viernes, 26 de julio de 2013

"STAR TREK: EN LA OSCURIDAD": ¡QUÉ BUENO ES EL MALO!


 
 
 
TÍTULO ORIGINAL: Star Trek Into Darkness DIRECCIÓN: J. J. Abrams GUIÓN: Roberto Orci, Alex Kurtzman, Damon Lindelof (inspirado en la serie creada por Gene Roddenberry) MÚSICA: Michael Giacchino FOTOGRAFÍA: Daniel Mindel MONTAJE: Maryann Brandon, Mary Jo Markey REPARTO: Chris Pine, Zachary Quinto, Benedict Cumberbatch, Zoe Saldana, Karl Urban, Simon Pegg, John Cho


   Hoy es de esas raras ocasiones en las que comenzar por algo personal, por una anécdota vivida en primera persona, pero viene de perlas para cimentar el presente escrito: estando con buenos amigos en un local al que acudimos con frecuencia, no estaba demasiado lejos otro de los rostros habituales en el mismo, una de esas personas que habla muy alto y como para todo el mundo, al que siempre habíamos oído definirse como artista, sin tener muy claro en cuáles de sus ramas andaba enredado, pontificando sobre esto y sobre aquello, inagotable en su hueca verborrea, reproduciendo cuatro lugares comunes leídos u oídos por aquí y por allá, vendiendo como criterio propio las típicas frases de humo que no se cimientan más que en una creencia desmedida y fanática de que las cosas son así y punto (pensamos que los amigos no le replican por prudencia, educación, desconexión –mientras él sigue y sigue ellos están elaborando la lista de la compra- o por desconocimiento); el caso es que por fin supimos hacia dónde quiere encaminar sus pasos porque hace poco, no podía ser de otra forma hablando a ese volumen y con esas ganas de aparentar y figurar, le oímos discutir las líneas argumentales de lo que pretendía ser el germen de una serie con uno de sus adláteres. Reconozco que poco puedo contar sobre las mismas, entre otras cosas porque me quedé enganchado de una de sus teorías, la que demostraba más palmariamente su escaso conocimiento sobre el género, sobre la ficción, ese con el que de un plumazo liquidó algunas de las creaciones más imperecederas de lo audiovisual (obviaremos la literatura universal en cualquiera de sus géneros y expresiones: ante la pregunta de alguien del grupo sobre qué tipo de protagonista buscaba, el interfecto aseguró que alguien atractivo, con el que el público se identificase, alguien a quien quisieran, “porque si pones un personaje negativo, lo rechazan, no interesa y todo se te viene abajo, la gente busca referentes positivos”. En fin, sin salirnos de las series, nosotros empezamos a evocar a J. R. Ewing, Angela Channing (o Richard ídem), Alexis Carrington (y su retahíla de apellidos), esos malvados que nos hacían reír y a los que jaleábamos para que diesen cera a los buenos que tan tontos resultaban (Bobby, Chase, Krystle) y a pensar en el espléndido James Purefoy de The following y de ahí pasamos al impresionante Robert Mitchum de La noche del cazador (1955) o al imprescindible y único doctor Lecter posible –el Anthony Hopkins de El silencio de los corderos (1991)- e incluso a la fascinante Cruella de Vil de 101 dálmatas (1961). Y pocos días después se estrenaba en España la nueva entrega de la saga Star Trek y encontrábamos un nuevo ejemplo para seguir abochornando al supuesto genial guionista.

   J. J. Abrams, tras sus éxitos televisivos, parece haber encontrado su camino como director de cine reverdeciendo laureles de estilos y/o series que, de una manera u otra, podemos considerar clásicos, de siempre: se puso por primera vez detrás de las cámaras cinematográficas para insuflar algo de vida a Misión imposible, que tan bajo había caído después de que John Woo perpetrara la delirante segunda entrega, y aunque los resultados estuvieron por debajo de lo esperado (habría que esperar a la estimulante Misión imposible: Protocolo fantasma (2011)para que Bard Bird supiese continuar la senda iniciada por un muy inspirado Brian De Palma), el trabajo sirvió para que cayese en sus manos el proyecto de revitalizar una serie mítica (tanto en televisión como en cine) que parecía anquilosada y sólo idónea para los muy seguidores. Así fue como Star Trek (2009) se convirtió en una cinta adorada por los Trekkies y que convenció e incluso entusiasmó a los que poco o nada sabían de las entregas anteriores, a los que no gustaban de ellas o a los que no eran aficionados al género; su máximo acierto fue equilibrar los guiños, las referencias, el pasado (en realidad, el futuro: uno de los hallazgos fue irse a la juventud de los personajes que tantos títulos habían protagonizado) con una historia de fácil comprensión por cualquiera, llegase con el conocimiento que llegase a la proyección. Con estas bases sentadas, y el aplauso casi generalizado de crítica y público, era lógico que Abrams regresara a la saga para continuar realimentándola, olvidándose de huecas explicaciones científicas, incomprensibles e ininteligibles (incluso para un iniciado o estudioso), teniendo presente que maneja un producto que busca entretener y lo consigue con honestidad, efectividad y tino y, además, con unos personajes bien escritos y definidos que, cuando son encarnados por el actor idóneo, no necesitan perderse en los vericuetos de su mente, sencillamente los expresan (ya hablamos sobre esta cuestión en la pasada crítica de El hombre de acero (2013)).

