domingo, 22 de septiembre de 2013

CARMEN MAURA: LO QUE HA HECHO PARA MERECER EL DONOSTIA


 


   Carmen Maura es también uno de esos rostros que se hicieron familiares, cotidianos, necesarios, gracias a la televisión y muy especialmente a aquel espléndido programa escrito y dirigido por el añorado Fernando García Tola, Esta noche, en el que ella ejercía como maestra de ceremonias, dejando muy claras sus múltiples facetas, su enormidad de recursos, su facilidad para la comedia, convirtiéndose a veces en la gemela de sí misma, uno de los múltiples personajes que demostraban emisión tras emisión que la nena valía realmente mucho. Poco a poco, como uno iba creciendo, empezó a poder disfrutarla en el cine, especialmente en esa gloriosa unión profesional con Pedro Almodóvar, al que tanto debe y al que tanto entregó; Carmen será siempre un rostro, un icono, un referente para explicar qué fue la Movida, la transformación de la mujer española durante esos años, ha logrado entrar en la Historia, en la leyenda, por méritos propios, con el concurso de Colomo, Trueba, el manchego citado y alguno más. Y nos dejó sin aliento, cogiéndonos por sorpresa, con su cambio de registro en Extramuros (1985) –por mucho que se adore también a la gran Mercedes Sampietro, su premio como actriz en San Sebastián le venía un tanto grande, sobre todo al no obtenerlo junto a su compañera de reparto, verdadera columna vertebral del filme-, y nunca podremos olvidarla a las órdenes de Saura en una de sus mayores creaciones -¡Ay, Carmela! (1990)- o aportando verdad, sangre, pasión a un ejercicio excesivamente intelectual más preocupado por lo filosófico que por lo humano –Entre el cielo y la tierra (1992)- o desgarrándonos el alma, doliéndolos hasta límites sobrehumanos, en uno de los Camus más magistrales que puedan encontrarse –Sombras en una batalla (1993)- o moviéndose como pez en el agua en el gran guiñol orquestado por Álex de la Iglesia en la que, a la espera de ver en qué ha quedado su reencuentro con él y la estupenda Terele Pávez en Las brujas de Zugarramurdi (2013), pasa por ser su verdadero acierto, su única obra digna de encomio y recuerdo –La comunidad (2000)- o, sin duda, en los varios títulos que ella y Almodóvar han convertido en legendarios –poniendo el acento en alardes interpretativos de primer orden como La ley del deseo (1987), Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) y Volver (2006)-. Y aunque, como suele ocurrir, no siempre puede demostrar su enorme talento, jamás va a dejar de ser una de mis actrices favoritas y es por eso que ese Premio Donostia que va a adornar su casa se convierte en un galardón ansiado, merecidísimo y que sus estanterías estaban pidiendo a gritos y que uno lo aplaude con entusiasmo y adoración; para homenajearla, y algún ojo avizor habrá echado de menos esta película en la enumeración anterior, aquí tenéis el capítulo que, dentro de Madres de película, dedicamos a una de sus cumbres, a una de sus creaciones más imperecederas, más impactantes, más completas y perfectas: la Gloria de ¿Qué he hecho yo para merecer esto!! (1984):

   “Un acercamiento a la manera en que los cineastas han reflejado el rol maternal obliga a detenerse sin prisas en la obra de Pedro Almodóvar, uno de los creadores que más lo ha estudiado y que más ha hecho notoria la influencia de su progenitora casi en cada uno de los planos que ha rodado. Porque no conviene olvidar que Francisca Caballero, su madre, la de verdad, hizo apariciones al más puro estilo hichtcockiano en gran parte de los títulos filmados por su hijo, convirtiéndose en un personaje cercano, un ingrediente fundamental del llamado universo almodovariano (aunque éste se haya expandido con coqueteos huecos y pretenciosos, llenos de ínfulas autorales, tal vez sin asumir o creer que fue un autor desde la desopilante Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) o, muy especialmente, queriendo contentar y lograr el aplauso de aquellos que sólo ven el cine desde una perspectiva intelectual, cargada de dobles sentidos y análisis hermenéuticos), una presencia que motivaba la carcajada y la alegría por el mero hecho de estar, reencuentro que el público esperaba y recibía gozoso, seña de identidad del manchego; en la cinta que hemos elegido, la madre de Almodóvar –así será conocida para siempre- es una paisana de la abuela (Chus Lampreave) y habla con Gloria (Carmen Maura) en la consulta del dentista, además de ser compañera de viaje de la anciana y de su nieto mayor camino al pueblo que vio nacer a ambas. Por otro lado, el reconocido como retratista del alma femenina nunca ha olvidado la faceta maternal de sus personajes; antes bien, la ha explorado, analizado y convertido en el centro de sus motivaciones y comportamientos: la rivalidad materno-filial motivada por la necesidad de protagonismo y divismo de una mujer (una Marisa Paredes en absoluto estado de gracia) y los celos patológicos de una hija que se siente minusvalorada y permanentemente juzgada y vive esta relación como si de una competición se tratase (una Victoria Abril impresionante) en Tacones lejanos (1991); el desgarro, el lacerante dolor, la orfandad que se adueña de la mujer que pierde a un hijo (una Cecilia Roth escalofriante) en Todo sobre mi madre (1999); una madre que opta por convertirse en fantasma (una Carmen Maura inolvidable), en ángel de la guarda, capaz de llegar al crimen por amor y respeto a sus hijas (una Penélope Cruz de matrícula de honor y una Lola Dueñas deslumbrante) en Volver (2006); una madre trastornada por el adulterio de su marido que no duda en empuñar una pistola y utilizarla, despótica y cruel con su hijo al que considera una mera prolongación de su marido (una Julieta Serrano convertida, con toda justicia, en un icono) en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1987). Y aunque podríamos encontrar algunos ejemplos más si seguimos rastreando la filmografía de Almodóvar, conviene detenerse por el momento en la que es su primera madre protagonista, el personaje en torno al cual orbita el cuarto título de su producción, el que fija una manera particular de ver y entender el mundo, el mejor heredero del esperpento, el absurdo más cotidiano e identificable, una obra que se mantiene fresca más de veinte años después de su estreno: ¿Qué he hecho yo para merecer esto!! (con esta grafía se presenta el título en los créditos).

