TÍTULO ORIGINAL: Man of Steel
DIRECCIÓN: Zack Snyder GUIÓN: Zack Snyder, Christopher Nolan (basado en los
personajes creados por Jerry Siegel, Joe Shuster) MÚSICA: Hans Zimmer
FOTOGRAFÍA: Amir Mokri MONTAJE: David Brenner REPARTO: Henry Cavill, Amy Adams,
Michael Shannon, Kevin Costner, Diane Lane, Laurence Fishburne, Christopher
Meloni, Russell Crowe
Si bien es cierto que cada generación necesita sus referentes, sus
ídolos, sus propias características, no lo es menos que sólo podemos llamar, considerar
y admirar como clásico algo que consigue vencer la barrera del tiempo y va
impregnando el imaginario colectivo de varias generaciones; si todo tiene que
ser considerado propio y nada de lo pasado tiene validez si no es actualizado,
tuneado, remasterizado, reinventado como si no tuviese un glorioso pasado, al
final conseguiremos crear un mundo en el que sólo lo inmediato, lo cercano, lo
de ahora mismo será popular y desterraremos definitivamente el conocimiento,
hablemos del ámbito que hablemos. Y como es mejor empezar por lo mínimo y a
partir de lo que sucede con ello extraer conclusiones y enseñanzas que pueden
valernos para prevenir, nada más idóneo que hablar de superhéroes, esos que
desde hace un tiempo sólo gustan y consiguen el aplauso, el fervor, la
idolatría si se transforman en personajes shakesperianos, si tienen conflictos
internos que a buen seguro serían objeto de mofa en los protagonistas de un
melodrama, si se plantean continuamente su función, su labor, su destino, si se
dejan tentar por el mal y llegan a encarnarlo; lo más sorprendente de todo
esto, es que los héroes de Marvel siempre han poseído estos rasgos definitorios:
aunque a algunos parezca avergonzarles y los consideren pueriles e incluso muy
infantiles (hablo, por supuesto, de las primeras épocas de los que hoy todavía
conocemos), Thor, Capitán América, Los Cuatro Fantásticos, La Patrulla X (antes
de ser transmutada en X-Men), ya tenían conflictos mentales y sembraban el
ánimo de los jóvenes lectores de interrogantes sobre si eran dignos de envidia
o de lástima, pero eso sucedía sin perder de vista su objetivo primordial, es
decir, el entretenimiento, la evasión, llenar los ratos de ocio. Ahora, todas
esas palabras se han vaciado de contenido e incluso se pronuncian con
displicencia cuando no menospreciando y con comillas críticas y cargadas de reproche
y de un tono muy peyorativo porque se considera que lo divertido, lo ameno, lo
que nos distrae nos aborrega, nos aliena (hay todo un discurso recubierto de
conciencia ciudadana, de activismo, de oposición a los diversos poderes que nos
llevan por donde nos llevan que censura el gusto por cualquier distracción –cada
cual utiliza la acepción de la palabra que más conviene a sus intereses-) y, de
una forma u otra, llevados por ciertos complejos, los más interesados en que su
objeto de culto se distancie de “los tebeos” (de nuevo, pronunciado como con
asco) y adquiera otras proporciones son los seguidores, los fans, especialmente
los conversos (aunque sólo si han sentido curiosidad o han querido saber algo
más habrán conocido la mayoría el auténtico origen del mito; sencillamente, no
tienen edad para ello) quienes se regodean en su supuesta y autoproclamada
autoridad para extender certificados de calidad y afirman “así sí, esto sí es
un verdadero superhéroe”.
Y el siglo XXI vino cargado de intenciones redentoras, y el cine se fijó
en dos de sus criaturas icónicas para transformarlas en productos para adultos:
Superman y Batman. Aunque los comienzos de la nueva saga en torno al hombre
murciélago fueron más bien titubeantes (tuvo buenas críticas, pero no unánimes
ni llenas de adjetivos encomiásticos), El
caballero oscuro (2008) logró convertirse en objeto de culto entre
seguidores del personaje, expertos en la materia y una cantidad casi
incalculable de nuevos admiradores que consideraron el filme como uno de los
más grandes jamás rodados, auparon a Christopher Nolan a lo más alto del podio
de directores con arte y universo propio (porque sin él Batman no existiría,
claro)y marcaron la senda a seguir para conjugar éxito en taquilla con
prestigio crítico; el revival de Superman se saldó con un resultado mucho más
decepcionante, sobre todo teniendo en cuenta que el cometido cayó en las manos
de Bryan Singer, quien había conseguido complacer a público de muy diverso
pelaje y bagaje con las dos primeras entregas sobre los X-Men (tiempo habrá de
detenerse un poco en ellas cuando hablemos de la por el momento última película
protagonizada por Lobezno) y todo hacía pensar que Superman returns (2006) quedaría como un tibio y fallido intento de
reverdecer laureles y que seguiríamos teniendo como adaptación cinematográfica
de referencia la llevada a cabo por Richard Donner, un brillante espectáculo
con tiempo para el humor, la parodia, la aventura y la emoción para público de
cualquier edad.
