martes, 23 de julio de 2013

"EL HOMBRE DE ACERO": CANTIDADES INDUSTRIALES DE CHATARRA


 


 
TÍTULO ORIGINAL: Man of Steel DIRECCIÓN: Zack Snyder GUIÓN: Zack Snyder, Christopher Nolan (basado en los personajes creados por Jerry Siegel, Joe Shuster) MÚSICA: Hans Zimmer FOTOGRAFÍA: Amir Mokri MONTAJE: David Brenner REPARTO: Henry Cavill, Amy Adams, Michael Shannon, Kevin Costner, Diane Lane, Laurence Fishburne, Christopher Meloni, Russell Crowe

 

   Si bien es cierto que cada generación necesita sus referentes, sus ídolos, sus propias características, no lo es menos que sólo podemos llamar, considerar y admirar como clásico algo que consigue vencer la barrera del tiempo y va impregnando el imaginario colectivo de varias generaciones; si todo tiene que ser considerado propio y nada de lo pasado tiene validez si no es actualizado, tuneado, remasterizado, reinventado como si no tuviese un glorioso pasado, al final conseguiremos crear un mundo en el que sólo lo inmediato, lo cercano, lo de ahora mismo será popular y desterraremos definitivamente el conocimiento, hablemos del ámbito que hablemos. Y como es mejor empezar por lo mínimo y a partir de lo que sucede con ello extraer conclusiones y enseñanzas que pueden valernos para prevenir, nada más idóneo que hablar de superhéroes, esos que desde hace un tiempo sólo gustan y consiguen el aplauso, el fervor, la idolatría si se transforman en personajes shakesperianos, si tienen conflictos internos que a buen seguro serían objeto de mofa en los protagonistas de un melodrama, si se plantean continuamente su función, su labor, su destino, si se dejan tentar por el mal y llegan a encarnarlo; lo más sorprendente de todo esto, es que los héroes de Marvel siempre han poseído estos rasgos definitorios: aunque a algunos parezca avergonzarles y los consideren pueriles e incluso muy infantiles (hablo, por supuesto, de las primeras épocas de los que hoy todavía conocemos), Thor, Capitán América, Los Cuatro Fantásticos, La Patrulla X (antes de ser transmutada en X-Men), ya tenían conflictos mentales y sembraban el ánimo de los jóvenes lectores de interrogantes sobre si eran dignos de envidia o de lástima, pero eso sucedía sin perder de vista su objetivo primordial, es decir, el entretenimiento, la evasión, llenar los ratos de ocio. Ahora, todas esas palabras se han vaciado de contenido e incluso se pronuncian con displicencia cuando no menospreciando y con comillas críticas y cargadas de reproche y de un tono muy peyorativo porque se considera que lo divertido, lo ameno, lo que nos distrae nos aborrega, nos aliena (hay todo un discurso recubierto de conciencia ciudadana, de activismo, de oposición a los diversos poderes que nos llevan por donde nos llevan que censura el gusto por cualquier distracción –cada cual utiliza la acepción de la palabra que más conviene a sus intereses-) y, de una forma u otra, llevados por ciertos complejos, los más interesados en que su objeto de culto se distancie de “los tebeos” (de nuevo, pronunciado como con asco) y adquiera otras proporciones son los seguidores, los fans, especialmente los conversos (aunque sólo si han sentido curiosidad o han querido saber algo más habrán conocido la mayoría el auténtico origen del mito; sencillamente, no tienen edad para ello) quienes se regodean en su supuesta y autoproclamada autoridad para extender certificados de calidad y afirman “así sí, esto sí es un verdadero superhéroe”.

   Y el siglo XXI vino cargado de intenciones redentoras, y el cine se fijó en dos de sus criaturas icónicas para transformarlas en productos para adultos: Superman y Batman. Aunque los comienzos de la nueva saga en torno al hombre murciélago fueron más bien titubeantes (tuvo buenas críticas, pero no unánimes ni llenas de adjetivos encomiásticos), El caballero oscuro (2008) logró convertirse en objeto de culto entre seguidores del personaje, expertos en la materia y una cantidad casi incalculable de nuevos admiradores que consideraron el filme como uno de los más grandes jamás rodados, auparon a Christopher Nolan a lo más alto del podio de directores con arte y universo propio (porque sin él Batman no existiría, claro)y marcaron la senda a seguir para conjugar éxito en taquilla con prestigio crítico; el revival de Superman se saldó con un resultado mucho más decepcionante, sobre todo teniendo en cuenta que el cometido cayó en las manos de Bryan Singer, quien había conseguido complacer a público de muy diverso pelaje y bagaje con las dos primeras entregas sobre los X-Men (tiempo habrá de detenerse un poco en ellas cuando hablemos de la por el momento última película protagonizada por Lobezno) y todo hacía pensar que Superman returns (2006) quedaría como un tibio y fallido intento de reverdecer laureles y que seguiríamos teniendo como adaptación cinematográfica de referencia la llevada a cabo por Richard Donner, un brillante espectáculo con tiempo para el humor, la parodia, la aventura y la emoción para público de cualquier edad.