   El día a día de Gloria es un auténtico infierno: siempre fregando, limpiando, planchando, tanto en su casa como fuera de ella, intentando engordar el escaso presupuesto familiar que sale del taxi que conduce su marido, Antonio (Ángel de Andrés López), permanentemente insatisfecho con lo que le rodea, añorando lo que él proclama como un glorioso pasado en Alemania, convencido de que merece mejor suerte. El matrimonio comparte un pequeño piso de habitaciones estrechas con sus dos hijos, Toni (Juan Martínez), que mercadea con droga, y Miguel (Miguel Ángel Herranz), que se acuesta con todo hombre que se lo pida (y, asumiendo lo inevitable, Gloria le dirá que, al menos, le den de cenar después del sexo) y la madre de él, personaje que, de una forma u otra, variando alguna característica o incorporando nuevos matices, seguirá asomándose a cintas posteriores del director, interpretado siempre por Chus Lampreave (no es difícil encontrar las similitudes con el rol asumido en La flor de mi secreto (1995) ni con la maravillosa tía Paula de Volver que, con apenas unos minutos en pantalla, mereció un galardón en Cannes, compartido con sus cinco compañeras de reparto): anciana un tanto descentrada, desabrida si la ocasión o el interlocutor lo merecen, con un enorme corazón, con la ingenuidad intacta a pesar de lo vivido, espontánea e inesperada. El oído certero de Almodóvar para crear diálogos creíbles y reconocibles a pesar del disparate suele complementarse con unos actores (actrices, muy especialmente) con enorme facilidad en el decir que transforman un texto anodino o a priori poco lucido en digno de recuerdo: así, Chus Lampreave permanece indeleble en nuestra memoria porque el olor de los pies de su hijo es igual que el de su padre y le impide respirar, porque se come dos magdalenas cuando su nieto rechaza la que le ofrece, porque distingue entre escritores realistas y románticos sin titubear, porque las burbujas la ponen y guarda bajo llave un arsenal de botellas de agua de Vichy o porque le gustan los entierros y el dinero.

   Y, en medio de esta barahúnda, Carmen Maura (en un papel que, según se cuenta, estaba destinado a Esperanza Roy) puede demostrar su amplio abanico de registros, su enorme talento para la comedia (sobre todo porque ella no trabajó el personaje pensando en hacer reír e incluso se sobresaltó durante la proyección en el Festival de Berlín al escuchar las risas del público desde el primer minuto –fue Almodóvar el que la tranquilizó porque confirmó que había logrado su auténtico objetivo: conmover desde la carcajada, desde el guiño cómplice-), su capacidad para llegar hasta el límite (y superarlo) sin que se le note el esfuerzo, su agilidad para cambiar el tono incluso dentro de la misma frase. Un ama de casa aparentemente abnegada, con un hartazgo de años que ha ido sepultando como ha podido, que, en un momento dado, no puede más (sin vida sexual –y, para colmo, en la única cana al aire que se permite topa con un impotente-, sin cariño, sin apoyos) y estalla, dejando a su marido seco sobre el suelo de la cocina al golpearle con una pata de jamón que le servirá para preparar un caldito muy apetitoso mientras que la policía elucubra sobre cuál habrá sido el arma del crimen. Sin nada que le ate a una ciudad en la que siempre se ha sentido extraña, la abuela decide regresar a su pueblo y se lleva al nieto mayor, su cómplice, al que tapa todos sus trapicheos, el único que conoce sus secretos; y, aunque parece apenada por la soledad que se le viene encima y por la añoranza que ya empieza a sentir, Gloria despide a ambos con alivio, con ganas por dar un golpe de timón. Ése es el momento en que reaparece Miguel, al que entregó al dentista (Javier Gurruchaga) a cambio de una buena cantidad de dinero, en una “adopción” bastante extraña e insólita, especialmente por la naturalidad con la que la madre incita al crío a que acepte (sólo el talento de Pedro Almodóvar puede convertir esa escena en motivo para la algazara), y a Gloria le parece el único compañero de viaje posible hacia dónde sea, siempre que sea lejos de la sensación de impotencia y frustración en la que ha malvivido tanto tiempo”. (fin de la cita, pero no de lo que aún queremos gozar con ella. ¡Bravo, Carmen! ¡Brava, Maura!)

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