Sin embargo, como si la cinta de Singer no hubiese existido, los
productores (y ahí nos encontramos entre otros al señor Nolan) han decidido
contar de nuevo el origen del superhéroe, regresar a su planeta natal, es
decir, reescribir la historia que ya nos contaron en 1978, la que convirtió con
toda justicia en estrella a Christopher Reeve, el único actor hasta el momento
que ha sabido brillar en las dos facetas: por un lado, siendo un hombre de
acero perfecto, carismático, con sencillez y efectividad, sin exageraciones ni
imposturas; por otro, transmitiendo la vulnerabilidad y torpeza de su disfraz,
dando a Clark Kent la dosis necesaria de humanidad. Desde el primer momento, la
película que ahora nos presenta Zack Snyder es grandilocuente, buscando a toda
costa trascendencia, referencias filosóficas, llenado el discurso de ruido (en
la acepción que el término tiene en la Teoría de la Comunicación Social),
impidiendo lo que sería un desarrollo deseable, el de narrar una historia por
el simple placer de hacerlo, saturando la pantalla de elementos, de
explosiones, de golpes, de esfuerzos, de personajes; y no es que, como en sus
títulos anteriores (la innecesaria Amanecer
de los muertos (2004), la excesiva 300
(2006) o la irregular Watchmen (2009)),
todo se deje a los efectos especiales, porque ni siquiera eso se luce aquí: la
fotografía es oscura, remarcando que esto no es un espectáculo, dinamitando la
mejor baza que puede tener cualquier peripecia en la que Superman se vea
involucrado (y eso no impediría que apareciese el lado humano, véase de nuevo
lo que hizo Donner), consiguiendo que el tono sea de lo más anodino,
impersonal, sin garra, sin fuerza, enlazando batalla tras batalla, golpe tras golpe, destrucción tras destrucción, hasta llegar
al clímax final (esa es la pretensión, claro, porque a esas alturas el bostezo
del público es un abismo más peligroso que cualquiera de los que afronta el
hombre de acero).
Como ya sucedió con Singer, Snyder despoja a Superman de todo su humor,
de su verdadera gracia, de esos personajes alocados que son la sal de sus
historias, algo palmariamente patente en el rol de Lois Lane, en el que la gran
comediante Amy Adams hubiese podido encontrar un filón, pero debe limitarse a
pasar por allí e intentar transmitir algo con dos o tres de sus miradas al ver
reducido su rol a una mera comparsa y no al contrapunto deseable y enriquecedor
de la Lois Lane original (o sea, la de los cómics –aunque este momento y cualquiera
es bueno para invocar a la gran Margot Kidder-); mientras Michael Shannon
desbarra como sólo él sabe hacer (por desgracia, parece que su brillante
interpretación en Revolutionary Road (2008)
va a ser la excepción en una norma que pasa por exagerar gesto, voz y todo lo
que se ponga a mano), Russell Crowe parece estar en otra película y Kevin
Costner sigue siendo un rostro impenetrable (al que, para colmo, le toca bailar
con la más fea porque la que debería ser su gran secuencia es una de las peor
rodadas), Diane Lane deja muestras de su talento y grandeza en lo que puede y
Henry Cavill (un hallazgo, un estupendo actor con el físico adecuado) pierde su
energía, su brío, su imponente presencia, lo adecuado que resulta en el primer
tramo en cuanto se enfunda el traje de superhéroe: el guión le ayuda muy poco,
ya que le convierte en un estereotipo, en todo lo contrario de lo que se supone
que pretendía, y desaprovecha la ocasión de recrear al hombre de acero a su
estilo.
A pesar de los pesares, el estudio ya ha anunciado que Snyder dirigirá
la próxima entrega de lo que piensan transformar en saga y, además,
aprovecharán para reunir en pantalla a Superman con Batman. Convendrá guardarse
por el momento las sensaciones experimentadas al oír semejante idea.
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