   Sin embargo, como si la cinta de Singer no hubiese existido, los productores (y ahí nos encontramos entre otros al señor Nolan) han decidido contar de nuevo el origen del superhéroe, regresar a su planeta natal, es decir, reescribir la historia que ya nos contaron en 1978, la que convirtió con toda justicia en estrella a Christopher Reeve, el único actor hasta el momento que ha sabido brillar en las dos facetas: por un lado, siendo un hombre de acero perfecto, carismático, con sencillez y efectividad, sin exageraciones ni imposturas; por otro, transmitiendo la vulnerabilidad y torpeza de su disfraz, dando a Clark Kent la dosis necesaria de humanidad. Desde el primer momento, la película que ahora nos presenta Zack Snyder es grandilocuente, buscando a toda costa trascendencia, referencias filosóficas, llenado el discurso de ruido (en la acepción que el término tiene en la Teoría de la Comunicación Social), impidiendo lo que sería un desarrollo deseable, el de narrar una historia por el simple placer de hacerlo, saturando la pantalla de elementos, de explosiones, de golpes, de esfuerzos, de personajes; y no es que, como en sus títulos anteriores (la innecesaria Amanecer de los muertos (2004), la excesiva 300 (2006) o la irregular Watchmen (2009)), todo se deje a los efectos especiales, porque ni siquiera eso se luce aquí: la fotografía es oscura, remarcando que esto no es un espectáculo, dinamitando la mejor baza que puede tener cualquier peripecia en la que Superman se vea involucrado (y eso no impediría que apareciese el lado humano, véase de nuevo lo que hizo Donner), consiguiendo que el tono sea de lo más anodino, impersonal, sin garra, sin fuerza, enlazando batalla tras batalla, golpe tras golpe, destrucción tras destrucción, hasta llegar al clímax final (esa es la pretensión, claro, porque a esas alturas el bostezo del público es un abismo más peligroso que cualquiera de los que afronta el hombre de acero).

   Como ya sucedió con Singer, Snyder despoja a Superman de todo su humor, de su verdadera gracia, de esos personajes alocados que son la sal de sus historias, algo palmariamente patente en el rol de Lois Lane, en el que la gran comediante Amy Adams hubiese podido encontrar un filón, pero debe limitarse a pasar por allí e intentar transmitir algo con dos o tres de sus miradas al ver reducido su rol a una mera comparsa y no al contrapunto deseable y enriquecedor de la Lois Lane original (o sea, la de los cómics –aunque este momento y cualquiera es bueno para invocar a la gran Margot Kidder-); mientras Michael Shannon desbarra como sólo él sabe hacer (por desgracia, parece que su brillante interpretación en Revolutionary Road (2008) va a ser la excepción en una norma que pasa por exagerar gesto, voz y todo lo que se ponga a mano), Russell Crowe parece estar en otra película y Kevin Costner sigue siendo un rostro impenetrable (al que, para colmo, le toca bailar con la más fea porque la que debería ser su gran secuencia es una de las peor rodadas), Diane Lane deja muestras de su talento y grandeza en lo que puede y Henry Cavill (un hallazgo, un estupendo actor con el físico adecuado) pierde su energía, su brío, su imponente presencia, lo adecuado que resulta en el primer tramo en cuanto se enfunda el traje de superhéroe: el guión le ayuda muy poco, ya que le convierte en un estereotipo, en todo lo contrario de lo que se supone que pretendía, y desaprovecha la ocasión de recrear al hombre de acero a su estilo.

   A pesar de los pesares, el estudio ya ha anunciado que Snyder dirigirá la próxima entrega de lo que piensan transformar en saga y, además, aprovecharán para reunir en pantalla a Superman con Batman. Convendrá guardarse por el momento las sensaciones experimentadas al oír semejante idea.

 

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