   Aunque Chris Pine siga siendo el mismo actor (en el sentido que recoge el DRAE en su primera acepción: interpreta un papel en el cine) incapaz de expresar con naturalidad alguna emoción, de hacer creíble la línea de guión más anodina por su falta total de talento (ni tan siquiera resulta carismático), si uno piensa en el capitán Kirk encarnado por William Shatner resulta que el personaje es inexpresivo, hierático, casi pétreo, pero en ese caso al menos cae en las manos de alguien que sabe dosificar recursos, emplearlos y demostrarlos, transmitiendo con la mirada, construyendo un rol heroico que interesa y preocupa al espectador; por fortuna, el atractivo y misterioso compañero de aventuras del capitán, ese Mr. Spock al que todo el mundo conoce gracias a Leonard Nimoy aunque no se haya visto ningún film de la serie, recayó en los hombros de uno de los intérpretes jóvenes más versátiles y completos que, por derecho propio, se han convertido en estrellas en estos últimos años: Zachary Quinto, capaz de aterrorizar con una mirada y rebajar dos o tres tonos su voz (véase la que con toda justicia es ya mítica segunda temporada de American Horror Story), poseedor de una sabiduría que sólo los más experimentados logran alcanzar, capaz de transformar su físico sólo con cambiar de peinado o por la manera de moverse; es un prodigio ver cómo dota a su Spock de humanidad, de sentimientos, de contradicciones, sin abandonar su pose, su imperturbabilidad, su apego a las normas.

   Y, como decíamos, Abrams se saca de la manga (bueno, ya existía en el original) uno de esos malos antológicos, uno de esos oponentes interesantes, inteligentes, alguien que logra que empaticemos con él, que comprendamos su odio, su rabia, su ira, no un mero estereotipo fruto de un maniqueísmo reduccionista (del que, todo hay que decirlo, pecan gran parte de los episodios anteriores) y, para colmo, se lo encomienda a otro de esos actores gloriosos que, a pesar de su juventud, ya ha demostrado sobradamente su maestría y sigue engrandeciendo su mito en cada nueva aparición: Benedict Cumberbatch, el antológico Sherlock Holmes del siglo XXI (parece el otoño se anuncia el estreno de la tercera temporada que volverá a reunirse con el menos espléndido Martin Freeman), inolvidable en la maravillosa War Horse (2011), necesario en la estupenda El topo (2011), grandioso en la no demasiado acertada Parade´s End (2012) –sólo por su interpretación merece la pena-. Su voz es portentosa, no tiene límites (sonó un poco en El hobbit: Un viaje inesperado (2012), por fortuna tendrá más participación en los dos títulos siguientes), siempre suena natural, no se percibe el esfuerzo, crea un agujero negro de desolación cuando narra a Kirk y Spock cómo ha llegado allí, es furia desatada cuando quiere salirse con la suya (y no necesita gritar, que tomen nota tantos y tantos –y aquí deben incluirse todos aquellos cantantes salidos o influenciados por OT-), sibilino e hipnótico como una cobra, perverso pero con debilidades, una interpretación que quita el hipo y despierta admiración sin límites. Muy conocedores del material que manejan, los guionistas organizan el clímax final en torno al enfrentamiento entre Cumberbatch y Quinto, consiguiendo que el público se remueva en la butaca sin freno, conmocionado por dos actores tan completos, por dos personalidades tan arrebatadoras.

   Tras el destrozo que el propio George Lucas hizo de su gran creación con los tres primeros episodios de Star Wars (recordemos que la saga, o sea La guerra de las galaxias (1977), se presentaba como Episodio IV: Una nueva esperanza) es todo un alivio saber que J. J. Abrams va a hacerse cargo del Episodio VII, al que (¡Que la Fuerza le acompañe!) podrá inyectar su vigor, electricidad, energía, gusto por la aventura y la acción y, encima, respetando a las legiones de fans de Luke Skywalker, Han Solo y el resto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario