas) de Marisa, pero como la secuencia
original no aparece por la red -o al menos un servidor no es capaz de
encontrarla-, que cada cual la evoque a su modo y quedémonos con una secuencia
en que Becky se autorretrata tras verse imitada y homenajeada en el cuerpo de
Letal (Miguel Bosé) y con la no menos fabulosa Un año de amor de Mina engrandecida también por Luz Casal:
Y el caso es que este personaje no estaba a destinado a ella sino a
Esperanza Roy (parecía que a la tercera, tras las intentonas habidas durante la
gestación de Laberinto de pasiones (1982)
y ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984),
ella lo fue pregonando aquí y allá, parece que Becky era entonces una antigua
vedette, el caso es que al final hubo un cambio, como tantas veces sucede en el
mundo de la interpretación), como tampoco lo estaba el rol protagónico de La flor de mi secreto (1995), adjudicado
por un tiempo a Ana Belén, quien a buen seguro hubiese estado fabulosa (como la
Roy en Tacones lejanos), pero una vez
Marisa se mimetiza con Leo, ya no puede imaginarse a otra intérprete:
No he podido resistirme a poner el tráiler al no encontrar completo el
bloque en que aparece Imanol Arias puesto que es el epicentro del drama, el
momento en que Leo pasa por todos los estados de ánimo, una catarata emocional
que sólo una actriz en plenitud y exuberancia de facultades puede encarnar sin
resultar ridícula o exagerada, otra nueva muestra de cómo los diálogos de Almodóvar
son frescos, creíbles, demuestran su envidiable oído de escritor, pero si no
encuentran la intérprete adecuada (resaltemos lo femenino) el edificio puede
desmoronarse en segundos. ¡Hay que ver cómo es ese “¿Quién está gritando? ¿Quién
está llorando?”! Y, por supuesto, la frase que en un principio iba a servir
como título, esa que ha quedado para la historia:
Pero no en España nos hemos rendido a su talento, Marisa ha trabajado en
producciones y coproducciones, ha cruzado fronteras no sólo por sus películas
aquí, sino trabajando en filmes tan gloriosos como Profundo carmesí (1996), una de las varias cimas de Arturo
Ripstein:
Y,
por supuesto, La vida es bella (1999),
la joya de Roberto Benigni, ese prodigio de sensibilidad, esa belleza en la
que, por encima de todo, uno se desborda en lágrimas ante el amor, el triunfo
de la inocencia, el anhelo y la certeza de que al final (a veces, cierto es,
demasiado tarde) siempre termina por imponerse lo que merece la pena ser vivido
y celebrado, aunque las pérdidas habidas sean irreparables:
Ignoro si tuvo otra persona en mente cuando escribía el guión, pero
podría afirmarse sin miedo al equívoco que Pedro hizo un traje a la medida del
talento (o talentos) de su amiga y cómplice cuando diseñó la Huma Rojo de Todo sobre mi madre (1999):
Aunque, como puede colegirse por el título del texto, el momento
preferido de un servidor es cuando Agrado confiesa que, llegado cierto punto de
su vida, dejó el camión y se hizo puta, a lo que Huma (Marisa) responde un
memorable “¡Qué interesante!”. Y siguieron llegando filmes que contribuyeron a
alimentar su prestigio, incluso estando ella muy por encima del conjunto, como
es el caso de El espinazo del diablo (2001)
de Guillermo del Toro:
Y una pequeña película que uno adora como Frío sol de invierno (2004), ha seguido colaborando con Almodóvar
aunque sea en cintas que me han interesado bien poco tirando a nada, en 2018
llegará Petra, de la que no se sabe
qué esperar teniendo en cuenta que su autor es Jaime Rosales, pero es una
excelente noticia que siga activa (y no sólo en el cine) y que por todo ello
reciba el Goya de Honor en la próxima gala de los popular (e irónicamente)
conocidos como “cabezones”. ¡Ovación estruendosa y con vítores, por favor!
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